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Resumen electrónico de EIR, Vol.XXII, núm. 16
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Brasil y Argentina tienen a los banqueros con los pelos de punta

por Cynthia R. Rush

Con la economía mundial pendiendo de un hilo, cunde el pánico entre los tiburones financieros internacionales por lo rápido que Iberoamérica —y en especial Brasil— podría estallar en una rebelión económica en las condiciones actuales.

Al presentar su informe anual el 27 de junio en Basilea, Suiza, los ejecutivos del Banco de Pagos Internacionales (BPI) expresaron su preocupación por el tamaño de la deuda brasileña y su vulnerabilidad ante “sacudidas externas”, en tanto que los renovados ataques del Fondo Monetario Internacional contra Argentina, reflejan el temor de que la resistencia porfiada del presidente Néstor Kirchner a sus demandas de austeridad tenga repercusiones regionales e internacionales.

Y el pánico no es para menos. La burbuja de la deuda brasileña, de 500 mil millones de dólares, se ha vuelto sumamente inestable a consecuencia de la demente política de austeridad efemeísta impuesta por el ministro de Economía Antonio Palocci, con la bendición del presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Brasil ha fijado sus tasas de interés a un astronómico 19,75% —el más alto del mundo—, y, a expensas de la economía, el Gobierno ahora presume que cuenta con un “colchón” financiero que excede por mucho el 4,24% del producto interno bruto que aparta para garantizar el pago de la deuda.

¿Qué camino seguirá Brasil?

La crisis política que ahora remece al Gobierno de Lula, y en la que están implicados dirigentes de su Partido de los Trabajadores (PT) que supuestamente sobornaron a congresistas aliados para ganar su apoyo político, tiene menos que ver con la corrupción que con el problema existencial que Brasil encara en estos momentos.

Conforme la economía mundial se haga añicos, ¿repudiará el Gobierno su cometido suicida de arruinar a la economía y al pueblo brasileños con las políticas del FMI, como el presidente argentino Kirchner ha venido instándolo a hacer?

El tiempo se acaba, y la palabra “enjuiciamiento” ya salió a relucir. Lula aceptó la renuncia forzada del jefe de su gabinete José Dirceu, un estruendoso crítico de las políticas de Palocci, pero el escándalo crece como bola de nieve y el país está muy polarizado. Lula sufre las presiones de sus bases, que le exigen que baje las tasas de interés, y que amplíe el gasto social y la inversión en infraestructura, al tiempo que Palocci y sus banqueros internacionales aliados maniobran para imponer una austeridad aun mayor.

En una reunión el 31 de mayo con dirigentes de partidos políticos iberoamericanos en Buenos Aires, el presidente argentino Kirchner retó a su homólogo brasileño a demostrar una verdadera conducción abandonando su peligroso pragmatismo respecto al FMI.

A Kirchner lo tiene hastiado el hecho de que el apoyo de Brasil a la lucha brutal de Argentina contra el FMI no ha sido más que palabras. Pero hay una cuestión más amplia. Considerando los problemas de la pobreza, el desempleo y el subdesarrollo que afligen a la región, dijo, tenemos “que tener un discurso absolutamente claro y para nada temeroso de los organismos multilaterales de crédito y de aquellos que globalmente conducen y referencian al mundo”, como Estados Unidos. No hay soluciones individuales a las actuales crisis regionales y mundiales, afirmó Kirchner. Pero no puede haber integración ni establecimiento de organizaciones regionales, a menos que todo el mundo actúe en la misma perspectiva.

En una referencia nada soterrada al hecho de que Lula prometió una política antiefemeísta vigorosa cuando contendía por la presidencia, pero que cambió de opinión al resultar elegido, Kirchner dijo: “No hay que desaprovechar los tiempos de la historia. . . Uno, cuando le toca la responsabilidad histórica de tener la iniciativa política en la conducción de un país, tiene que tratar de llevar adelante las cosas que soñó. . . los convencimientos que lleva adelante, no tener un discurso cuando se está fuera del gobierno y después tener una acción totalmente diferente cuando se está dentro de él”.

El saludable desprecio que Kirchner muestra por los depredadores financieros, y los temores de otros de que Argentina “contamine” a otros gobiernos endeudados, le han ganado a Kirchner el odio del FMI.

En su reciente evaluación de la economía argentina, el Fondo emitió un informe que embiste contra Kirchner por su rechazo “populista” a sus reformas de austeridad, y por su posición de “línea dura” en las negociaciones recientes para concluir la reestructuración de 81 mil millones de dólares de su deuda impaga. El informe del FMI vuelve a exigirle al Gobierno que le pague a esos bonistas “firmes” que rehusaron participar en la reestructuración de la deuda, que eleve su superávit presupuestal primario del 3 al 4,5% del producto interno bruto, y que imponga de inmediato las “reformas estructurales” en las que ha habido “escaso progreso”.

El Gobierno argentino respondió a esta afrenta escribiéndole una carta de 13 páginas al Fondo. El personal del FMI, reza la carta, actúa como “si el único objetivo del actual y de los futuros gobiernos argentinos debiera ser pagarle al Fondo en tiempo y forma y contentar a los acreedores, posponiendo las políticas para aliviar las necesidades que padece la mayoría de la población”.

El ministro de Economía argentino Roberto Lavagna le dijo a Radio Mitre el 23 de junio, que el Gobierno no tiene ningún empacho en firmar un acuerdo con el FMI, siempre y cuando garantice que habrá “un crecimiento del empleo”, una “reducción de la pobreza” y “ninguna medida recesiva”.