Iberoamérica

Bush, Chávez y las FARC quieren guerra entre Colombia y Venezuela

El “abrazo de Grasso”, cartel de LaRouche de su campaña electoral por la Presidencia de los EU en el 2004

por Maximiliano Londoño Penilla

El más reciente conflicto entre Colombia y Venezuela, que vino a raíz de la captura de Rodrigo Granda, el integrante de las FARC que fue entregado a las autoridades colombianas por venezolanos que cobraron una recompensa ofrecida por el Gobierno colombiano, es el típico ejemplo de conflicto fronterizo manipulable foráneamente que puede convertirse en el inicio de una guerra absurda y fratricida. Después de 15 días en que estuvieron paralizadas las actividades diplomáticas y comerciales entre las dos naciones, el viernes 28 de enero se dio a conocer un comunicado de la Casa de Nariño, en el que el Gobierno colombiano anunciaba que el conflicto había quedado superado, y que el 3 de febrero el presidente Álvaro Uribe visitaría a su contraparte venezolana, Hugo Chávez, para escucharlo y hacerle también unas reflexiones.

El comunicado señala que el Gobierno de Colombia tiene la “mayor disposición para revisar los hechos que son de conocimiento público, a fin de que si han resultado inconvenientes ante el examen de la república de Venezuela, no se repitan. Todo ello en armonía con la voluntad política conjunta que le permita a Colombia y a Venezuela adelantar una estrategia binacional contra el terrorismo, el narcotráfico, el contrabando, el secuestro y otros delitos. Dicha estrategia se adelantará con la aplicación de los mecanismos vigentes o con otros que definan los gobiernos, desde el más estricto respeto a la legalidad y en particular a la soberanía de ambos países”.
El comunicado de Uribe, que ya había sido consultado con el Gobierno de Venezuela, satisfizo, al menos por el momento, a Chávez, quien había exigido “siquiera un gesto” de Colombia en el que se reconociera que se había violado la soberanía de Venezuela. Chávez, sin embargo, señaló que el asunto sólo quedaría resuelto una vez que se reuniera con Uribe y se hicieran las respectivas aclaraciones. En particular, los Gobiernos de Brasil, Cuba y Perú se desplegaron para ayudar a buscar una “solución diplomática” aceptable para ambas partes, y que redujera la posibilidad de un ingerencia estadounidense que pudiera agravar el conflicto. Empero, la diplomacia más efectiva fue la estrecha conexión físico–económica de las dos naciones. Los moradores de la zona fronteriza y los empresarios de ambos países se movilizaron para exigir un solución fraternal, como corresponde a naciones hermanas.

¿El ‘tratamiento de Iraq’?

Desde hace más de dos décadas la Corporación Rand, entre otros, ha elaborado guiones sobre una guerra entre los Estados Unidos y Venezuela, ante la posibilidad de que haya un Gobierno venezolano “hostil” a los EU que amenace con suspender el suministro de petróleo; según estos guiones, la guerra sería sustituta, es decir, Colombia sería la punta de lanza contra Venezuela.

Con los anuncios de George Bush de que continuará su cruzada dizque para “liberar al mundo de los tiranos”, y con las recientes declaraciones de su nueva secretaria de Estado, Condolezza Rice, advirtiendo que Hugo Chávez es “una fuerza negativa en la región”, no es de extrañar que el Wall Street Journal del 21 de enero exija que Bush le ayude al presidente Uribe en contra del “tirano venezolano”, dado que “el presidente Bush ha dejado en claro que cualquier gobierno que dé refugio a los terroristas es un enemigo de los EU”. El 26 de enero el vocero del Departamento de Estado, Richard Boucher, dijo oficialmente que “hemos solicitado a nuestros socios hemisféricos que exhorten a Venezuela a adoptar una posición más conciliatoria y constructiva, y que cese cualquier relación que pudiera tener con las Fuerzas Armadas de Colombia (sic), las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las FARC, y las demás organizaciones terroristas de Colombia”.

En su discurso de posesión de su segundo período presidencial, Bush prometió que le daría el “tratamiento de Iraq” a otros países. ¿Será Venezuela el próximo Iraq? En realidad Chávez y las FARC, con sus provocaciones, están haciendo todo lo posible para que los EU invadan militarmente la región, so pretexto de combatir el terrorismo.

¿Y el ‘abrazo de Grasso’ qué?

Los EU tienen razón en exigirle al presidente venezolano Hugo Chávez que cese cualquier relación con las FARC, pero pecan de hipócritas si Washington y Wall Street no hacen a su vez otro tanto. Cuando menos desde junio de 1999 los centros financieros de Wall Street sellaron sus tratos con el jefe de finanzas de las FARC, Raúl Reyes, con el abrazo que le dio el entonces presidente de la Bolsa de Valores de Nueva York, Richard Grasso. Esa reunión en la selva colombiana fue del dominio público mundial, y no sólo del Departamento de Estado norteamericano.

