El placer de leer el Quijote

por Carlos Wesley

En una encuesta realizada en el 2002, algunos de los escritores más importantes del orbe, en representación de casi todos los continentes, desde África hasta Australia, Europa, Asia y las Américas, seleccionaron a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha como la mejor novela del mundo. "Si hay una novela que debes leer antes de morir, ésa es Don Quijote", dijo el nigeriano Ben Okri.[1]

Esta opinión la comparte de todo corazón nuestro grupo de estudio, el cual empezó a leer Don Quijote, en voz alta, hace dos años. Terminamos la Parte primera de esta obra maestra del siglo 17, de Miguel de Cervantes Saavedra (1547–1616), publicada en 1605, y ahora estamos avocados a la Parte segunda, que Cervantes publicó diez años después, en 1615.

Para nosotros, leer el Quijote ha sido una empresa por demás placentera, algo que deberías considerar hacer. Al hacerlo, te unirías a muchos otros, incluyendo a los padres fundadores de Estados Unidos, que han leído y disfrutado del Quijote por casi 4 siglos.

La novela de Cervantes se ha traducido a la mayoría de los idiomas del mundo. Una de las primeras traducciones es la de Thomas Shelton al inglés, en 1607. Shelton formaba parte de los círculos de William Shakespeare.[2]

Después de la Biblia, el Quijote es la obra literaria más publicada del mundo. Ha inspirado incontables películas, poemas, y obras de teatro y musicales, como es el caso del compositor inglés Henry Purcell, ya desde el siglo 17, y del buen amigo de Juan Sebastián Bach, Georg Philip Telemann (padrino del hijo de Bach, Carl Philip Emmanuel), quien compuso la famosa suite Don Quijote, sin olvidar a Gaetano Donizetti, Félix Mendelssohn y muchos otros.

Un espejo para la sociedad

Como casi todo mundo sabe, la trama básica del Quijote trata de las aventuras de un miembro de la clase terrateniente venida a menos de la España de fines del siglo 16, quien, enloquecido por leer tantos libros de caballería, decide él mismo convertirse en un caballero andante y, junto con su vecino, el campesino Sancho Panza, a quien promete el gobierno de una "ínsula" a cambio de sus servicios como escudero, decide viajar por España. En su camino, se encuentra con aristócratas, burócratas y ladronzuelos, comerciantes, soldados, sacerdotes y monjes, duques, duquesas, y prostitutas, 669 personajes en total, quienes representan al verdadero pueblo español de la época: la nación más poderosa del mundo, pero que va que vuela a su ruina inexorable por la estupidez de su pueblo y por las políticas de los reinantes Habsburgo, en particular las de Felipe II (1527–1598) y su hijo, el indolente y venal Felipe III (1598–1621). En tanto que el primero emprendió una cruel, pero vana política de represión hacia los Países Bajos, fue en el reinado del último que se concretó la expulsión de la población musulmana de España, empezando en 1609, que completó el proceso de limpieza étnica iniciada poco más de un siglo antes, con la expulsión de los judíos (1451–1504) en el reinado de la bisabuela de Felipe III, la reina Isabel.

A lo largo del viaje de don Quijote y Sancho Panza, además de presentarles a sus contemporáneos un espejo en el cual poder ver sus fortalezas, así como las locuras que los llevaron a este triste trance, Cervantes les muestra (y a nosotros) cómo salir del lío, entre otras cosas, en las enseñanzas que don Quijote ofrece a Sancho sobre cómo gobernar; lecciones que éste aprende bien, como veremos más adelante, cuando gobierna de manera ejemplar la "ínsula Barataria" (esto es, hasta que enfrenta una situación nueva que no concuerda con los axiomas con los que venía conduciéndose, que es cuando Sancho es incapaz de cambiar —o no quiere hacerlo— y renuncia al cargo).


Muchos niveles de significado

Aunque, por supuesto, uno puede disfutar mucho leyendo el Quijote por su cuenta, leerlo en voz alta en un grupo brinda un sentido más elevado de gozo y entendimiento, como hemos aprendido en nuestro círculo de estudio.

Nuestro grupo nació en el 2000, cuando este autor asumió mayores responsabilidades editoriales en las publicaciones en español del movimiento internacional que encabeza Lyndon H. LaRouche, y se dio cuenta de que necesitaba pulir sus propias habilidades lingüísticas, y las de un par de sus jóvenes colaboradores. Conociendo por experiencia los saludables efectos de leer el Quijote, propuse que los tres nos reuniéramos ocasionalmente a estudiar algunos pasajes. Para mi sorpresa, en la ocasión de nuestra primera reunión, no sólo vinieron los jóvenes, sino también varios colegas que querían unirse a la diversión.

En un momento dado nuestro grupo pasó de 20 personas —una cantidad algo difícil de manejar— pero a la larga bajó a un nivel mucho más manejable de entre 10 y 12 personas.

Desde el principio establecimos unas cuantas reglas sencillas para facilitar la participación: que nos reuniríamos una vez a la semana, por no más de una hora; que empezaríamos a la hora indicada (las más de las veces, ¡a como dé lugar!), sin importar cuántos estuvieran presentes; y que terminaríamos a la hora acordada. De esta forma, cualquiera podría organizarse para participar en las lecturas sin preocuparse de interrumpir su trabajo u otra actividad. Otra regla fue que todos leeríamos por turnos y en voz alta.

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Algunos de los miembros del movimiento larouchista durante
las clases de lectura de 'Don Quijote' (Virginia 2003)

Aunque llevamos más de dos años, y estamos a poco más de la mitad del libro, ha sido muy divertido, al grado que nadie tiene prisa por terminarlo. "Pero, ¿qué dices? ¡Esto es lo mejor de la semana! Esto es lo que estoy esperando", comentó un miembro del grupo una vez. Qué mejor testimonio del poder del libro, que el hecho de que haya captado la atención de la composición tan diversa de nuestro círculo de lectura, por tanto tiempo. Nuestro grupo incluye (o ha incluido en diferentes momentos) trabajadores agrícolas hispanos, con poca educación formal; estudiantes de primaria y secundaria de habla hispana; hispanos con un nivel secundario o universitario; estadounidenses con un grado secundario o universitario, cuyo dominio del español varía de rudimentario al de casi una lengua natal. Y aunque no todos sacamos el mismo provecho del libro (¿cómo podríamos?), todos disfrutamos el reunirnos una hora a la semana, leyendo por turnos una parte, en tanto que el líder del grupo —a veces este autor, otras alguien más—, que se ha tomado el tiempo para estudiar de antemano el capítulo a leer, presenta la definición de los términos que pudieran ser desconocidos (que no son tantos como pudiera pensarse, pues el español de Cervantes es notablemente moderno), o explicaciones literarias, históricas, o alusiones populares, etc.

La única cosa que procuramos evitar es "explicar" lo que Cervantes "quiso decir", pues hemos aprendido que hay niveles y más niveles de significado ocultos en las ambigüedades del Quijote, que uno descubre cual pelar una cebolla, como diría LaRouche.

Tomemos este ejemplo de la Parte primera, Capítulo IX:

Esta imaginación me traía confuso y deseoso de saber real y verdaderamente toda la vida y milagros de nuestro famoso español don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballería manchega, y el primero que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de las andantes armas, y al de desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle; que si no era que algún follón, o algún villano de hacha y capellina, o algún descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, se fué tan entera a la sepultura como la madre que la había parido.

Algunas de estas ambigüedades —como las rabelaisianas,[3] "con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle"— prácticamente hacen brincar en su asiento a cualquiera que lee el libro.

