Internacional

¿Acabará de nuevo con Líbano el legado de Kissinger?


El agente de la inteligencia británica Bernard Lewis (izq.), y los asesores de seguridad
nacional —sucesivamente— Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, fueron los
encargados de llevar adelante los designios imperiales angloamericanos contra el
Oriente Medio. El primer blanco fue Líbano.

por Jeffrey Steinberg, Michele Steinberg y Dean Andromidas

En abril de 1975 Lyndon LaRouche estaba en Iraq participando en una celebración conjunta de los partidos Baas de Siria e Iraq. En algún momento de esa visita le dijo a un grupo de los participantes, que él esperaba que estallara una guerra civil en Líbano en cualquier momento directamente debido a las manipulaciones de Henry Kissinger. El grupo quedó tan impresionado con las advertencias de LaRouche, que de una vez programaron que el economista político estadounidense diera un informe más extenso al día siguiente.

La invitación a LaRouche a visitar Bagdad vino a raíz de la puesta en circulación antes ese año de su “Plan de paz y desarrollo del Oriente Medio de 1975”, en el que proponía establecer las bases para una paz árabe–israelí a través de proyectos de desarrollo regional de envergadura en gestión de aguas, transporte, educación, salud, etc., empleando los recursos científicos, técnicos y materiales combinados de todos los países de la región. LaRouche instó a los países del golfo Pérsico, que empezaban a gozar de la bonanza de los petrodólares, a crear un Banco de Desarrollo del Oriente Medio, y a convertir parte de sus ingresos petroleros en créditos a largo plazo y a bajas tasas de interés.

Un grupo nutrido de diplomáticos, funcionarios de gobierno, académicos y otros huéspedes del partido Baas de Iraq antes de Saddam Hussein, fue llevado en helicóptero a una instalación petrolera, la Estación Pública IV, donde tuvo lugar el diálogo, que duró todo el día. LaRouche dijo que el guión del “juego de la gallina” de conflictos manipulados de la Corporación RAND era clave para entender los planes de Kissinger de provocar violencia sectaria en Líbano. Antes de que concluyera la celebración de los partidos Baas, el 13 de abril de 1975, llegó la noticia de que en Líbano había estallado la guerra civil.

En respuesta a los recientes intentos del Gobierno de Bush por hacer estallar de nuevo a Líbano y Siria, LaRouche ha recalcado que sin un entendimiento claro de los sucesos de los últimos 40 años, no es posible resolver la crisis de Líbano. El no aprender las lecciones de ese triste capítulo de la historia del Sudeste de Asia es condenarse a repetirlos. Condoleezza Rice, la perversa hijastra espiritual de Kissinger y de su aliado íntimo George Pratt Shultz, está reescenificando de hecho las medidas estadounidenses que ayudaron a sumir a Líbano en una guerra civil de 15 años, de la cual ese país todavía está recuperándose. Por ahora, los líderes de las varias comunidades religiosas de Líbano están aguantando, luchando por evitar que vuelva a repetirse su trágico pasado colectivo.

Antes de Kissinger

Las propuestas de LaRouche de 1975 para lograr la paz en el Oriente Medio a través de la cooperación para el desarrollo económico, reiteraban iniciativas previas en el mismo sentido de los ex Presidentes de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson y Dwight D. Eisenhower, y del secretario de Estado del presidente Richard Nixon, William P. Rogers.

Aunque junio de 1967 ha quedado grabado en la memoria universal como la fecha de la guerra de los Seis Días, cuando Israel derrotó a Egipto y a otros países árabes, hubo otro suceso que ocurrió más tarde ese mismo mes, el cual ofrecía una alternativa impresionante a las décadas de conflicto que hubo en el Oriente Medio a partir de esa guerra de 1967.

En junio de 1967 el ex presidente Eisenhower y el ex presidente de la Comisión de Energía Atómica Lewis L. Strauss emitieron “Una propuesta para nuestro tiempo”. El documento, sobre el cual Eisenhower escribió un artículo que publicó Reader’s Digest en junio de 1968, instaba a revivir el plan de “Átomos para la paz”, propuesto por Eisenhower en diciembre de 1953, para el uso pacífico de la energía nuclear. En el documento emitido por Eisenhower y Strauss en 1967, proponían “desalar agua con energía atómica”. Como dijo Eisenhower en su artículo del Reader’s Digest: “El propósito del plan no sólo es el de hacer productivas extensas regiones áridas y darle trabajo útil a cientos de miles de personas, sino también, esperamos, promover la paz en una región muy afligida del mundo, a través de una nueva empresa de cooperación entre naciones”. Eisenhower hizo referencia a trabajos, que ya estaban en la etapa de planificación, para la construcción de la primera planta de desalación impulsada por energía atómica, en isla Bolsa, en la costa de California. “Hasta esta planta grande en isla Bolsa”, escribió Eisenhower, “se quedaría chica en comparación con las instalaciones contempladas para el Oriente Medio. Nuestra propuesta contempla tres plantas —dos en la costa del Mediterráneo, y una en el golfo de Aqaba— con una producción combinada de más de mil millones de galones [3.700 millones de litros] de agua potable por día. Esto es más que el doble del flujo promedio diario de los tres principales tributarios del río Jordán”.

