Editorial

¿Por qué no procurar la ventaja del prójimo en vez de 'cambiar regímenes' ?

Como las llamadas “armas de destrucción masiva” de Saddam Hussein nunca aparecieron, ahora George W. Bush pretende justificar su guerra contra Iraq con el cuento de que fue a llevarle la democracia al pueblo de Iraq. Y no faltará quien se crea el cuento, dado el constante machacar de los órganos de propaganda de que las elecciones parlamentarias que tuvieron lugar en Iraq el pasado 30 de enero, prueban que los iraquíes estaban ansiosos de ser liberados por Bush de las garras de Saddam. De hecho, tan contento quedó Bush con los resultados, que en su informe a la nación el 1 de febrero propuso llevarle también las bondades de su concepto de democracia a Irán. Claro está, éste es el mismo Bush que llegó a la Presidencia de Estados Unidos en el 2000 gracias a irregularidades en el proceso electoral en la Florida, donde el gobernador es su hermano, irregularidades legitimadas por los magistrados republicanos de la Corte Suprema de Justicia de EU. Su concepto de democracia también quedó de manifiesto en el 2004, cuando obtuvo la victoria suprimiendo el voto de los negros y otros en Ohio y otras partes, lo que llevó a que se cuestionará su reelección en el Congreso; ¡la primera vez en más de un siglo que ambas cámaras del Congreso de EU sostienen un debate formal sobre la legitimidad del supuesto triunfo del presidente electo!

El hecho es que “cambiarle el régimen” de gobierno a una nación extranjera, viola la Constitución de EU, como señaló el estadista Lyndon H. LaRouche en un discurso transmitido por internet el 9 de noviembre del 2004: “Yo soy, supongo, por todo un proceso de eliminación, una figura singular en este planeta. Lo que me mueve es una dedicación a lo que creo que era la intención de los fundadores de mi país, que de seguro era la intención de Abraham Lincoln, y lo que era la intención expresa de lo que quería lograr Martin Luther King, y es que tenemos que crear al fin en este planeta, en un momento en que las armas nucleares y otras consideraciones hacen que la guerra sea en extremo peligrosa para la existencia de la raza humana; tenemos que llegar a una situación en la que no pensemos en la guerra como nada que no sea la defensa estratégica absolutamente necesaria, donde repudiemos la posibilidad de ir a la guerra. Depreciamos y odiamos a los que ven la guerra como un modo de ‘cambiar el régimen’ de otra nación. Repudiamos y despreciamos a aquello que esgrimen como su justificación moral para intervenir con el uso de medios militares a fin de cambiar regímenes. Nosotros no hacemos eso. Hay otros medios que podemos emplear.

“El poder que tenemos es una extensión del Tratado de Westfalia de 1648, luego de treinta años de matarse generosamente los unos a los otros en Europa central, y luego de más de cien años de guerra religiosa manipulada por la oligarquía veneciana, empezando en 1492 con el gran inquisidor, el tipo que sentó el precedente para la persecución de los judíos, y que ha sido el modelo para la persecución de los judíos y para el nazismo hasta la fecha. El gran inquisidor de España fue el modelo seleccionado por Joseph de Maistre para lo que vino a ser Adolfo Hitler, al igual que para Napoleón Bonaparte.

“Luego de ese período, 1648, tenemos el principio del derecho internacional de reconocer que el derecho de cada nación a existir depende del principio moral de que cada nación, cada nación soberana, debe considerarse obligada a fomentar la ventaja de otras naciones. Necesitamos una extensión de esa clase de orden en este planeta hoy día.

“Necesitamos que haya la clase de sociedad entre las naciones que se base en el desarrollo de la mente del individuo, porque el consentimiento de un pueblo estúpido, de un pueblo tan estúpido como los animales, no constituye un gobierno representativo. Es sólo mediante el desarrollo del individuo —que puede darse solamente dentro de la cultura y el lenguaje de un pueblo, y el desarrollo de ese lenguaje—, que un pueblo puede desarrollar y transmitir ideas, y extender la riqueza de ideas a generaciones futuras y al mundo. Por tanto, no debemos pretender ninguna variación de un mundo de Estados nacionales respectivamente soberanos”, dijo. Tenemos que ganar a los pueblos del mundo a esta visión ampliada del Tratado de Westfalia, añadió, y a “fomentar la paz y el bienestar de todos nosotros a través de que cada uno procure la ventaja del prójimo”.