Estudios estratégicos

El aspecto revolucionario
del método de LaRouche

4.  Por qué la globalización está destruyendo nuestra civilización

por Lyndon H. LaRouche
27 de abril de 2005.

Antes de describir el sistema que usa la globalización para violar y arruinar a los EU hoy, tengo que presentar el marco en el que está teniendo lugar la violación. Son necesarios dos pasos para presentar este marco. Primero, tengo que preparar ahora el terreno dedicando unos cuantos párrafos a cuestiones de antecedentes históricos de la historia estadounidense que tienen una pertinencia fundamental, y segundo, luego de eso, tengo que cumplir con la función que Shakespeare en ocasiones le asignó a la figura de su personaje Coro. A manera de prólogo, tengo que resumir el antecedente más importante de las crisis de GM y otras relacionadas hoy, un resumen del tema de las raíces del actual ardid fraudulento empleado para globalizar, raíces que yacen en la historia pasada de Europa.

Así, Coro hace su aparición en escena, y dice lo siguiente.

Bajo ese Sistema Americano de economía política de gente inteligente asociada con el secretario del Tesoro original de los EUA, Alexander Hamilton, la guía de la política estadounidense fue la intención de usar los poderes constitucionales subyacentes de regulación para mantener lo que a menudo recibe el nombre de una política de “comercio” justo, una política que cuenta con el auxilio de varias formas de disposiciones fiscales, comerciales y arancelarias establecidas por gobiernos.[22] El principio moderno de ley natural del que dependieron las políticas implícitas de “comercio justo” de Hamilton y otros patriotas estadounidenses, fue el principio fundador del Estado nacional soberano moderno, el llamado principio “republicano” o del “bienestar general” asociado con los primeros Estados nacionales modernos: la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII. Bajo este principio, los precios eran regulados en el mercado mediante diferentes medios alternativos, todos con el efecto intencional de garantizar que las prácticas “tipo Enron” de la usura oligárquico–financiera veneciana responsables de causar la “Nueva Era de Tinieblas” del siglo 14, fueran controladas mediante el “proteccionismo”, a través del uso del poder del Estado para regular los precios justos, los aranceles y las condiciones comerciales.

El principio constitucional fundamental de los EU, la obligación del gobierno de fomentar el bienestar general, el cual ya había adoptado antes el Renacimiento del siglo 15, no fue nuevo ni siquiera entonces. El principio del bienestar general está asociado con las célebres reformas que experimentó Atenas bajo Solón. Es un principio que La República de Platón defendió, y sigue siendo un principio central del cristianismo, el principio del ágape, del modo que lo confirman pasajes tales como el Corintios I:13 del apóstol Pablo. Es el principio constitucional fundamental de aquel Tratado de Westfalia de 1648 que acabó con las guerras religiosas de 1492–1648 en Europa.

Sin embargo, a pesar de la antigua autoridad de ese imperio de la ley, un resurgimiento de esa perversa fuerza oligárquico–financiera veneciana que ya antes había hundido a la Europa del siglo 14 en la “Nueva Era de Tinieblas”, puso a prueba el surgimiento de la forma soberana moderna del Estado nacional que tuvo lugar en Francia e Inglaterra. El resurgimiento veneciano de fines del siglo 15 brotó gracias a la caída de Constantinopla; esta fuerza renaciente era el mismo poder, la misma oligarquía financiera veneciana que había imperado en Europa, en su previa asociación con la caballería normanda, durante el período medieval. El Tratado de Westfalia de 1648 devino en un poderoso e importante revés para ese poder de la renaciente facción veneciana, pero la oligarquía financiera de Venecia pronto volvería al poder con un nuevo disfraz.

Un deterioro del poder de esa Venecia en tanto Estado durante el transcurso del siglo 17, movió a la oligarquía veneciana a reinventarse, esta vez en la forma del poder financiero en aumento de una oligarquía liberal angloholandesa centrada en torno a las Compañías de las Indias Orientales británica y holandesa. En París, en febrero de 1763, quedó establecida la Compañía de las Indias Orientales británica de lord Shelburne y compañía como lo que llegó a conocerse como el Partido Veneciano del siglo 18, un partido cuyo elemento principal emergió como lo que luego habría de conocerse formalmente como el Imperio Británico, el imperio cuyo diseño estuvo a cargo del lacayo de lord Shelburne, Edward Gibbon.

Del lado contrario, la lucha americana contra la nueva tiranía de la oligarquía financiera neoveneciana angloholandesa, de 1763 en adelante, dio a luz a la guerra de Independencia y la Constitución federal de los EU. Más tarde, el triunfo de la república estadounidense del presidente Lincoln sobre el instrumento imperial británico conocido como la Confederación, desencadenó y demostró las cualidades superiores del sistema estadounidense por sobre los existentes en Europa en ese entonces. Desde más o menos 1876 en adelante, el Sistema Americano de economía política, del modo que lo asociamos con los nombres de Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, Mathew Carey, Federico List y Henry C. Carey, devino en el modelo que copiaron, en un menor o mayor grado, la Alemania de Bismarck, la Rusia de Alejandro II, el Japón de la era Meiji y otras naciones.

No obstante, los intereses de los tories estadounidense coordinados por el Ministerio de Relaciones Exteriores británico de Jeremy Bentham y su viejo protegido lord Palmerston que estaban bajo el control de redes de las que son típicos el traidor Aaron Burr y los grupos narcotraficantes del “sindicato” de Perkins, aprovecharon las oportunidades de cada instante de debilidad en los EU para prácticamente tratar de recolonizarnos. La partida de pillos, entre los que estaban Zbigniew Brzezinski, Samuel P. Huntington y Henry A. Kissinger, que empolló, por así decirlo, en el nido del profesor Yandell Elliott en la Universidad de Harvard, es típica de los medios de que se han valido influencias subversivas ajenas para penetrar y corromper a nuestras instituciones.