El ex Presidente añadió: “Las plantas del Oriente Medio, al igual que la instalación en isla Bolsa, serían de doble función: además de agua, podrían producir enormes cantidades de energía eléctrica. Parte de ella podría usarse para bombear agua a zonas tan distantes como Siria y Jordania, y tal vez por debajo del canal de Suez, a partes de Egipto. El resto se utilizaría para la manufactura de fertilizantes, que tanto se necesitan, y para otros propósitos industriales; un suministro abundante de energía eléctrica dotaría al Oriente Medio de vastos complejos de industria nueva, igual a como ha ocurrido en tantas otras partes del mundo”.

“El plan propuesto”, añadió Eisenhower, “ayudaría de ese modo a resolver el problema del más de un millón de refugiados árabes. Cuando la República de Israel se estableció en 1948, cientos de miles de árabes que vivían ahí dejaron sus hogares y se mudaron a campamentos de refugiados en los vecinos países árabes. Ahí, en los campamentos, la mayoría de los cuales son una desgracia para el mundo civilizado, muchas de esas personas viven sin trabajo y en la pobreza, con pocas esperanzas, mantenidas en gran parte por una limosna de la ONU. Gran número de ellas podrían emplearse en la construcción de las nuevas instalaciones y conductos de agua, y en la preparación de la tierra para cultivos irrigados. Luego, sin duda, una gran cantidad podría asentarse en nuevas tierras de labranza en los países árabes”.

El plan Eisenhower–Strauss revivía el plan de “Agua para la paz” que propuso el presidente Johnson en 1965, el cual se basaba en trabajos llevados a cabo por el Laboratorio Nacional de Oak Ridge sobre la desalación nuclear. El plan de Johnson contemplaba la construcción de llamados “núplex”, centros agroindustriales erigidos en torno a plantas nucleares de desalación. El Departamento de Estado de EU auspició un congreso sobre el “Agua para la paz” del 21 al 23 de mayo de 1967, en el que participaron 6.400 delegados de 94 países, entre ellos Israel, Egipto, Jordania, Yemen y Arabia Saudita.

Cuando Richard Nixon asumió la Presidencia de EU en enero de 1969, nombró a uno de los principales miembros del gabinete de Eisenhower, el ex procurador general William P. Rogers, como su secretario de Estado. Rogers, quien era conciente del penoso conflicto de baja intensidad que sufrían Israel y Egipto en torno al Suez, trató de revivir lo más pronto posible las iniciativas de paz de Johnson y Eisenhower. El 13 de marzo de 1969 citó al embajador israelí Isaac Rabín al Departamento de Estado, a fin de presentarle sus propuestas para una paz amplia entre los árabes y los israelíes basada en garantías mutuas de seguridad y en el regreso a las fronteras previas a la guerra de los Seis Días, la cual sería asegurada por fuerzas de paz de las Naciones Unidas.

El 9 de diciembre de 1969 el secretario Rogers pronunció un discurso en el congreso Galaxy de Educación Superior en Washington, en el que detalló su propuesta de paz, entonces llamada “el plan Rogers”. El gabinete de Israel, todavía complacido por su triunfo en la guerra de los Seis Días, rechazó el plan mediante un decreto el 22 de diciembre.

Sin embargo, la verdadera subversión de los planes de Rogers tenía lugar en los corredores de poder en Washington y Londres.

Tras bastidores, Henry Kissinger, entonces asesor de seguridad nacional de Richard Nixon, conspiraba contra el secretario Rogers y contra sus dos aliados principales en el gabinete: el subsecretario de Estado Joseph Sisco y el secretario de Defensa Melvin Laird. Rogers había estado llevando a cabo delicadas negociaciones de distención con el embajador soviético Anatoli Dobrynin sobre una gama de asuntos, entre ellos la guerra de Vietnam, el Oriente Medio y las armas nucleares. Como un gesto de buena fe, Nixon había congelado la entrega de aviones “Phantom” a Israel, para darle a Moscú la oportunidad de presionar al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser para que éste apoyara el plan Rogers. Luego de un viaje de Sisco a El Cairo en junio de 1970, Nasser le dio su apoyo formal al plan Rogers, con el respaldo entusiasta de los soviéticos. Kissinger se oponía a todo el proceso de distensión, alegando que Moscú tenía planes secretos para conquistar al mundo, empezando por el Oriente Medio. Con su “blandura”, decía Kissinger, Rogers, Laird y Sisco le estaban haciendo el juego a los soviéticos.

De súbito hubo una sarta de ataques terroristas en el Oriente Medio. El rey Hussein de Jordania, muy influido por Londres, emprendió su infame represión del “Septiembre Negro” contra la Organización Para la Liberación de Palestina (OLP) en el reino hachemita; los tanques sirios avanzaron hacia la frontera de Jordania; Israel le ofreció asistencia militar a Jordania en la eventualidad de una invasión siria. Pero el apoyo de Israel tenía un precio: Tel Aviv demandaba que Nixon le garantizara a Israel un paraguas nuclear estadounidense en la eventualidad de que los soviéticos intervinieran en defensa de Siria. Nixon claudicó ante las demandas de Kissinger e Israel, y el plan Rogers de repente quedó más muerto que un difunto.

