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Resumen electrónico de EIR, Vol. III, núm.14
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El aspecto revolucionario
del método de LaRouche

1. Un Problema sistémico de enfermedad mental
2. La función del hombre en tanto especie superior
3. La tecnología en tanto economía física
4. Por qué la globalización está destruyendo nuestra civilización
5. La alternativa prometedora que tenemos

3.  La tecnología en tanto economía física

por Lyndon H. LaRouche
27 de abril de 2005.

En el siguiente capítulo abordaré el ejemplo decisivo actual del modo en que el proceso de globalización, al cambiar la producción de las regiones con una infraestructura económica básica más altamente desarrollada y con niveles de vida generales superiores, a las regiones con una infraestructura menos desarrollada y niveles de vida por lo general inferiores, resulta en una reducción de la productividad del planeta entero. En el último cuarto de siglo, esa transformación de todo el planeta ha acarreado al presente efectos desastrosos.

Por tanto, dedico este capítulo a aclarar algunas de las consideraciones principales sobre psicopatología popular que deben tomarse en cuenta para entender qué acarreó la generación reciente de declive global, en gran medida a través del proceso que hoy refieren como “globalización”.

En cualquier uso significativo del término “tecnología”, debo usarlo, como aquí, en tanto un modo conveniente de referir la manera específica en que se aplica algún principio científico o alguna combinación de principios, para la generación o el uso de un producto. Por tanto, el término “tecnologías” se refiere, en esencia, a la participación de un principio o conjunto de principios. Debemos usar el término “principio” en el sentido de un principio físico universal, y considerar a la “tecnología” como un término confinado a referir innovaciones que son reflejo de algún principio universal o de un modo de empleo mejorado de dicho principio. Ese sentido de “principio” siempre ha de tratarse supeditándolo a la noción de un principio astrofísico universal.

Ha de recordarse, a lo largo de este informe, que nuestro uso del término “principios” aquí, como siempre, significa “poderes”, como en la tradición de los pitagóricos, Kepler, Leibniz y demás, y no el significado de “fuerza” de los reduccionistas modernos. Por tanto, el primer punto a aclarar es que las tecnologías así definidas no aumentan, sino que actúan para transformar la función a la que las aplican. Esta noción de transformación puede compararse con la acción alineal de la gravitación al determinar el movimiento característico de una órbita kepleriana, en el sentido del aforismo de Heráclito, de nada es constante sino el cambio, sobre el cual Platón reflexiona en su diálogo Parménides. La noción aplicable es la generalidad de las geometrías de las funciones abelianas de Riemann. La discusión que sigue debe aclarar más esa cuestión.

La economía, así definida, no es la suma de componentes funcionalmente independientes, producto cada uno de acciones localizadas. Contrario a los hábitos contables del ingreso y el producto nacionales de los EU, la producción local es resultado, en el sentido funcional, de la interacción activa de todos los factores significativos de la economía nacional en tanto proceso integrado de conjunto. También es, en lo funcional y de modo similar, parte integral de un proceso mundial; pero, las fronteras nacionales son, y deben mantenerse, como un amortiguador entre lo que acontece en la economía nacional y sus interacciones con la mundial.

Debemos ordenar nuestro sentido de las tecnologías y sus aplicaciones conforme al orden jerárquico ascendente de lo abiótico, la biosfera y la noosfera. Es decir, que desarrollemos un marco predominantemente abiótico para sostener a los procesos vivos, y a los procesos vivos para sostener a las poblaciones humanas y sus actividades. Así, la fertilidad de la superficie del terreno para desarrollar campo y bosque, por ejemplo, determina el grado relativo de éxito posible para sostener la fertilidad de desarrollo de la sección pertinente de la biosfera. El nivel de desarrollo de la biosfera determina el rango relativo de contribución necesario para sostener a la noosfera. De modo similar, el nivel de desarrollo de la infraestructura económica básica determina el nivel relativo de la productividad de la agricultura o la industria, per cápita y por kilómetro cuadrado. El nivel relativo de desarrollo de la salud y de las facultades mentales de los miembros de la población, determina el grado relativo de realización del progreso en la evolución de la noosfera. Estas nociones siempre expresan la cualidad de poderes.

En todo esto, nunca debemos pasar por alto el hecho de que un principio físico universal definido con propiedad, por sí mismo constituye una forma de acción antientrópica.