Por otra parte, las FARC, Chávez, los cocaleros bolivianos de Evo Morales, etc., pretenden convertir a América Central y del Sur en un teatro de enfrentamiento con los EU, reviviendo la vieja idea del Che Guevara de “crear uno, dos, tres, muchos Vietnam”. Y resulta que Bush, Cheney y Rumsfeld, con el cuento de combatir los “regímenes forajidos” y “conquistar las zonas ingobernables”, también quieren crear caos, arrasar con las naciones y eliminar la soberanía nacional.

Los banqueros de Wall Street y la City de Londres ven con angustia como su sistema monetario y financiero mundial basado en el FMI se desploma en una crisis de carácter sistémico y global, porque el servicio de la deuda crece más rápido que la capacidad de las naciones para pagarlo. De manera análoga a cómo en la década de los 1930 los banqueros angloamericanos pusieron a Hitler en el poder, ahora pretenden imponer una dictadura fascista mundial mediante un nuevo Imperio Romano: el imperio de la usura de Wall Street y Londres.

Como ha explicado el estadista estadounidense Lyndon H. LaRouche a quienes intentan buscarle alguna explicación racional a la invasión de Iraq por parte de los EU, la verdad es que el objetivo de los EU era el que en efecto logró; es decir, el de causar destrucción, genocidio, hambruna, caos, guerra religiosa, fragmentación territorial, etc., y extender este proceso a otras regiones. ¿Por qué? Porque así se “justifica” imponer una dictadura mundial quebrantando todo orden jurídico, para de esa manera intentar salvar y reciclar al moribundo cartel financiero que controla a las naciones del mundo.

Arden los Andes

Para poder entender cualquier suceso (por ejemplo, las implicaciones del caso Granda), es necesario comprender el marco estratégico en el que se desenvuelve. Hay dos fallas axiomáticas que se cometen al “tomar partido” en el actual conflicto colombo venezolano: 1) creer que éste es un problema local, colombo–venezolano, y que por razones patrióticas debemos alinearnos institucionalmente y respaldar sin cortapisas al gobierno nacional; y, 2) considerar que se habían “agotado todas las opciones”, y que no quedaba otra vía que la de “capturar a Granda” o a cualquier otro terrorista “donde quiera que sea y con los métodos que convengan”, porque “Chávez nunca cooperó”.

Como es evidente, la pretendida validez de estos axiomas ha sido aplastada por la realidad. En primer lugar, el mundo está en llamas y hay una pandilla de fascistas controlando la Casa Blanca. Los programas de ajuste del FMI han desestabilizado a todas las naciones del orbe.

Argentina ha experimentado varios cambios de gobierno, y el presidente Néstor Kirchner enfrenta la ira de los acreedores, los cuales quieren cobrarle la libra de carne completa. El presidente Carlos Mesa de Bolivia está a punto de caer ante los esfuerzos combinados de los cocaleros de Evo Morales y de la oligarquía local de Santa Cruz; está última ahora está promoviendo el separatismo. Al presidente Alejandro Toledo, en el Perú, no lo quiere ni su propia hija, a pesar de que fue colocado en la presidencia gracias a los “buenos oficios” de los EU, que se movilizaron para derrocar al presidente Alberto Fujimori, quien era su más firme aliado en la lucha contra el narcoterrorismo. Con el movimiento etnocacerista de los Humala y la insurgencia senderista, toda otra clase de levantamientos “indigenistas” están a la orden del día en un Perú doblegado por el FMI. Ecuador es una olla a presión a punto de detonar de nuevo. En Colombia hay una plena guerra contra los narcoterroristas de todos los pelambres de izquierda y derecha. La intensificación del conflicto colombo–venezolano sería un nuevo detonante en una región que está en plena erupción volcánica económica, política y social.

En segundo lugar, es obvio que existían otras opciones además de simplemente traer a Granda a territorio colombiano pagando recompensas a miembros de los servicios de seguridad de la nación vecina. Es importante el esfuerzo del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva para buscar una solución negociada a este conflicto. Lo que Uribe había logrado el año pasado en su relación con Chávez, es el camino a seguir: suscribir y poner en marcha importantes acuerdos económicos para llevar a cabo proyectos conjuntos de infraestructura regional. El gasoducto binacional que conectaría a la Guajira (Colombia) con Maracaibo (Venezuela) no puede suspenderse.

Si bien Venezuela ocupa el octavo lugar en reservas mundiales de gas, sus yacimientos no están ubicados en la zona limítrofe con Colombia, de tal manera que los estados venezolanos de Zulia y Táchira pueden ser abastecidos con el gas colombiano. La ampliación posterior de este proyecto permitiría que el gas venezolano pueda llevarse a Centroamérica y a la costa colombiana del Pacífico. De hecho ya hay cierta suerte de integración eléctrica entre Colombia y Venezuela, que es el primer paso en una integración energética más amplia que debe lograrse.

Integración económica

A pesar del estúpido comentario del vicepresidente colombiano Francisco Santos, en el sentido de que no importa para nada el comercio colombo–venezolano, que el año pasado ascendió a 2.500 millones de dólares, la verdad es que Colombia y Venezuela están integradas física e históricamente de manera indisoluble. Por ejemplo, los llanos colombianos están más articulados a Venezuela, en términos de abastecimiento, que al resto de nuestro país, por la carencia de una infraestructura de transporte adecuada. En general, los 1.200 kilómetros de frontera común han logrado que haya un intercambio económico fluido, pero muy limitado por las restricciones impuestas por el FMI, que so pretexto de combatir el déficit fiscal impiden cualquier inversión en obras públicas.