Sin embargo, descubrimos que se alcanza una comprensión mayor al leer en voz alta, y del proceso de discusión que hay en un grupo. Esto no es accidental, porque Cervantes diseñó el libro para leerse en voz alta; una necesidad en ese entonces, pues se calcula que apenas el uno por ciento de la población de España sabía leer y escribir, y la situación no era mucho mejor en el resto de Europa.

Tan es así, que a lo largo de la Parte primera del Quijote Cervantes describe grupos de pastores en el campo, o viajeros que se reúnen en alguna venta, para escuchar a alguien leer un libro u otra cosa. Y luego, en la Parte segunda, Cervantes nos muestra a un grupo de personas ¡que se reúne para hablar de la Parte primera de Don Quijote!

Dos ejemplos de cosas que entendimos mejor como resultado del trabajo conjunto, los tenemos en el Capítulo LII, el último de la Parte primera, titulado, "De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los diciplinantes, a quien dio felice fin a costa de su sudor".

El primero, es la reacción de Sancho Panza al ver a su amo tendido en el suelo tras haber sido vapuleado por un grupo de disciplinantes religiosos, a quienes don Quijote había atacado, creyéndolos secuestradores.

Pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el más doloroso y risueño llanto del mundo, creyendo que estaba muerto. El cura fue conocido de otro cura que en la procesión venía; cuyo conocimiento puso en sosiego el concebido temor de los dos escuadrones. El primer cura dio al segundo, en dos razones, cuenta de quien era don Quijote, y así él como toda la turba de los disciplinantes fueron a ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza, con lágrimas en los ojos, decía:

—¡Oh flor de la caballería que con sólo un garrotazo acabaste la carrera de tus bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual, faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!

El discurso de Sancho es divertido, en particular la parte en la que describe a don Quijote como "humilde con los soberbios y arrogante con los humildes", que a primera vista pareciera un ejemplo de la bien sabida proclividad de Sancho a torcer el lenguaje.

Pero, ¿es ése el caso?

Aunque este autor de ningún modo es lo que llamaríamos un experto en Cervantes, he leído el Quijote muchas veces por mi cuenta. Sin embargo, en lecturas previas, a mí —y a otros en el grupo que ya habían leído el libro antes— me pasó desapercibido el verdadero chiste, el cual sólo capté en el proceso deliberativo del grupo: es decir, que Sancho no está hablando impropiedades; su descripción de la conducta de don Quijote como "humilde con los soberbios y arrogante con los humildes", ¡es absolutamente cierta!

Esto se ve un poco antes, en el Capítulo XLIV, "Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta", la única ocasión en la Parte primera donde alguien le pide a don Quijote que ejerza su profesión de caballero andante.

Y en tanto que le hacía esta y otras preguntas, oyeron grandes voces a la puerta de la venta, y era la causa dellas que dos huéspedes que aquella noche habían alojado en ella, viendo a toda la gente ocupada en saber lo que los cuatro buscaban, habían intentado a irse sin pagar lo que debían; mas el ventero, que atendía más a su negocio que a los ajenos, les asió al salir de la puerta, y pidió su paga, y les afeó su mala intención con tales palabras, que les movió a que le respondiesen con los puños; y así, le comenzaron a dar tal mano, que el pobre Ventero tuvo necesidad de dar voces y pedir socorro. La Ventera y su hija no vieron a otro más desocupado para poder socorrerle que a don Quijote, a quien la hija de la Ventera dijo:

—Socorra vuestra merced, señor caballero, por la virtud que Dios le dio, a mi pobre padre; que dos malos hombres le están moliendo como a cibera.

A lo cual respondió don Quijote muy de espacio y con mucha flema:

—Fermosa doncella, no ha lugar por ahora vuestra petición, porque estoy impedido de entremeterme en otra aventura en tanto que no diere cima a una en que mi palabra me ha puesto. Mas lo que yo podré hacer por serviros, es lo que ahora diré: corred y decid a vuestro padre que se entretenga en esa batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningún modo, en tanto que yo pido licencia a la princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita; que si ella me la da, tened por cierto que yo le sacaré della.

—¡Pecadora de mí! —dijo a esto Maritornes, que estaba delante—. Primero que vuestra merced alcance esa licencia que dice estará ya mi señor en el otro mundo.

—Dadme vos, señora, que yo alcance la licencia que digo —respondió don Quijote—; que como yo la tenga, poco hará al caso que él esté en el otro mundo; que de allí le sacaré a pesar del mismo mundo que lo contradiga; o, por lo menos, os daré tal venganza de los que allá le hubieren enviado, que quedéis más que medianamente satisfechas.

Y sin decir más, se fué

a obtener el permiso. Una vez obtenido, don Quijote,

embrazando su adarga y poniendo mano a su espada, acudió a la puerta de la venta, adonde aún todavía traían los dos huéspedes a mal traer al Ventero; pero así como llegó, embazó y se estuvo quedo, aunque Maritornes y la Ventera le decían que en qué se detenía; que socorriese a su señor y marido.

—Deténgome —dijo don Quijote— porque no me es lícito poner mano a la espada contra gente escuderil; pero llamadme aquí a mi escudero Sancho; que a él toca y atañe este defensa y venganza.

Encarando a la sociedad española


A Don Quijote lo apalean flagelantes tras intentar liberar a la estatua
de la Virgen (Capítulo LII de la Parte primera)

En el segundo ejemplo del Capítulo LII de la Parte primera, Cervantes enfrenta las supersticiones, el falso sentido del honor y otros defectos de la España de los siglos 16 y 17, con la fina ironía que lo caracteriza, para obtener el efecto más devastador.

Éste es el de la pelea con los disciplinantes, que antecede inmediatamente a la escena con Sancho arriba descrita.

El cabrero, que ya estaba cansado de moler y ser molido, le dejó luego, y don Quijote se puso en pie, volviendo así mismo el rostro a donde el son se oía, y vió a deshora que por un recuesto bajaban muchos hombres vestidos de blanco, a modo de diciplinantes.

Era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese; y para este efecto la gente de una aldea que allí junto estaba venía en procesión a una devota ermita que en un recuesto de aquel valle había. Don Quijote, que vio los estraños trajes de los diciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los había de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que a él solo tocaba, como a caballero andante, el acometerla; y confirmóle más esta imaginación pensar que una imagen que traían cubierta de luto fuese alguna principal señora que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines; y como esto le cayó en las mientes, con gran ligereza arremetió a Rocinante, que paciendo andaba, quitándole del arzón el freno y el adarga, y en un punto le enfrenó; y pidiendo a Sancho su espada, subió sobre Rocinante, y embrazó su adarga, y dijo en alta voz a todos los que presentes estaban:

—Agora, valerosa compañía, veredes cuánto importa que haya en el mundo caballeros que profesan la orden de la andante caballería; agora digo que veredes, en la libertad de aquella buena señora que allí va cautiva, si se han de estimar los caballeros andantes.

Sancho intenta detenerlo:

—¿Adonde va, señor don Quijote? ¿Qué demonios lleva en el pecho, que le incitan a ir contra nuestra fe católica? Advierta, mal haya yo, que aquella es procesión de diciplinantes, y que aquella señora que llevan sobre la peana es la imagen benditísima de la Virgen sin mancilla; mire, señor, lo que hace; que por esta vez se puede decir que no es lo que sabe.

Desatendiendo los ruegos de Sancho, don Quijote se aproxima a la procesión:

—Vosotros, que, quizá por no ser buenos, os encubrís los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero.

