El gobierno 'tuttifrutti' de Lula en Brasil

por Silvia Palacios y Lorenzo Carrasco

Tratando de quedar bien con griegos y troyanos, la configuración del equipo del flamante presidente brasileño Luis Inácio Lula da Silva resultó en lo que podría denominarse un "gabinete tuttifruti", de todos los sabores políticos imaginables. Aquí, la igual que en su confuso discurso inaugural, se vislumbran los varios universos entre los que se debate el nuevo gobierno del Brasil, sobre todo por la pasmosa omisión de referencia alguna a la crisis sistémica mundial, en la fantasía de que es posible resolver los graves problemas sociales y económicos del país sin alterar su relación de vasallaje ante el sistema financiero mundial.

La conformación del gabinete de Lula ha sido uno de los acontecimientos políticos internacionales que más atención ha recibido recientemente, ya que se considera un indicador de lo que hará Brasil respecto a su astronómica deuda externa, la mayor del sector en desarrollo.

La paradoja para Lula estriba en que, un cambio de política económica que responda a las enormes expectativas que creó su elección, presupone una recanalización de los recursos financieros, penalizando la usura e irrigando con recursos al sector agrícola–industrial, lo que implica enfrentar las políticas "globalistas" y regresar al dirigismo económico, con medidas proteccionistas, inclusive. También, sería imprescindible controlar las hordas jacobinas de tintes ideológicos variopintos que están enquistadas en su partido y en su propio gobierno.

Pero, en cambio, el nuevo gobierno sueña con que la continuidad de las políticas monetarias, financieras y fiscales prevalecientes le dará el espacio económico y político para gobernar, e intentar más tarde un cambio de rumbo. Dentro de esta estrategia de ganar tiempo, el gobierno de Lula lanzó un programa social que promete acabar con el flagelo del hambre, pero sin ir a la raíz del hambre y la miseria en Brasil. De modo sintomático, el ministro de Hacienda, Antônio Palocci, anunció la continuidad de la política de austeridad fiscal del Fondo Monetario Internacional (FMI), dizque para financiar el programa denominado "Fome Zero" (hambre cero).

La oligarquía financiera internacional, conciente de la encrucijada en que se encuentra Lula, ha optado por no forzar un enfrentamiento con él, por ahora. En el primer trimestre de 2003, aunque será un período de tremenda presión política, aún habrá condiciones para que Brasil refinancie su monumental deuda pública; pero para abril y mayo, se vienen enormes vencimientos que muy probablemente resulten en una explosión como la de hace un año en Argentina.

Sin embargo, la abrumadora victoria de Lula representó un rechazo incuestionable a las políticas neoliberales de la globalización que impuso el presidente Fernando Henrique Cardoso durante su gobierno. Este período trágico, disfrazado de paraíso emergente, se sintetiza en el simple hecho de que los bienes públicos, físicos y financieros, y los ingresos nacionales y privados, se supeditaron totalmente a la oligarquía bancaria mundial. Así, el estado pasó a ser un simple cobrador de impuestos del poder mundial.

Pero el gobierno de Lula sigue atrapado en el mundo de la globalización, tratando de satisfacer a las dos grandes vertientes subyacentes. Por un lado, reafirmó las políticas liberales de austeridad del FMI, y nombró al ex trotskista Antônio Palocci, quien ha mostrado virtudes neoliberales natas, para el Ministerio de Hacienda; y a Henrique Meirelles, ex presidente internacional del Banco de Boston, para la presidencia del Banco Central.


Antônio Palocci y Henrique Meirelles

Por el otro, buscó satisfacer también a las fuerzas concentradas en el Foro Social Mundial, amalgama de organizaciones no gubernamentales (ONGs) que, a pesar de su jacobinismo y retórica antiglobalista, respetan las reglas de la globalización contra el Estado nacional soberano, tildando sus demandas apenas con el mote de "globalizacion solidaria". Estas son las mismas fuerzas que convergen con el Foro de São Paulo, creado en 1990 por el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula da Silva, y el Partido Comunista de Cuba, tras la caída del Muro de Berlín, para aglutinar a las diversas fuerzas de izquierda y evitar el aislamiento del régimen castrista. A este última facción la representan en el gobierno la senadora Marina da Silva, campeona de las ONGs internacionales, en el Ministerio de Medio Ambiente; Miguel Rosetto, aliado íntimo del jacobino Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) y dirigente de la organización internacional Vía Campesina, en el Ministerio de Desarrollo Agrario; y el ex gobernador de Río Grande do Sul, Olivio Dutra, líder de las facciones más radicales del PT, en el Ministerio de las Ciudades.


