Análisis de LaRouche Resumen electrónico de EIR, Vol. I, núm. 8

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China en un mundo en transformación


Lyndon LaRouche pronunció el siguiente discurso el pasado 17 de agosto, en una reunión del Instituto de Estudios Sino-Estratégicos en Whittier, California, convocada especialmente para escuchar en persona los puntos de vista de LaRouche, que por algún tiempo ya se vienen difundiendo en la prensa de habla china, tanto en los Estados Unidos, como en la propia China. Asistió a la reunión el cónsul general de China en Los Angeles, así como destacadas personalidades políticas e intelectuales de la comunidad sinoestadounidense y periodistas, quienes también asistieron el día anterior a una conferencia de prensa con LaRouche convocada por el mismo instituto.

La República Popular China reevalúa actualmente el impacto de un mundo en rápida transición, para forjar las próximas décadas de su futuro. Entre los temas que se le plantean, figuran los efectos combinados de la crisis acelerada de los sistemas económico y monetario-financiero del mundo, crisis que ya estaba en marcha desde antes de que George W. Bush tomara posesión de la Presidencia de los Estados Unidos en enero de 2001. Desde el 11 de septiembre de 2001, China enfrenta también ominosos e incesantes cambios en la situación estratégica general.

Aun aplicando soluciones a la actual crisis económica y financiera, la que viene será una década muy difícil para todas las economías nacionales del mundo. El mundo nunca podrá regresar al pasado reciente. Podemos y debemos reconstruir la economía mundial, pero la reconstrucción exige adoptar una política nueva, y emprender un rumbo distinto que aquel por donde han llevado al mundo los Estados Unidos y el FMI en décadas recientes.


Origen y carácter de la crisis mundial

Consideremos, en breve, tres puntos. Primero, la crisis mundial. Segundo, las soluciones sistémicas disponibles para esa crisis. Tercero, lo que pudieran significar dichas soluciones en tanto oportunidades para China.

Primero, consideremos los principales rasgos de la forma en que ocurrió la actual crisis mundial.

En el período de 1933 a 1945, los Estados Unidos, bajo la dirección de su presidente Franklin Roosevelt, pasaron por una recuperación económica general y por una gran guerra. Poco después de la inoportuna muerte de ese presidente, los Estados Unidos salieron de esa guerra, de hecho, como la única potencia mundial en ese momento. Aunque la intención del presidente Roosevelt de descolonializar el mundo no fue continuada por sus sucesores, las Américas, Europa occidental y Japón se beneficiaron mucho de aquellos aspectos de la política del presidente Roosevelt que pasaron a formar parte del sistema monetario de Bretton Woods, en la fase de 1945 a 1964. Había muchas injusticias en ese sistema, pero produjo un gran crecimiento neto de la economía real del mundo.

Desde el mismo tiempo, más o menos, que el inicio de la guerra estadounidense de 1964 a 1972 en Indochina, la política estadounidense emprendió una serie de cambios dramáticos en relación con la política económica de 1933 a 1964 y la política militar tradicional aplicada de 1941 a 1945. En el intervalo de 1964 a enero de 1981 se introdujeron tres cambios radicales a la política del Reino Unido y los Estados Unidos. El primero fue un apartamiento de la sociedad de productores hacia la llamada sociedad "posindustrial", "de consumo", bajo la batuta del gobierno de Harold Wilson en el Reino Unido. El segundo fue la destrucción del sistema monetario de Bretton Woods en su encarnación de 1945 a 1964, por la acción del presidente Nixon de crear un sistema de "tasas de cambios flotantes", el 15 de agosto de 1971. La tercera fue una brusca transición a la destrucción de la infraestructura, la agricultura y la industria manufacturera de los propios Estados Unidos, emprendida por el asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski entre 1977 y 1981. Todo este proceso aceleró con el derrumbe del poder soviético de 1989 a 1991.

Para ilustrar los resultados de estos tres virajes, he traído las cinco gráficas que presento a continuación.

La primera gráfica (gráfica 1) es una que introduje por primera vez en una conferencia de 1995 en Roma. Es una ilustración puramente pedagógica de las características generales de los cambios en la economía de las Américas, Europa y Japón en el intervalo desde las crisis monetarias de la libra esterlina y el dólar, en 1966 y 1967, hasta la fecha más o menos.


La gráfica representa, de izquierda a derecha, el intervalo de 1966 hasta el año 2000, aproximadamente.

