Dos generaciones de mujeres en el espacio

por Marsha Freeman

Promised the Moon: The Untold Story of the First Women in the Space Race (La Luna prometida: la historia nunca antes contada de la primer mujer en la carrera espacial)

por Stephanie Nolen.
Nueva York: Four Walls Eight Windows, 2002.


Almost Heaven: The Story of Women in Space (Casi el cielo: la historia de las mujeres en el espacio)

por Bettyann Holtzmann Kevles.
Nueva York: Basic Books, 2003.


Women Astronauts (Mujeres astronautas)

por Laura S. Woodmansee.
Burlington, Ontario, Canadá: Apogee Books, 2002.

Hace cuarenta años, el 16 de junio de 1963, la paracaidista rusa Valentina Tereskova entró a su cápsula espacial Vostok 6, y a los libros de la historia, como la primer mujer en el espacio. No fue sino hasta 20 años después que Sally Ride se convirtió en la primera mujer estadounidense en el espacio. ¿Por qué les tomó dos décadas a los estadounidenses emparejarse con los rusos en este hito de los logros espaciales?

Hay muchas respuestas a esta pregunta. Una estriba en el hecho de que los rusos no volvieron a enviar a una mujer cosmonauta en casi dos décadas; el vuelo de Tereskova no fue parte de un programa espacial comunista de "igualdad de oportunidades", sino un ardid publicitario en su competencia con los Estados Unidos durante la Guerra Fría. De hecho, aun después de la misión de Tereskova, ningún funcionario ruso ni estadounidense creyó que el lugar de una mujer era tras los controles de una nave espacial.


Sally Ride

El vuelo de Sally Ride en 1983 fue noticia nacional en los EU, como lo había sido el de Tereskova. Pero hay una historia mucho menos conocida. Para trece mujeres, el vuelo de 1995 de la teniente coronel de la Fuerza Aérea Eileen Collins fue mucho más importante que el de Sally Ride, porque Collins no sólo era una pasajera a bordo del transbordador espacial, era la piloto. En secreto, se sometió al grupo de trece mujeres a pruebas para ser astronautas a principios de los 1960, al mismo tiempo que los mundialmente famosos siete hombres del proyecto Mercury, pero nunca volaron.

Estos tres libros comprenden la historia del pasado, presente y futuro de las mujeres astronautas en el programa espacial estadounidense; de aquéllas que entrenaron pero nunca volaron, de aquéllas que han volado y de aquéllas cuya oportunidad de volar aún está por llegar.

Las FLATs de los 1960

Al leer las biografías de las primeras trece mujeres que pasaron por pruebas astronáuticas, descritas en Promised the moon, y compararlas con las mujeres astronautas posteriores a 1978, quienes volaron en el espacio, descritas en Almost Heaven, es obvio que no hay un estereotipo de astronauta femenino.

No fue mucho después de que los hermanos Wright hicieron su primer vuelo histórico (del cual acaba de celebrarse el primer centenario), que las mujeres tocaron los cielos. Y para la Segunda Guerra Mundial las mujeres volaban aviones comerciales, de carga, de fumigación aérea, y entregaban aeronaves militares de los manufactureros a los pilotos que los volarían en batalla. Ellas participaron en competencias y lograron marcas mundiales en distancia, altitud y velocidad, a veces rompiendo las logradas por hombres. Nombres tales como Jerrie Cobb, Jackie Cochran y Amelia Earhart cobraron prominencia.


Jerrie Cobb, Jackie Cochran y Amelia Earhart

En 1959 los EU buscaban astronautas para su nuevo programa espacial tripulado. He aquí una oportunidad, pensaron las mujeres más aventuradas, de encarar el siguiente reto y volar más lejos y rápido de lo que nunca habían soñado.

En ese entonces le encomendaron a Randolph Lovelace II, jefe de la Comisión de Ciencias de la Vida de la NASA y director de la Clínica Lovelace en Albuquerque, Nuevo México (y piloto, así como médico), que se hiciera cargo de la evaluación médica de los candidatos a astronauta.

