Análisis de LaRouche Resumen electrónico de EIR, Vol. II, núm. 03

Versión para imprimir



No temamos a la inmortalidad


Lyndon LaRouche durante la videoconferencia, el 28 de enero de 2003

La humanidad peligra, y sólo ella puede salvarse a sí misma, aceptando el desafío de abandonar la cultura que ha abrazado y que ahora la condena, y dándole la oportunidad a aquellos individuos que, como Lyndon H. LaRouche, deciden luchar por el bien común del pueblo y su posteridad. A ésos les aguarda un lugar en lo que llamamos la inmortalidad. Como dice LaRouche:

"Tomemos el caso del Hamlet de Shakespeare. Vean el tercer acto, el soliloquio de Hamlet. ¿Por qué falló Hamlet? ¿Cómo falló? Falló porque dijo, '¿cómo partir del tumulto de la vida?' No le temía a la muerte, le temía a la inmortalidad. Tenía miedo de lo que enfrentaría después de morir. Esto es cierto, y se convierte en un problema político práctico, de conducción. Debe tenerse la dedicación; todos los grandes líderes tienen este compromiso con la inmortalidad. No la inmortalidad en el sentido de la carne, sino decir, 'sólo tengo una vida, ¿cómo habré de gastar lo que ya de por sí es limitado?'

"El político típico carece de esto. Sólo quiere su satisfacción, ahora. Desea el bien para su nación, pero sin tener que renunciar a su éxito. Ese era el problema de Bill Clinton. Clinton es un perfecto Hamlet. Es inteligente, uno de los individuos más inteligentes que haya ocupado la Presidencia. Pero cuando se trató de cierta crisis, nunca pudo levantarse y decir, 'voy a hacer lo correcto'. Cuando no tienes eso, ¿cómo puedes esperar que la gente, atada a las preocupaciones de sus intereses familiares inmediatos, su inseguridad, su precupación por esto y lo otro, sus problemas económicos, abandone su pequeñez, si los propios líderes de la sociedad actúan como gente pequeñita, actúan como pequeños maniquíes?

"Lo que se necesita son héroes verdaderos, no los de la espada, sino héroes del espíritu. Se necesita de una combinación de coraje, como el de Juana de Arco, pero también la sabiduría que le acompaña, la sabiduría del alma.

"Yo lo ví, porque cuando regrese [de la Segunda Guerra Mundial] en abril de 1946, la mayoría de los soldados americanos en la India apoyaban totalmente que EU respaldara la independencia de ese país. Uno o dos años más tarde, ya de regreso en los EU, de aquellos que conocía, 95% se había pasado al otro bando. El asunto es que, lo que hizo morales a los americanos fue que Franklin Roosevelt los dotó con un programa para recuperarse de la Depresión, y con la tarea de la guerra, y les dió un sentido de misión, de que debían hacer algo bueno por el mundo. Cuando murió, empecé a ver esto: Primero con los soldados en Kanchipuram [India]. Un grupo de soldados se me acercó el 12 de abril de 1945; querían hablar de lo que significaba para nosotros la muerte de Roosevelt. Contesté lo primero que se me vino a la cabeza, pero salí con la respuesta correcta. Dije: 'me preocupa, teníamos a un gran hombre, que dirigía a la nación, pero la guerra no ha terminado. Temo el efecto de cuando un hombre pequeño remplaza a un gran hombre' ".

¿La inmortalidad, o el basurero de la historia? He ahí el dilema que enfrenta cada uno de nosotros.




¡La verdad! en la política de seguridad nacional de EU

Una misión global estadounidense osadamente modesta

A continuación publicamos la primera de dos entregas de la declaración que escribiera Lyndon LaRouche, el precandidato presidencial demócrata estadounidense, el 24 de septiembre de 2002, en respuesta a la nueva doctrina de guerra preventiva del gobierno de George Bush, "La estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos de América". La declaración la dio a conocer "LaRouche in 2004", su comité de campaña.

Un mensaje preliminar a los ciudadanos concientes

Contrario al estado de negación de la realidad que ahora prevalece en la Casa Blanca, las disposiciones que al presente emanan de la Presidencia de los EU conducen a nuestra ya quebrada nación hacia un Harmagedón de guerras perpetuas, del cual nuestra forma de república constitucional podría no recuperarse nunca. En circunstancias tales, hay ciertos límites bien definidos, más allá de los cuales la disposición del crítico a emplear alternativas de lenguaje apropiadamente rudas para describir esas pautas se convierte en una prueba obligatoria de la utilidad, el candor y el sano juicio de ese crítico.

Como la ignorancia y la brutalidad con frecuencia se entrelazan, tanto las pautas enunciadas por el gobierno de Bush "43", como sus consecuencias inevitables a corto plazo, son tan terribles, que sería inexcusable no recalcar la importancia estratégica de ese estilo de prosa banal hasta el punto de lo patético, de un sentimentalismo brutal, que permea los planteamientos que hace el Presidente en nombre de la seguridad nacional. Los estadistas serios del mundo deben reconocer que el estado mental patético que refleja el estilo literario de ese documento es en sí una fuente para discernir la horrible locura de su intención.

Para hablar clínica y estratégicamente de las cualidades literarias de ese documento, la "Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América" del presidente George W. "43" Bush le hubiera imprimido un sonrojo permanente a las mejillas de dos de los personajes legendarios de Sinclair Lewis: "Babbitt" y "Elmer Gantry". "Babbitt", al leer la prosa de Bush, hubiera rezongado: "¡creo que se burla de mí!" Asimismo, reconocer el estilo de "Elmer Gantry" en las cualidades literarias y el estado mental que expresa el documento de seguridad nacional de marras, no debiera requerir más demostración que una simple lectura del mismo.

La importancia física de ese hecho literario, es que "43" permitió que se emitiera semejante basura disparatada como un programa para la "seguridad nacional de los EU". Semejante negligencia de parte suya certifica lo que la mayoría de los gobiernos del mundo han llegado a percibir con horror hoy día como el ominoso déficit moral e intelectual de lo que es, al parecer, el presente estado mental del Presidente. Ojalá que, de revisar el Presidente de una forma más concienzuda esas palabras que le han embutido en las orejas y sonsacado de la boca malos asesores, y las revalúa también con la separación psicológica apropiada, pueda inferir la exactitud de mi presente evaluación sobre la propaganda vomitada por la Casa Blanca este año. Quizá entonces, ya habría clamado por mi ayuda para rescatarlo de la catástrofe estratégica y económica combinada que amenaza, que se cava a sí mismo

Dado que nuestra Constitución, sabiamente, no permite el derrocamiento repentino de un jefe de gobierno como lo promueven las constituciones parlamentarias, ¿cómo mantenemos a la república estadounidense rumbo a la sobrevivencia y la recuperación económica, durante poco más de dos años, con un presidente que ahora la mayoría de los círculos más prominentes del mundo perciben como defectuoso? Nos vemos obligados, por tanto, a enfocarnos en la interrogante: ¿cuántas de las aparentes deficiencias faustianas del Presidente le han sido impuestas por el montón de gallinazos bruegelescos y diversos asesores mefistofélicos agrupados en torno al vicepresidente Cheney? ¿Cómo hacemos nosotros, en tanto ciudadanos a cargo de cuidar el futuro de nuestra nación, para orientar a tal presidente, para que adopte ese nuevo papel exitoso de liderato nacional necesario ante la avalancha de desastres que ahora desciende, no sólo sobre nuestra nación, sino sobre todo el planeta?

Por tanto, antes de volver vuestra atención a lo que yo defino como la nueva estrategia de seguridad nacional realmente apropiada para nuestra república en este momento de la historia universal, prologo el presente documento con una descripción condensada del enfoque constitucional informado, para conducir a este presidente durante los próximos dos años, con un mínimo de daño y sufrimiento para nuestra nación y el mundo.

Por tanto, no sea que nuestros ciudadanos se sumen en la desesperanza por el creciente impacto de los defectos de "43", deberíamos confortarnos con el hecho de que el cargo de Presidente de los EU lo han ocupado previamente, de vez en cuando, una amplia variedad de talentos: bribones, incluso ladrones o peor; tristes fracasados que alguna vez fueron figuras prometedoras; estadistas honestos; héroes tales como James Monroe y Franklin Roosevelt; y cuando menos un par de memorables genios auténticos y nobles como John Quincy Adams y Abraham Lincoln. Nuestra historia muestra así que, generalmente, nuestros votantes han sido a menudo horrorosamente descuidados en su elección de presidentes, aun antes de las repugnantes convenciones del verano de 2000 de los partidos principales. Mientras parezca que se hacen las cosas, el ciudadano negligente a veces exhala un suspiro irresponsable de alivio cuando un presidente termina su período, se encoge de hombros, y dice: "La pasamos. Me siento un poco aliviado porque se fue. Ojalá que el próximo no sea peor". Lo que usualmente sucede entonces, es que vota por el próximo de la misma manera estúpida como lo hizo por el anterior. Aun así, nuestra república ha sobrevivido, hasta ahora.

