LaRouche: Eliminen todos los derivados financieros


Lyndon LaRouche se pone de acuerdo con los jóvenes de su Movimiento de Juventudes
Larouchistas en cuáles serán los siguientes pasos de su campaña presidencial.

por John Hoefle

Refutando directamente las afirmaciones del presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, sir Alan Greenspan, de que los derivados financieros son buenos para la economía, el precandidato presidencial estadounidense Lyndon LaRouche dijo el 14 de febrero, en la conferencia semestral conjunta del Instituto Schiller y la Junta Internacional de Comités Laborales, que cuando sea elegido presidente eliminará por completo los varios cientos de billones de dólares en derivados del mercado financiero, como parte de una reorganización por bancarrota del insolvente sistema financiero mundial.

En los comentarios que hizo en esta reunión del movimiento larouchista, el precandidato explicó que cualquier intento de reorganización que continúe la fantasía de que los derivados e instrumentos financieros parecidos ligados a la inflación especulativa del crédito no cuentan para nada, está condenado al fracaso desde el principio. Si los banqueros exigen un "valor" por estos papeles que no valen nada, y de cumplirse sus exigencias, el resultado sería una pesadilla de austeridad fascista.

Desde hace mucho LaRouche describió el mercado de derivados como un casino gigantesco, un modelo piramidal donde se emiten grandes cantidades de crédito de papel bajo el control de los financieros, con apenas una regulación superficial del gobierno. Este dinero se ha usado para generarle ganancias en transacciones especulativas a los bancos, tragándose sus inversiones en derivados para disimular su condición de insolvencia.

LaRouche dijo que la lucha no gira en torno a estrategias fiscales o planes de rescate financiero per se, sino en torno al mero poder de quién tendrá la última palabra en la reorganización después del estallido: los banqueros, o los gobiernos soberanos.

¿Facismo o prosperidad?

LaRouche dijo que "la pelea es: ¿quién tendrá el poder de determinar el futuro de la humanidad? ¿Será un gobierno constitucional comprometido, en nuestro caso, al bienestar general de toda la población y su posteridad? O, ¿será alguien que decidirá a quién matar, a quién comer, a quién destruir y a quién permitirle seguir con vida? Será una imitación pura del sistema nazi bajo la dirigencia de Hermann Göring. De eso es de lo que estás hablando".

LaRouche continuó: "Así que la lucha no es por cuál sistema. Es una pelea de poder. El sistema está acabado. No puede salvársele en su forma actual, no hay manera. . . Se reduce a un asunto de poder. ¿Quién tendrá el poder? ¿Será una institución que represente al gobierno constitucional, que represente el bienestar general, que represente el futuro de la humanidad? O, ¿será una institución de corte bestial que diga, como Lazard Frères: `¡Nosotros, la bestia, los hombres–bestia, los banqueros, nosotros tenemos que tener el poder absoluto! Aceptaremos eliminar muchos de nuestros activos, ¡pero queremos el poder!' El poder dictatorial; un poder asesino".

"Así que lo que tenemos es una elección entre lo que yo propongo, y una intentona fascista mucho peor que la de Hitler. Esa es la alternativa. Eso es lo que tiene que entenderse".

Una dictadura de banqueros


Alan Greenspan

El que LaRouche identifique la mentalidad fascista bestial de los banqueros acaba con toda la bulla y propaganda sobre la actual discusión de las alternativas económicas, como las declaraciones estériles que salieron de la reunión del G7 en Florida el 7 de febrero. Tras bastidores, hay una sensación de ruina inminente del sistema, y lo que algunas fuentes describieron rayaba en la histeria por la urgencia de instaurar un control fascista cuando ocurra el desplome. Esto también explica la reacción de Greenspan y los de su calaña contra cualquier debate que pretendan emprender los gobiernos soberanos en defensa de su interés nacional, en vez de servir a los banqueros pagando el servicio de la deuda con medidas de austeridad salvajes.

En los últimos años los banqueros han llevado la voz cantante por encima de los gobiernos soberanos, aun el de los EU. En los 1990, por ejemplo, los banqueros derrotaron cada intento de regular el mercado de derivados y, en cambio, lograron una mayor desregulación, culminando con la derogación de la ley Glass–Steagall, la ley con la que el presidente Franklin D. Roosevelt forzó la separación entre bancos comerciales y de inversión, y debilitó el poder de los banqueros.

La sumisión del Gobierno estadounidense fue descarada en el caso de la compra de Citicorp en 1998 por Travelers. La adquisición de Citicorp, un banco comercial, por parte de Travelers, una aseguradora que era propietaria del banco de inversión Salomon Smith Barney, fue flagrantemente ilícita según las leyes Glass–Steagall y de la sociedad de inversionistas bancarios de 1956, la cual le prohibía a los bancos ser propietarios de empresas aseguradoras.

Bajo la ley federal el sólo anuncio de pretender fusionarse hacía culpables de crímenes federales a funcionarios de Travelers y Citicorp, pero el Departamento de Justicia no dijo ni pío. Por otra parte, el Congreso estadounidense hizo bastante ruido, pues algunos echaron maromas para demostrar su lealtad a las instituciones financieras que los "compraron".

El entonces presidente de la Comisión Bancaria del Senado, Alfonse D'Amato (republicano de Nueva York), dijó que "esta fusión demuestra que el mercado hará lo que tenga que hacer". D'Amato y Jim Leach (republicano de Texas), entonces presidente de la Comisión Bancaria de la Cámara de Representantes, prometieron cambiar la ley para legalizar la fusión en nombre de la "reforma" regulatoria.

Desplome (des)controlado

La fusión de Travelers y Citigroup, anunciada en abril de 1998, fue una de tres grandes fusiones que se anunciaron ese mes, junto con la adquisición del Bank of America por parte del NationsBank y la del First Chicago NBD por Bank One. Esta ola de fusiones es señal de la zozobra financiera; a los grandes bancos no se les permite fracasar, sino que, en cambio, la Reserva Federal los absorbe en secreto (como Citicorp en 1989) o se fusionan en matrimonios relámpago con otros bancos.

Una característica dominante del sistema financiero mundial desde fines de los 1980 ha sido el agudo aumento de las deudas, combinado con un aumento aun más agudo en la cantidad de derivados por pagar y los estallidos periódicos, aunque en gran medida ocultos, de grandes bancos de derivados. Algunos, como el banco que hoy conocemos como el JP Morgan Chase, han reventado en varias ocaciones, llevando a que la banca estadounidense se concentre en estructuras simpre más grandes y menos estables.

Este es el juego sucio que LaRouche pretende parar eliminando el mercado de los derivados financieros, junto con el congelamiento de categorías enteras de pasivos financieros (excepto los bonos del Tesoro estadounidense). Dichas medidas son las que desde hace años han convertido a LaRouche en el "enemigo público número uno" de la corrupta élite financiera internacional, y en el único líder político en el que puede confiarse para hacerle frente a los banqueros, como lo hizo Franklin D. Roosevelt, en bien del pueblo estadounidense.

Los banqueros usan como anzuelo la ilusión de salvar esta burbuja monetaria para instaurar una dictadura bancaria. Lyndon LaRouche detendrá este plan facista y pondrá a los banqueros en su lugar.