Una nota sobre el utopismo:
La moralidad de la locura

16 de octubre de 2003

El reduccionista con frecuencia se aferra al concepto utópico del significado de la vida humana individual. Delira que la vida mortal es un lugar cuyo único propósito es probar las almas. En esta visión patética, el supuesto es que la vida mortal es un lugar donde las pruebas se someten a una cadena de pruebas: los que aprueban van al cielo; los que fracasan van al infierno, o a un lugar intermedio. En esta situación, por ejemplo, puede juzgarse a un individuo por aferrarse a una elección errónea de juramento, o por infringir alguna otra regla, aun si el no quebrantar ese juramento pudiera acarrearle un gran mal a la humanidad.

En la visión contraria, la cristiana, por ejemplo, el resultado inmortal de la vida mortal del individuo es el beneficio, o lo contrario, que aportan las acciones mortales de éste a la condición humana en general.

De allí que, para el individuo patéticamente utópico, es una tragedia quebrantar un juramento, o algún otro precepto arbitrario, como en el caso de una prueba masónica. Para la persona cuerda, la tragedia radica en un patrón de conducta que, ya sea que cause, o no logre impedir algún sufrimiento para la humanidad. En el caso de la persona cuerda, la existencia mortal es inseparable de la inmortal; el individuo moral actúa dentro del marco de la mortalidad, sobre un universo, una simultaneidad de la eternidad, en la que su existencia afecta el desenlace tanto del pasado como del futuro por igual.

La causa moral que subyace tales distinciones, es la misma que denota el desenmascaramiento del fraude de Leonhard Euler y Louis de Lagrange respecto a la existencia del dominio complejo en 1979, por Carl Gauss. Esa es, para nosotros, la mortalidad asociada a la percepción sensorial; mientras que, para nosotros, nuestra inmortalidad reside en la universalidad eficaz que habita el dominio asociado con los experimentos validados por experimento de principios físicos universales eficaces.

Sin embargo

El hombre no es un animal, aun cuando él (o ella) pareciera ser tan bestial como Paolo Sarpi, Francis Bacon, Thomas Hobbes, o John Locke. A diferencia de las bestias, el individuo humano tiene la capacidad de descubrir principios físicos universales que rigen desde más alla que las meras sombras de la percepción sensorial. En la persona moralmente sana, ese aspecto de la mente designado para el conocimiento de descubrimientos válidos por experimento de principios físicos universales, puede malemplearse en tanto facultad dedicada a los conceptos falsos de agencias invisibles. Este mal uso de esa facultad ocurre más o menos de la misma manera en que la mente torcida adopta las llamadas definiciones "de suyo evidentes", de axiomas y postulados de una geometría eucludiana o cartesiana. El concepto de una "mano invisible" de Adam Smith, es un ejemplo de semejante conducta mental patológica. Las reglas arbitrarias de creencia religiosa pertenecen a la misma especie de patologías que el concepto de la "mano invisible".

Mire, por ejemplo, el caso del fariseo santurrón intolerante en lo religioso. Escoja a un usurero entre tales tipos depravados. El usurero insiste en que es una persona moral, y alega el caso adhiriéndose a ciertas reglas de esas "de suyo evidente", incluyendo las reglas de observancia religiosa. No considera las consecuencias de su comportamiento intrínsecamente inmoral, en tanto usurero, para la condición de la humanidad. En el mundo real es una persona intrínsecamente inmoral, y su profesión de fe es, por tanto, un fraude en ese respecto.

Considere otro caso: el empirista como Euler o Langrange, u otra variedad de reduccionista. Esas personas son intrínsecamente inmorales porque inducen a sus víctimas embaucadas a negar la diferencia entre la mera percepción sensorial y los principios físicos universales, que yacen más allá de la percepción sensorial directa, y de los cuales depende el progreso y el bienestar de la humanidad.

Todos estos y otros tipos análogos deben clasificarse entre esa variedad de personas intrínsecamente inmorales llamadas utopistas. Su iniquidad característica yace en el hecho de que adoptan reglas de conducta social o individual inventadas, mismas que pretenden imponerle a la sociedad en remplazo del conocimiento real de aquellos principios físicos universales pertinentes, que determinan el resultado de las pautas de conducta de la sociedad sobre el desenlace de la obra de las generaciones pasadas, presentes y futuras. Cuando tales utopistas insisten con fanatismo en semejantes reglas arbitrarias, son las más perversamente destructivas de todas las personas, debido a los efectos de su creencia sobre el destino de la humanidad.