En la actualidad Colombia exporta a Venezuela mercancías por un monto aproximado de 1.300 millones de dólares anuales. Las exportaciones han estado en recuperación desde que la crisis venezolana las redujo a 693 millones en el 2003, cuando en el 2002 eran de 1.742 millones. Las exportaciones colombianas a Venezuela representan hoy aproximadamente el 10% de las ventas al exterior. En alguna época, alrededor del 30% de las exportaciones colombianas iban a Venezuela. Sólo en el sector de textiles, Colombia exporta 154 millones de dólares anuales a Venezuela. En las condiciones actuales nuestros textileros no pueden competir en precios con Asia ni, en particular, con Turquía. Así que Venezuela es nuestro mercado natural. Los productos químicos constituyen el 20% de las exportaciones colombianas a Venezuela, y los alimentos y bebidas el 16%.

Con las medidas de retaliación económica adoptadas por Chávez, todos los proyectos económicos y de infraestructura se han suspendido, y el comercio binacional y el transporte por carretera ha quedado reducido al mínimo. Por ejemplo, están paralizadas 1.800 toneladas diarias de carbón crudo y coquizado de Colombia que se movilizaban a través de Venezuela, para ser exportadas a EU y Centroamérica desde los puertos venezolanos de Ceiba y Maracaibo. El año pasado se exportaron 45 millones de dólares de este carbón del norte del Santander colombiano. Por el momento, todo suministro de gasolina barata venezolana a las ciudades fronterizas colombianas está suspendido también. El 80% de lo que se consume en Arauca (Colombia) se transporta por carreteras venezolanas, porque por las nacionales demoraría 10 horas más.

La mediación de Brasil en este conflicto es importante, porque permitiría además estrechar los nexos entre Colombia y Brasil. En reunión que sostuvieron Lula y Uribe el 19 de noviembre de 2004, además de abordar el conflicto colombo–venezolano, empezó a ampliarse el hasta ahora muy reducido programa bilateral. Por ahora todo es muy embrionario a nivel de proyectos entre las dos naciones, pero esto podría ampliarse rápidamente si se rompe con la política del FMI que tiene vetados los grandes proyectos. Se firmaron acuerdos para prestación de servicios de salud mutuos entre Leticia (Colombia) y Tabatinga (Brasil), y se exploró la posibilidad de ampliar el comercio.
Brasil, que busca con afán desarrollar salidas hacia el Pacífico, tiene interés en que se construya una carretera entre Pasto (Colombia) y Mocoa (Brasil), pero está por conseguirse el financiamiento para esa obra. Lo que tendría que iniciarse de inmediato, sería la construcción del proyecto de hidrovía Meta–Orinoco y el corredor intermodal Tumaco–Puerto Asís–Belem Do Pará, proyectos en los que están de acuerdo Brasil y Colombia.

En síntesis, como ha insistido Lyndon H. LaRouche, la única manera de sembrar la paz entre las naciones es desarrollando de manera conjunta grandes obras económicas y de infraestructura. El tema es la economía física entre Colombia y Venezuela, en el marco del desarrollo de grandes corredores de desarrollo e infraestructura que conecten a la región con el resto del planeta. El plan del Gobierno de Bush, Cheney y Rumsfeld es llevar a la región el caos y la destrucción mediante toda clase de guerras étnicas, de ardides, etc. Colombia debe insistir en este programa de los grandes proyectos económicos, y abandonar toda ilusión de que copiando los escuadrones de caza y asesinato que Cheney y Rumsfeld han creado para “capturar a los enemigos”, podrá resolverse el problema del narcoterrorismo.

Es necesaria la cooperación entre las naciones con respeto a la soberanía de cada una de ellas, para eliminar cualquier ventaja logística, económica o política para los narcoterroristas. A Chávez hay que tomarle la palabra, cuando insiste en que no respalda a los narcoterroristas de las FARC. Pero para que esto no quede en letra muerta, hay que establecer mecanismos concretos para supervisar y garantizar que esta política se lleve a cabo. La Fuerzas militares de ambas naciones pueden tener una función clave en un proceso coordinado y de mutuo apoyo (cada cual en su propio territorio nacional, sin intervenciones extranjeras ni “persecuciones en caliente”), para eliminar la presencia de los narcoterroristas que aprovechan la amplia frontera para crear “corredores de paso”.

Hay que activar muchos de los mecanismos que existen para la solución de conflictos fronterizos entre las dos naciones, y desplegar a las respectivas cancillerías y a los países amigos mediadores. El presidente Uribe y todos los funcionarios públicos deben abstenerse de tratar de competir con Chávez en la guerra del micrófono. Pero ninguna solución meramente política o diplomática funcionará, si no se estrechan los lazos entre las economías físicas de las dos naciones hermanas.