Los primeros que se detuvieron fueron los que la imagen llevaban; y uno de los cuatro clérigos que cantaban las ledanías, viendo la estraña catadura de don Quijote, la flaqueza de Rocinante y otras circunstancias de risa que notó y descubrió en don Quijote, le respondió, diciendo:

—Señor hermano, si nos quiere decir algo, dígalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las carnes, y no podemos, ni es razón que nos detengamos a oír cosa alguna, si ya no es tan breve, que en dos palabras se diga.

—En una lo diré —replicó don Quijote—, y es ésta: que luego al punto dejéis libre a esa hermosa señora, cuyas lágrimas y triste semblante dan claras muestras que la lleváis contra su voluntad y que algún notorio desaguisado le habedes fecho; y yo, que nací en el mundo para desfacer semejantes agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece.

Desde luego, ellos no le dieron "la deseada libertad que merece". Al contrario, se burlan de don Quijote, provocando su ira; él saca su espada y embiste, recibiendo por respuesta una golpiza.

Toda la escena es para morirse de risa, y al confundir don Quijote a los disciplinantes con secuestradores, recordamos el famoso incidente donde ve los molinos de viento como gigantes. Pero, una vez más, el proceso de discusión del grupo descubrió otro nivel de significado. Este es, que don Quijote tiene razón al decir a los que cargan la imagen, "quizá por no ser buenos, os encubrís los rostros", y que "la lleváis contra su voluntad y que algún notorio desaguisado le habedes fecho", de lo que sus "lágrimas y triste semblante dan claras muestras".

Y así es, pues quienes llevan la imagen son "diciplinantes", o flagelantes. Esto lo confirma la respuesta de uno de los clérigos cuando don Quijote enfrentó a la procesión: "Si nos quiere decir algo, dígalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las carnes". Así, don Quijote no está asaltando "nuestra fe católica" como Sancho teme, ¡sino a aquéllos —incluyendo a la Iglesia española dominada por la Inquisición— que se pervierten entregándose al sadomasoquismo en su nombre! Esto es, que la Inquisición, que impuso el dogma, el control del pensamiento, en vez de una fe basada en la razón, ciertamente "secuestró a Nuestra Señora"; y que don Quijote, cuya locura le permitía ver y decir la verdad, como la inocencia del niño en el cuento de "El traje nuevo del emperador", señala lo obvio (esto es aun más explícito en el Capítulo IX de la Parte segunda, donde Cervantes presenta a don Quijote diciendo: "Con la Iglesia hemos dado, Sancho").

En esto, Cervantes sigue las enseñanzas de Erasmo de Roterdam, quien, junto con sus aliados y copensadores —incluyendo a François Rabelais, santo Tomás Moro, y a los humanistas españoles Luis Vives, Pedro de Lerma, los hermanos Juan y Alfonso Valdez, así como el científico Miguel Servet (a quien Juan Calvino quemó en la hoguera por hereje)—, intentó acabar con el feudalismo, reformando a la Iglesia y eliminando toda superstición y dogmatismo fanático, y detener así las perversidades gemelas de la Reforma y la Contrarreforma, las cuales, lanzadas y controladas por Venecia, desangraron a Europa por todo el siglo 16, y aún más en el siglo 17, durante la guerra de los Treinta años, hasta la Paz de Westfalia en 1648.

Cervantes era un erasmista. Su primer mentor fue el clérigo y educador español Juan López de Hoyos, el principal traductor de Erasmo de la época. En 1567 Cervantes estudió en la escuela de López de Hoyos en Madrid, y fue éste el primero que hizo los trámites para publicar las obras de Cervantes (a quien él llamaba mi "claro y amado discípulo"), en 1569. Fue también De Hoyos quien le consiguió a Cervantes un puesto en Italia, donde permaneció por cinco años.

Paradojas y ambigüedades


Sancho descansando debajo del arbol en compañia de su burro

Uno de los secretos de la grandeza de Cervantes es su maestría en el uso de lo que LaRouche describe como una comunicación humana apropiada: aquélla que "se basa en las ironías, en las paradojas, en las metáforas, en las ambigüedades. Así que lo que dices tiene un doble o triple sentido. Un buen retruécano, no un retruécano estúpido de juego de palabras, sino un retruécano de verdad bueno, es una ambigüedad. Y lo que haces al plantear una ambigüedad, es decir, `lo que te digo es esto', pero inquietas a la persona con la que hablas porque planteas una ambigüedad. Y dicen, `¿qué quieres decir en realidad?' Y haces lo mismo. Así que lo que haces al plantear una paradoja, es forzar la mente de la otra persona para que pase por el proceso de resolver la paradoja. Y Así, comunicas un significado que no se encuentra en una lectura literal de la palabra, como una sucesión de referencias de objetos, sino que tiene un significado escondido que la mente de la persona del otro lado de la conversación es capaz de reconocer".[4] Entonces, agrega LaRouche: "Lo importante en la comunicación es la capacidad de crear paradojas en tu forma de expresarte que obliguen a la mente del que escucha a buscar el significado de lo que expresaste más allá del dominio literal de los objetos de la percepción sensorial conocida".

Y esto es exactamente lo que Cervantes hace en el Quijote, como puede verse en los ejemplos anteriores.

Pero esto va más allá: Cervantes no sólo plantea paradojas en casi cada escena del Quijote, sino que la mayoría de sus personajes son ellos mismos paradojas. Don Quijote es un loco de atar, que se cree que, para crearlo, Cervantes se inspiró en Felipe II, un monarca que empezó con buenas intenciones pero que llevó a España a la ruina por su adherencia a los intentos de darle marcha atrás al Renacimiento, así como a los dogmas teocráticos impuestos a la Iglesia tras el Concilio de Trento de 1536.[5] Pero, en todo lo que no tiene que ver con la caballería andante, don Quijote prueba ser el individuo más sabio; por ejemplo, como demuestra el consejo universal que le da a Sancho en el Capítulo XLII de la Parte segunda:

Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.

Y, sobre cómo ser un buen gobernante:

Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico.

Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.

Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.

Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

La mente soberana de la personalidad individual

Las paradojas de Cervantes son ontológicas por naturaleza, en el sentido del "dominio de la ciencia física" de Riemann, como LaRouche lo define en "Límites aespaciales–atemporales en Leibniz".[6] LaRouche muestra cómo el experimento de Eratóstenes para poner a prueba el supuesto de que "la Tierra es plana" —el supuesto de que el sujeto del experimento existe en un espacio–fase bidimensional— produjo pruebas de que exhibe una desviación de la simple extensión lineal, requiriendo de la introducción de un espacio–fase tridimensional. Como en el caso del experimento de Eratóstenes, "podemos demostrar, de un modo que nuestras creencias establecidas no puedan objetar, que el hecho inquietante tiene el mismo género de autoridad experimental que hasta ese momento le hemos atribuido a nuestra hipótesis establecida. Con todo, la existencia eficiente del hecho recién demostrado no se puede aceptar como teorema válido de la hipótesis establecida. De modo que estos dos conjuntos de hechos, comprobados por igual, no pueden coexistir en el universo aparente en el que creíamos habitar. Una genuina paradoja".