De modo que, dado el poder imperial de la forma liberal angloholandesa de poder oligárquico–financiero de corte veneciano, y a pesar de la probada superioridad del Sistema Americano de economía política sobre todos sus rivales, la oligarquía financiera angloholandesa desarrolló un fuerte apoyo entre los centros financieros de los propios EU, como dan fe de ello los casos de Theodore Roosevelt, el fanático del Ku Klux Klan Woodrow Wilson, Calvin Coolidge, Herbert Hoover y el legado de Richard Nixon. La pro fascista Sociedad Mont Pelerin y asociaciones tales como el American Enterprise Institute reflejan hoy esa venenosa influencia externa en la toma de decisiones de nuestra nación hasta la fecha, bajo la careta de las doctrinas “librecambistas”.

Esa influencia corruptora es la fuente más visible de la forma en que han administrado y arruinado a General Motors, entre otras entidades, mediante los efectos inevitables del imperio prolongado de las políticas del “libre cambio” y la “globalización”. Dadas las pruebas, la razón de la adopción de esas medidas funestas queda identificada con justicia como no otra cosa sino una forma de demencia colectiva, en gran medida autoinfligida, entre las víctimas, entre ellas el propio estrato administrativo ahora imperante de General Motors.

En el presente capítulo de este informe, echo mano del caso de la crisis de General Motors como una ilustración oportuna de los principios que están en juego en la pelea por defender a nuestra nación y a su pueblo, de las perversidades específicas del ardid neoveneciano popularmente conocido como la globalización. Esto implica defender a nuestra república de aquellos desórdenes mentales acostumbrados, que han representado el tema dominante de este informe sobre las raíces de nuestra catástrofe nacional actual.

Las medidas antiestadounidenses más significativas que promueve en estos momentos ese poder neoveneciano del sistema oligárquico–financiero liberal angloholandés, quedan bastante bien resumidas bajo el título de actualidad de ese término: “globalización”. En esencia, el desplome que ahora acelera, y la desintegración inminente de General Motors Corporation y empresas industriales relacionadas, son producto de esta campaña globalizadora. Ése es el drama que se desenvuelva aquí en este escenario.

Por desgracia, como verás en lo que pronto seguirá a continuación aquí, lo peor de todo es que prácticamente ningún círculo político de los EUA hoy ha contado con los rudimentos siquiera de un entendimiento competente necesario, ni de esa política, ni de los mecanismos mediante los cuales viene efectuándose esta destrucción. El pueblo estadounidense, así como también los dirigentes de sus partidos políticos y otras instituciones pertinentes, se han cegado, en lo principal, a la realidad de esa operación y de los peligros que le plantea a nuestra soberanía nacional y a la población por igual. En otras palabras, este es otro ejemplo de la ceguera psicológica de la mayoría de nuestros conciudadanos, incluso de nuestras instituciones principales, ante la realidad presente de la situación económica del orbe.

Forma parte de mi misión aquí, dejar claros los orígenes y el carácter de esta amenaza contra la existencia continua de nuestra república. El drama comienza ahora con un resumen, seguido de los rasgos salientes específicos de esa historia que, de forma directa, conduce al surgimiento y desarrollo de la crisis actual de General Motors.

Las raíces imperiales de la globalización

Globalización es un nuevo sinónimo de lo que solía conocerse como imperialismo. Representa una forma específica de imperialismo histórico, de un imperialismo regido por una oligarquía, más que por un emperador. Ésta es una clase de imperialismo que a los historiadores les recuerda la experiencia de las guerras del Peloponeso de la antigua Grecia, un imperialismo de la forma que sigue el modelo más reciente de aquél del que fue precursora la oligarquía financiera veneciana del Medievo en el período del 1000 al 1400, aproximadamente. No puede llegarse a ninguna comprensión competente de la situación actual de los EUA y el mundo, sin tomar en cuenta sus raíces, unas raíces que han de encontrarse en esos pasajes ya mencionados de la historia antigua y medieval.

Las raíces principales de las prácticas de la globalización hoy, se remontan en la historia europea a la evolución de la experiencia de la Europa antigua con su principal adversaria, la antigua Babilonia encajada en el así llamado Imperio Persa. Luego de que una coalición encabezada por Atenas derrotó a ese imperio en su último intento por conquistar a Grecia de forma directa, ésta prácticamente se destruyó a sí misma a través de los efectos autoinfligidos de los actos inmorales y las ambiciones imperiales de la Atenas de Pericles y Trasímaco, al emprender lo que ahora conocemos como la guerra del Peloponeso.

Fue gracias a la intervención decisiva de la alianza entre la Academia de Atenas del ya entonces finado Platón y Alejandro Magno, que se derrotó el proyecto persa—acedonio de crear un Imperio Persa ampliado que incluyera el litoral mediterráneo, pero el modelo pretendido de dicho Imperio Persa ampliado resurgió más tarde en la forma del Imperio Romano establecido bajo César Augusto.[23] El desplome demográfico de dicho Imperio Romano en su parte occidental, llevó a la división de todo el imperio a manos del emperador Diocleciano, y al establecimiento de la división oriental del Imperio Bizantino bajo uno de los protegidos de Diocleciano, Constantino.