La curva inferior, descendente, representa una reducción neta de las tasas de producción física per cápita de la suma de estas economías. La curva superior representa el aumento de la valuación nominal de los agregados financieros. La curva del medio representa la infusión de diferentes variedades de agregados monetarios que se han empleado para facilitar la inflación de la burbuja financiera.

La segunda gráfica (gráfica 2) también es pedagógica. Sin embargo, representa un cambio en las relaciones entre las tasas de crecimiento de los agregados monetarios y financieros, que se estima que ocurrió a comienzos del año 2000.

De ese momento en adelante, hasta la fecha, la cantidad de agregados monetarios aportados para sostener los activos financieros excede, por necesidad, la valuación de los activos financieros así subsidiados. Esta inflexión es como la ocurrida en la Alemania de Weimar durante el intervalo de junio a julio de 1923, más o menos, cuando se disparó el cohete hiperinflacionario que destruyó el marco alemán en octubre y noviembre del mismo año.

La tercera (gráfica 3) presenta estadísticas reales correspondientes al proceso que se ilustra en la segunda gráfica.

La cuarta gráfica (gráfica 4) sólo muestra la curva hiperinflacionaria de Alemania en 1923.

Y la quinta (gráfica 5) compara ese período en Alemania con los movimientos actuales del dólar estadounidense.

Esto va al meollo de las causas de las crisis económica y monetaria-financiera del mundo en la actualidad. Esta crisis no es coyuntural, sino sistémica; es el propio sistema el que ha creado esta crisis mundial, a lo largo de unos 35 años. No hay solución posible a la crisis sin cambiar el sistema. Y así, en forma parecida, han caído imperios y dinastías en el pasado, e incluso culturas enteras han desaparecido.


Para conjurar el peligro de una nueva era de tinieblas

Si el sistema no cambia, el siguiente panorama mundial es casi inevitable.

Cuando vemos la proporción de deudas financieras regulares e irregulares, contando todas las categorías de derivados financieros y los llamados "bonos chatarra", como componente del conjunto de las finanzas del mundo, la proporción entre deuda financiera y valor agregado real en el mundo actual es comparable a las razones de endeudamiento de la banca lombarda a mediados del siglo 14 en Europa. Los esfuerzos de los financistas en ese entonces por cobrar el monto total de la deuda financiera, sumió a Europa en lo que los historiadores estudian como una "nueva era de tinieblas", durante la que fue eliminada casi una tercera parte de la población europea. Si se hace esa comparación con el mundo actual quedan claras dos cosas. Primero, que sólo un cambio del actual sistema monetario y financiero mundial salvaría a la civilización. Segundo, el por qué ciertos intereses financieros especiales están tan desesperados en su obstinada oposición al establecimiento de un nuevo sistema monetario y financiero.

Hay solución a esta crisis. A mi juicio, hay tres pasos que deben tomarse para encontrar una salida de la crisis estratégica económica, financiera y monetaria que se agrava hoy en el mundo.

Paso número uno: Aprovechar la experiencia relativamente exitosa del Sistema de Bretton Woods, de 1945–1964, como modelo de referencia para establecer un nuevo sistema monetario mundial. Eso quiere decir un sistema de tasas de cambio fijas, como una de varias normas económicas proteccionistas adoptadas por tratado entre las naciones.

Tal propuesta ha sido respaldada por grupos de destacados parlamentarios en Italia y en otros lugares.

Mi estimación personal es que esto fijaría el precio del oro como reserva monetaria a entre 800 y 1.000 dólares la onza. Quizás subestime ese precio, pero el estimado sirve para ilustrar un punto. Quiere decir, que el comercio y la economía física del mundo se reorganizarían en torno a crédito de largo plazo, con plazos de vencimiento en el orden de un cuarto de siglo, y costos no mayores de 1 a 2% de interés simple, para el desarrollo de la infraestructura económica básica y otros proyectos de prioridad especial.

El establecimiento de tal sistema requeriría la intervención y cooperación de y entre gobiernos nacionales perfectamente soberanos para someter al actual sistema monetario y financiero a una reorganización por bancarrota, bajo supervisión directa de los gobiernos. Tal acción podría regirse desde un principio, como en tiempos de las medidas del presidente Franklin Roosevelt, por el principio constitucional de ley natural llamado, ora "bienestar general", ora "bien común". Todo empleo y producción esenciales, y el pago de pensiones, deben continuar en forma normal. Deben sostenerse los niveles de producción y distribución de los bienes físicos y servicios profesionales. Deben emprenderse medidas inmediatas para aumentar el empleo, con crédito avalado por el estado, en especial en las áreas de la infraestructura económica básica esenciales para el interés nacional presente y futuro.