No puede negarse, dice LaRouche, que esas dos clases de hecho cohabitan en el mismo universo. "Enfrentados a tales paradojas, los descubridores originales han generado ideas que resultan ser soluciones. Si podemos comprobar experimentalmente estas ideas, las llamamos `nuevos principios físicos'. El problema es que, aunque podamos demostrar con métodos experimentales la existencia del principio descubierto, no podemos representar explícitamente, en las matemáticas o en ningún otro medio de comunicación, los procesos mentales, que se dan enteramente dentro de la mente individual, por medio de los cuales se generan esas ideas válidas". Lo que podemos hacer es "repetir el descubrimiento dentro de nuestros propios procesos cognoscitivos soberanos".

Cervantes no "nos dice" la solución, sino que, como en todo el arte clásico, nos incita a que "reproduzcamos el descubrimiento dentro de nuestros propios procesos cognoscitivos soberanos". En tanto que el carácter distintivo e indispensable del progreso, afirma LaRouche, es el avance científico y tecnológico, "los principios de la cultura artística clásica tienen relación indispensable con la capacidad de una población de asimilar y generar los beneficios del progreso científico y técnico".

Piensa, por ejemplo, en el efecto que el Quijote, con su vocabulario de más de 9.000 palabras, tuvo sobre un campesinado español ¡cuyo vocabulario promedio se calcula contaba con apenas quinientos vocablos (o incluso menos)! Sin mencionar el cuerpo entero de las obras de Cervantes, con un vocabulario total combinado de entre 15.000 y 20.000 palabras.

En elogio de la locura

Además de elevar el vocabulario de sus compatriotas, Cervantes buscó elevar sus almas para llevarlos al nivel de ciudadanos de una república que pueden autogobernarse.

No se sabe si Cervantes compartía la perspectiva de Erasmo de que "en España apenas hay cristianos". Pero no hay duda de que, en ese tiempo, a España la afligía profundamente una terrible enfermedad del alma, la cual los españoles llamaban honor. Un hombre de honor no trabajaba; aun el trabajo intelectual para ganarse la vida era considerado deshonroso. Uno debía cuidar las apariencias: los viajeros de otras partes de Europa se maravillaban de que casi todo el mundo en España presumía de tener alguna relación con la nobleza. Los artesanos llegaban al trabajo vestidos de punta en blanco, trabajaban poco, se daban su tiempo para almorzar y se retiraban en cuanto podían. Y, tan pronto ganaban un poco de dinero, al decir de estos viajeros, compraban algún título y se olvidaban del trabajo para siempre.

En el Capítulo XLIV de la Parte segunda, el álter ego de Cervantes, el moro Cide Hamete Benengeli, en uno de esos raros pasajes del libro en que habla él mismo, exclama:

¡miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a limpiárselos! ¡Miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza, y piensa que desde una legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo y la hambre de su estómago!"

Aun más importante que el honor era la limpieza de sangre; esto es, no eran las virtudes de una persona las que determinaban su nobleza, sino la pureza de su linaje, que proviniera de una familia no contaminada con sangre judía o morisca.

Es por eso que, en Don Quijote, Cervantes aborda la sociedad española histórica específica —una sociedad que estaba "patas arriba", que había perdido relación con la realidad, que rechazaba cualquier idea nueva, en especial del tipo que necesitaba para reproducirse— contraponiendo la (aparente) locura de sus protagonistas a lo que se consideraba cuerdo en esa sociedad. Cervantes obliga al lector (como en el caso de la cueva de Montesinos, donde don Quijote pasa una experiencia que nos recuerda las sombras de la famosa cueva de Platón) a enfrentar y resolver el infame "¿qué es la verdad?", de Pilatos.

En este sentido, el Quijote es tanto un elogio a la locura, como lo es el famoso tratado de Erasmo de ese nombre.

Y así son casi todas las demás obras de Cervantes, cuyo tema es casi siempre la locura de una sociedad que cree en las apariencias, al tiempo que niega la realidad. Sobre todo en la historia de El licenciado Vidriera y en el entremés El retablo de las maravillas, donde algunos pueblerinos permiten que un par de artistas timadores los embauquen para que digan que pueden ver la danza bíblica de Salomé, pues de admitir la verdad —que no podían verla— revelarían tener sangre judía.

Así nos encontramos a Sancho en el Capítulo IV de la Parte segunda, diciendo: "Eso allá se ha de entender con los que nacieron en las malvas, y no con los que tienen sobre el alma cuatro dedos de enjundia de cristianos viejos, como yo los tengo". Nota el orgullo con que Sancho usa la palabra enjundia (grasa) en relación a su alma, que representa un ataque de los españoles contra las religiones judía y musulmana, ninguna de las cuales permite comer cerdo.

Luego, en el Capítulo VIII de la Parte segunda, el mismo Sancho dice: "Y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente, en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos".

Arremeter contra molinos de viento creyendo que son gigantes, como lo hace don Quijote, es ciertamente una conducta loca, como el propio don Quijote reconoce en el Capítulo XVII de la Parte segunda:

—¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuesa merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues, con todo esto, quiero que vuesa merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido. Bien parece un gallardo caballero, a los ojos de su rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada con felice suceso a un bravo toro; bien parece un caballero, armado de resplandecientes armas, pasar la tela en alegres justas delante de las damas; y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares, o que lo parezcan, entretienen y alegran, y, si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes; pero sobre todos éstos parece mejor un caballero andante, que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, sólo por alcanzar gloriosa fama y duradera.[FIGURE 3]

Así que, ¿quién es el verdadero loco? ¿Don Quijote que arremete contra molinos de viento, o el noble español que gana honor al lidiar un toro frente a su rey?

De hecho, don Quijote empieza como un representante de la nobleza desocupada. Al principio del libro aparece como aquel que prefiere vivir en la pobreza decorosa, que trabajar su hacienda y poner en peligro su honor. Él emplea a un mozo de campo y a una sirvienta, y se ocupa en sus libros, que compra vendiendo lotes de sus tierras de cuando en cuando.

Pero a medida que la novela continúa, lo vemos a él y a Sancho cambiar para bien, aprendiendo el uno del otro, haciéndose más nobles, en el verdadero sentido de la palabra, y, al hacerlo, dejándonos saber a los lectores que también nosotros podemos cambiar y alcanzar todo nuestro potencial, como lo hace Sancho cuando aprende a ser un buen gobernante.

¿Recuerdan cómo en el Capítulo XLIV de la Parte primera don Quijote rehusa tomar las armas contra "gente escuderil"?

Compara ese incidente con lo que pasa en el Capítulo LII de la Parte segunda, cuando a don Quijote vuelven a pedirle que ejerza su oficio de caballero andante, en esta ocasión la madre de una joven que ha sido burlada por "un mal labrador": "Desde aquí digo que por esta vez renuncio mi hidalguía, y me allano y ajusto con la llaneza del dañador, y me hago igual con él, habilitándole para poder combatir conmigo; y así, aunque ausente, le desafío y repto, en razón de que hizo mal en defraudar a esta pobre que fue doncella, y ya por su culpa no lo es".

La guerra de los rebuznos


Preludio a la guerra de los rebuznos
(Capítulo XXV de la Parte segunda)

Una de las historias que mejor muestran cómo cambia don Quijote a medida que avanza la obra, es la de la "guerra de los rebuznos", en el Capítulo XXV de la Parte segunda. Sancho y don Quijote se encuentran con un caminante que lleva una mula cargada de lanzas y alabardas. El hombre les explica que las armas son para una batalla entre dos pueblos enemigos, cuya enemistad nació cuando un regidor de uno de los pueblos perdió un asno. Un colega le dice al regidor que había visto el asno perdido en la montaña, y los dos se dan a la tarea de buscarlo. Después de buscar sin éxito por un tanto, uno de los regidores le dice al otro:

«—Mirad, compadre: una traza me ha venido al pensamiento, con la cual sin duda alguna podremos descubrir este animal aunque esté metido en las entrañas de la tierra, no que del monte; y es que yo sé rebuznar maravillosamente; y si vos sabéis algún tanto, dad el hecho por concluido.»