Asimismo, el desarrollo de las condiciones de existencia y la producción humana deben verse en el orden del mayor plazo, primero, y al largo, mediano y corto plazo a lo último. De modo similar, notamos la preferencia por una mayor esperanza de vida de las poblaciones con alto desarrollo, sobre un número mayor de poblaciones con una educación pobre y una menor esperanza de vida, con las características de una mano de obra barata.

El aspecto calculable de las relaciones así ordenadas en general debe determinarse de forma concreta, en esencia, como una cuestión de la ciencia. Sin embargo, no sólo es factible, sino indispensable tratar las relaciones en los términos más o menos amplios que he indicado hasta aquí. A este respecto, no debe pasarse por alto ni lamentarse que las mediciones precisas de las relaciones indicadas, por lo general serán posibles mucho después de que se hayan tomado las decisiones pertinentes de largo a mediano plazo. Por ende, la toma de decisiones físico económicas de la sociedad ha de hacerse conforme a normas de “sentido común” amplias, parecidas a las que he bosquejado aquí, al efecto de que las decisiones más fundamentales se hayan tomado mucho antes de que puedan hacerse las mediciones finas pertinentes.

Este enfoque corresponde a la manera en que a menudo se escogen las políticas de contratación para las empresas productivas de rápido crecimiento. Para tales casos, el empleador prudente escogerá a los solicitantes que, conforme a un perfil, sea más probable que mejoren para alcanzar los requisitos de una norma en ascenso, en vez de a aquellos que se ajusten a un modelo exacto predeterminado. El reclutamiento de los elementos pertinentes de la fuerza laboral está basado en consideraciones generales, dejando que los detalles avancen en el transcurso del desarrollo de los procesos productivos.

Hay unas consideraciones adicionales muy pertinentes que deben incluirse aquí en nuestro bosquejo general.

En otras épocas, como en la práctica estadounidense de fines del siglo 18, era costumbre que algunos hablaran de los bienes de capital de producción como parte de una categoría de “trabajo artificial”. Entre mayor fuera la proporción de “trabajo artificial”, en especial la que expresa nivel tecnológicos mayores, mayor es el efecto multiplicador en el esfuerzo del trabajo humano vivo de cualidad fija. El capital físico de la infraestructura de mayor plazo, por ejemplo, participa y reacciona así en esa acción a la que afecta, y que, de este modo, depende de ella para ese nivel de desempeño potencial.

La concentración más ventajosa de “trabajo artificial” por lo general está en la infraestructura económica básica. Conforme el perfil de los elementos del “trabajo artificial” se hace de relativo corto plazo, en tanto subimos en la escala, tienden a preferirse los cambios progresivos en la tecnología que encarnan a las inversiones de largo plazo. Sin embargo, el aumento futuro de la proporción de las de largo plazo, de ahí en adelante, debe tender a predominar, en la medida en que gran parte de la “vida útil” de la infraestructura económica básica propenderá a convertirse prácticamente en efectos de “terriformación”, con un ciclo relacionado de “vida” de siglos.

Todas estas consideraciones deben leerse con el entendimiento de que procuramos aumentar el poder potencial acumulado, en el sentido de Leibniz del poder económico de una economía física, al tiempo que el poder del trabajo per cápita y por kilómetro cuadrado aumenta mediante formas de progreso científico y afines. Debemos aumentar el potencial que encarna el poder acumulado de la infraestructura económica básica, la producción, la fuerza laboral como tal, y el poder cultural general de toda la población.

De ahí que, el nivel de desarrollo educativo y cultural relacionado de la población es el máximo requisito de progreso en las facultades productivas del trabajo. En la cultura tecnológica actual, el primer objetivo es el desarrollo de la juventud hasta aproximadamente “la edad de dejar la escuela”, de alrededor de un cuarto de siglo para los científicos y profesionales semejantes. Sin embargo, tales cualidades de desarrollo cultural continuo de la población mayor de 25 años devendrá cada vez más en un objetivo significativo de la sociedad sobre las generaciones venideras.

El cambio de paradigma cultural

Con las tendencias actuales, a menos que se corrijan pronto, para el momento en que la mayoría de los niveles del Gobierno de los EU estén preparados en lo político para reconocer las implicaciones reales del derrumbe en marcha de la capacidad productiva de General Motors, se habrán agotado de antemano todos los remedios de corto y mediano plazo a una consiguiente catástrofe nacional. Cuando uno permite el desperdicio de la capacidad organizada para construir las máquinas que construyen las máquinas de producción del tipo de alta tecnología, el efecto en las partes pertinentes de la economía será como si una marejada hubiese barrido y destruido esa economía regional y sus condiciones de vida, de un modo que nos recuerde las tendencias después de 1977 hacia la proliferación de nuevas regiones desérticas en zonas que otrora eran de granjas familiares o multifamiliares de alta tecnología. Los efectos concurrentes sobre las industrias de una clase relacionada crearían efectos a los que no podría darse marcha atrás en menos de una generación o más. Comunidades enteras serían prácticamente destruidas, como cuando hay una transformación de una región rica en agricultura en una árida y desértica.