Entre tanto, los ingenieros que estaban diseñando la misión del primer hombre en el espacio sabían que el tamaño de la cápsula que lo llevaría estaría limitado por el cohete relativamente pequeño con el que tendrían que trabajar. Lovelace y sus colegas supusieron que las mujeres astronautas serían más pequeñas y ligeras, usarían menos oxígeno, comida y agua, y, por tanto, serían más fáciles de enviar al espacio.

Además, estudios previos habían probado que las mujeres tenían mayor tolerancia al dolor, al calor, al frío y al aislamiento. Lovelace y otros que trabajaban con él pensaron que era un "paso lógico" el que a las mujeres también se les sometiera a pruebas de "supervivencia en el espacio".

La mundialmente famosa piloto Jerrie Cobb fue la primera en pasar por la agotadora serie de exámenes físicos y pruebas de resistencia por las que pasaron los hombres del Mercury, y las pasó con un éxito total. Otras doce mujeres le siguieron. Así nacieron las Cadetes Astronautas, conocidas como FLATs (siglas en inglés) en los EU.

Pero Randy Lovelace nunca les prometió a las cadetes que la NASA aceptaría astronautas mujeres. Quizás fue un pionero de la bioastronáutica, pero no un agitador político.

El lugar de una mujer

El libro de Nolen le recuerda al lector cuál era la realidad de las mujeres en los 1950; antes de que existiera la legislación de los derechos civiles de los años de los presidentes John F. Kennedy y Lyndon Johnson, y antes de que la igualdad de derechos para las mujeres fuera una política nacional.

El lugar de una mujer, en especial después de "la época de vacas flacas" de la Segunda Guerra Mundial, era en casa pariendo hijos. Las mujeres con "empleos para hombres", como pilotos de avión, eran vistas con desconfianza, y los chismosos se preguntaban si eran marimachas o lesbianas. ¡Imagina la indignación que se desataría si le pasara algo a una madre en un accidente espacial!

La NASA nunca envió a las FLATs al espacio. La banalidad de la matriz cultural de los 1950 definía a las mujeres "con un papel doméstico, como esposas, madres y consumidoras cuyas vidas en nuevas residencias suburbanas encarnaban el sueño americano", afirma Nolen. Pero las FLATs fueron las pioneras.

"Estamos muy agradecidas porque ahora tenemos un futuro", le dijeron las cadetes astronautas a la teniente coronel Eileen Collins antes de convertirse en la primer mujer en pilotear un transbordador espacial. "Estoy muy agradecida porque ahora tengo un pasado", dijo Collins a las FLATs.

Al fin, casi el cielo


La teniente coronel de la Fuerza Aérea Eileen Collins no sólo era
una pasajera a bordo del transbordador espacial, era la piloto.

Bettyann Kevles cuenta la historia de las mujeres en el espacio hasta el presente, y brinda los detalles de las vidas de las extraordinarias mujeres elegidas en 1978 a la primer clase de la NASA para astronautas que incluía mujeres.

Aun más que las FLATs —de las que había tanto adineradas como humildes, de zonas urbanas o rurales, revolucionarias políticas o tímidas y retraídas—, entre las primeras mujeres astronautas de la NASA estaban aquéllas que habían deseado viajar al espacio desde su infancia, y las que nunca pensaron en ello hasta que surgió la oportunidad. Cada una tiene su propia historia, y las diferencias entre ellas son interesantes e inspiradoras. Las primeras mujeres astronautas no pilotearon la nave, pero fueron especialistas de la tripulación con responsabilidades, ya sea en experimentos científicos, o en funciones o partes del equipo específicas de su misión.

Algunas mujeres volaron sólo una vez; otras hicieron carrera. Y, como una señal del cambio cultural de los 1950, aunque tres mujeres astronautas y un maestro de escuela primaria murieron en los accidentes de los transbordadores espaciales Challenger y Columbia, nadie ha pedido que se excluya a las mujeres del programa del transbordador espacial.

El libro Women Astronauts le permite al lector conocer a estas mujeres especiales, prácticamente en persona, gracias a que incluye un CD-Rom con entrevistas a ocho mujeres astronautas, entre ellas Eileen Collins.