«—¿Algún tanto decís, compadre? —dijo el otro—. Por Dios que no dé la ventaja a nadie, ni aún a los mesmos asnos.» «—Ahora lo veremos —respondió el regidor segundo—; porque tengo determinado que os vais vos por una parte del monte y yo por otra, de modo que le rodeemos y andemos todo, y de trecho en trecho rebuznaréis vos y rebuznaré yo, y no podrá ser menos sino que el asno nos oya y nos responda, si es que está en el monte.» A lo que respondió el dueño del jumento: «—Digo, compadre, que la traza es excelente y digna de vuestro gran ingenio.» Y dividiéndose los dos según el acuerdo, sucedió que casi a un mesmo tiempo rebuznaron, y cada uno engañado del rebuzno del otro acudieron a buscarse, pensando que ya el jumento había parecido; y en viéndose, dijo el perdidoso: «—¿Es posible, compadre, que no fué mi asno el que rebuzno?» «—No fué sino yo —respondió el otro.» «—Ahora digo —dijo el dueño— que de vos a un asno, compadre, no hay alguna diferencia, en cuanto toca al rebuznar, porque en mi vida he visto ni oído cosa más propia».

Esto sucede una y otra vez por un rato, confundiéndose constantemente uno al otro por sus rebuznos, hasta que hallan muerto al animal, devorado por lobos. De cualquier modo, dice el dueño, "a trueco de haberos oído rebuznar con tanta gracia, compadre, doy por bien empleado el trabajo que he tenido en buscarle, aunque le he hallado muerto".

Pero, ¡ay! La historia pronto se propagó y la gente de otros pueblos, al contacto con alguien del pueblo de los regidores rebuznadores, comienzan a burlarse de los "naturales del pueblo del rebuzno como son conocidos y diferenciados los negros de los blancos". Al fin, cansados, deciden tomar las armas, "y formando escuadrón han salido contra los burladores los burlados a darse la batalla".

El preciso día de la batalla, don Quijote y Sancho se aproximan a más de doscientos hombres armados con alabardas, ballestas, picas y otras armas, marchando detrás de muchas banderas. Una de ellas resaltaba, hecha de raso blanco, donde

estaba pintado muy al vivo un asno como un pequeño sardesco, la cabeza levantada, la boca abierta y la lengua de fuera, en acto y postura como si estuviera rebuznando; alrededor dél estaban escritos de letras grandes estos dos versos: «no rebuznaron en balde El uno y el otro alcalde.»

Por esta insignia sacó don Quijote que aquella gente debía de ser del pueblo del rebuzno.

Pero, en vez de sumarse a la batalla, como uno esperaría por su proceder previo, don Quijote quiere hacerle al pacificador.

Días ha que he sabido vuestra desgracia y la causa que os mueve a tomar las armas a cada paso, para vengaros de vuestros enemigos; y habiendo discurrido una y muchas veces en mi entendimiento sobre vuestro negocio, hallo, según las leyes del duelo, que estáis engañados en teneros por afrentados; porque ningún particular puede afrentar a un pueblo entero, si no es retándole de traidor por junto, porque no sabe en particular quién cometió la traición por que le reta.

Y, agrega, puesto que ningún hombre sólo puede

afrentar a reino, provincia, ciudad, república, ni pueblo entero, queda en limpio que no hay para que salir a la venganza del reto de la tal afrenta, pues no lo es; porque ¡bueno sería que se matasen a cada paso los del pueblo de la Reloja con quien se lo llama, ni los cazoleros, berenjeneros, ballenatos, jaboneros, ni los de otros nombres y apellidos que andan por ahí en boca de los muchachos y de gente de poco más a menos! ¡Bueno sería, por cierto, que todos estos insignes pueblos se corriesen y vengasen, y anduviesen contino hechas las espadas sacabuches a cualquier pendencia, por pequeña que fuese! No, no; ni Dios lo permita o quiera. Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas, y poner a riesgo sus personas, vida y haciendas: la primera, por defender la Fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su Rey, en la guerra justa; y si le quisiéramos añadir la quinta (que se puede contar por segunda), es en defensa de su patria.

Pues,

el tomar venganza injusta (que justa no puede haber alguna que lo sea) va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen; mandamiento que aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu.

Una vez más, paradoja, ironía y ambigüedad. Las primeras cuatro razones que cita don Quijote parodian el código feudal de honor. Pero, "la santa ley que profesamos", que nos ordena hacer el bien a nuestros enemigos, es sobre una verdadera idea generativa. En cierto sentido, a don Quijote, el loco, lo define su característica más decisiva, su mente; y por ser de la mente, y no del mundo material, es un ser de verdad espiritual, que es la razón por la que sus acciones no tienen dolo y las guía (extravía) el amor.

Ágape

Lo que don Quijote describe es el principio del ágape, el término griego que usa san Pablo en Corintios 1:13, y que a veces se traduce como "caridad", otras como "amor" desinteresado; no por una persona u objeto específico, sino como el amor de Cristo, dispuesto a morir por toda la humanidad, o el de Juana de Arco, quien rindió su vida en un acto sublime de sacrificio para dar nacimiento a Francia.

En todo el Quijote, Cervantes despliega ágape contra los prejuicios étnicos y de otra índole de sus compatriotas, y al atacar con tanto amor los pecados de sus personajes al tiempo que les dice a los pecadores, "tú eres mejor que esto", muestra que a sus personajes —y por inferencia, a sus lectores— puede inducírseles a cambiar, puede organizárseles para que salgan del fango. Cervantes demuestra esto en todo el libro; empezando cuando don Quijote, en su primera salida, se dirige a dos prostitutas que ejercen su oficio en una venta como a damas que merecen ser tratadas con dignidad; o en su insistencia de que liberen a los galeotes, "gente forzada del rey, que va a las galeras" sentenciada por un crimen, "porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres".

Y luego, está la relación entre el hidalgo don Quijote y su escudero Sancho, donde don Quijote busca elevar al campesino analfabeta hasta el grado que pueda gobernar, cosa que logra; mientras que, al mismo tiempo, Sancho le enseña al autoproclamado defensor del orden feudal que los siervos no son ganado, sino seres humanos; de manera que, en el proceso, dejan de ser amo y sirviente, y se hacen iguales, y amigos. "Y más, que mientras se duerme, todos son iguales, los grandes y los menores, los pobres y los ricos; y si vuesa merced mira en ello, verá que sólo vuesa merced me ha puesto en esto de gobernar; que yo no sé más de gobierno de ínsulas que un buitre; y si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno", dice Sancho al momento de asumir el gobierno de Barataria.

"Por Dios, Sancho —dijo don Quijote— que por solas estas últimas razones que has dicho juzgo que mereces ser gobernador de mil ínsulas".

Quizá es esta efusión de Cervantes de ágape, de amor desinteresado, lo que explica la popularidad del libro después de casi cuatro siglos. Nada expresa mejor esto que la actitud de Cervantes hacia los musulmanes. Si había alguien que justificadamente podía tener aversión por los moros, e incluso odiarlos, ése era Cervantes. Él combatió como soldado contra los turcos en muchas batallas, incluyendo la famosa batalla naval de Lepanto, donde resultó herido y perdió la movilidad de su mano izquierda. De regreso a España de la campaña militar, él y su hermano fueron capturados por piratas al servicio de los otomanos, y a Cervantes lo forzaron a servir cinco largos años como esclavo en Argelia, antes de que lo rescataran.