La fuente principal de ese peligro radica en los efectos de la transformación cultural de la manera de pensar de las generaciones “sesentiochera” y “sándwich”, en contraste con el espectro de las mentalidades de la generación adulta de los 1930 y 1940. Por lo general los “sándwich” son peores que los “sesentiocheros”, debido a su separación cualitativamente mayor de la experiencia de una cultura agroindustrial impulsada por la ciencia.

Por motivos de experiencia cultural, como la amplia experiencia que tenemos mis colaboradores y yo con las distinciones de los rasgos conductuales entre los adultos jóvenes de entre 18 y 25 años de edad, y los “sándwich”, éstos tienden a expresar un sofismo más radical y a ser menos racionales que los “sesentiocheros”. Los reflejos necesarios para reconocer los peligros de la situación económica presente, tienden a limitarse a ciertos rangos de personas, ya sea menores de 25 años o mayores de 60, y de forma más patente, los que andan en sus 80 o 90.

Tales son los efectos de la exposición prolongada a los efectos empalmados de la adoctrinación sofista mediante los programas del Congreso a Favor de la Libertad Cultural, y la transformación de una orientación productiva a una “posindustrial” expresada en el surgimiento de los “sesentiocheros”, como lo marca en especial la adoctrinación dizque “ambientista”.

Aunque vemos los efectos de este cambio de paradigma cultural con mayor claridad en los ejemplos de los “sesentiocheros” y los “sándwich”, el viraje que produjeron estos bajones socioculturales lo echó a andar la generación de los padres de los “sesentiocheros”. Fue durante la juventud adulta de esos padres que se condicionó a la generación de los sesentiocheros a la pauta que estableció el Congreso a Favor de la Libertad Cultural. Fue el efecto de ese condicionamiento, en especial como en el caso de los suburbios de “clase media” de las sectas de “cuello blanco” y del “hombre organización” de los 1950, que irrumpió con fuerza en la secuela del terror que produjo la secuencia de la crisis de los proyectiles de 1962, el asesinato del presidente Kennedy (y otros), y el inicio de la demente guerra oficial de los EU en Indochina. Los sesentiocheros fueron la cosecha; pero, ¿quién plantó la semilla?

Desde hace poco, las pautas actuales ahora muy visibles que ya se habían puesto en marcha en el período inmediato de la posguerra, ya están exigiendo cada vez más atención de los círculos económicos y políticos pertinentes de los EU, y también de Europa. El giro contra las modas “contra la energía nuclear” de los 1970, es típico de este cambio de dirección en las tendencias. La tendencia a dominar la vida política mediante “estilos de vida alternativos” y tendencias socioculturales relacionadas en términos de referencia más amplios, ahora se reconoce como algo a lo que tiene que dársele marcha atrás en grado significativo, en especial en el gobierno y en la economía, al menos en la medida que esas nociones de “estilos de vida alternativos” constituyen bloques que obstaculizan la reanudación de esas políticas de inversión de largo plazo en el progreso científico y tecnológico, que prácticamente habían quedado proscritas por la excesiva influencia política de la contracultura forjada por los sesentiocheros.

Las dificultades a encontrarle a la difícil situación de un personaje político capaz, el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, en la nación de Alemania, que es una piedra angular, no son sino típicas de este conflicto de principio entre las modas contraculturales y la posibilidad de impedir el derrumbe económico de las naciones a condiciones de páramos, y a la suerte de gobiernos brutales que garantizaría la permanencia de tales influencias contraculturales. Prácticamente la misma pauta de problemas se refleja en toda Europa y en los propios EUA.