Desafortunadamente, pese a esa historia, es más que posible que, a menos que actuemos ahora, podría ser que ningún otro presidente se posesione acorde a nuestra Constitución después de éste. Dadas las ominosas deficiencias en el desempeño del cargo del Presidente desde enero de 2001, ¿qué nos enseña la historia de nuestra Constitución en cuanto a salir avantes en tiempos terribles, con un fulano con tantas limitaciones como éste?

Cómo sobrevivimos hasta ahora

Considerando los hechos pertinentes, nuestra república hoy se encuentra presa de la peor crisis desde las de 1776–1789 y 1860–1865. La depresión económica que ahora envuelve en su espiral a las Américas, Europa y Japón, no sólo es peor que el crac de 1929–1933 causado por Coolidge y Andrew Mellon; el margen de potencial productivo ocioso disponible para una recuperación económica en los EU hoy día, en términos relativos, es mucho menor que el que movilizó Franklin Roosevelt para llevarnos a ese poderío mundial sin igual y a la prosperidad que alcanzamos con la reconstrucción que él encabezó en el intervalo de 1933–1945. En este prólogo, me referiré de paso a las bases objetivas para esa comparación entre la presente situación y la crisis de 1929–1933, luego de primero resumir la importancia de considerar las implicaciones de los defectos atroces del documento presidencial en cuestión.


Declaración de Independencia de los EU de 1776

La fortaleza del sistema político estadounidense, a la cual debemos recurrir una vez más, no puede entenderse sin examinar el papel de conducción que ejerció el verdadero padre de nuestra república, Benjamin Franklin, el Franklin que fue la mano que guió la elaboración de tales instrumentos constitucionales como la Declaración de Independencia de los EU de 1776 y la Constitución federal de 1789. La importancia del liderato de Franklin se mostró rápidamente con su ausencia, luego de su muerte. Se mostró en los disparates individuales y el desbarajuste general entre muchos de los antiguos seguidores de Franklin, como los futuros presidentes Thomas Jefferson, James Madison y John Adams. Cada uno de estos presidentes, en particular, se desorientó, y hasta se volvió insensato a veces, bajo las condiciones agudamente desfavorables que prevalecieron desde la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789 hasta el Congreso (literalmente) sexual de Viena, que celebró el fin de la era napoleónica.

Así que, desde que Washington se retiró, los federalistas de Adams y el partido de Jefferson degeneraron en un pantano político. Afortunadamente, surgieron nuevos líderes de gran valía de 1812 en adelante, representados por los whig estadounidenses que surgieron en torno al heredero editorial de Franklin, Mathew Carey, el gran presidente de la Cámara de Representantes, Henry Clay, el presidente John Quincy Adams, el economista Henry C. Carey, el presidente Abraham Lincoln, y otros. En tiempos más recientes, el presidente Franklin Roosevelt es típico de esos héroes. De esta manera, a través de todas nuestras crisis internas y externas, nuestra república ha sobrevivido por dos siglos cuando ninguna constitución de ninguna nación de Europa continental ha durado más de unas cuantas generaciones.

La elasticidad ejemplar del sistema constitucional estadounidense, incluso frente a enemigos externos y hasta la corrupción traicionera desde adentro, se ha expresado hasta ahora mediante el resurgimiento de la expresión de la autoridad dominante de los tres principios que se expresan en el preámbulo de la Constitución: el principio de la soberanía perfecta; la autoridad abrumadora del principio del bienestar general; y la obligación de definir el bienestar general como un compromiso continuo a la posteridad. Bajo nuestra Constitución, no es permisible ninguna interpretación de la misma, ni promulgar ninguna ley, si no es congruente con esos tres grandes principios heredados como sabiduría de precedentes tales como el Tratado de Westfalia de 1648 —elaborado en lo principal por el papa Urbano VIII y el cardenal Mazarino de Francia—, que subsecuentemente ha definido la línea divisoria entre la decencia y la bestialidad en y entre las naciones.

Esta singularidad en la creación de nuestra república, su papel como una excepción histórica en los tiempos modernos, es una reflexión constante del hecho que, desde el comienzo del siglo 18 hasta su final, el único lugar en el planeta en el que existía la posibilidad real inmediata de fundar una verdadera república, era entre las colonias inglesas de Norteamérica. Las grandes mentes de Europa, ejemplificadas por los amigos de nuestro Benjamin Franklin, encomendaron a nuestros fundadores el más preciado legado de la ciencia clásica, el arte clásico y aquellas reflexiones sobre el arte de gobernar de Europa arraigadas en Grecia, que se incrustó en la formación de nuestra cultura nacional a través de grandes líderes intelectuales nuestros como los Winthrop, los Mather, Logan, y Franklin de los siglos 17 y 18. Bajo la firme disposición de Franklin, los líderes secundarios de la Revolución Americana diseñaron una forma de autogobierno, no basado en un sumidero lleno de dizque "leyes básicas", sino en la autoridad abarcadora de un conjunto sistemático cohesivo de principios interdependientes, principios que expresa de forma concisa, como la esencia de nuestra Constitución federal.

A pesar de esa intención excelente de nuestra Constitución, nuestra república ha sufrido la aflicción corruptora de un conflicto interno constante que ha persistido desde el principio de la ruptura abierta de la monarquía británica en 1763, con los intereses vitales de sus colonias. Desde entonces, nuestra nación ha estado dividida siempre a lo interno, en lo principal, por el choque entre dos corrientes políticas relevantes absolutamente irreconciliables.

La primera corriente, desde Franklin hasta Franklin Roosevelt, y más allá, es la que el ex secretario de Estado Henry Kissinger, detractor de Franklin Roosevelt, denunció en 1982 como "la tradición intelectual americana", que es también mi tradición, como se expresa en el presente informe.

Los oponentes de Franklin Roosevelt y míos son los conocidos desde 1763–1789 hasta la fecha, como "los tories americanos". Estos tories constituyen una facción que se arraiga en lo principal en intereses financieros extranjeros, angloholandeses principalmente, al estilo veneciano. Estos tories con frecuencia se han aliado con las tradiciones de los intereses esclavistas y, aun hasta la fecha, con el legado de los intereses narcotraficantes de la británica Compañía de las Indias Orientales.

Hasta ahora, en toda crisis nacional de severidad existencial, como la de 1929–1933, la tradición intelectual americana, desde Benjamin Franklin hasta Franklin Roosevelt, ha intervenido repetidamente de manera oportuna para salvar a nuestra nación al borde de una ruina autoinfligida. Contrasten la ruina acumulada por los legados de los tories estadounidenses Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson y Calvin Coolidge con Franklin Roosevelt, al invocar la tradición intelectual americana para rescatar a nuestra república de ese disparate tory acumulado por esos predecesores. Al contrastar al Franklin Roosevelt de entonces con el estado mental temerariamente desordenado que exhibe la mayoría de los principales asesores de la presidencia de Bush hoy día, podemos reconocer el origen sistémico de esa horrorosa amenaza a la existencia continua de nuestra república. Esa es la amenaza horrible que representa la promulgación del documento de "seguridad nacional" de Bush "43" de una forma extrema.


El vicepresidente Dick Cheney, el presidente George Bush y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld

Para la crisis de hoy, debemos reconocer que la extraordinariamente exitosa presidencia de Franklin Roosevelt tuvo dos aspectos principales. Primero, Roosevelt le aportó a los colaboradores que reclutó una cualidad de liderato individual indispensable, de una calidad afín a la que de otro modo expresó el general de los ejércitos Douglas MacArthur en su conducción de la Guerra en el Pacífico. Segundo, el Presidente pudo apoyarse a fondo en esa orientación de misión del liderato secundario para empresas tales como los grandes proyectos de los 1930, que le permitieron a los EU desarrollar a fondo la capacidad logística que los llevó a una victoría asegurada durante el período de la guerra de 1939–1945

Toda la historia pertinente conocida, incluyendo la del papel del presidente Franklin Roosevelt, nos enseña que un líder capaz en tiempos de crisis depende de que pueda sacar lo mejor de las personalidades que él o ella seleccione y reúna como su equipo de liderato. Las cualidades que esas personalidades aportan a sus misiones asignadas se deriva, no sólo de algo que hayan logrado previamente, sino de la capacidad que tenga un líder para evocar en tales personas la facultad de alcanzar logros innovadores, capacidad que con frecuencia parecen más tarde, como si hubieran estado actuando muy por encima de su nivel en sus tiempos más gloriosos.