Sin embargo, él le atribuye la autoría de su libro al "historiador arábigo, Cide Hamete Benengeli", y asegura haber contratado a un moro del barrió de Alcaná de Toledo que hablaba español para que lo tradujera del árabe, "y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara".

Hace que Benengeli inicie el Capítulo VIII de la Parte segunda diciendo: "¡Bendito sea el poderoso Alá!. . . ¡Bendito sea Alá!" Y uno puede imaginarse muy bien el efecto que esto tuvo en España entonces.

Cuando habla de los linajes con Sancho, don Quijote dice que hay cuatro clases: el de los que tienen un origen humilde y alcanzan la grandeza; el de los que provienen de buena cuna y mantienen su grandeza; el de los que heredaron la grandeza y la perdieron, terminando como la punta de una pirámide volteada de cabeza; y el de la mayoría, que no tuvo una cuna, ni buena, ni razonable ni media, y que terminará igual, sin ningún renombre, es decir, el linaje de la gente plebeya y ordinaria. A lo cual agrega: "De los primeros, que tuvieron principio humilde y subieron a la grandeza que agora conservan, te sirva de ejemplo la Casa Otomana, que de un humilde y bajo pastor que le dio principio, está en la cumbre que la vemos".

Pero lo de veras interesante tiene que ver con la expulsión de los moros de España, que sucedió mientras Cervantes estaba escribiendo la Parte segunda del Quijote.

Sancho, una vez que deja de ser gobernador, se topa con unos peregrinos de camino a Santiago de Compostela. Uno de ellos le revela que es Ricote, el mercader moro que vivía en el pueblo de Sancho (Capítulo LIV de la Parte segunda).

—¿Cómo y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco, tendero de tu lugar?

Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a refigurarle y, finalmente, le vino a conocer de todo punto, y sin apearse del jumento, le echó los brazos al cuello y le dijo:

—¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho que traes? Dime: ¿quién te ha hecho franchote, y cómo tienes atrevimiento de volver a España, donde si te cogen y conocen, tendrás harta mala ventura?

Ricote le explica que vio venir la orden de expulsión, así que salió a preparar un lugar donde asentar a su familia:

Salí, como digo, de nuestro pueblo, entré en Francia, y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pase a Italia, y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia. Dejé tomada casa en un pueblo junto a Augusta. [Se añadió el énfasis]

Su esposa e hija, aunque convertidas al catolicismo, terminaron exiliadas en el norte de África. "Doquiera que estamos lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural". Ricote dice que ahora regresó a buscar un dinero que escondió cuando abandonó el país, con el que espera traer a su esposa y a su hija, Ana Félix, de Argelia, y llevarlas consigo a Alemania. Le ofrece a Sancho una recompensa si le ayuda a recuperar el tesoro, pero Sancho se rehusa, diciendo que no es codicioso y que cree que sería traición el ayudar a los enemigos del Rey, aunque, de cualquier modo, no lo delatará.[FIGURE 4]

Y déjame partir de aquí, Ricote amigo; que quiero llegar esta noche adonde está mi señor don Quijote.

—Dios vaya contigo, Sancho hermano; que ya mis compañeros se rebullen, y también es hora que prosigamos nuestro camino.

Y luego se abrazaron los dos.

Después (en el Capítulo LXV de la Parte segunda), tras muchas peripecias y embrollos, Ricote y su hija se reúnen en Barcelona, y obtienen el favor del Virrey y de otro ciudadano importante, don Antonio, en parte gracias a su amistad con Sancho y don Quijote.

De allí a dos días trató el Visorrey con don Antonio qué modo tendrían para que Ana Félix y su padre quedasen en España, pareciéndoles no ser de inconveniente alguno que quedasen en ella hija tan cristiana y padre, al parecer tan bien intencionado. Don Antonio se ofreció venir a la corte a negociarlo, donde había de venir forzosamente a otros negocios, dando a entender que en ella, por medio del favor y de las dádivas, muchas cosas dificultosas se acaban.

—No —dijo Ricote, que se halló presente a esta plática— hay que esperar en favores ni en dádivas; porque con el gran Bernardino de Velasco; Conde de Salazar, a quien dió su Majestad cargo de nuestra expulsión, no valen ruegos, no promesas, no dádivas, no lástimas; porque aunque es verdad que él mezcla la misericordia con la justicia, como él vee que todo el cuerpo de nuestra nación está contaminado y podrido, usa con él antes del cauterio que abrasa, que del ungüento que molifica; y así, con prudencia, con sagacidad, con diligencia, y con miedos que pone, ha llevado sobre sus fuertes hombros a debida ejecución el peso desta gran máquina, sin que nuestras industrias, estratagemas, solicitudes y fraudes hallan podido deslumbrar sus ojos de Argos, que contino tiene alerta, porque no se le quede ni encubra ninguno de los nuestros, que, como raíz escondida, con el tiempo venga después a brotar, y a echar frutos venenosos en España, ya limpia, ya desembarazada de los temores en que nuestra muchedumbre la tenía. ¡Heroica resolución del gran Filipo Tercero, y inaudita prudencia en haberla encargado al tal don Bernardino de Velasco! [Se añadió el énfasis]

¡Esta es una ironía exquisita! Tener al moro Ricote usando la opinión popular en defensa de la política de limpieza étnica y de la integridad del Gobierno de Felipe III, en tanto que dos miembros importantes de la nobleza española dicen sin ambages que puede sobornarse a la corte, y que los ciudadanos musulmanes de España y los de origen musulmán no representan una amenaza para el país, implicando así que es un error expulsarlos.

Dentro y fuera de la novela


Sancho describe su visión de la gloria futura
(Capítulo V de la parte segunda)

Una de las formas como Cervantes crea paradojas que el lector debe resolver, es mediante las historias que intercala o "encaja", como a veces se dice. Estas historias dentro de la historia, que leen o cuentan los personajes de la novela, —como el cuento de "El curioso impertinente"— crean otro nivel que los hace "reales" para el lector, quien las lee por sobre su hombro, por así decirlo.

En la Parte segunda, Cervantes hace algo mucho mejor: pone a los propios personajes a comentar sobre sus acciones anteriores, que ahora son parte de la "historia" universal, de modo que, desde la perspectiva del lector, los personajes aparentemente ya no son ficticios, sino reales, gente de carne y hueso.

Así, en el Capítulo II de la Parte segunda, tras regresar de su primer viaje, don Quijote pregunta: "Y dime, Sancho amigo: ¿qué es lo que dicen de mí por ese lugar? ¿En qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros?"

Sancho responde que, "el vulgo tiene a vuesa merced por grandísimo loco, y a mí por no menos mentecato". En lo que toca a los otros dos grupos, los hidalgos y los caballeros, su opinión no es tan satisfactoria, informa Sancho.

A lo que don Quijote agrega que, "dondequiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida. Pocos o ninguno de los famosos barones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia".

Sancho trata de calmar la situación dándole a don Quijote una noticia sorprendente:

Anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, y yéndole yo a dar la bienvenida me dijo que andaba ya en libros la historia de vuesa merced, con nombre de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso.

Sancho añade que el autor del libro es un tal "Cide Hamete Berenjena", algo diferente de su nombre correcto, Benengeli.

—Ese nombre es de moro —respondió don Quijote.