Muchos siglos después de Constantino, las crisis más que nada autoinfligidas del siempre trágico y menguante Imperio Bizantino llevaron al surgimiento de un antiguo cliente de ese imperio, Venecia, como una potencia marítima y oligárquico–financiera independiente en alianza con la caballería normanda. Así, el período medieval que va del 1000 d.C. al término del siglo 14 estuvo dominado por lo que era conocido como un orden ultramontano. El término ultramontano se refiere a lo que más tarde quedó a descubierto, en actas del gran concilio ecuménico del siglo 15 en Florencia, como el documento fraudulento conocido como la “Donación de Constantino”, el cual dizque le daba al papa un dominio imperial sobre lo que el emperador Diocleciano definió como la división occidental del Imperio Romano.[24] La asociación veneciano–normanda usó este documento fraudulento como el pretexto legal para seguir imponiendo su control predominante sobre Europa, una forma especial de dominio imperial, durante la mayor parte de esos siglos pertinentes.

Entonces el Estado nacional moderno, del modo que lo propuso la obra De monarchía de Dante Alighieri, de entre esfuerzos similares de otros autores,[25] quedó establecido como principio jurídico mediante la adopción tácita de la Concordantia cathólica de Nicolás de Cusa. Como quedó señalado, los primeros Estados nacionales republicanos verdaderos que cumplieron con esa especificación fueron la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII, gobiernos gobernados por la ley natural (por ejemplo, la obligación del soberano de fomentar el bienestar general). Las fuerzas que compartían ese principio jurídico sobre el que después fue fundada nuestra propia república constitucional, eran conocidas como la facción republicana.

La contraofensiva de la oligarquía financiera veneciana, desde la caída de Constantinopla en 1453 d.C. en adelante, consistió en aplastar la existencia de la institución del Estado nacional soberano, y en desarrollar un orden imperial que restaurara el previo sistema ultramontano de gobierno imperial. El hundimiento ahora en marcha del mundo en el proceso de la globalización, expresa una recurrencia de ese propósito veneciano. La base de los fenómenos del imperialismo moderno y la globalización en la civilización europea actual es esta estrategia veneciana, que fue puesta en marcha mediante la serie de guerras religiosas de 1492–1648 que desató el gran inquisidor Tomás de Torquemada, al emprender la expulsión de los judíos de España que prefiguró la aparición de Hitler.

El conflicto entre ambos sistemas en Europa, el del Estado nacional soberano y el de la orientación veneciano del ultramontanismo, nunca se ha resuelto, hasta la fecha. La deserción hacia revivir el ultramontanismo imperial en tanto sistema mundial, ahora bajo la pantalla de la globalización, es una consecuencia de esa ambigüedad ininterrumpida, hasta la fecha.

En un principio, la intención de Venecia al emprender las guerras religiosas de 1492–1648 desde la España del gran inquisidor Torquemada, era restablecer el dominio imperial sobre Europa a través de su cliente, la dinastía de los Habsburgo, que en ese entonces estaba en proceso de tragarse a la familia real de los Trastamara de España. En las últimas décadas de ese período, la ruina que se infligió a sí misma la España habsburga dio pie al poder creciente de una nueva facción dentro de Venecia, que devino en la facción predominantemente protestante desarrollada bajo la tutela del fundador del empirismo moderno, el Paolo Sarpi de Venecia. El surgimiento de la Compañía de las Indias angloholandesa a fines de siglo 17, fue consecuencia de la influencia continua que ejerció Sarpi aun después de muerto.

No es una mera coincidencia que Gibbon, un lacayo del notable tirano lord Shelburne de la Compañía de las Indias Orientales británica, escribiera su Historia de la decadencia y la caída del Imperio Romano para apoyar la tesis de establecer el Partido Liberal Angloholandés de la “Ilustración”, también conocido en ese siglo como el “Partido Veneciano”, en tanto imperio mundial permanente en el que la recién creada monarquía británica hiciera las veces del “dogo” pretendido de dicho imperio. Esa intención ha persistido a modo de rasgo orgánico de la ideología liberal angloholandesa producto de la oligarquía financiera veneciana, hasta nuestros días. Esa intención es el motivo fundamental de la propagación de la globalización ahora.

La gente supersticiosa tiende a tratar de explicarlo todo con la “codicia” o alguna otra suerte parecida de artilugio. Tales variedades infantiles de credulidad popular como ésa revelan a una persona que casi no tiene comprensión alguna de la naturaleza humana. Antes, la motivación más fuerte de cualquier persona tendía a basarse por lo general en su sentido de identidad personal; sus motivos tendían a ser los que la habían condicionado a adoptar como los atributos de dicho sentido de identidad. Nada ilustra esto con mayor llaneza, que las observaciones que pueden hacerse de la simpleza expresa exhibida de seguido en casi cualquier reunión de personas pundonorosas o con pretensiones aristocráticas similares de prosapia. Dicho de forma simple: “Nosotros, mancebos, tenemos que mantener a raya a esos tipejos, ¡a toda costa!” O, con un efecto parecido, las regurgitaciones afines francamente racistas en estados donde las tradiciones de la Confederación están bien arraigadas. Tal es el drama que tenemos ante nosotros.

