International Resumen electrónico de EIR, Vol. III, núm. 02
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El inmenso mar de sangre de Donoso Cortés


Juan Donoso Cortés, apóstol de la violencia sangrienta y los sacrificios humanos, al que hoy citan tanto los fascistas sinarquistas.

por Gretchen Small

El deseo ciego de derramar la sangre humana es una de las piedras de toque de la mentalidad sinarquista. Veamos el caso del ideólogo contrarrevolucionario católico español del siglo 19, Juan Donoso Cortés (1809–53), para quien el sacrificio humano era la más universal de todas las instituciones.

Cualquiera haya sido la importancia de su conducción en la reacción a la revolución de 1848 en Europa durante su vida, después de su muerte, Donoso desempeñó un papel decisivo en la creación del fascismo en el Viejo Continente en la primera mitad del siglo 20, a través de la obra de su admirador Carl Schmitt, jurista del régimen nazi. Empezando por lo menos en 1922, Schmitt se dio a la tarea de revivir la obra de Donoso como uno de los tres pensadores necesarios para la Filosofía política de la contrarrevolución, como Schmitt tituló un ensayo que publicó ese año. Schmitt le acreditó a Donoso el haber llegado a conclusiones más profundas que su predecesor filosófico, el ideólogo sinarquista Joseph de Maistre, otro de los tres "pensadores" considerados por Schmitt como decisivos para la contrarrevolución, junto con Louis de Bonald, supuesto padre del tradicionalismo.

Schmitt sostenía que Donoso era el principal teórico de la dictadura y "el decisionismo". Los jurisconsultos españoles que colaboraron con Schmitt echaron mano de la adaptación que hizo Schmitt de la obra de Donoso, para legitimar el régimen de Franco. De hecho, en un discurso que pronunció en mayo de 1944, el hitleriano Schmitt elogió a Donoso como el Casandra que previó que todo el planeta caería en una "guerra civil universal", como la que tenía lugar a la sazón, de permitírsele a la "clase discutidora" permanecer en el poder. Para salir victoriosos de esa guerra civil, alegaba Schmitt, era necesario entender la importancia de Donoso.

El hombre es la más despreciable de las criaturas

Donoso Cortés ha cobrado fama más que nada por su discurso ante el Parlamento español del 4 de enero de 1849, cuando llamó por una dictadura.

"Digo, señores, que la dictadura en ciertas circunstancias, en circunstancias dadas, en ciertas circunstancias como las presentes, es un gobierno legítimo, es un gobierno bueno, es un gobierno provechoso, como cualquier otro gobierno; es un gobierno racional, que puede defenderse en la teoría, como puede defenderse en la práctica", proclamó Donoso. "Tan sabios son los ingleses" dijo, que "la Constitución inglesa cabalmente es la única en el mundo en que la dictadura no es de derecho excepcional, sino de derecho común".

"La dictadura pudiera decirse, si el respeto lo consintiera, que es otro hecho en el orden divino". Tan es así, que Dios se reserva el derecho de transgredir sus propias leyes, y "esto prueba cuán grande es el delirio de un partido que cree poder gobernar con menos medios que Dios, quitándose así el propio medio, algunas veces necesario, de la dictadura".

Odiaba a la humanidad. "El reptil que piso con mis pies sería a mis ojos menos despreciable que el hombre", escribió en su Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo. "El punto de fe que más abruma con su peso a mi razón es ese de la nobleza y dignidad de la especie humana, dignidad y nobleza que quiero entender y no entiendo", dijo. "Para creer yo en la nobleza de esas estúpidas muchedumbres ha sido necesario que Dios me la revele".

Como fundamentalista que era, Donoso alegaba que la religión revelada —en este caso la Iglesia católica romana— tenía que imponer la dictadura, ya que los seres humanos son incapaces de razón. "La intolerancia doctrinal de la Iglesia ha salvado al mundo del caos", escribió, y permitir que se discutan las sagradas verdades políticas, domésticas, sociales y religiosas, sería permitir que "en ese momento mismo el entendimiento oscile, perdido entre la verdad y el error, y se oscurezca y enturbie el clarísimo espejo de la razón humana".

"La razón no ha sido dada al hombre para descubrir la verdad, sino para explicársela a sí mismo cuando se la muestran y para verla cuando se la ponen delante", escribió. "Tan grande es su miseria, y su indigencia intelectual tan lamentable, que hoy día es y no está cierto todavía de la primera cosa que hubiera debido averiguar, si en el plan divino hubiera entrado que pudiera averiguar por sí alguna cosa. Dígaseme, si no, si hay algún hombre que haya llegado a averiguar con certeza qué cosa es su razón, para qué la tiene, de qué le sirve y hasta dónde alcanza".