Marina da Silva y Olivio Dutra

Así, cantidad de nombramientos fluyen entre estos dos extremos, en la división del poder resultado de la disputa de posiciones políticas. Tal es el caso del ex presidente municipal de Pôrto Alegre, Tasso Genro, que estará a la cabeza de un nuevo órgano gubernamental, la Secretaría de Desarrollo Económico y Social.


Tasso Genro y José Dirceu

Este diseño gubernamental lo maneja el gabinete interno del presidente Lula, centrado principalmente en el todopoderoso José Dirceu, ministro del Gabinete Civil de la Presidencia de la República, y José Genoino, presidente del PT. Asimismo, cabe destacar la importancia del líder principal de la Teología de la Liberación en Brasil, Fray Betto —consejero espiritual del presidente Lula—, a quien se nombró oficialmente parte del equipo de asesores del Presidente. - El mundo institucional -

Fuera de la dinámica política que impone el mundo de la globalizacion, en el gobierno de Lula también están presentes sectores institucionales que representan la defensa de los legítimos intereses nacionales en los sectores agrícola e industrial, y en la política exterior y militar. En relación a éstos, el gobierno de Lula optó por dar continuidad institucional a la iniciativa de integración de América del Sur, iniciada en septiembre de 2000, después del rotundo fracaso de la llamada Ronda del Milenio en la ciudad de Seattle, Estados Unidos. Es claro que el canciller Celso Amorin, así como el Secretario General de Itamaraty (la cancillería brasileña), Samuel Pinheiro Guimarães, son representativos de una política exterior independiente dentro del Ministerio de Relaciones Exteriores, con reservas claras frente al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Este grupo busca fortalecer la alianza política con Argentina y el Mercosur como motor de la integración sudamericana y la apertura de relaciones con el "Triángulo Estratégico" eurasiático Rusia–China–India, y con África.


El canciller Celso Amorin

La iniciativa diplomática hacia Venezuela, que busca romper con el escenario del radicalismo demente del presidente Hugo Chávez versus la intransigencia de los líderes de la oposición respaldados por Washington, es parte de esa intensión de tener una política exterior independiente.

La misma actitud se tuvo respecto al nombramiento del embajador José Viegas Filho como ministro de Defensa, que a pesar de algunas resistencias, ha evitado, hasta el momento, la politización de las políticas de defensa. Lula tuvo el cuidado de escoger a los comandantes de las tres fuerzas en base al criterio de antiguedad, con el propósito deliberado de evitar cualquier fricción con las Fuerzas Armadas.

La política militar será uno de los campos centrales en que se definirá el verdadero carácter del gobierno del presidente Lula, porque tendrá que determinar cuál será su posición frente al narcoterrorismo, la soberania de la región amazónica, en especial ante las intervensiones externas del complejo de ONGs ambientalistas–indigenistas, y los programas de desarrollo tecnológico de punta de las Fuerzas Armadas.

Es importante notar que el nuevo gobierno está considerando emplear a las Fuerzas Armadas en diversos programas sociales y económicos en los que, de hecho, las siempre han participado. Por ejemplo, se ha presentado la idea de que los batallones de ingenieros del Ejército dirijan un esfuerzo de reconstrucción de la infraestructura de transporte, lo que, en efecto, puede significar la modernización y ampliación de los ya tradicionales cuerpos de ingenieros. Pero esto no puede significar la disolución del papel fundamental de las Fuerzas Armadas en la defensa de la soberanía plena del país, como ha sido la pretensión la globalizacion en su dos vertientes, liberal y de izquierda.

A pesar de las enormes expectativas y esperanzas populares creadas con la elección, por lo pronto, esto es lo que puede decirse del nuevo gobierno.