Desde 1776–1783, hasta la derrota que los EUA le atizaron a lord Palmerston y sus maquinaciones bajo el liderato del presidente Lincoln, la intención de la monarquía británica, entonces guiada por el poder floreciente de lord Shelburne, era reconquistar los EUA, o dividir su territorio entre una caterva de tiranías locales en pendencia, tales como el efímero proyecto de Palmerston conocido como la Confederación. Tras la victoria del presidente Lincoln sobre los proyectos de Palmerston de la Confederación y el emperador Maximiliano, idearon una nueva estrategia con el príncipe de Gales y rey Eduardo VII. Este nuevo complot estaba dirigido a asimilar a los EUA, usando a agentes de Londres, como una filial de una nueva forma de Imperio Británico, la Mancomunidad Británica. En este marco, la función que tuvieron los ideólogos de la “causa perdida” Theodore Roosevelt y el fanático del Ku Klux Klan Woodrow Wilson, al igual que la de Calvin Coolidge, devino en el preludio de lo que fue una expresión de este mismo proyecto de la Mancomunidad manifiesto en el “jardín de infantes” con sede en la Universidad de Harvard del ideólogo de la “causa perdida”, el profesor William Yandell Elliott de los Agraristas de Nashville.

La facción que resonaba en la función que desempeñaba ese agente de la inteligencia británica con sede en Harvard, no es un mero eco de la tradición de la Confederación de Thedore Roosevelt, Woodrow Wilson y el agrarista de Nashville Elliott; era, en el sentido más amplio, una continuación de la tradición ininterrumpida del “sindicato” de Perkins de la Compañía de las Indias Orientales británica, el proyecto de la Convención de Hartford, el papel que tuvo el agente británico Aaron Burr como instrumento de Jeremy Bentham del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, y el auge de la Confederación organizada por esa camarilla.

Ésta es la función que desempeñaron los presidentes Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson en nuestra historia estadounidense. Ambos saltaron al escenario como los apasionados herederos ideológicos de la Confederación, y de la red de intereses financieros con eje en la tradición de ese sindicato de Perkins, cuya función es la médula perenne de la facción estadounidense que está detrás de la conjura de la globalización neoimperialista, hoy expresada en la ruina de General Motors y otros.

Basta una tajada de la historia de la Grecia antigua, al tomarla como una muestra de la historia de la civilización europea, para ilustrar lo que también necesita tomarse en consideración al evaluar el impulso globalizador.

Atenas versus Esparta

Para los estudiosos clásicos, la historia de la civilización europea escenificada en esta crisis de General Motors, se remonta a los orígenes del conflicto entre la Esparta que representaba a la sociedad basada en la esclavitud que asociamos con el código de Licurgo, y ese legado contrario de Solón de Atenas, el cual sirvió como una inspiración capital continua en la redacción de la constitución de nuestra propia república. La figura de Solón está relacionada con el papel que tuvieron figuras ejemplares de ese período general de la historia, tales como Solón, Tales de Mileto, Pitágoras, y Sócrates y Platón. Ellos son típicos de una red de personas cuya labor está estrechamente relacionada, tanto por su reputación como por las características internas de su trabajo, con el legado de Egipto.

Desde hace milenios, y aun hoy, las figuras de Tales, Solón, Pitágoras y, después, Sócrates y Platón, han representado las piezas centrales de algo muy especial que desarrolló la antigua cultura griega, algo por lo que la cultura griega sigue teniendo una gran deuda con el legado de la tradición científica del antiguo Egipto, como en el caso de la geometría esférica. Ese legado ha sido el tema continuo de este informe, hasta este momento de mi recuento. A este legado, a este algo especial, lo llamamos el legado clásico de la civilización europea.

Aun después de que una Roma brutal bajo Augusto y el Tiberio de Capri aplastó el legado tanto de Grecia como del Cicerón de Roma, el de la cultura superior del lenguaje y la tradición clásica de la cultura superior de la Grecia antigua sobrevivió como una repercusión de la cultura helenística desarrollada con los Ptolomeos. Fue el lenguaje y la principal cultura culta de la región de Palestina, y la principal cultura lingüística que usaron los apóstoles para difundir el cristianismo como la gran fuerza que la antigua Roma no pudo exterminar. También fue la cultura de grandes judíos de entonces, de los que Filón de Alejandría es típico. En este proceso, el legado de Platón y, por tanto, de Sócrates y los pitagóricos, se convirtió en parte integral de esa cultura monoteísta que ha representado la principal cultura cristiana de Europa, y también de los judíos y, después, del islamismo.

Este legado clásico, que tiene su eje en esta función de la tradición clásica de la Grecia antigua, es la distinción específica que le da un significado racional al uso del término “civilización europea” hoy día. Así, la lucha interna de la civilización europea, del monoteísmo contra el legado de abominaciones tales como los dioses del Olimpo, ha sido la fuerza motriz de la cultura que los fundadores de los EUA soberanos, entre otros, tomaron como base de las contribuciones especiales que ha hecho la civilización europea a la humanidad, entre ellas la noción del Estado nacional soberano moderno.

El florecimiento del potencial pleno de este legado de la cultura clásica, fue demorado hasta que surgió la república moderna del siglo 15 establecida en las formas del Estado nacional soberano republicano. Así, el satánico Tiberio golpeó desde su isla de Capri, por medio de su virtual yerno Poncio Pilato, para llevar a cabo el asesinato judicial de Jesucristo. De modo que, la guerra entre el legado de la cultura clásica y su principal enemiga, la tradición imperial romana, es el aspecto central de la civilización mundial que labró la cultura europea con su impacto sobre el resto del mundo.

Las principales naciones del mundo están ahora ocupadas en un esfuerzo por concretar las ventajas que la civilización europea, en su parte más noble, ha puesto a disposición, en tanto modelo, de los pueblos de todo el mundo. Ahora bien, las culturas de Asia, de manera más notable, buscan desarrollar los medios para poder asegurarse para sí las clases específicas de ventajas de las que la tradición clásica europea del Renacimiento Dorado ha sido pionera.

El destino de la humanidad depende ahora, para las generaciones inmediatas por venir, de la realización exitosa de la integración del legado clásico en tanto el eje de una nueva cultura mundial.