Más tarde, debimos agradecer oír los recuerdos de esos logros que todavía permanecían en sus lenguas, pero a la mayoría de los que nos hablaron sólo les quedaba un recuerdo borroso de ese toque de genio que Roosevelt les inspiró. Al igual que Jefferson, Madison y el presidente John Adams, luego de la muerte de Benjamin Franklin, muchos veteranos del gobierno de Roosevelt perdieron esa chispa de liderato que se les había prestado. Roosevelt fue un verdadero líder, con el ardor antitory del Sistema Americano. Ese ardor no era sólo una pasión; constituía una fe y un conocimiento histórico profundamente arraigados en el Sistema Americano de economía política anti Adam Smith de Hamilton. Esta es la política económica que se conoce como nuestro sistema nacional de economía política, en contraste a tanto el "capitalismo" de la Compañía de las Indias Orientales británica, como al socialismo europeo.

Eso es fundamental para entender esa chispa especial de genio unificador que exhibieron en sus tiempos de gloria los principales dirigentes bajo Roosevelt. Fue una chispa que evocó en ellos un líder nacional excepcional, de una calidad que no hemos visto en alguien elegido a un cargo importante en los EU desde entonces. La característica de orientación a la misión de los miembros del equipo de Roosevelt representa para nosotros hoy en día, la imagen de movilización de recursos humanos de la tradición intelectual americana que se necesita con tanta urgencia para llevar a cabo hoy la decisiva misión histórica que se llevó a cabo entonces. ¿Dónde encontraremos la chispa indispensable para que ese talento reclutable desempeñe de nuevo milagros de genio semejantes?

Esta perspectiva del asunto nos da la clave para posiblemente sobreponer el peligro tácito que representan para la civilización las fallas personales del actual presidente. Él necesita, ante todo, un equipo renovado, libre de cualquiera de las personas despistadas que ahora afectan su juicio, un equipo nuevo en el cual pueda confiar para llevar a su gobierno a un resultado de verdad exitoso para nuestra república. Así como Roosevelt confió en un equipo de demócratas y republicanos posterior a 1936 para la preparación y conducción de la acción estadounidense en el intervalo de guerra de 1939–945, el presidente actual debe tener un equipo capaz, basado en esa tradición intelectual americana que tanto odia Henry Kissinger. Debe inducirse al Presidente a aceptar esa cualidad de arreglo, y debe tener un adecuado apoyo bipartidista del Congreso para esa misión específica.

Para proporcionar la conducción necesaria que haga que se movilice a semejante equipo, debe traerse a un ángel guardián amable, o a una aproximación razonable de dicha personalidad, para socorrer a la Presidencia en peligro. Al momento de escribir esto, yo desempeño el papel de ese ángel guardián oculto, y soy, como lo fue el viejo Marley de Dickens para Scrooge, la aparición familiar pero no deseada que le dice al Presidente la dura verdad que hay que decirle por su propio bien, y por el bien de la nación también. Con un equipo apropiado podría tener éxito, si alguien más aporta la chispa que encienda la moción creativa en ese equipo.

Los ángeles guardianes no son como las hadas madrinas, ni como los genios que salen de las botellas. No le dicen al presidente lo que quiere oír, ni cumplen sus deseos con conjuros mágicos. Le dicen lo que necesita decírsele, lo que a menudo es contrario a los prejuicios en los que se empeña en aferrarse. Ahora, por tanto, escúchenme hablar, como el viejo Marley a Scrooge, de esas terribles crisis que debieran asustar al Presidente para darle cabida a un poco de preciosa sabiduría, en vez de las horrendas mentiras que le impone la sucia bandada de gallinazos del vicepresidente Cheney y George Shultz.

Las amenazas estratégicas ante nosotros

Hagan a un lado toda esa jeringonza divagante al estilo de la Reina de Corazones de Alicia en el país de las maravillas, que cosió algún embaucador bromista, cual traje nuevo del emperador en el cuento de Andersen, como lo es ese asqueroso borrador reciente de la Estrategia de Seguridad Nacional de los EU. Este no es el momento de tolerar charlatanes tales como estos mercachifles belicistas (en su mayoría) evasores del servicio militar. Necesitamos una política diseñada, no para los necios que siguen los gustos y la opinión popular que reparten los órganos de difusión de hoy, sino una política trazada para el "hombre olvidado" de nuestro tiempo, ese ciudadano poco común que ve a donde camina, maneja o invierte, y que, de manera similar, de verdad piensa antes de votar. Depende de la conducción de base que aporten esos ubicados en los poros de la vida social y económica del país, incluyendo los verdaderos empresarios contrarios a Wall Street, para que sea posible la movilización necesaria de nuestra nación.

Encaramos tres crisis principalmente que, en conjunto, amenazan la existencia continua de la república.

La primer amenaza, y la más penetrante a corto plazo, es interna. Esta amenaza a la soberanía y a la existencia misma de nuestra república es la interconexión del desplome en marcha del infinitamente torcido sistema financiero monetario mundial actual, el sistema del FMI y el Banco Mundial, combinado con el desplome devastador y autoinducido, económicamente suicida, que ya lleva 35 años, de la propia economía física interna de los EU.

La segunda amenaza general a corto plazo que enfrenta nuestra república, es mundial. Es la perspectiva del caos, no sólo dentro de nuestra nación, sino por todo el planeta. Así que enfrentamos el surgimiento de un caos que, de no detenerse, llegaría a ser el efecto inevitable anticipado de un esfuerzo por sostener la forma "librecambista" del cada vez más globalizado sistema financiero–monetario mundial, al presente en bancarrota, e intrínsecamente depredador.

La tercer amenaza estratégica general a los EU y al planeta por igual, es la influencia de la presente tendencia de los utopistas hacia guerras perpetuas al estilo de la Roma imperial. Esa es la tendencia que expresa la verborrea utopista de los seguidores de esos orates terroristas nucleares, H.G. Wells y Bertrand Russell. Es la misma maldad mefistofélica que expresan tales seguidores de Russell como el vicepresidente Cheney y su insalubre bandada de gallinazos.

Nuestra estrategia debe señalar el origen de todas estas tres tendencias, que han culminado en las actuales crisis existenciales para nuestra república y el mundo. Su origen se puede trazar hasta la convención del Partido Demócrata de los EU en el verano de 1944, cuando una facción angloamericana, predominantemente pro Churchill, logró sustituir al vicepresidente Wallace como compañero de fórmula del presidente Franklin Roosevelt para su cuarto período presidencial, con el senador Harry Truman. El resultado de cambiar al candidato vicepresidencial por Truman, fue franquear el camino para introducir lo que se convirtió en un cambio radical en la política militar después de la Segunda Guerra Mundial, apartándonos de nuestra tradición militar —como lo atestigua la trampa que le puso Truman al general MacArthur en la Guerra de Corea—, a lo que vino a conocerse en las primeras décadas de la posguerra como la doctrina estratégica utópica o el "complejo militar–industrial".


Wiston Churchill y Franklin Roosevelt

El primer paso en este viraje hacia una política estratégica utópica, distanciada de la política estratégica tradicional de Lázaro Carnot de Francia y Gerhard Scharnhorst de Alemania,[1] ocurrió inmediatamente después de la muerte del presidente Roosevelt, cuando Truman desechó partes fundamentales de su política exterior anticolonialista para la posguerra, y respaldó a los imperios británico, holandés, francés y portugués en la recuperación de muchas de sus colonias por la fuerza de las armas, como en Indonesia e Indochina, por ejemplo.

Este viraje con Truman hacía una política imperial, se complementó con el lanzamiento innecesario de dos bombas nucleares sobre la población civil de las ciudades de Nagasaki e Hiroshima. Estas dos acciones emblemáticas en pro del colonialismo y las estrategias nucleares utópicas del gobierno de Truman, fueron los primeros pasos para darle marcha atrás a la política del presidente Franklin Roosevelt en la posguerra, y sentaron las bases para la virtual toma subsecuente de nuestra nación por las medidas de los utopistas, en especial en la secuela del asesinato del presidente John Kennedy.

El bombaradeo nuclear de Japón fue decisivo para concretar ese viraje hacia un tipo de imperialismo utópico que hacía eco de los rasgos comunes del fascimo de la antigua Roma imperial, del fascista emperador Napoleón Bonaparte y de la doctrina imperial de fascimo universal de los círculos del vicepresidente Cheney y su camada de gallinazos. A pesar de la abierta mentira popularizada de que el bombardeo nuclear de Japón "salvó millones de vidas estadounidenses", esa acción ocurrió a despecho de la certeza del general MacArthur de que Japón ya estaba irremediablemente derrotado, y contra las objeciones explícitas del general Eisenhower. Como lo advertía uno de los notables fundadores de la ciencia militar moderna, Maquiavelo, en sus comentarios sobre las Décadas de Tito Livio, ningún comandante cuerdo reinicia el combate contra un adversario ya derrotado y exitosamente bloqueado, como era Japón en el verano de 1945.


