Estudios estratégicos

El consejo que el secretario de Estado de los EU John Quincy Adams, le dio al presidente James Monroe con respecto a un tratado que el ministro británico Canning propuso, fue que tenía que rechazarse porque no existía una comunidad de principio entre el Reino Unido y los EUA. En cambio, Adams propuso —como lo reflejó el planteamiento que escribió, y que Monroe presentó como la llamada “Doctrina Monroe”— que los EU tenían que concebir una comunidad de principio naciente entre las repúblicas de las Américas, de la cual forzosamente tenía que excluirse a las fuerzas depredadoras extranjeras rivales de la época (las del Imperio Británico y las habsburgas), tan pronto como los EU tuvieran el poder suficiente para imponer esa exclusión ayudando a la defensa de las repúblicas hermanas de las Américas. Como subrayó Adams sobre esta cuestión de política, no había ninguna comunidad de principio entre los EUA y el Reino Unido imperial (o el sistema reaccionario asociado con el príncipe Metternich y compañía).

Pese a la proliferación actual a nivel internacional de mentiras académicas y de otra índole sobre la doctrina de Adams y el presidente Franklin Roosevelt, cuando éste último revivió esa política a través del tratado de Río de Janeiro y otros medios, ése es de forma implícita el legado de principio de los EUA desde antes de 1776.[78] Y hoy sigue siendo el único principio interesado del verdadero interés propio de los EUA en tanto república. Por motivos causales, es un principio definido en términos científicos como la política del interés propio de los EUA, aplicable ahora a una comunidad mundial cada vez mayor de Estados nacionales soberanos republicanos.

La formulación original de Adams del principio de la Doctrina Monroe pertenece, en apego a la historia, a un período que va de la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789 hasta las secuelas de la batalla de Gettysburg, en el cual el interés propio concerniente de los círculos más sensatos de los EUA seguía siendo, en lo principal, mantenerse al margen de la maraña de corrupción que había prevalecido entre esas potencias hegemónicas de Europa, de las que eran típicas los intereses más o menos rivales de los británicos contra los que aglutinaban los Habsburgo.

Luego, desde la victoria de la conducción del presidente Abraham Lincoln sobre el títere británico de la Confederación, y en especial a partir de que Europa reflexionó sobre los logros que exhibió la exposición del Centenario de 1876 en Filadelfia, los EUA no sólo han representado una potencia en el mundo en general, sino que han contraído, cada vez más, la responsabilidad de tener una participación descollante en el acontecer de los asuntos mundiales, incluso fuera de la vecindad más inmediata de las Américas. Desde entonces el problema principal de las relaciones mundiales ha sido la cuestión de si es el modelo americano o el británico el que serviría de catalizador principal de un sistema de relaciones internacionales, no sólo a escala regional, sino planetaria.

Por motivos históricos diversos, el interés oligárquico–financiero liberal angloholandés, en tanto distinto del poder específico de los Estados europeos individuales, ha representado el sistema monetario–financiero global cada vez más dominante desde la muerte de Franklin Roosevelt. A partir de la secuela de los acontecimientos de 1962–1964, en especial desde 1971–1972, hasta los EUA han devenido en la virtual simple provincia actual de ese imperio supranacional liberal angloholandés del actual sistema de poderío oligárquico–financiero privado del FMI. Aunque los EUA han sido el Estado nacional más poderoso del planeta, al mismo tiempo también han representado cada vez más una satrapía virtual del, en efecto, imperio liberal angloholandés, como llamo, una vez más, al imperio de las fuerzas oligárquico–financieras internacionales que controlan al sistema del FMI a partir de 1971. De no reconocer ese hecho esencial, no habrá salida segura probable del desplome monetario–financiero general que al presente embiste. La diferencia es que los EUA son la nación más calificada y mejor situada para encabezar la ruptura del poder de ese imperio liberal angloholandés.

Ésa es la pura verdad, en contra de la cual toda objeción no es más que impotente, o incluso francamente maligna. Esa realidad es la roca firme sobre la que las posibilidades de éxito de un diálogo de culturas triunfarán, o de seguro habrán de estrellarse.

Suponiendo que un número suficiente de fuerzas encuentre la sabiduría para actuar de formas congruentes con esa percepción de los últimos siglos de la historia mundial, la pregunta así planteada es: ¿cuál es la forma concreta de organización entre las naciones que define el primer paso inmediato de organización general a tomar, para crear una comunidad de principio permanente y global en un mundo integrado por Estados nacionales perfectamente soberanos? Revivir para su aplicación el modelo del Bretton Woods emprendido bajo el patrocinio del presidente Franklin Roosevelt, es la piedra angular del comienzo de la primera fase de ese nuevo sistema mundial.

