International Resumen electrónico de EIR, Vol.XXII, núm. 16
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La batalla por el Senado de EU:
es LaRouche contra Cheney


Lyndon LaRouche, en un discurso que transmitió por internet
el 16 de junio de 2005

Washington (EIRNS)—Apenas días antes de que el Congreso de Estados Unidos tomara su receso del 4 de julio, el Senado casi había cesado de funcionar con eficacia debido a la presión implacable que la Casa Blanca le estaba poniendo al dirigente de la mayoría Bill Frist, y al resto de la dirigencia republicana, ante la obstinada oposición al programa del Gobierno de Bush.

Lyndon LaRouche, en un discurso que transmitió por internet el 16 de junio, dijo que el Senado tenía una enorme responsabilidad por ser la institución clave de gobierno, según la Constitución de EU, con la autoridad de actuar y ofrecer conducción de manera sistemática en estos momentos de grave crisis, cuando Estados Unidos enfrenta el peor desplome económico y financiero de la historia moderna, y cuando la verdad ineludible es que tiene un Presidente que es un incompetente mental e intelectual.

LaRouche afirmó que George Bush "ha mostrado esa incompetencia mental. Un hombre que dice, como Presidente de Estados Unidos, en momentos en que el crédito nacional de EU peligra, que los bonos del gobierno de EU son inservibles, que no son más que pagarés sin valor, es obvio que es un enfermo mental. Y yo creo que una enfermedad mental es causa suficiente para removerlo del cargo. El único problema con remover a George de su cargo, es que también tenemos que deshacernos de Cheney, ¡porque Cheney es un sociópata, un asesino! Y no uno no puede tener a ese tipo en la Casa Blanca".

LaRouche identificó a la coalición bipartidista del Senado de EU, que sofocó lo que se reconoció de forma explícita como un intento de golpe de Estado fraguado por el vicepresidente Dick Cheney y compañía, al derrotar la llamada "opción nuclear", como el núcleo de un concierto de acciones bipartidistas que podrían movilizarse bajo su conducción para emprender una recuperación económica.

Sin embargo, cuanto más deteriora la capacidad de Bush de entender la realidad, frente a la oposición creciente de hasta su propio partido, más impelido se siente Cheney a tratar de mantener el control de la situación y bloquear a como dé lugar la cooperación bipartidista que emerge.

Frist, el dirigente de la mayoría del Senado, vio su autoridad mermada por Cheney una y otra vez cuando trató de trabar negociaciones con el dirigente demócrata Harry Reid para evitar un choque por la opción nuclear. Desde entonces, Frist ha sido humillado públicamente varias veces por Cheney, cuyo matonerismo es descarado.

Apenas fue derrotada su opción nuclear, fue vox pópuli en Washington que Cheney demandó, contrario a lo que Frist juzgaba prudente, que los senadoresrepublicanos intensificaran la pelea para ratificar el nombramiento de John Bolton, el candidato personal de Cheney para embajador de EU ante las NacionesUnidas. Los demócratas bloquearon el voto de ratificación de Bolton por la arrogancia de la Casa Blanca, que rehusó entregar documentos que los demócratas c reen esenciales para determinar si Bolton es apto para el cargo. El 26 de mayo Frist, por órdenes de Cheney, forzó a una votación para ponerle fin al debate y proceder con la ratificación de Bolton. Por segunda vez en una semana Frist sufrió una humillante derrota, al no lograr los 60 votos necesarios para cerrar el debate.

Cuando unos senadores demócratas le dijeron a la Casa Blanca que Bolton podría tener su votación apenas Cheney accediera a entregar los documentos, la respuesta fue otro desplante arrogante: "No".

A pesar del hecho de que los dirigentes republicanos no podían identificar ni un solo voto que había cambiado a favor de cerrar el debate, Cheney, en una negación total de la realidad, insistió en programar una votación. El Senado volvió a votar sobre la medida el 20 de junio, y nuevamente el intento fracasó.

De hecho, esta vez el senador republicano George Voinovich de Ohio, un abierto opositor del nombramiento de Bolton, pero quien favorecía cerrar el debate, cambió de bando y votó con los demócratas en contra de suspender el debate.

"Ellos ponen el partidismo por encima de la Constitución y del derecho del Senado a recibir información del Poder Ejecutivo", dijo Reid, el dirigente demócrata. Añadió: "A menos que el Presidente proporcione la información, a la que estamos seguros tenemos derecho según la Constitución, Bolton no obtendrá los votos suficientes".