—Así será —respondió Sancho—; porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas.

—Tú debes, Sancho —dijo don Quijote—, errarte en el sobrenombre de ese Cide, que en arábigo quiere decir señor.

—Bien podría ser —replicó Sancho—; más si vuesa merced gusta que yo le haga venir aquí, iré por él en volandas.

Mientras Sancho va en busca del bachiller Sansón Carrasco, don Quijote pondera el hecho de que se haya publicado un libro con sus aventuras, "pero desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas". Otra paradoja, pues si es ese el caso, lo que dice de don Quijote en el libro sería mentira.

Pronto, Sansón Carrasco llega con Sancho y se postra de rodillas ante don Quijote (en el Capítulo III de la Parte segunda), diciendo:

—Deme vuestra grandeza las manos, señor don Quijote de la Mancha; que por el hábito de San Pedro que visto, aunque no tengo otras órdenes que las cuatro primeras, que es vuesa merced uno de los más famosos caballeros andantes que ha habido, ni aun habrá, en toda la redondez de la tierra. Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escrita, y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar castellano, para universal entretenimiento de las gentes.

En el diálogo que sigue, queda absolutamente claro que Cervantes sabía con certeza la importancia universal de lo que había escrito, que su obra maestra no era producto de la casualidad, sino que concientemente estaba creando una obra para la eternidad (algo que Cervantes dice de forma explícita en su dedicatoria de la Parte segunda del Quijote al conde de Lemos, donde bromea diciendo que el emperador chino envió a un emisario para ofrecerle a Cervantes la conducción de una escuela en China, creada especialmente para que enseñara español usando el Quijote como libro de texto, pero que tuvo que rechazar la oferta porque el emperador no le mandó dinero para cubrir los gastos de su viaje).

—Desa manera, ¿verdad es que hay historia mía, y que fué moro y sabio el que la compuso?

—Es tan verdad, señor —dijo Sansón—, que tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga.

Puesto que esta conversación tiene lugar en la historia sólo un mes después de que don Quijote y Sancho regresaron de su primer viaje, es simplemente asombroso que más de doce mil copias estuvieran ya en circulación, sobre todo en esa época, cuando los libros eran caros y poca gente sabía leer.

Una de las cosas —dijo a esta sazón don Quijote— que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa. Dije con buen nombre, porque siendo al contrario, ninguna muerte se le igualará.

—Si por buena fama y si por buen nombre va —dijo el bachiller—, solo vuesa merced lleva la palma a todos los caballeros andantes; porque el moro en su lengua y el cristiano en la suya tuvieron cuidado de pintarnos muy al vivo la gallardía de vuesa merced, el ánimo grande en acometer los peligros, la paciencia en las adversidades y el sufrimiento así en las desgracias como en las heridas, la honestidad y continencia en los amores tan platónicos de vuesa merced y de mi señora doña Dulcinea del Toboso.

Don Quijote le pregunta entonces a Sansón: "¿Qué hazañas mías son las que más se ponderan en esa historia?" A lo que el bachiller responde:

—En eso —respondió el bachiller— hay diferentes opiniones como hay diferentes gustos; unos se atienen a la aventura de los molinos de viento, que a vuesa merced le parecieron Briareos y gigantes; otros, a la de los batanes; éste, a la descripción de los dos ejércitos, que después parecieron ser dos manadas de carneros, aquel encarece la del muerto que llevaban a enterrar a Segovia; uno dice que a todas se aventaja la de la libertad de los galeotes; otro, que ninguna iguala a la de los dos gigantes benitos, con la pendencia del valeroso vizcaíno.

El libro está tan bien escrito, comenta Sansón Carrasco,

que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gente, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «allí va Rocinante.» Y los que más se han dado a su letura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se halle un Don Quijote: unos le toman si otros le dejan; éstos le envisten y aquéllos le piden. Finalmente, la tal historia es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta agora se haya visto, porque en toda ella no se descubre, ni por semejas, una palabra deshonesta ni un pensamiento menos que católico.

—A escribir de otra suerte —dijo don Quijote—, no fuera escribir verdades, sino mentiras; y los historiadores que de mentiras se valen habían de ser quemados, como los que hacen moneda falsa.

En el marco de la España de la época, esto es absolutamente subversivo, pues al decir que en el libro no hay un pensamiento "menos que católico", es decir, que no se ciña al dogma establecido, le abre a los lectores la posibilidad de que tales ideas, de hecho, existen.

No obstante, dice Sansón, alguna gente ha criticado al autor por omisiones menores en la Parte primera, como cuando le roban el asno a Sancho, y poco después le vemos montado en el mismo borrico. "Una de las tachas que ponen a la tal historia —dijo el Bachiller— es que su autor puso en ella una novela intitulada El Curioso impertinente; no por mala ni por mal razonada, sino por no ser de aquel lugar, ni tiene que ver con la historia de su merced del señor don Quijote. [. . .]

"Ahora digo —dijo don Quijote— que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador, que a tiento y sin algún discurso se puso a escribirla, salga lo que saliere".

Para esa época, ese comentario aparentemente inocuo es en realidad una idea subversiva: que el libro lo concibió el "sabio", el propio Cervantes, en libertad, conforme a un principio ordenador; uno que se desprende con libertad del plan preconcebido del autor y sigue su propia verdad interna, al igual que la vida misma, a diferencia de la camisa de fuerza doctrinaria que asfixiaba a España en ese entonces. Como un escritor notó, Cervantes usa a Platón y al "inquisitivo `san Sócrates' " contra "el rígido universo erigido por `san Aristóteles' y ratificado por el Concilio de Trento", de estructuras dogmáticas externas impuestas desde arriba, en las que el lugar de todos está determinado para siempre por el linaje, y a la gente se le dice qué pensar y se le advierte que no se aparte de la doctrina.

Carrasco señala que el autor de un libro se expone a un gran riesgo, "siendo de toda imposibilidad imposible componerle tal, que satisfaga y contente a todos los que le leyeren" También promete tener cuidado de "acusar al autor de la historia, que si otra vez la imprimiere", incluya las correcciones de las omisiones sobre Sancho de la Parte primera.

—Y por ventura —dijo don Quijote—, ¿promete el autor segunda parte?

—Sí promete —respondió Sansón—, pero dice que no ha hallado ni sabe quién la tiene, y así, estamos en duda si saldrá o no; y así por esto como porque algunos dicen: «nunca segundas partes fueron buenas», y otros: «de las cosas de don Quijote bastan las escritas», se duda que no ha de haber segunda parte. [¡Este diálogo tiene lugar en el Capítulo IV de la Parte segunda!—CW].

Si se escribe una segunda parte, dice Sansón, será para que el autor gane algún dinero. A lo que Sancho responde:

—¿Al dinero y al interés mira el autor? Maravilla será que acierte; porque no hará sino harbar, harbar, como sastre en vísperas de pascuas; y las obras que se hacen apriesa nunca se acaban con la perfección que requieren. Atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo que hace.

Detengámonos un momento, pues a estas alturas ya habrás hecho el descubrimiento que hizo estallar de emoción a nuestro grupo cuando llegamos a esta parte del libro, y quizás necesites saborearlo y reflexionar al respecto.