Por razones que son inherentes a la naturaleza humana, la cultura clásica depende hoy de la institución de la cultura del Estado nacional soberano republicano, un Estado en el que el imperio del principio republicano rija supremo. Tiene que constituir una configuración de pueblos soberanos, que sea congruente con el gran principio de la paz que el antihobbesiano Tratado de Westfalia de 1648 tomó como premisa.

Esta intención que acabo de describir, enfrenta a acres enemigos. El blanco más odiado de esos enemigos es el legado de la propia república constitucional estadounidense. El antídoto contra nuestra existencia que prefieren aquellos que más odian a nuestra república, es el modelo imperial. La forma de organización de dicho modelo imperial que sería más probable que adoptaran esos adversarios nuestros hoy, es lo que he descrito como el modelo veneciano o ultramontano que cobra expresión ahora en los esfuerzos histéricos que emprenden los enemigos de nuestra república, por destruir nuestra soberanía mientras aún quizás puedan hacerlo a través de lo que llaman globalización.

La destrucción deliberada de General Motors y Ford, en tanto capacidades productivas grandiosas basadas en las máquinas–herramienta, es el principal objetivo imperial más inmediato de nuestros enemigos hoy. Entre los cómplices de este crimen contra nuestra nación están los traidores intencionales internos, y también los involuntarios.

Cómo funciona la globalización

Ahora llegamos a la globalización misma.

¿Por qué toleramos esta destrucción de nuestra república y sus socios de esta manera? La demencia y la inmoralidad bestial del Congreso a Favor de la Libertad Cultural son típicas de las causas principales de la propia decadencia intelectual y corrupción moral de nuestra república, y de la traición específica de todo lo que la presidencia de Franklin Roosevelt revivió de nuestras tradiciones al rescatar al mundo de la amenaza del dominio nazi. La función de las ideologías pro esclavistas de John Locke, la ideología del vicio de Bernard Mandeville y sus seguidores, y lo burdo de la superstición de ese aborrecedor de nuestra independencia, Adam Smith,[26] son típicos de las influencias que llevaron al suicida —tanto en lo cultural como en lo económico— “cambio de paradigma cultural’ que hubo a fines de los 1960 y en los 1970.

Bajo las influencias de esa corrupción moral, nuestros EUA, principalmente en concierto con el Reino Unido, dieron los siguientes pasos para estabilizar un sistema de dominio unimundista conocido como la “globalización”.

Desde su comienzo formal en 1971–72, con el presidente estadounidense Nixon, funcionó de la siguiente manera.

Los principales motores de una forma progresista de economía son, por un lado, la infraestructura económica básica, y, por el otro, la función de una masa congruente de progreso científico fundamental y relacionado en impulsar aquellas actividades asociadas con la noción de una función de las máquinas–herramienta. La llamada nación del “Tercer Mundo”, aun cuando ha desarrollado con amplitud ciertos elementos de la industria y la agricultura modernas, es deficiente en exceso, de una forma característica, en relación a esos dos motores principales. Además, como lo ilustran de la mejor manera las potencias nacientes de China e India, que tienen miles de millones de habitantes, la debilidad en los renglones del desarrollo de la infraestructura y la falta de un desarrollo lo bastante amplio y a fondo de los elementos de las máquinas–herramienta y los motores científicos, están correlacionados con una situación en la que la pobreza incapacita hasta a un setenta por ciento de estas naciones más o menos poderosas.

Puesto que una economía nacional debe evaluarse en términos de la interdependencia de casi todos los hogares de su población, una economía con un subdesarrollo de su infraestructura, y de su amplitud, cabalidad e integración de su sector científico de máquinas–herramienta, también ha de ser una economía nacional que trabaja con una proporción incapacitante de su población hundida en una pobreza desesperante gracias al mismo sistema nacional que vuelve ricos a unos cuantos, una minoría significativa que está más o menos cómoda, y logra los antedichos resultados manteniendo un sistema cuya existencia deja a la mayoría de su pueblo muy depauperada, y a la nación en su conjunto, débil y vulnerable por la pobreza que subyace en su propio sistema nacional.

Entendemos el grueso de la pobreza de China, India y otras partes hoy, al entender también las políticas y prácticas relacionadas mediante las cuales los EUA han venido destruyéndose, a su propia economía, a lo largo de casi cuatro décadas de un proceso producido por la globalización que ha llevado al virtual estado actual de quiebra nacional de los EU. Lo que el legado del colonialismo y cosas parecidas le han hecho a naciones de Asia, es lo que nosotros hemos venido haciendo a nosotros mismos en las últimas décadas, con bastante éxito.

Ya en los 1950, los EUA experimentaban con fórmulas, con los modelos de “moverse al sur”, que luego se usaron como un dechado de experiencias para introducir una orientación internacional que ha llegado a conocerse como la globalización. Éste fue el paso de las industrias, de la retahíla de estados norteños “más caros” y con un empleo significativamente sindicalizado, hacia los mercados de mano de obra barata y pobres en infraestructura de los estados sureños. Este último fenómeno era conocido como el caso de la “ocupación fugitiva”. Tras el desarrollo del sistema monetario de tipos de cambio flotantes en 1971–1975, a modo de remplazo para el sistema de Bretton Woods de paridades fijas, lo que ha venido a conocerse como la “globalización” fue inaugurado bajo la cubierta de tres modelos principales: el “latinoamericano”, el del sur de África y el asiático. La revolución derechista radical del Gobierno del presidente Nixon fue la clave del surgimiento de cada uno de estos tres modelos.