General Douglas McArthur en la firma de la rendición de Japón

No hubo ningún motivo de guerra para ese bombardeo nuclear. El motivo lo proporcionó la influencia de Bertrand Russell al impulsar el uso de armas nucleares como un modo utópico de "guerra nuclear preventiva", misma que tenía el propósito —como habían insistido de manera explícita y reiterada Russell y su cómplice H.G. Wells— de aterrorizar a las naciones para que aceptasen la acción traidora de cederle su soberanía a un gobierno mundial de la forma que planteó H.G. Wells en su obra, La conspiración abierta, de 1928. Ese plan imperial de Wells y Russell es lo que guía la política estratégica del gobierno de Bush, bajo la influencia de los utopistas George Shultz y el vicepresidente Cheney.

Aunque la mecánica de la "Guerra Fría" y el papel interrelacionado de lo que vino a ser la Corporación RAND para definir la tríada nuclear de la guerra utópica, mediante la adición del poderío aéreo con armas nucleares, puso en marcha el proceso de purgar la tradición militar estadounidense de la que MacArthur y Eisenhower eran ejemplos. Sin embargo, no fue sino hasta el final de la presidencia de Eisenhower que los utopistas pudieron desatar plenamente sus orgasmos estratégicos. De allí que a bahía Cochinos y la crisis de los proyectiles de 1962 le siguiera la demencia estratégica de 1964–1972 que se desató con la resolución fraudulenta sobre el golfo de Tonkin, que sumió a los EU, al estilo imperial romano, en una guerra perpetua, inganable, en Indochina. Esa guerra nunca terminó; al cabo de unos ocho años de brutalidad sin frutos, los EU simplemente se retiraron de un proyecto incompleto, mal concebido, como de un trabajo malo que mejor se deja a medias.


MacArthur y Eisenhower visitan al Japón en Mayo de 1946, despues de la gerra

Si se trazan los orígenes de todas esas instituciones que desarrollaron este dogma militar utopista —como el papel del proyecto de Russell para la Unificación de las Ciencias, y el papel emblemático que desempeñaron esas criaturas inhumanas tales como los seguidores de Russell, el profesor Norbert Wiener y John von Neumann, y lugares tales como el RLE del Massachusetts Institute of Technology, la Corporación RAND y demás— encontramos que Wells y Russell son personalmente no sólo los ideólogos literarios que engendraron la doctrina militar utópica que expresan los polluelos de Cheney, sino que, como prueban de manera abrumadora la información de dominio público, el utopista fanático de Russell dirigió personalmente el aparato que manejó las operaciones que llevaron a la creación de lo que el presidente Eisenhower describió como el "complejo militar–industrial". En este aparato se cuenta al a veces patrón de Henry A. Kissinger, John J. McCloy.

Como complemento al programa de los utopistas para establecer un gobierno mundial mediante el terror de las armas nucleares, inspirado por Wells y Russell, los mismos utopistas maniobraron para erradicar y destruir el compromiso al progreso económico, científico y tecnológico, lo cual había sido la cuestión fundamental de la campaña de la monarquía británica de 1763–1789 para aplastar el progreso tecnológico en las colonias inglesas y en nuestra joven república.

De modo que, desde mediados de los 1960 hasta la fecha, los EU han venido destruyéndose a sí mismos a lo interno, continuando su transformación en una "sociedad posindustrial", igual que la Roma de las guerras civiles y de los césares corrompió la cultura de Italia, paso a paso, después del período de la Segunda Guerra Púnica, de una sociedad de productores a una sociedad de consumidores.[2]

Esta tendencia de derrumbe económico nacional del papel de los EU en tanto sociedad productiva, llegó a ser conspicuo por primera vez con la ruina del programa científico orientado hacia el espacio en el presupuesto federal de 1966–67. Aunque el alunizaje tripulado por el hombre ocurrió a finales de los sesenta, para finales de los 1970 los EU no sólo habían cancelado el esfuerzo, sino que habían perdido mucha de la base tecnológica de que había dependido el éxito del lanzamiento a la Luna. La ruina de la infraestructura económica básica de la nación, que comenzó con el presidente Nixon, y las lunáticas medidas monetarias decretadas por éste el 15 de agosto de 1971, consolidaron una tendencia de decadencia en la economía física de los EU, misma que ha continuado, a un ritmo generalmente acelerado, de entonces a la fecha.

Mientras, los utopistas impulsaron esfuerzos paralelos de autocanibalismo económico, que empezaron en el Reino Unido durante el primer gobierno de Harold Wilson, el verdadero predecesor de los gobiernos de Margaret Thatcher y Tony Blair. El sistema monetario de tipos de cambio flotantes que se puso en marcha el 15 de agosto de 1971, cuando Nixon aceptó el consejo del trío de utopistas furibundos, Henry A. Kissinger, George Shultz y Paul Volcker, que arruinó a las naciones de Centro y Sudamérica, produjo los efectos colaterales genocidas en la región al sur del Sahara en África, y arrastró a Europa y al Japón al mismo pantano global de demencia financiera–monetaria de las burbujas y a la ruina económica física generalizada.

Entonces, poco menos de dos décadas después que el utopista tory estadounidense Henry A. Kissinger se instalara como asesor de seguridad nacional, vino otro acto decisivo, con el derrumbe del Pacto de Varsovia, al terminar la década de 1980.

En 1988–1990, se pusieron sobre el tapete dos programas estratégicos para los EU diametralmente opuestos, el mío y el programa directamente contrario que adoptó el gobierno del primer Bush en concierto con la necia, pero sucia premier británica Margaret Thatcher, y con el Presidente de Francia, François Mitterrand. Debido a la profunda diferencia entre estos importantes adversarios míos y yo, a partir de 1986 personalmente me convertí en un objetivo, se me hizo un blanco de destrucción política y, también, biológica, relativamente inmediata, de forma reiterada, y se me puso en lista para un asesinato oficial o encarcelamiento, por una parte, y para eliminarme como uno de los principales diseñadores de política con influencia internacional, por la otra. Así que, entonces como ahora, yo estaba en el escenario de toda la historia universal posterior a 1986.

Ahora, mi éxito singular en pronosticar el resultado trágico de la adopción de las políticas económicas y estratégicas de mis adversarios, me ha llevado una vez más casi al centro del escenario de los principales sucesos en los EU y el mundo, y en un papel más relevante que antes.

LaRouche y Bush, 1988–1990

El giro más decisivo en la historia mundial reciente comenzó el 12 de octubre de 1988, cuando pronuncié un discurso crucial, que después se hizo histórico, en mi condición de candidato presidencial, en Berlín. Ese discurso se grabó para su posterior difusión en la televisión nacional de los EU, lo que ocurrió después ese mismo mes. Mi propósito al dar este discurso en Berlín primero, debiera ser obvio.


Lyndon LaRouche en Berlín, octubre de 1988

Anuncié que el tema fundamental de la política estadounidense para el siguiente gobierno sería el inminente derrumbe del sistema del Pacto de Varsovia. Ahí y entonces dije que ese sería un acontecimiento que conduciría a la reunificación de Alemania y a la designación de Berlín como su futura capital. Destaqué lo que debería ser la orientación apropiada de los EU ante ese inminente viraje sísmico en la política mundial. Propuse, en mi condición de candidato presidencial, que los EU debían preveer la inminencia de esa crisis en el Pacto de Varsovia, como la ocasión para ofrecer la cooperación en un programa de reconstrucción de Eurasia, que sería dirigido por una iniciativa estadounidense de cooperar en la revitalización general de las economías civiles de Europa Oriental y la Unión Soviética, arruinadas por su obsolescencia.

Este programa, como lo definí en octubre de 1988, hubiese tenido éxito rápidamente en las circunstancias previstas, las cuales hicieron erupción poco más de un año después de mi conferencia de prensa en Berlín. Hoy, en retrospectiva, este programa hubiese asegurado una recuperación y crecimiento económicos de largo aliento para el mundo en su conjunto, rápidos y duraderos. La presente crisis de depresión en los EU y Europa no hubiera llegado nunca a ser la amenaza devastadora e inmediata que es hoy día, si se hubiera adoptado mi programa, en vez de los esquemas utópicos lunáticos impulsados por esos como el Cheney del gobierno de Bush "41", aun remontándose a 1990.

Así que Thatcher, Mitterrand y Bush "41" adoptaron un programa directamente opuesto al mío, un programa congruente con la influencia de los rabiosos estrategas utopistas en el gobierno de Bush "43" hoy día. Su respuesta a la caída del Muro de Berlín, poco más de un año después de mi conferencia de Berlín en 1988, ha sido, por tanto, una causa principal que contribuye al ritmo acelerado de desplome de la economía física de los EU y Europa desde ese entonces.

Eso tipifica las cuestiones que subyacen las diferencias personales, con frecuencia amargas, que surgen del conflicto entre mi política y la de ellos; diferencias que se amplían por el asunto que subyace su extraordinario temor a la superioridad de mi poder intelectual sobre el de ellos, en lo tocante a sentar pautas en lo económico y áreas relacionadas. Este mismo tipo de temor a mis poderes intelectuales (no tengo de ninguna otra clase), lo venían expresando los utopistas estadounidenses desde los acontecimientos de 1982-1983 en torno a lo que se llegó a conocer como la IDE.