La noción de un sistema de tipos de cambio fijos que siga el modelo de la experiencia original de ese sistema de Bretton Woods, es el modelo de un arreglo que ahora es indispensable para este mundo, y para al menos varias generaciones por venir. Cuando digo “al menos varias generaciones”, más que nada tengo en mente el carácter de ciertas clases de tratados indispensables de largo plazo y de acuerdos relacionados sobre la formación de capital esencial, en especial en la infraestructura económica básica. Ya que tenemos que estar preparados para honrar estos acuerdos, por un lapso de cincuenta o más años por venir, el sistema que establezcamos ahora debe anticipar el cumplimiento de esas obligaciones contractuales.

Más tarde, conforme la serie inicial de esas obligaciones vaya llegando a su madurez, es natural que habrán de considerarse mejoras al sistema mundial. Entre tanto, los gobiernos prudentes se concentrarán en las próximas dos generaciones a modo de guías para sellar los acuerdos pertinentes, bajo los cuales ha de crearse e instaurarse el nuevo sistema mundial del futuro inmediato.

El asunto del sistema de tipos de cambio fijos queda definido de conformidad, en lo principal, como sigue. Primero abordo la función de la llamada política sobre las materias primas, y, después de eso, el asunto de la política demográfica. Éstos son los adelantos globales relativamente nuevos que le dan a la idea de un sistema de tipos de cambio fijos una importancia decisiva mayor que la que jamás haya tenido.

El efecto combinado del desarrollo y la aplicación de la tecnología, junto con el aumento poblacional y del nivel de vida aceptable de esa población, ha llevado al planeta a la coyuntura previsible de los acontecimientos en la que ya no podemos proceder bajo el supuesto de que los así llamados recursos naturales, de los cuales depende la civilización, pueden tratarse como si esto fuera el mero botín de la naturaleza. Ahora tenemos que responsabilizarnos por mantener y aumentar el abasto de esos recursos de la Tierra abiótica y de la biosfera, de los que depende el aumento constante de la población y la mejora en las condiciones de subsistencia de la vida.

El apetito hoy lunático y filosóficamente fisiócrata por las materias primas, en tanto saqueo, un apetito lunático e implícitamente homicida del que el dogma del plan NSSM–200 de Kissinger no es sino emblemático, ha devenido hoy en el rasgo principal del celo de la oligarquía monetario–financiera mundial. Este celo lunático tiene que controlarse con una regulación del asunto concertada entre Estados nacionales soberanos. Como el legado de Vernadsky deja claro cuál es el remedio necesario en términos generales, el desarrollo y manejo de los recursos minerales han de considerarse un factor del costo de capital compartido como una carga entre todas y cada una de las economías del mundo. Tenemos que asegurar un abasto suficiente, y a precios aceptables, de todas esas materias primas básicas para el futuro de la humanidad. Este desafío puede dominarse con la ayuda del desarrollo científico progresivo, incluso de forma más bien cómoda; pero tiene que manejarse.

Este cambio en el manejo de las materias primas, un cambio que ahora demanda del mundo entero el crecimiento de las poblaciones de Asia, en especial las de China e India, requiere el establecimiento inmediato de un sistema universal de tipos de cambio fijos. Este requisito añade el factor de le gestión creativamente activa de las materias primas a los acuerdos esenciales en los que debe cimentarse el nuevo sistema.

El planeta es finito. Casi hemos agotado la posibilidad de tener una forma de sociedad que vive de agotar al planeta con esfuerzos para compensar esos efectos. Tenemos que establecer un sistema que eleve el abasto y disponibilidad de lo que tratamos como recursos naturales, por medios que incluyan la generación de dichos recursos, en vez de su mera extracción. Es así como tenemos que administrar los recursos minerales, al igual que tenemos que desarrollar la biosfera mediante la gestión de aguas a gran escala, el desarrollo de las zonas desérticas, etc.

Para absorber estas categorías de costos de capital implícitamente muy grandes, tenemos que acelerar el avance de la tecnología de producción y de diseño de productos, al menos a un grado suficiente como para absorber el costo adicional de la administración mundial de materias primas y el desarrollo ambiental relacionado, sin reducir el nivel de vida de ninguna población. Esto requiere tasas de aumento muy grandes de la productividad física per cápita de todo el planeta, y elevar los niveles de ingreso de las naciones en la actualidad pobres mediante tal fomento del progreso tecnológico. Estos costos pueden calcularse con una exactitud razonable.

Esto requiere un acento acelerado en tecnologías de muy alta “densidad de flujo energético”, entre ellas los procesos de fisión nuclear y de fusión termonuclear. Los recursos de baja densidad de flujo energético deben seguirse dedicando, en lo principal, a la función que tiene la radiación solar en motivar los procesos vivientes, en especial los de la vida vegetal, en tanto fuente de materiales útiles, en la gestión de aguas, y en la moderación del clima de la Tierra.

El renglón adicional del programa económico global que acabo de resumir, es que antes de regresar a la cuestión de las relaciones entre los Estados miembros de un sistema de tipos de cambio fijos, tenemos que despejar ciertos mitos en cuanto a la dizque “bomba demográfica”.

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[78]A pesar del fraude de atribuirle la Doctrina Monroe a la maquinación de ese sobrino de filibustero Teodoro Roosevelt.