El modelo africano ya estaba funcionando desde principios y mediados de los 1970. Este modelo se ajustaba al Memorando de Seguridad Nacional 200 de Henry A. Kissinger, cuyo componente africano era un franco plan de genocidio contra los pueblos del sur de África, el cual ha seguido vigente hasta la fecha. La operación contra “Latinoamérica” la echaron a andar a fondo durante el inicio coordinado de la guerra británica, con apoyo estadounidense, contra Argentina (la “guerra de las Malvinas”), de principios de 1982, y el ataque coordinado emprendido en agosto de 1982, luego de la violación monetario–financiera de México. La tercera operación de envergadura, que tomo de blanco a Asia, empezó de hecho contra India, con la devaluación de la rupia a fines de los 1960, pero, en otros sentidos, empezó a avanzar en los 1970, como lo indicaron los cambios en la política estadounidense hacia China, el golpe contra el Gobierno de Marcos en Filipinas, y el ataque hoy todavía en marcha que activó Zbigniew Brzezinski contra “la zona blanda más vulnerable de la Unión Soviética”.

En Centroamérica también hubo algunos casos especiales dignos de mención a modo de excepciones que definen la regla. Un caso notable es el de las negociaciones de los 1970 que hizo Japón con el Panamá de Omar Torrijos, para desarrollar una versión a nivel del Canal de Panamá, y las negociaciones bilaterales de México y Japón para acordar el intercambio de petróleo por tecnología, y que fueron canceladas por las rudas intervenciones de los EU. Ésas fueron operaciones grandes en contra de México y Panamá, por ejemplo (y también contra Japón), pero no fueron cruciales por sí mismas; las operaciones cruciales vinieron en 1982, empezando por las operaciones contra Argentina y México. Este par de operaciones de 1982 sentaron la pauta para lo que vino después en toda América Central y del Sur, desde esos tiempos hasta ahora.

En Asia, Japón y Corea tuvieron papeles decisivos en tanto líderes tecnológicos de la industria pesada. China e India eran naciones gigantescas, pero cargaban con una gran población en la pobreza extrema, y un vasto subdesarrollo de su infraestructura económica básica. Indonesia es una gran nación conformada basándose en islas, con un desarrollo restringido en zonas remotas, pero con un gran potencial bruto para el futuro. Las otras naciones son más pequeñas y su desarrollo es pobre, pero tienen importantes funciones y oportunidades de desarrollo potenciales si surge una cooperación general de desarrollo en el conjunto del este y el sur de Asia. El extremo oriental de Rusia, Japón, Corea, China e India son las naciones clave de toda perspectiva de desarrollo a largo plazo en todo el este y el sur de Asia.

La gran esperanza para Asia la expresa una política que diseñé en un intervalo que va de fines de los 1980 a principios de los 1990, con la participación de importancia significativa de mi esposa Helga Zepp–LaRouche en el lado de Asia. En agosto–septiembre de 1998, en respuesta a los efectos mundiales de reacción en cadena del desplome de la especulación estadounidenses con los bonos rusos GKO, resumí mis perspectivas para el desarrollo de Eurasia a fin de proponerle a ciertos círculos estadounidenses y otros lo que bauticé como la perspectiva de desarrollo del Triángulo Eurasiático. Poco después de eso, el entonces ministro de Relaciones Exteriores ruso Yevgueni Primakov le hizo una propuesta parecida de emprender semejante coordinación triangular a Delhi. Esa propuesta ha cobrado vida en el transcurso de las recientes discusiones que han tenido los Gobiernos de Rusia, China, India y otros. Sin embargo, esta propuesta, que cuenta con todo mi apoyo, encara ciertos obstáculos críticos, de una clase que es muy pertinente para discutir los problemas que causan los efectos de la globalización.

El caso de América Central y del Sur es donde debemos comenzar a analizar las pautas globales pertinentes de discusión de las tendencias mundiales de la globalización en general. El aspecto que debe subrayarse en este análisis, es que el sistema monetario–financiero mundial actual sigue siendo el sistema basado en el dólar. El hecho mismo de que los EU tienen obligaciones enormes en dólares con otras naciones, como China y Japón, que de otro modo cobra expresión mediante la combinación de la deuda fiscal y el déficit de cuenta corriente de los EU, no aflojan, sino que más bien aprietan muchísimo la garra del dólar estadounidense en torno al sistema mundial entero. En otro sentido, al sistema mismo del dólar fue desarrollado, en especial desde 1863–1876, por las políticas continuas del secretario de Estado John Quincy Adams, en las que se han basado las principales tradiciones de los EUA a lo interno y en su relación con sus vecinos del Hemisferio Occidental. La política mundial estadounidense comienza en la orientación de los EU hacia las naciones del Hemisferio. Lo que le ha marcado el paso a la política de los EU hacia el mundo en general en los últimos treinta y tantos años, es lo que legado de Nixon le hizo a nuestros vecinos de las Américas.

Ése fue el caso inevitable de la forma en que los EU impulsaron la globalización, y siguen haciéndolo. La gran inmigración legal e ilegal combinada a los EU a través de nuestra frontera sur, es una marea en ascenso que fue desencadenada, no desde el sur de nuestra frontera, sino desde el interior de la capital misma de la nación estadounidense.

Las políticas impuestas a los países de América Central y del Sur desde el período posterior a 1971 hasta la fecha, han generado una gran deuda cancerosa, puramente usurera, en expansión. Hicieron esto, con la consecuencia de que prácticamente ninguna nación de la región tiene una deuda neta que sea honorable hoy, pero que las están aplastando con una deuda enorme creada mediante una ficción fraudulenta urdida, en lo principal, a través de la intervención del Fondo Monetario Internacional y el banco Mundial. Estos países, considerados de conjunto, han más que pagado toda la deuda honorable en la que incurrieron por voluntad suya.