Fue mi papel personal en la elaboración de la Iniciativa de Defensa Estratégica, en colaboración con funcionarios pertinentes del gobierno de Reagan, y mi papel personal en las negociaciones informales con el gobierno soviético, lo que me calificaba como singularmente apto para realizar las negociaciones que debieron de haberse llevado a cabo en el momento del derrumbe del sistema del Pacto de Varsovia en 1989–1990.

Mi propuesta para un sistema estratégico de defensa contra proyectiles balísticos basado en nuevos principios físicos, que fuera adoptada por el entonces presidente Reagan como su propuesta IDE que le hizo a Moscú, la había diseñado yo antes como el medio más efectivo para flanquear la influencia de las facciones utopistas, tanto angloamericanas como soviéticas, comprometidas a la Destrucción Mutuamente Asegurada (MAD, loco en inglés) de Bertrand Russell. Yo había pronosticado en febrero de 1982, que si el presidente Reagan hacía la oferta que yo recomendaba, y la Unión Soviética la rechazaba, debíamos esperar que ocurriera un probable desplome económico soviético aproximadamente unos cinco años después. Ese derrumbe, como yo preví, ocurrió poco más de seis años después. Ese pronóstico se basaba en dos consideraciones. Primero, mi atención a ciertas fallas características en la economía civil soviética. Segundo, datos que se habían acumulado durante mi esfuerzo de 1977–1982 para definir una salida mutua soviético–estadounidense de la trampa "kissingeriana" de la Destrucción Mutuamente Asegurada.[FIGURE 7]

Desde el verano de 1984 hasta 1989, los utopistas ensañados, tales como la Fundación Heritage, los órganos de difusión controlados por ellos y sus esbirros en los partidos políticos, movilizaron sus fuerzas, dentro y fuera del gobierno, en contra mía, y poco después, en contra del doctor Edward Teller también. Mi programa, como se expresa en la propuesta del presidente Reagan del 23 de marzo de 1983, y en su oferta de octubre de 1986 en Reikiavik, de colaborar con el gobierno soviético, fue, como mi anterior resumen de 1986 de un programa espacial de 40 años, la base del plan estratégico a largo plazo de mi anuncio del 12 de octubre de 1988 con respecto al inminente desplome económico del Pacto de Varsovia. Por mi influencia internacional a causa de este conjunto de políticas anidadas, yo era odiado y temido abiertamente por los utopistas de EU, y por los secretarios generales soviéticos Yuri Andropov y Mijail Gorbachov más o menos al mismo grado que los utopistas estadounidenses y sus partidarios. Sin embargo, con el desplome del sistema del Pacto de Varsovia, mi credibilidad —validada así en lo tocante a lidiar con los soviéticos sobre los asuntos planteados por la radicalmente transformada situación estratégica global— descollaba.

Conmigo temporalmente fuera del camino, casi inmediatamente después de la toma de posesión de Bush "41" en enero de 1989, la facción utopista en el gobierno de Bush procedió a hacer sus desbarajustes casi sin cuestionamiento alguno. El programa de los utopistas que adoptó, al menos en parte, el presidente Bush "41" entonces, consistía en aprovechar la oportunidad que presentaba el desplome de la potencia soviética para establecer lo que se pretendía fuese un gobierno mundial "eterno", al estilo imperial romano, por un concierto de poder angloamericano tory. Después, a medida que los utopistas se volvieron cada vez más desquiciados en el transcurso de los 1990, la brigada de gallinazos de los utopistas con "conexiones" mostró su cometido de establecer un dominio imperial estadounidense eterno sobre el planeta. Estas criaturas tendían más y más a meramente tolerar al Reino Unido que antes veían con reverencia. Por sus acciones, llegaron a ver a Londres como un Sancho Panza venido a menos, que sigue al lunático Don Quijote estadounidense apasionadamente homicida. (Naturalmente, algunos británicos cuerdos importantes no están del todo a gusto con los locos planteamientos del vicepresidente Cheney y sus gallinazos).

Una forma inteligente de lidiar con la caída del sistema del Pacto de Varsovia, hubiera sido integrar el potencial enorme de crecimiento económico embotellado dentro de ese sistema a la reducción de los costos de operaciones de los sistemas militares existentes, y a una movilización de nuevos mecanismos de crédito internacionales para un aumento coordinado, acelerado, del rendimiento físico neto producido mundialmente per cápita y por kilómetro cuadrado. Pudimos haber emergido de la depresión físico–económica, que ya estaba en plena marcha en los EU durante los 1980, con el más alto ritmo de crecimiento de la productividad física real en la historia del planeta.

En vez de eso, a la sombra de los acuerdos adoptados por Thatcher, Mitterrand y Bush, hicimos exactamente lo opuesto. La política aplicada contra Europa y el territorio de la ex Unión Soviética desde 1990, fue una de saquear y destruir el grueso del potencial productivo que existía en 1989–1990, no sólo en el área del antiguo Pacto de Varsovia, sino también en Europa en su conjunto. Peor aún, durante el mismo lapso de 1989–2002, las políticas de los EU, el FMI y el Banco Mundial han acelerado la destrucción deliberada ya en marcha de la infraestructura económica básica y la capacidad de producción física de las Américas como un todo.

Como consecuencia de los acuerdos de 1990–2000 de los EU, el FMI, el Banco Mundial y otros acuerdos y prácticas supranacionales relacionados, hemos agotado la reciente docena de años en causar el derumbe más grande, en términos relativos, del potencial productivo en la historia de nuestro planeta.

El resultado del cambio de esquema en las orientaciones y práctica de los EU y el mundo que ocurrió en 1944, se ha convertido hoy en el complejo de las tres amenazas principales señaladas a la seguridad nacional estadounidense. Si los EU mueren pronto, como probablemente ocurriría si se deja que sigan adelante los planes actuales de Cheney y demás, y si sobrevive alguien para erigir una lápida a nuestra nación caída, la inscripción apropiada sería, como la de la gloria perdida de Atenas al concluir la torpe guerra del Peloponeso: "Murió de heridas autoinfligidas".

La damnación de nuestros imbéciles económicos reinantes

La civilización europea moderna nació dentro del Renacimiento del siglo 15 con centro en Italia, el Renacimiento platónico. El Estado nacional republicano, y el gran aumento en la productividad y el bienestar de los tiempos modernos, fueron resultado continuo de la tradición antioligárquica que puso en marcha ese Renacimiento. El progreso económico moderno que se puso en marcha así, pudo haber ocurrido, como lo hizo, sólo mediante la fuerza del progreso científico y tecnológico, de lo cual es ejemplo la fundación de la ciencia física experimental moderna llevada a cabo por Nicolás de Cusa, y la continuación del programa de Cusa por genios tales como Leonardo da Vinci y, posteriormente, la fundación de una forma abarcadora, sistémica, de la física matemática por parte de ese seguidor explícito de Cusa y Leonardo, Johannes Kepler.

Entonces y ahora, el progreso económico es en lo esencial un producto de la práctica del tipo de cultura científica y artística clásica antirromántica que se remonta, en lo principal, a la deuda intelectual de la cultura europea moderna con la antigua Grecia clásica. Es mediante el descubrimiento y el empleo de principios físicos universales comprobados experimentalmente, descubiertos mediante el método socrático, que la voluntad humana es capaz de aumentar el poder de la sociedad en y sobre el universo como ninguna otra especie viviente puede hacerlo.

Con estos métodos adquirimos los medios para aumentar la proporción de riqueza física esencial de la naturaleza producida por nosotros, en exceso de la riqueza que debemos consumir para generar esa producción. El margen físico de dicha ganancia se limita por el ritmo y la escala relativa de aplicación de principios físicos universales descubiertos. Una cultura de "cero crecimiento tecnológico", no es una forma de economía, sino un compromiso con el desgaste sin fín, un pacto de suicidio económico.

Esta noción del descubrimiento de principios físicos universales la han entendido de manera eficiente las mejores mentes de la civilización europea desde la antigua Grecia clásica, desde Arquitas y Platón, hasta Arquímedes y Eratóstenes. El explosivo avance de la ciencia física moderna y de las facultades productivas del trabajo durante los últimos 6 siglos de cultura europea, ha sido resultado, principalmente, del Renacimiento en el siglo 15 de esa antigua tradición clásica griega en la ciencia y la composición artística que irradia del faro de la cúpula catenoide que construyó Brunelleschi para la catedral de Florencia.

En contraste con ese conocimiento, el problema estriba en que, una oligarquía financiera parásita o semejante, políticamente prefiere mucho más a siervos y esclavos pobres e ignorantes, que a una ciudadanía inteligente y tenaz del tipo que probablemente no toleraría por tiempo indefinido el dominio de los parásitos oligarcas como los que le son propios políticamente a la banda de Cheney y a las pandillas de Enron y de George Soros. Para inducir el sometimiento del ganado humano de un antiguo o moderno Imperio Romano, hay que embrutecer a la masa de súbditos como han hecho cada vez más, y con éxito notable, las políticas educativas de EU, las drogas "recreativas", las inversiones en los órganos de difusión y las políticas de empleo, desde el viraje al paradigma cultural "acuariano" a mediados de los 1960.