El Gobierno amenazó con ahondar su fracaso nombrando a Bolton durante el receso del Senado, lo que lo pondría en la ONU sólo hasta fines del 2006. La secretaria de Estado Condoleezza Rice le dijo a la prensa que el Presidente tiene el derecho constitucional de hacer un nombramiento provisional de receso, que no requiere la ratificación del Senado. La declaración de Rice enfureció a los demócratas y chocó con la oposición casi total de los republicanos, quienes con razón afirmaron que un nombramiento así sería una señal ostentosa de la debilidad de Bush. Frist informó que no trataría de nuevo de ponerle fin al debate, y que más bien estaría a favor de negociar un acuerdo sobre los documentos en disputa. El 22 de junio el senador republicano Trent Lott le pidió a la Casa Blanca que le diera a los demócratas los documentos que pedían. Cada vez había más rumores de que los dirigentes republicanos estaban instando al Presidente a nombrar a otra persona para el cargo de la ONU.

En cosa de horas, la Casa Blanca jaló de nuevo a la dirigencia republicana del Senado y, según fuentes del Gobierno, el propio Cheney persuadió a Bush que le ordenara a Frist seguir luchando para someter a votación el nombramiento de Bolton. De hecho, al republicano de Tennessee le dijeron de forma tajante que la Casa Blanca no toleraría ningún acomodo ni concesión. Luego de la reunión Frist volvió a humillarse en público de nuevo, al cambiar la posición que adoptó apenas horas antes.

La misma reunión produjo un plan complicado para salvar a Bush de tener que reconocer una derrota en su obsesión por privatizar el Seguro Social, con un paquete que los demócratas dicen que no es más que tratar de darles gato por liebre.

Como reconoce hasta el mismo Frist, Cheney en su condición de presidente del Senado, ha usurpado una de las funciones del dirigente de la mayoría, y ahora se reúne con los senadores republicanos todos los martes para dictar el plan de trabajo semanal. Y, aunque asumir una función tan pública hace a Cheney más vulnerable a una caída, también ha creado una situación en la que los dirigentes demócratas cada vez más se preguntan si tiene caso hablar con Frist y la dirigencia republicana, ya que Cheney los ha vuelto prácticamente impotentes. La situación no es sólo contenciosa sino que casi ha paralizado las deliberaciones.

La idiotez de Rove

El 22 de junio Karl Rove, el principal asesor político de Bush, dijo en Nueva York, que los demócratas quisieron responder a los ataques del 11 de septiembre, con "denuncias legales y ofrecerle terapia y comprensión a los que nos acometieron". Dijo que el Partido Demócrata había llamado "por la moderación y el comedimiento" luego de los ataques terroristas. "Nosotros vimos la brutalidad del 11–S;", dijo Rove, "y nos preparamos para la guerra".

Los demócratas se pusieron furiosos por los ataques perversamente deshonestos de Rove. El senador Charles Schumer, demócrata por Nueva York, emitió una declaración que decía que desde el 11 de septiembre Nueva York se había unificado sin consideraciones partidistas. El senador Frank Lautenberg, demócrata por Nueva Jersey, recordó que casi 3.000 estadounidenses murieron el 11–S. "No debemos deshonrar su memoria usando ese trágico día para hablar basura política".

Rove se hundió aun más en el fango, cuando salió a relucir que él fue uno de los que delataron que Valerie Plame era agente de la CIA, lo que puso a riesgo su vida, para vengarse del esposo de la Plame, el embajador Joseph Wilson, por haber revelado que el Gobierno de Bush mintió cuando dijo que Saddam Hussein había comprado óxido de uranio de la nación africana de Níger.

LaRouche, cuya conducción después de las elecciones de noviembre se ha vuelto cada vez más decisiva, reiteró en el discurso que difundió por internet el 16 de junio, que Bush ha probado ser incapaz de hacerle frente a la crisis actual, por lo que no puede permitirse ningún obstáculo al libre funcionamiento del Senado. Destacó que Bush y Cheney han aportado suficientes razones para removerlos de sus cargos, y es hora de que miembros del Senado tomen la iniciativa y le digan la verdad al pueblo. "Si un núcleo de la dirigencia del Senado va y le dice al pueblo de EU cómo están las cosas, el pueblo hará caso".