Sin embargo, los vestigios de la contracultura aún son un factor potente. La atracción del comportamiento autodestructivo que quedó del apogeo de los sesentiocheros, tales como las culturas de las “drogas recreativas” y la aversión por el progreso tecnológico en tecnologías que cobran la expresión de infraestructura y producción, son factores que tienden a llevar a una población a preferir destruirse a sí misma, antes que a reaccionar a una amenaza existencial con una respuesta adecuada. Tales atractivos, de seguir predominando en los EUA y otras partes, aun en el corto plazo relativo, constituyen los factores culturales específicos que definen a una cultura condenada a desaparecer y a su nación. Bajo las tendencias actuales de desplome de las economías nacionales, estos impedimentos contraculturales son ahora, con claridad, el factor que condenará a la ruina a todas y cada una de las naciones que sigan sometiéndose a ellos. Cuando se permite y se deja que esos mal llamados factores de “izquierda” sigan ejerciendo sus pretendidos derechos de veto en naciones que, por otra parte, están dominadas por conceptos irreprochablemente radicales de derecha, como los de la Sociedad Mont Pelerin y el American Enterprise Institute, dictaduras tan horribles como la de Hitler llegarían a ser pronto más o menos inevitables, del modo que vislumbramos esta amenaza inmediata, por motivos similares, en la última versión del fascismo hoy, en la derecha religiosa que representa las bases de apoyo del presidente George Bush y de Karl Rove dentro de los EUA.

Fukuyama y General Motors

También considera la pertinencia de una amenaza derechista relacionada, de lo que podría denominarse “el síndrome de Francis Fukuyama”.

El ideólogo neoconservador Francis Fukuyama, del síndrome del “final de la historia”, expresa la suerte de desenlace posterior a 1989 más peligroso del largo período de condicionamiento a manos de la programación existencialista de cualidad prácticamente pro satánica conducida bajo el patrocinio del Congreso a Favor de la Libertad Cultural. Esto se compone de dos factores que pueden observarse de forma conspicua en las librerías que operan en la vecindad de cualquier institución de educación superior.

Caminen alrededor de los anaqueles de esas librerías. Piensen en la misma casa editorial, hasta en el mismo sitio, hace 20 años. Están en presencia de un museo negro de psiquiatría, ¡una pesadilla existencialista! Pongan a Francis Fukuyama en esa colección.

El perfil cultural de la población estadounidense (y de gran parte de la de Europa) ha cambiado de modo radical, en gran parte para empeorar, bajo el impacto de un cambio de paradigma cultural emprendido a gran escala en el período que siguió al final de la Segunda Guerra Mundial. Hubo un viraje cultural, del creciente optimismo histórico de la época de la presidencia de Franklin Roosevelt, al punto en que, al final de esa guerra, hubo un cambio contrario a la perspectiva optimista de construir la nación para la historia futura de nuestro planeta, hacia una cultura en la cual la pasión por exterminar a la odiada Unión Soviética devino prácticamente en el principal motivo existencial en las culturas generales de muchas naciones pertinentes.

Entonces, en 1989–1991, ese motivo existencial principal entre esos estratos y otros afectados de modo similar, fue eliminado de repente. La gente a la que habían condicionado al cambio de la posguerra dominado por el Congreso a Favor de la Libertad Cultural y formaciones sectarias semejantes, vivió el desplome de la Unión Soviética, de un modo irónico pero congruente, como su catástrofe personal. Habían perdido a su enemigo, el enemigo cuya existencia se había convertido casi en el motivo mismo de su existencia, en el motivo del modo en que pensaban acerca del mundo, de su cultura y de su lugar en dicho mundo.

Les habían quitado a la víctima que con más pasión querían, y aborrecieron esto tanto como la zorra aborreció el día que el granjero clausuró la operación del gallinero. Les habían quitado al enemigo que necesitaron para fomentar ese odio que había representado el fundamento de la misión histórica que adoptaron en la vida; ¡les habían quitado sus juguetes favoritos a los niños! Para los que quedaron así privados de la favorita de sus pretendidas víctimas, fue ciertamente el fin de la historia. Para los de la misma inclinación de Fukuyama, la muchacha que anhelaban violar de la manera más sádica posible, ¡había quedado fuera de su alcance! Lloraron, como lo implica la pieza de Francis “Trasímaco” Fukuyama, el torrente de rabia y lágrimas de esos neoconservadores straussianos: “¿A quién voy a violar ahora?”

Fukuyama y sus confederados representan una de las expresiones extremas de la enfermedad; pero, el mismo síndrome está mucho más difundido, si bien a menudo de forma menos drástica. La expresión más generalizada de la misma tendencia se ve como un reflejo en la forma del conflicto naciente de los años recientes entre la generación sesentiochera y los jóvenes adultos hijos de esos sesentiocheros.

Y luego llegó por fin el día en que General Motors fue declarada chatarra.