En los EU posteriores a 1968, hemos sustituido la educación relativamente competente de los maestros anteriores a 1968, con la proliferación, apoyada por la ritalina, de maestros ignorantes pero testarudos en sus opiniones que, a menudo, no estarían calificados para graduarse de la primaria a mediados de los 1960. Esa ignorancia y superstición penetrantes, en una población embobada por el entretenimiento, como en la Roma del pan y circo, o su equivalente moderno en los EU de hoy, son las cualidades de decadencia deseadas en la población por quienes esperarían mantener un imperio mundial al estilo romano.

Una población empleada en el verdadero avance científico y tecnológico, no puede ser una población embobada como la que sale de nuestras escuelas y hasta de muchos programas universitarios de hoy. Una población adicta a los cuasipsicóticos y seudocientíficos juegos de video, sería más apta para el papel de carne de cañón de la guerra global perpetua al estilo imperial romano.

De este modo, para realizar los objetivos de control social de los utopistas, había que transformar la dependencia de los EU y Europa en las formas tecnológicamente progresivas de producción de bienes físicos y servicios profesionales de cuidado de la salud, en el tipo de sociedad de consumo decadente que hemos tendido a ser desde que se presentó la propuesta del orate Zbigniew Brzezinski a favor de una economía posindustrial "tecnotrónica", a fines de los 1960.


Zbigniew Brzezinski

Por tanto, la solución que puede aplicarse de una vez a la crisis interna inmediata de los EU, debe parece ser algo como un retorno a los días de los gobiernos de Eisenhower y Kennedy. El objetivo es dar marcha atrás rápidamente al daño hecho por el cambio en el paradigma cultural de 1965–2002. Sin embargo, sería insuficiente no hacer más que imitar, indiferentemente, tanto las necedades como los éxitos reales del intervalo 1945–1964. Debemos distinguir entre las necedades y los éxitos de esa época; y debemos usar los logros como hitos comprobados que muestran el camino de regreso a la carretera innovativa de progreso para la que los EU se crearon.

En la actualidad, la definición de pautas debe tomar en cuenta las siguientes diferencias esenciales entre el desastre de 1929–1933, y el desastre mucho peor que embiste hoy día.

A pesar de las crisis económicas y financieras de 1905–1907, las primeras dos décadas del siglo 20 fueron un período de una continua expansión vigorosa y de progreso tecnológico de las economías de los EU y Europa. Desde las últimas décadas del siglo 19 hasta 1914, el mundo se movilizaba, tanto en tecnología como en volumen de producción, para la guerra que el entonces príncipe de Gales (y luego rey Eduardo VII) del Reino Unido tenía la intención de desatar en el continente europeo. Eduardo estaba poniendo a Francia, Alemania, Italia, Rusia, a los imperios austro–húngaro, otomano y japonés, unos contra otros, todo con el propósito subyacente de mantener el dominio "geopolítico" del imperio británico sobre el mundo a través de la supremacía marítima sobre los EU y el interior del continente eurasiático.

Durante la llamada "guerra para acabar con todas las guerras" y en las negociaciones del Tratado de Versalles, la consigna era la expresión de la intención de proceder a establecer un futuro "gobierno mundial", la que a veces se identificaba como el federalismo mundial. Entonces, y bajo la influencia de los utopistas posteriores a 1944, la "paz mediante el desarme" se convirtió en la frase cifrada para la desindustrialización y para detener el progreso científico y tecnológico, en la medida en que se considerase factible. Así que los efectos ruinosos de la "Gran Guerra" fueron, en combinación, la destrucción sufrida en la guerra misma, y la perversa destrucción económica canibalista calculada de la riqueza existente de la posguerra. Las políticas de la posguerra se orientaron a seguir con la destrucción del mantenimiento, el crecimiento y el progreso tecnológico que habían caracterizado el período desde el surgimiento de los EU como el modelo principal de progreso agroindustrial de 1861 a 1876.

De ese modo, mientras que transcurrió menos de una generación entre el final de la Primera Guerra Mundial y el que Roosevelt emprendiera la recuperación de los EU de la Gran Depresión de 1929–1933, ha transcurrido el doble de ese intervalo desde el comienzo de la destrucción intencional de la economía interna de los EU a mediados de los 1960. Peor aún ha sido el ritmo salvaje de destrucción premeditada de la infraestructura económica básica, en especial desde, primero, las gestiones de los tories estadounidenses Henry A. Kissinger y Zbigniew Brzezinski como asesores de seguridad nacional de los EU, y, segundo, la tasa acelerada de destrucción neta de 1990 hasta la fecha.

Aunque los principios generales de una reconstrucción para la crisis de hoy siguen siendo más o menos los mismos que se aplicaron durante los dos primeros mandatos de Franklin Roosevelt, la simple magnitud del desastre económico a lo interno de los propios EU, medido per cápita y por kilómetro cuadrado, es, en términos relativos, cualitativamente mayor que el de mediados de los 1930. Debimos de haber aprendido colectivamente lo suficiente de la experiencia de 1933–1945, y de otras lecciones adquiridas desde entonces, para superar las dificultades que encaramos, pero fracasaremos a menos que reconozcamos los factores destructivos físicos e ideológicos combinados incrustados en la presente economía y en sus ideologías.

El principal peligro interno singular que enfrenta nuestra república hoy día, no son tanto las carencias en nuestra infraestructura y capacidad productiva que se han acumulado a lo largo de los últimos 35 años. Más bien, nuestra peor aflicción económica es el conjunto de hábitos que ha entrado a formar parte de nuestra cultura popular y nuestro pensamiento económico en las últimas tres décadas y media de apartarnos de nuestro antiguo consenso general como una vigorosa economía productiva, para ir hasta muy al fondo de la fosa de la cultura posproductiva decadente, habituada a una "sociedad de consumidores". Esos hábitos que hemos cultivado en nuestro celo por lograr una utopía "posindustrial", se han convertido en la reacción instintiva de los reflejos culturales que siempre tienden a causar que la mayoría de la opinión popular hoy en día prefiera, una y otra vez, la decisión equivocada, y, a final de cuentas, una autodestructiva. En la medida en que el cambio de paradigma cultural acumulado se considere como la sabiduría de la "opinión democrática", los EU de hoy son una nación de suyo condenada. Si no reconocemos que este peligro para nuestra nación, y para todos nosotros, viene, en general, de nosotros mismos, no habrá nada que pudiere describirse como una posibilidad democrática para una recuperación económica general hoy; hoy día, ese reconocimiento es lo que nos separa de nuestra autoextinción y la de nuestra nación.

Debe reconocerse que la utópica carrera política de ratas que al presente organizan los fanáticos del "Flautista de Hamelin" Cheney, es algo que vino a ser posible hoy, sólo por la acumulación más amplia de insanía que ha tomado un control creciente de la opinión popular, y también de la planificación, desde 1964 aproximadamente.

Tales son los aspectos esenciales, principalmente internos, de las amenazas estratégicas a los EU hoy día.

La situación estratégica de los EU hoy día

Una forma de provocar consternación en la mayoría de las discusiones sobre "seguridad nacional", es preguntar qué es lo que cree cada una de las personas representadas que realmente quiere decir el presidente George W. "43" Bush con el término "seguridad nacional". Debería ser evidente, más allá de cualquier disputa razonable, que hasta la fecha el autor putativo, o los autores, del documento titulado La seguridad nacional de los Estados Unidos de América del presidente George W. Bush, quizá simplemente pretenda gozar del efecto que cause en otros el sonido de las palabras articuladas ahí, como lo hace el presidente Bush, visiblemente, en muchos de los casos en que se le ve hablando en la televisión. Por tanto, en especial en las condiciones de hoy, nuestro primer paso en cualquier discusión sobre las principales cuestiones cruciales tocantes a la "seguridad nacional estadounidense", ahora, tiene que ser el aclarar lo que ustedes y yo debiéramos entender como el significado del término. Uso el verbo "significar" en el sentido que tiene en la ciencia física, como la intención, que se expresa por medio de un principio universal, creado por Dios o el hombre, para producir, de forma sistemática, un resultado de un tipo específico.[3]

Miren a su alrededor. ¿Qué es lo que leen y oyen sobre el tema de la "seguridad nacional?" Hoy, en los círculos de nuestro gobierno, hay gran confusión, simple y sencillamente hay mucha ignorancia, y babosadas también. No sean tan simplistas como para achacárselo todo al presidente Bush; una discusión competente sobre el tema de la seguridad nacional hoy quizá requiera que se metan en aguas más profundas de las que probablemente ni siquiera sospecharan que existieran hasta ahora. Si de veras les preocupa el resultado de lo que sea que se llame seguridad nacional, pueden y harán un esfuerzo exitoso para entender el asunto en los términos que identifico y explico a continuación.