Recapitulemos juntos. Empezamos donde don Quijote le pregunta a Sancho la opinión de la gente del pueblo, esto es, de otros personajes dentro de la novela. Luego, Sancho le informa la noticia de que se ha publicado un libro sobre sus aventuras, algo que es verdad en el mundo real, opuesto al mundo ficticio del pueblo. Tenemos entonces la historia desarrollándose en dos planos: el pueblo ficticio y el mundo real, donde sí existe un libro llamado Don Quijote, el cual tú, el lector, tienes en tus manos. Sansón Carrasco entra a escena y confirma que el autor es un moro, Cide Hamete Benengeli, quien lo escribió en árabe, que ha sido traducido al castellano por un moro que habla español, y la voz de quien explica todo lo anterior; de modo que ahora tú, el lector, estás tratando con tres "autores", si no es que más, pues en en el Capítulo V de la Parte segunda se menciona a otro "traductor": Cervantes, cuyo nombre aparece en el libro que tienes en las manos, Benengeli, el moro traductor y la tercera voz.

Entonces tienes a Sansón, a don Quijote y a Sancho como personajes ficticios (?), quienes se mueven entre el pueblo y el mundo real, en un diálogo contigo, tal como los actores en el escenario se apartan para hablar con el público, comentando sobre el libro, atreviéndose incluso a criticar a su creador, el autor del mismo.

Entonces, la obra —y es una obra— se desarrolla en todos estos niveles diferentes, con todas esas voces diferentes, dentro del escenario de la mente del lector, tú, como si fuera una pieza polifónica de Bach, que te convierte, por turnos, en uno de los personajes del libro, al tiempo que estás afuera y por encima de las acciones y los personajes ficticios.


Don Quijote canta de amor, de vida y de muerte
(Capítulo LXVIII de la Parte segunda)

Como comenta William Byron en su biografía de Cervantes: "Los lectores se convierten así en personajes de la novela, considerando los sucesos que acontecen fuera de su esfera. Los protagonistas especulan sobre si habrá una segunda parte de su historia y le hacen recomendaciones al autor (¿cuál autor?) de cómo debiera contarse; un comentario sobre el registro de sucesos que aún no han realizado protagonistas sólo parcialmente informados de sus propios pasados. La secuencia se ha comparado con la pintura de Velásquez `Las meninas', en la que el artista, la princesa que está pintando y los cortesanos que miran, aparecen de forma que colocan al espectador de forma simultánea tanto fuera como dentro del cuarto".

Estamos pues, ante una novela realmente filosófica, en el sentido platónico, donde la necedad de una sociedad que cree en las apariencias es enfrentada con el mundo real, y a los lectores se les enseña cómo descubrir la realidad; una novela que abre la mente de sus lectores a la verdad, al ágape —que es lo mismo— por medio de la ambigüedad, la ironía, la paradoja y la metáfora. Don Quijote está loco, es cierto, pero porque la ideología lo incapacita —como a la gente de España entonces—. Con todo, él es consciente de que su conducta es excéntrica (o, al menos, que así podría parecerle al mundo exterior).

Es digno de atención que Cervantes escribió el Quijote cuando ya era un anciano; de hecho, la mayoría de sus escritos que sobreviven se publicaron en la última década de su vida, empezando con la Parte primera del Quijote, en 1605, y seguida ocho años después por las Novelas ejemplares, en 1613; el Viaje al Parnaso, en 1614; las Ocho comedias y ocho entremeses y la Parte segunda de Don Quijote, en 1615; y Persiles y Segismunda, la cual terminó justo antes de morir, en 1616. Después de regresar a España de su cautiverio en Argel, Cervantes emprendió una carrera relativamente exitosa como novelista (La Galatea, que le vendió a un editor en 1584) y dramaturgo ("compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofrecieses ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas"). Pero, a partir de 1585, Cervantes no publicó nada en 20 años, durante los cuales trabajó como comisario en la Armada Invencible, lo excomulgaron, y lo encarcelaron en dos o tres ocasiones por lo que hoy llamaríamos "irregularidades fiscales".

¿Por qué? El cuento usual es que el popular Lope de Vega —a quien Cervantes acusó de ser un familiar, es decir, un agente, de la Inquisición— tuvo tanto éxito en imponer su estilo como dramaturgo, que Cervantes se sintió incapaz de competir y se vio obligado a retirarse. Pero, aun asumiendo que Cervantes, quien se rehusó a seguir lo que el consideraba el estilo anticlásico de Lope, ya no encontrara público en el teatro, no había razón para que no continuara su carrera de novelista. Después de todo, La Galatea fue un libro con bastante éxito.

Una explicación más posible es la del clima político de España entonces. De hecho, la primer incursión literaria pública notable de Cervantes tras su largo silencio se suscita después de la muerte de Felipe II, en un poema satírico que escribió en ocasión de los servicios fúnebres celebrados en Sevilla para el Rey, que tuvieron lugar en noviembre de 1598, pero que fueron suspendidos después de haber iniciado, y pospuestos para un mes después, diciembre, por una disputa entre la Inquisición y las autoridades civiles ¡respecto a quién tenía la preferencia en la asignación de los asientos! Cervantes tenía en gran aprecio este poema, como él mismo señala en el Viaje al Parnaso.

El Quijote acaba con la muerte de don Quijote, quien recobra su sano juicio justo antes de morir. "Yo fuí loco, y ya soy cuerdo; fuí don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno". Le da a Sancho algo de dinero y le dice, entre otras cosas: "Y si como estando yo loco fuí parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera".

Y, de hecho, un reino es lo que Cervantes nos ha dado en su libro Don Quijote; uno que, esperemos, al haberle echado un vistazo en estas páginas, te sientas invitado a visitar de inmediato, para abrirlo, leerlo y disfrutarlo. Y la mejor forma, por supuesto, sería hacerlo en voz alta, con un grupo de amigos con quienes compartir el amor y la risa, y el compromiso por cambiar.


[1] Reuters, 7 de mayo de 2002.

[2] Cervantes, de Melveena Mckendrick (Toronto: Little Brown & Co. Ltd. 1980).

Thomas Shelton dijo que él había tomado parte en la traducción a petición "de un muy buen amigo deseoso de entender del tema" del Quijote. Terminó la traducción en sólo 40 días, usando una edición publicada en Bruselas en 1607, por Roger Velpius. Después de que su amigo la revisó, Shelton hizo a un lado la traducción que pasó "un largo tiempo abandonada en un rincón", hasta que los editores de William Shakespeare, Edward Blount y William Barret, la publicaron en 1612. Esta fue la Parte primera. En 1620 Blount publicó una traducción al inglés de la Parte segunda; aunque no se nombra al traductor, las pruebas internas indican que también la hizo Shelton, de quien aparece una breve biografía en Dictionary of National Biography, Vol XVIII.

John Fletcher, coautor junto con Shakespeare de la puesta en escena de la obra Cardenio, basada en una historia del Quijote, alcanzó gran éxito como actor y escritor principal del Rey. Aunque Cardenio desapareció, fue incluida en los registros oficiales, que es algo así como obtener los derechos de autor hoy día.

[3] Sin duda un erasmista como Cervantes leyó Gargantúa y Pantagruel, de François Rabelais (1494–1553), probablemente en el original, pues hay pruebas de que Cervantes sabía francés.

[4] Lyndon H. LaRouche, "Arte clásico: el arte de comunicar ideas", Resumen ejecutivo de la primera quincena de mayo de 2003 (vol. XX, núm. 9).

[5] Felipe II es famoso por haber dicho que antes que permitir desviación alguna en materia de religión, o tocante al servicio de Dios, "prefiero perder mis Estados a gobernar sobre herejes".

[6] Lyndon H. LaRouche, "Límites aespaciales–atemporales en Leibniz", Benengeli del primer trimestre del 2000 (vol. 13, núm. 1).