Paso número dos: Deben emprenderse medidas tecnológicas en cooperación con otras naciones, para elevar el nivel neto general de las capacidades productivas físicas del trabajo en el orbe, mediante el flujo de tecnología de los lugares exportadores de ésta, a aquellos donde hace falta. Una medida típica de éstas, es la propuesta del puente continental euroasiático, hecha por mis colaboradores en los últimos diez años. La cooperación euroasiática, quizás fincada en la cooperación de Europa con un grupo de naciones aglutinadas gracias a la cooperación estratégica y económica de Rusia, China e India, es típica de los programas de crecimiento económico que se requieren para efectuar el retorno a algo equivalente al sistema de Bretton Woods de 1945 a 1964.

Paso número tres: Ha llegado el momento en que debemos superar aquellos niveles de cooperación relativamente primitivos en que la cooperación pacífica se ha visto como una simple negación de conflicto. Debemos avanzar hacia el tipo de política que el entonces secretario de Estado John Quincy Adams proponía para el futuro de las Américas: una comunidad de principios entre Estados nacionales perfectamente soberanos. La soberanía requiere que los Estados se gobiernen a sí mismos de acuerdo a las culturas nacionales, por medio de las cuales los miembros de la nación podían comunicar ideas que pertenecen a lo que el poeta inglés Shelley describía como "conceptos profundos y apasionados respecto del hombre y la naturaleza". Pero el propósito debe ser el mismo entre estas naciones: el bienestar general de cada nación, un bienestar general fomentado de forma positiva por la cooperación entre las naciones. Las naciones que estén dispuestas a adoptar tal política hacia la humanidad, deben hacerlo ahora. En ese sentido, no debemos tratar de imponer nuestra voluntad a otras naciones, sino dar el ejemplo que esperaríamos que ellas admiren.


El bienestar general de la humanidad

Todas las naciones están, de hecho, en el mismo bote, uno que ahora se hunde. No será posible rescatar la embarcación a menos que se fomente con vigor el progreso científico fundamental, y el tecnológico derivado, en las capacidades productivas físicas del trabajo. Eso quiere decir que esa ciencia y tecnología debe compartirse con los que las necesitan. Sin la motivación expresa de beneficiar a nuestro prójimo, sin otra razón distinta que el bienestar general de la humanidad, es muy probable que no encontraríamos la voluntad necesaria para prevalecer contra las amenazas al bienestar general que ahora proliferan entre las poblaciones del orbe.

Ubiquemos a China en relación con esta tercera consideración. Veamos a China a través de mis ojos de economista. Veamos los aspectos cruciales de las relaciones recíprocas del mundo con la nación china, en términos de mi desempeño como pronosticador económico de largo plazo.

El progreso es fruto de la combinación de una cultura progresista en la ciencia, en la que evoluciona una tradición cultural por la que la gente escoge e instrumenta su política en la práctica. El fruto de tal desarrollo combinado de la cultura debe verse como el beneficio legado por la obra de la generación presente a dos, tres y cuatro generaciones futuras. Puesto que se requiere casi un cuarto de siglo, en una cultura tecnológicamente moderna, para la educación de un niño recién nacido hasta su madurez como joven trabajador profesional adulto, los efectos de largo plazo de las decisiones de la generación actual han de juzgarse a lo largo de un período de no menos de cincuenta años. ¿En qué condiciones nos proponemos que se encuentren China y sus vecinos de Asia dentro de cincuenta años? Ese debe ser el temario de la deliberación política hoy entre las Américas y Europa con China.

Para motivar el progreso debemos brindarle al individuo que hoy vive, una idea del significado y los resultados de su vida individual al cabo de dos o más generaciones adelante. Un animal vive al día; el ser humano vive por aquello por lo cual será recordado y agradecido por generaciones aún por nacer. Si los pueblos de las naciones se ven a sí mismos, a sus naciones y a otras naciones de esta manera, las relaciones entre los pueblos tendrán motivos positivos, el sentido de que nos necesitamos unos a otros para tener éxito, más allá del simple deseo negativo de evadir las consecuencias de un conflicto.