Para comenzar esa discusión, la mayoría de ustedes, por ejemplo, probablemente definen "seguridad nacional" según su deseo de sentirse de cierto modo en lo tocante a sus circunstancias físicas y financieras inmediatas. O quizá piensen, de manera similar, de su deseo de un sentimiento de seguridad respecto a las condiciones de su familia, su vecindario, o del principal empleador de la ciudad. En esa medida, piensan como un consumidor, no como un productor de ese producto que desean.

No es que yo ridiculice esas preocupaciones. Pero, al mismo tiempo, yo, una persona catalogada públicamente como el principal economista de nuestra nación en la práctica, y la única persona calificada, hasta ahora, para participar en las elecciones presidenciales de 2004, debo concebirme como un "productor de seguridad nacional", más bien que un mero consumidor. En cualquier área de la experiencia, el mismo objeto lo ve completamente diferente la persona que piensa en él sólo como objeto de consumo, que la persona responsable de realmente producir esa condición de los asuntos de nuestra nación. La distinción probablemente se aclara si recuerdan el momento en que cayeron en el infortunio de confiar en un producto manufacturado para satisfacer las ideas preconcebidas de unos manufactureros que sólo piensan como consumidores.

En otras palabras, cuando el presidente Bush habla de "seguridad nacional", no se compromete a entregar un producto de verdad. Como muchos de los vendedores de hoy en día —como los ex administradores de la Enron, o el corredor de bolsa que has llegado a despreciar— él se aprovecha de los razgos sugestionables irracionales de los inversionistas, gobiernos y otros, todos los cuales piensan tan sólo como consumidores. El presidente Bush anda vendiendo "pura espuma, y nada de cerveza". Como ciertas firmas de contabilidad de renombre, no está vendiéndoles a ustedes la verdad sobre Iraq, o de la situación financiera de EUA, S.A.; les está vendiendo —¿o, deberíamos decir, está "poniendo en circulación"?— el rédito, pero sin darles los datos pertinentes respecto a cómo se fabricó ese rédito. Si ustedes son ciudadanos bien despiertos, su reproche al Presidente sería: "¡Olvídese del empaque! ¿Qué contiene? ¿Quién lo hizo, y cómo? ¿Tiene una garantía confiable?"[4]

Cuando hablo de seguridad nacional, yo, a diferencia de "43", tengo en mente las condiciones que deben producirse para crear esa seguridad. Tú, en tu papel no sólo de "consumidor" de seguridad nacional, sino también de ciudadano responsable, debías demandar de mí, del Presidente, y del gobierno en general: "¿cómo produciremos, juntos, ese producto que realmente estará ahí cuando yo abra el empaque para descubrir el producto real al cual le has puesto la etiqueta de `seguridad nacional' "?

Dicho esto, reformulemos ahora la pregunta como corresponde.

Hoy día, cuando la soberanía de los Estados nacionales en todo el mundo se corroe hasta la nada con los ácidos del "libre comercio", la "globalización", y el mentado "imperio mundial de la ley", ¿por qué un gobierno que acepte esas tendencias pretende que creamos en la sinceridad de su compromiso con una nebulosa "comosellama" a la que se refiere con el nombre de "seguridad nacional"? A lo largo de la historia conocida, antes del Renacimiento del siglo 15 con centro en Italia, el Estado nacional soberano, como se define en nuestra Declaración de Independencia y la Constitución federal de los EU, no existía. Por tanto, ¿qué es la seguridad nacional, en tanto que no podría existir, salvo en el marco de la sociedad moderna dominada principalmente por un sistema de Estados nacionales soberanos?

Yo, en lo personal, estoy comprometido con la soberanía y la seguridad nacional de los EU; pero, ¿realmente sabe "43" lo que significa ese término? En la práctica, a partir de las pruebas públicas, es probable que para el presidente George W. Bush esas palabras tengan un significado directamente opuesto al que tienen para los pensadores serios. Por ejemplo, en tiempos recientes, en especial desde su informe a la nación de enero de 2002, Bush a menudo parece creer que "Cheney dice que yo poseo este gobierno como propiedad personal, mientras yo esté aquí, lo que dure. Ahora bien, hagan lo que les pido que hagan por las buenas; pero, si no hacen exactamente lo que les digo, quizá tendré que matarlos". Antes de aceptar el uso que cualquiera le dé a las palabras "seguridad nacional", ustedes tienen que resolver qué es lo que debe significar el término en la práctica, en vez de aceptar las frases vacuas que el teleapuntador le dice al orador que recite.

Para empezar: si la seguridad nacional es una condición del Estado nacional soberano, ¿qué es un Estado nacional soberano?

¿Qué es un Estado nacional moderno?

Antes del Renacimiento del siglo 15, existieron muchas variedades de gobiernos, pero ciertamente ninguno "del pueblo, para el pueblo y por el pueblo". Antes del 1400 a.C. la sociedad de común consistía en alguna gente que cazaba a otros grupos de gente para pastorearlos, criarlos y podarlos. Las gentes que se tomaban de blanco para matar o capturar eran consideradas prácticamente como variedades salvajes de ganado humano, como los pueblos o naciones a los que de otra forma se tacha de "forajidos". De liquidarse los gobiernos soberanos existentes, ora por la anarquía total o por un gobierno mundial, tal como unos EU convertidos en el nuevo Imperio Romano mundial de "43", el resultado sería el regreso a un estado de cosas parecido, en el cual la mayoría de los pueblos estarían pronto en el proceso de que se les mate como forajidos, o que se les críe como ganado humano, todo en una guerra mundial perpetua en las fronteras del imperio; cazados y sacrificados por un número menor de otro pueblo.

Por tanto, en vez de chacharear como ardillas emocionadas sobre "seguridad nacional", exijan que nuestro gobierno actual haga un esfuerzo creíble para aclarar el sangriento estado de guerra perpetua que defiende y genera. Nuestra nación debería preguntarse, ¿hace algo para asegurar la creación de un estado de cosas presente o futuro que sea intrínsecamente pacífico? "Pacífico", debía significar un estado de cosas como el que definía el gran secretario de Estado del presidente James Monroe, John Quincy Adams: una condición sostenida por una comunidad de intereses entre Estados nacionales soberanos. Por lo pronto, "43" parece no tener ningún concepto del significado del término "Estado nacional soberano republicano". Dado que parece ser que no sabe qué cosa es tal estado, dónde está, cómo construirlo, ni tampoco podría saber posiblemente qué es, o qué no es, ¿cómo podría saber qué constituye su "seguridad nacional"? ¿Puede un gusano encontrar seguridad en el buche de un tordo, o una nuez entre los cachetes de una ardilla?

Por tanto, debe explicársele lo siguiente a él, así como a otros que, igualmente, han cometido el equívoco de ver la seguridad nacional sólo desde lo que podría describirse como una "óptica consumista" radical. De hecho, estoy prácticamente seguro, como quizá lo estén ustedes, de que "43" no conoce muchos de los siguientes hechos esenciales.

El Estado nacional soberano nació en el Renacimiento del siglo 15, en la Francia de Juana de Arco, bajo su heredero político de hecho, el gran estadista rey Luis XI. El segundo Estado semejante, nació por la fuerza de las armas: la Inglaterra de Enrique VII. El concepto utilizado para crear estos estados se derivó, en gran medida, de los escritos de Dante Alighieri, como su De Monarchia, más notablemente. El diseño fundamental para establecer una comunidad de principio entre Estados nacionales soberanos republicanos, se transmitió en el libro de Nicolás de Cusa, Concordantia Catholica (algo así como: Comunidad universal de principio). El acontecimiento que sentó las condiciones para la formación de los primeros Estados nacionales soberanos —la Francia de Luis XI, y subsecuentemente, la Inglaterra de Enrique VII— fue el gran concilio ecuménico de Florencia, de donde salió la iniciativa del cardenal Nicolás de Cusa para los viajes trasatlánticos, de lo cual fue un resultado la inspiración de Colón, bajo la influencia del liderato de Cusa, llevando al redescubrimiento de las Américas.[5]

Estos nuevos tipos de gobierno, que fueron los precursores específicos de nuestra propia república, llegaron a conocerse desde fines del siglo 15 hasta el siglo 17, como lo que se llama en inglés "commonwealths" [o en español, mancomunidades]. Esto significaba una forma de sociedad en la que el soberano gobernante no se consideraba seleccionado por Dios como accionista de ganado humano, sino que se le hacía responsable de fomentar cierta noción de bienestar general para todo el pueblo, en todo ese territorio, y por el provecho del futuro así como del presente. El Concilio de Florencia y el posterior establecimiento de esos primeros Estados nacionales con base en dicha noción del principio del bienestar general, marcan el punto de separación entre la civilización europea moderna y el feudalismo.