Al sistema de tipos de cambio flotantes puesto a funcionar en 1971–72, entre la necedad que cometió el presidente estadounidense Nixon el 15 de agosto de 1971 y las resoluciones que impusieron George Shultz y compañía de ese Gobierno de Nixon en la conferencia monetaria de las Azores, lo usaron como el ardid desde el que emprendieron una estafa gigantesca. La estafa operó poco más o menos de la siguiente forma.

Hubo un ataque contra una moneda nacional tomada como blanco, orquestado a través de mecanismos entre los que estaba el mercado de Londres. Fue así como organizaron un ataque puramente especulativo contra la moneda nacional escogida de la nación iberoamericana. Entonces, le “sugirieron” a la víctima de este fraude, la nación blanco, que quizá podría quitarse de encima a los depredadores especuladores financieros si le pedía al FMI o al Banco Mundial que interviniera y le ofreciera algo de consejo a la víctima de esta violación financiera, para inducir a los violadores a moderar sus exigencias. “Devalúa tu moneda”, fue en esencia el consejo amable que ofrecieron en cada caso.

El gobierno de la víctima acosada se sentiría obligado a someterse a tan compasivo consejo. Ah, pero lamentablemente los amistosos recién llegados al vecindario dijeron, “tienes que crear una deuda nueva”, la cual, reconocían, no solicitaste, pero que tus acreedores exigirían a fin de compensarlos por dicha devaluación de tu moneda que proponemos, y que has acordado aceptar. De modo que se creó una vasta deuda mediante tal “aritmética exótica de los banqueros”.

Estas prácticas realizadas bajo los auspicios del nuevo sistema de tipos de cambio flotantes, le arrebataron a las naciones víctima la capacidad de desarrollar su infraestructura económica básica, o de financiar las inversiones en áreas necesarias de la agricultura y las manufacturas. De forma notable, este resultado era un eco de los métodos del siglo 19 empleados por los británicos y otros imperialistas en su saqueo de las zonas coloniales y semicoloniales del orbe a través de lo que clasificaron como “préstamos internacionales”, generados por los intereses del cartel oligárquico–financiero, una estafa que practican ahora bajo el bondadoso poder de convencimiento de un FMI y un Banco Mundial de suyo corruptos y ladrones.

Ésta es la sustancia de lo que han hecho. Regresaremos a los efectos de esa política para la práctica, luego de regresar al tema de la clase de dogmas económicos y relacionados bajo los cuales tiene lugar.

Un pacto faustiano

Peor aun, los métodos empleados por el FMI, el Banco Mundial y sus cómplices desde 1971–72 han sido en esencia un eco de los asociados con la Casa de Bardi del siglo 14, en orquestar las medidas de la “Nueva Era de Tinieblas” que redujeron a la mitad el número de parroquias, y a la población en cerca de un tercio neto, durante las décadas intermedias de ese siglo. Los principales bancos privados metidos en este negocio hoy son las Casas Bardi y Peruzzi de nuestros días. En lo principal, todos, cada institución que aplica semejantes políticas en su práctica, lo que practica es el mal. Sin embargo, los que practican este mal, la misma perversidad que expresan las políticas francamente explícitas de Enron, han de dividirse en dos variedades generales. Ambas variedades son en esencia criminales, pero una de ellas, una poderosa minoría de entre ellas, no puede describirse con honestidad sino como satánica. Una es Fausto; la otra es Mefistófeles.

En lo más consumado de semejante culpa, lo que motiva la globalización es la destrucción de la civilización en todo el orbe, con el objetivo implícito de reducir la población mundial de manera sustancial a menos de mil millones de individuos vivos, y en su mayoría estúpidos a lo bruto.

Al nivel inferior relativo del depredador, el de Fausto, tenemos a los que actúan como criminales, pero que lo hacen por su deseo de compartir los privilegios del sistema en el que han decidido participar, como un apostador en un casino arreglado o el asesino a sueldo que le dice a su víctima: “No es nada personal; sólo hago mi trabajo”.

Por supuesto, hay una tercera clase de delincuente, el tonto que defiende la supuesta sinceridad malhechores que hacen lo que hacen, quizás por el deseo de mostrar un respecto sofista por el furor del momento en la opinión pública, o en la esperanza de recibir una respuesta amistosa del depredador local del caso (“En realidad no estoy de acuerdo con él, ¡pero necesito el dinero!”, o, “¿qué no ves que es muy importante que logre que me haga ese favor?”).

El efecto de las diferentes medidas para difundir la globalización ha consistido en abaratar del costo de los productos, transfiriendo la producción de las regiones que gastan en alcanzar niveles de vida y productividad modernos para toda su población —al menos de forma aproximada—, a las que carecen de este gasto para mantener el nivel de vida general de la población, y que tienen una política de evitar el gasto en la infraestructura económica básica del que dependen los niveles altos de productividad per cápita de poblaciones enteras.

El resultado es una disminución de la productividad interna de las naciones desarrolladas, mediante el saqueo y otras formas relacionadas de explotación del territorio de naciones menos desarrolladas. Esta tendencia va acompañada de una transferencia de la producción de los países de mano de obra barata y bajos niveles de vida, a lo que tienen una mano de obra mucho más barata y niveles de vida mucho más bajos.

Así que, tenemos la tendencia del desplome de décadas de la infraestructura económica básica en Europa Occidental y Norteamérica, por ejemplo, por la transferencia de la producción de productos consumidos en esas naciones que tienen niveles de vida y de infraestructura inferiores. La vasta y profunda miseria de las naciones asiáticas que han devenido en exportadoras para Europa y Norteamérica, es un reflejo de las consecuencias.