La perspectiva de Donoso es, de hecho, estrictamente satánica, ya que él alega que Dios facultó al hombre con el libre albedrío sólo para hacer el mal. La libertad del hombre sólo sirve para "sacar el mal del bien, el desorden del orden, y de turbar, siquiera sea accidentalmente, las grandes armonías puestas por Dios en todas las cosas creadas". Según Donoso, "el mal viene del hombre y está en el hombre, y viniendo de él y estando en él, hay en ello una grande conveniencia, lejos de haber en ello contradicción ninguna".

Donoso culmina su tratado filosófico con la aseveración de que "la institucion de los sacrificios sangrientos" es la "más universal" de todas las instituciones y dogmas humanos. Las naciones más civilizadas, al igual que las tribus más salvajes, creen en "el ofrecimiento de una víctima en perfectísimo holocausto". Sin la pena de muerte, sin "la eficacia purificante de la sangre", se desintegrarían los vínculos sociales". De hecho, insiste que el "dogma de la solidaridad" entre los hombres lo encarna "la institucion de los sacrificios sangrientos" (!).

"El género humano. . . ha creído siempre, con una fe invencible, estas tres cosas: que es fuerza que la sangre sea derramada; que, derramada de un modo, purifica, y de otro, enloquece".

Instrumentos de un proyecto imperial español

Como buitres que descienden en círculos para alimentarse con los restos de las naciones de Iberoamérica en desintegración —aun cuando empresas y bancos españoles tomaron el control de servicios públicos y actividades económicas vitales en Iberoamérica durante la gran ola privatizadora de los 1990—, el nido de carlistas sudamericanos prendido de estas enaguas oligarcas españolas lanzó su campaña por restaurar el Imperio Español. Nada menos que el ex Presidente de Uruguay, Juan María Bordaberry (quien impuso la dictadura en 1973, contra los disturbios terroristas de la izquierda sinarquista), publicó varios artículos en el boletín de la Hermandad Tradicionalista Carlos VII, en los que se queja de que las naciones iberoamericanas nunca debieron independizarse, e insta a "la reunificación primero en las conciencias y luego en los hechos, de Hispanoamérica, y Rey, como retorno a las instituciones naturales de gobierno".

El presidente de la Hermandad en Argentina, Federico J. Ezcurra Ortiz, también ataca la "bastarda, mentirosa y machacona prédica liberal y marxista, que desde los albores de Mayo de 1810 intenta con saña cortar el cordón umbilical que nos vincula con nuestras verdaderas tradiciones. . . Formamos parte de aquel gran imperio español tanto como cualesquiera de las regiones de la Península".

Álvaro Pacheco Seré, poco después de los ataques terroristas del 11 de septiembre, se ufana de que, "ante el desconocido abismo económico, político, social, filosófico, religioso, que señala la situación como insoluble por vez primera en la historia, los Estados nacionales republicanos ven cuestionada no ya su identidad, sino su propia existencia, su independencia, su legitimidad de origen. La fractura de América sólo podrá superarse alguna vez por la voz convocante de aquella Corona que le dio ser y vida".

¿No es escalofriante leer en la edición de agosto de 2000 del boletín de la Hermandad un elogio a la insurrección india pro monárquica del siglo 19 en Ayacucho, Perú, de donde salieron los terroristas de Sendero Luminoso? El escrito lo firma el integrante del consejo editorial de la revista Maritornes, Fernán Altuve–Febres.

"La República era considerada por los andinos como enemiga de su pueblo y de su Fe", escribe Altuve. Continúa: "En las alturas de Iquicha se había alzado nuevamente el estandarte monárquico. Sus planes eran de la mayor envergadura: tomar Huanta, liberar Huamanga y Huancavelica y, por fin, la `Restauración del Reino', extirpando a los republicanos, proclamando un ideario contrarrevolucionario y antiliberal, el que se ve apoyado por clérigos como el padre Pacheco. . . y el sacerdote Navarro, quienes, acostumbrados a enardecer los ánimos y a convencer a las masas desde el púlpito, cambian los hábitos clericales por la casaca de guerrilleros para dirigir los combates con sable en mano y pistola de chispa al cinto".