Ahora, definan ese cierto principio, bajo el cual la gente ya no sería tratada como ganado humano. El Estado y su gobierno eran responsables de fomentar el bienestar general de todo el pueblo, incluyendo la posteridad. Ahora, consideren el origen del conjunto de principios clásicos cristianos y de la antigua Grecia, desde los cuales se fundamenta el diseño del carácter de principio del Estado nacional soberano moderno. Para simplificar el trazo de la historia de la transición, hagan a un lado el papel importante y la influencia del Renacimiento árabe, ejemplificado por el califato abasí de Bagdad de al-Mamoun, Harún al-Rasid, etc., y la cuestión relacionada de la importante influencia de los científicos al-Farabi e ibn-Sina (Avicena—ndr.). Concediendo la existencia de esos hechos importantes que dejamos de lado, la contribución específicamente griega y cristiana a la fundación de la civilización europea moderna, en resumen, es la siguiente.

En toda la cultura europea desde la época de Solón de Atenas, este concepto emergente de gobierno justo se derivó de un principio que en el griego clásico de La República de Platón se refiere con el término agape[MACRON]. La definición jurídica política pertinente de ese término, como se cita en esa obra, se define en ese diálogo en el debate en torno a principios de gobierno mutuamente irreconciliables, entre las figuras de Sócrates, Glaucón y Trasímaco. Sócrates expresa ahí la noción pertinente del término agape[MACRON]. Este concepto de agape[MACRON] es la base para definir esa cierta noción pertinente del bienestar general.

Esa misma concepción aparece en el famoso pasaje del apóstol Pablo, Corintios I:13, y es una noción que abunda en el Evangelio según san Juan. Esta adopción cristiana del concepto de agape[MACRON] de Platón, se tradujo posteriormente en el uso cristiano del latín como cáritas, de donde la traducción inglesa de El Nuevo Testamento deriva el significado original del término charity [o caridad, en español], en vez de los usos populares erróneos de ese término. Su significado, como lo especifica Platón, y los apóstoles Juan y Pablo, aparece como la connotación especial, religiosa y de derecho natural, de Liebe, en la más breve traducción alternativa en alemán de agape[MACRON] en los textos cristianos.

Para la sociedad, en el derecho natural, el corolario práctico de esas costumbres es la concepción con base a principios del fomento del bienestar general, o de el bien común. En consecuencia, tenemos que Cotton Mather y Benjamin Franklin ponen de relieve el principio de hacer el bien, como lo había hecho antes el apóstol Pablo, en tanto norma implícita, en vez de listas burdas de lo que debe hacerse y lo que no, para definir la conducta moral. No es el acto en sí mismo, sino las consecuencias de actuar o dejar de actuar por el bien común, lo que mide la conducta moral bajo el derecho natural. No son los actos aislados lo que miden la verdadera moralidad, sino más bien una intención eficaz que se expresa como misión constante, una intención semejante a una ley universal de la naturaleza. En otras palabras, una buena intención en su forma de una misión en marcha, en práctica, como se especifica en Corintios I:13. Sería justo decir, por tanto, que la esencia de la maldad es desatender el bienestar general, y que la distinción del mal puro es la indiferencia existencialista a sus implicaciones, semejante a la de Bertrand Russell.

Como indicaré más adelante, el significado estricto de agape[MACRON], en ese sentido, para los propósitos de lo que se denomina derecho natural, no puede separarse de la definición clásica de Platón del significado de la inmortalidad del alma individual del ser humano mortal, en tanto que sustenta todos los diálogos de Platón, ya sea de manera explícita en algunos casos, o al menos de manera implícita en los demás. El Fedón de Platón y el Fedón de Moíses Mendelssohn, tienen una pertinencia sobresaliente en este respecto. Toda comprensión calificada de los principios del estadismo moderno, depende de una comprensión profunda, como la tienen Platón y Mendelssohn, de la definición estrictamente funcional, en vez de la definición arbitraria (en la lógica de la "torre de marfil") de la inmortalidad del alma humana individual.

El asunto de la inmortalidad del alma, en tanto concepción científica, como lo trataré en las páginas siguientes, no es sólo una cuestión de cualquier teología meramente arbitraria; a través de la historia culta de la civilización europea ha sido un tema central del estadismo. Mostraré aquí que, si una enseñanza religiosa no definió apropiadamente el significado de ese término, "hasta las piedras hablarían".

En este informe sobre el tema de la seguridad nacional de los EU, procedo como para educar a un hombre del tipo de nuestro actual Presidente, privado del conocimiento válido de los principios del estadismo; educarlo en los rudimentos de esa materia que requeriría, de proponerse a desembrollar su mente de lo que han sido sus errores crasos, verdaderamente trágicos en el sentido clásico, hasta el momento. En servicio de esa intención modelo, ordeno los componentes esenciales del tema en cuestión, en cuatro clasificaciones generales.

Primero, la estrategia para la paz. Pondré énfasis en los escollos esperados en la vía de intentar un enfoque ecuménico para asegurar la paz, congruente con la seguridad nacional.

Segundo, destacaré un grupo de ciertos principios fundamentales interconexos que subyacen el concepto del moderno Estado nacional soberano republicano: la noción de la inmortalidad del alma humana individual soberana.

Tercero, la función actual del llamado "gran hombre" en la preservación de la seguridad económica nacional, como lo hizo el presidente Franklin Roosevelt en condiciones de crisis sistémica como la presente.

Finalmente, resumo la naturaleza de la principal amenaza presente contra la seguridad nacional de los EU: el síndrome patológico colectivo que sigue dominando al gobierno de "43" hasta el presente momento.


Presidente George Bush y el Primer Ministro Tony Blair

......................

(continuará)


[1] Ciertamente, hubo un defecto que viene al caso en el programa renovado que West Point empleó después de 1815, ejemplificado por el énfasis en los escritos de Jomini. Se introdujo una pronunciada influencia de Napoleón, Murat, y demás de varios modos, algunos directos, en las tradiciones militares y afines de la futura conspiración de la Confederación. En consecuencia, había un fuerte sabor a ideología napoleónica fascista y métodos de práctica en los preparativos de 1848–1861 para la insurrección de la Confederación de 1861 a 1865. Esta influencia en pro del fascismo, ejemplificada en la formación original del Ku Klux Klan, y su restauración con el presidente Woodrow Wilson, es emblemática de la resaca fascista que se refleja en las actuales prácticas utopistas del gobierno de 43. No obstante, la corriente principal de la tradición militar estadounidense estuvo influida fuertemente desde Francia y Alemania por la obra de Carnot y Scharnhorst.

[2] Es de recalcar que el uso de términos como káiser y zar, reflejan la doctrina ultramontana asociada a referencias tales como la fraudulenta Donación de Constantino. Esta doctrina, que alude al imperio romano y a los imperios anteriores de Mesopotamia, es el precedente sobre el cual se fundamentan las nociones actuales contra el Estado nacional: libre comercio, gobierno mundial y globalización. Bajo este dogma ultramontano, el cual dominó a Europa desde el imperio romano hasta el Renacimiento del siglo 15 centrado en Italia, el poder para crear la ley se limitaba a un emperador, un título intercambiable con la antigua noción religiosa romana de la autoridad superior del póntifex máximus sobre las sectas incluidas en el panteón de religiones legalmente permitidas. De ese modo, el gobierno mundial requería la codificación de una religión mundial, y hasta los monarcas vieron su autoridad reducida a la de meros administradores, sin la autoridad para definir la ley, lo cual estaba limitado a la personalidad del emperador. De aquí el esfuerzo, como el del príncipe Felipe del Reino Unido, de elevar a la religión mundial como rasgo complementario del gobierno mundial.

[3] Por ejemplo, intención, como la emplea Johannes Kepler para indicar el principio universal de gravitación, el cual fue el primero en descubrir.

[4] El chiste es: el secretario de Defensa Donald Rumsfeld dejó el gobierno para poner una cadena de hamburguesas. Cuando los clientes se quejaban, ¿donde está la carne? Rumsfeld respondía, apretando firmemente su dentadura con su labio superior, no le diré donde está escondida la carne, pero tengo evidencia a prueba de balas de que existe.

[5] Fue el descubrimiento, en Portugal, de una carta de Cusa, lo que puso a Cristobal Colón en la pista que lo llevó a descubrir un mapa del mundo elaborado por el colaborador de Cusa, el astrónomo Paolo del Pozzo Toscanelli. Nótese que el gran círculo de la circunferencia de la Tierra fue medido con un grado de precisión altamente significativo por el famoso Eratóstenes a fines del siglo 3 a.C., y Cusa ya había escrito que la Tierra giraba en torno al Sol. Confiando en el mapa de Toscanelli, Colón asumió que navegaba hacia Asia. El error se debió casi con certeza a que ¡Toscanelli confiaba equivocadamente en las fuentes venecianas con relación a la distancia desde Italia hasta la costa del Pacífico en China!