Lo que hemos venido haciendo, en el nombre de elevar el nivel de la tecnología productiva usada en las naciones en desarrollo, es reducir los niveles per cápita de la infraestructura esencial del planeta, a costa de perpetuar el cruel, y a menudo cada vez más grave empobrecimiento de las poblaciones de las nuevas regiones exportadoras del mundo.

Es notable que, dadas dos naciones que emplean el mismo nivel tecnológico en la producción de una clase de producto, la nación con el desarrollo más pobre de su infraestructura económica básica tendrá una productividad física neta inferior, per cápita y por kilómetro cuadrado. La productividad neta de cualquier industria o nación depende del nivel de desarrollo tecnológico de la plataforma de la infraestructura económica básica de la que a su vez depende la producción de los productos entregados.

En otras palabras, el más notable de los efectos globales inherentes a la globalización, es un derrumbe de la “capacidad de conducción humana” del planeta entero, y un descenso correlacionado de la productividad física promedio de largo plazo entre las naciones y poblaciones de todo el mundo.

Por supuesto, precisamente por esta razón, cada cálculo del crecimiento económico neto per cápita de los EU durante las últimas décadas ha representado un fraude mayúsculo. En los EUA hoy, por ejemplo, afirmamos, con franqueza, que ya no podemos costear el nivel de vida en cuanto a servicios de salud y de otras formas, que prácticamente estaba garantizado hace una o dos décadas.

Así, mientras que algunas poblaciones y sus gobiernos apoyan la globalización por su incompetencia en materia económica, los mefistofélicos que operan desde un nivel superior de la toma de decisiones se han dedicado a la destrucción intencional de la civilización y de la institución del Estado nacional soberano, a fin de crear una condición en la cual ninguna nación comparable a los EUA del presidente Franklin Roosevelt en independencia y ritmo de progreso, pueda tener la capacidad siquiera de cobrar existencia, aun por meras razones físicas, en este planeta. La intención de los mefistofélicos que están detrás de las llamadas reformas “ambientistas”, ha sido la de desatar el genocidio con ese propósito histórico de largo plazo específico en mente. Ése ese el efecto de lo que hacen; ésa es la intención que expresan las políticas que guían su proceder.

 

 



[22]Contrasta el contenido de este capítulo del informe con el artículo del columnista George Will, “Qué aflige a GM”, publicado en el Washington Post del 1 de mayo de 2005. Will se suma al problema que representa la administración de General Motors y demás. De hecho, el problema es que, aunque las necesidades de servicios de salud de los empleados y jubilados de General Motors no han aumentado en términos absolutos, la capacidad de GM de ganar lo suficiente con su producto como para sobrevivir se ha desplomado, precisamente por las consecuencias inevitables de los cambios que el “libre cambio” impulsó hacia el sistema mundial de tipos de cambio flotantes, mismo que Will sigue defendiendo con gran ardor.
[23]El asunto que llevó a la formación del Imperio Romano, fue la pugna acerca de quién iba a regir la nueva forma prevista de un Imperio Persa basado en lo que los griegos conocieron como “el principio oligárquico”. Las guerras civiles que hubo entre los diferentes bandos formados alrededor de los comandantes militares romanos, y que incluyeron de forma notable las relaciones entre Cleopatra y, sucesivamente, Julio César y Marco Antonio, fueron por este mismo asunto. Las negociaciones que Octaviano llevó a cabo con la secta de Mitra en la isla de Capri, dieron paso al acuerdo que llevó a la eliminación de la facción de Cleopatra, el establecimiento del imperio en Roma, y la consagración de la isla de Capri a los emperadores romanos, desde entonces hasta alrededor del 500 d.C.
[24]Bajo la ley imperial, sólo el emperador podía hacer legislar de verdad. Los reyes y otras personas oficiales de menor jerarquía podían decretar reglamentos, pero los principios del derecho estaban restringidos a los que existían según le placiera al emperador en curso. Los venecianos, mediante las luchas que efectuó en su alianza con los normandos por el control del papado, los venecianos pudieron resistir y aplastar los varios esfuerzos que hubo por establecer repúblicas cuyos poderes legislativas fueran independientes de las estipulaciones atribuidas a la fraudulenta “Donación”. Así, Europa estuvo bajo un dominio imperial prácticamente continuo desde el nacimiento del Imperio Romano hasta el Renacimiento del siglo 15.
[25]Esta parte de la historia lo ha explorado más que nada mi esposa, Helga Zepp–LaRouche, quien es una especialista en la obra del historiador y dramaturgo Federico Schiller, y en la del cardenal Nicolás de Cusa. Ella estudió la obra de éste último con la generosa ayuda del finado profesor Haubst, quien dirigiera el Cusanus Gesellschaft. Para su recuento de la historia previa al siglo 15, de la fundación del Estado nacional moderno, tomó en cuenta el trabajo de varias autoridades pertinentes, entre ellas, y de forma más notable, el del profesor Friedrich A. von der Heydte en su Die Geburtsstunde des soveränen Staates (Ratisbona: Druck und Verlag Josef Habbel, 1952).
[26]Ver el ataque de Smith a la independencia estadounidense en su La riqueza de las naciones de 1776. Smith era el lacayo personal de lord Shelburne, a quien desplegaron a Francia para que plagiara las obras de los fisiócratas François Quesnay y Anne Robert Jacques Turgot, un plagio que empapa la célebre diatriba de Smith contra los estadounidenses.