La tendencia entre los sesentiocheros, desde 1989, es a concentrarse en cultivar un estilo de vida cuya intención, como la de una droga, es la de consolarlos durante lo que anticipan pudiera ser una larga estadía inútil en la antesala de la muerte. Los dejaron en la transición de la edad de la “yerba”, hacia su presente edad del viagra. No desean más que tratar de divertirse. La historia ha terminado para ellos, como para Fukuyama; el futuro, para ellos, ya no existe en realidad.

Cuando General Motors se convirtió en chatarra financiera, los agarraron jugando cartas. Jugaban como los hombres que, envejeciendo, se reúnen más o menos a diario para jugar damas o ajedrez en el parque, a la espera en ese mundo de pesadilla existencialista del estilo de vida de sus actuales diversiones, matando el tiempo en espera de la llegada de la muerte con la esperanza de que se los lleve con gentileza de sorpresa. Esa generación sesentiochera, en particular, ha perdido el sentido de misión en la vida, y se consuela a sí misma en las distracciones de los nichos de comodidad, a veces llamados estilos de vida; mientras que los mejores de los adultos jóvenes de la generación de sus hijos, por el contrario, exigen un propósito, un significado para las décadas de vida adulta que les esperan. De ahí la expresión actual de un conflicto generacional entre los dos estratos de padres e hijos jóvenes adultos.

Yo me he convertido, por necesidad, en un experto con calificaciones especiales y una experiencia internacional en el síndrome que acabo de resumir. El sesentiochero reaccionará a la tensión, pero rara vez enfrentará la causa de la misma; en su lugar, reaccionará a la tensión buscando alguna actividad que funcione como una especie de nicho de comodidad en un estilo de vida, como la representación de una fantasía. Reaccionan, como Fukuyama, a lo que perciben como el fin de la historia, tratando su reacción, como jugando a la casa de muñecas, a la nueva situación de tensión, con actividades cuya inefabilidad patética les sirve de “nicho de comodidad”. No dejan de reaccionar; reaccionan huyendo a una forma de actividad simbólica, como la dizque “actividad cultural”, la forma de analgésico para la tensión social que cuadra con su estilo de vida a modo de nicho de comodidad para el escapista.

Ése ha sido el modo de reaccionar a la crisis de GM que ahora nos embiste entre los círculos más importantes. Ese síndrome expresa el modo en que las civilizaciones que ya se han condenado a sí mismas, como el Abner Prufrock de T.S. Eliot a veces prefiere morir con nada más que un gimoteo como señal de su deceso. Una de sus alternativas aparentes sería morir como Hamlet, de miedo por lo que alguien que debiera pelear expresa como ese “. . . temor a algo tras la muerte, la ignorada región de cuyos confines ningún viajero retorna”. A diferencia de Hamlet, la mayoría de nuestros sesentiocheros preferiría que no la masacraran mientras luchan, sino que preferirían esperar, mientras sueñan, a que los sofoquen en sus camas. Preferirían no reaccionar a la muerte de GM, hasta después de que esté muerta sin remedio, y puedan levantarse entonces de sus fantasías de cama para lamentar lo que debieron y pudieron impedir.

Pero, verás, ya no creían en la existencia real del futuro. Sabían, como Fukuyama, que la historia había llegado a su fin en 1989. Así que, a sabiendas de eso, vivieron sólo para entretenerse. El acto de aflicción será su nueva fuente de recreo.

La crisis de GM es una realidad, aunque no para la alta administración de GM, que tienen entre sus perspectivas hacer más dinero vendiendo a GM como chatarra, pero no la realidad en mente. Es una terrible realidad para el futuro de nuestra nación. Si la desmantelan, la situación de la economía estadounidense, y la de su pueblo, prácticamente no tendrá remedio. Empero, el típico sesentiochero no reacciona a este hecho; reacciona a las reacciones de los sesentiocheros que perciben o que anticipan ante la situación de GM. A lo que reaccionan no es a la GM real en tanto capacidad productiva, sino a la GM en tanto fenómeno sociológico–financiero. Tienden a reaccionar con empatía hacia sus semejantes de la administración de GM, no al impacto de esta situación sobre el futuro físico de nuestra nación y de su pueblo.

Como para mostrarte que no exagero esta decadencia en lo más mínimo, por lo general ellos cambian de conversación al tema de, “pero, ¿cómo va el mercado?”. Es como si hubieran preguntado, “pero, señora Lincoln, ¿que le pareció la función?”

4.