El 22 de septiembre de 1973, luego de varios años más de escaramuzas bizantinas, William P. Rogers fue despedido del cargo de secretario de Estado y Henry Kissinger fue nombrado en su remplazo. Exactamente dos semanas después empezó la guerra de Yom Kipur, y, con ella, desapareció cualquier posibilidad de una paz en el Oriente Medio basada en la cooperación económica.

El trasfondo estratégico

La guerra faccional entre Kissinger y Rogers en el primer Gobierno de Nixon ocurrió con dos otros desarrollos estratégicos importantes de trasfondo, en los cuales Kissinger fue una figura relevante. Primero, el 15 de agosto de 1971 el presidente Nixon sacó al dólar del sistema de tipos de cambio fijos respaldado por el oro, y así acabó con el sistema de Bretton Woods establecido por Franklin Delano Roosevelt en 1944.

Según testimonio del testigo ocular John Connally, quien era el secretario del Tesoro de Nixon, la orden de echar por la borda a Bretton Woods vino de tres altos funcionarios del Gobierno de Nixon: Kissinger, Paul Volcker y George Shultz. Con ella, dio inicio la era de especulación desenfrenada.

El segundo desarrollo, que fue menos publicitado, fue el Memorando de Seguridad Nacional 200 (NSSM–200), promulgado en secreto por Kissinger en 1974, que establecía como los principales objetivos de la seguridad nacional de Estados Unidos, el control de los recursos naturales estratégicos del mundo por parte de EU y la despoblación de ciertas grandes regiones designadas del sector en vías de desarrollo. En efecto, el NSSM–200 de Kissinger comprometía a EU a fomentar guerras maltusianas de despoblación en regiones ricas en materias primas estratégicas.

Mientras Kissinger le daba marcha atrás al plan Rogers e imponía como alternativa un plan de seguridad nacional imperial en Washington, un veterano de la inteligencia británica, el doctor Bernard Lewis, de la oficina de asuntos árabes, se desplegaba a Estados Unidos para unirse a Kissinger, y al sucesor de éste como asesor de seguridad nacional en el Gobierno de Carter, Zbigniew Brzezinski, para llevar adelante los designios contra el Oriente Medio. El primer blanco fue Líbano.

El 13 de abril de 1975 cuatro miembros de la Falange libanesa resultaron muertos durante un atentado contra el jefe de esa agrupación, Pierre Gemayel. El ataque se le achacó a los palestinos y, en represalia, los falangistas atacaron un autobús en el que viajaban palestinos, matando a 26 personas. En cosa de días todo el país estaba en guerra. Kissinger sacó del retiro al ex embajador de EU en Jordania, L. Dean Brown, y lo nombró enviado especial a Líbano. En los meses que siguieron, la “diplomacia de lanzadera” de Kissinger y Brown incitó a una facción contra otra y atrajo tanto a Siria como a Israel a la pelea, como si algún plan perverso de la corporación RAND, basado en la guerra de los Treinta Años, estuviera poniéndose en práctica.

Hoy se experimenta de nuevo con la misma receta para el desastre. En las semanas desde que fuera asesinado el ex primer ministro libanés Rafik Hariri, el 14 de febrero de 2005, una serie de bombas han estallado en barrios cristianos alrededor de Beirut que han dejado un saldo de docenas de muertos.

En una entrevista exclusiva que le concedió a EIR el 18 de agosto (ver la entrevista a continuación), el cardenal Nasrallah Boutros Sfeir, patriarca maronita de Líbano, proclamó como suyo el concepto del Tratado de Westfalia, que acabó con la guerra de los Treinta Años (1618-48). En su homilía del Domingo de Pascuas una semana después, el cardenal Sfeir invocó el principio de “la ventaja del prójimo”, el cual es la condición decisiva del Tratado de Westfalia, y pidió la unidad de las distintas comunidades religiosas de Líbano, al tiempo que dijo que Hizbula es una organización que tiene que incluirse en cualquier acuerdo de paz verdadero. El patriarca hizo esas declaraciones sobre Hizbula, en respuesta a la información falsa que propalaron los órganos de difusión de EU sobre su visita a Washington. Según estos informes, el cardenal supuestamente le había dado su aval a la demanda del Gobierno de Bush para que Hizbula se desarme. Un intento de desarmar por la fuerza al grupo chiita, que goza de gran apoyo popular en el sur de Líbano, sería uno de los medios seguros de garantizar una nueva erupción de violencia sectaria en Líbano y en el resto de la región.

Dirigentes de las comunidades cristiana, chiita, sunní y drusa han estado sosteniendo reuniones sin cesar para parar un nuevo descenso en una guerra civil devastadora. Pero, ¿bastará esto para contrarrestar los intentos de reencender la llama de la violencia sectaria, en especial cuando éstos vienen del Departamento de Estado de la acólita de George Shultz y Henry Kissinger, Condoleezza Rice?