Editorial

Yo no sigo candidatos, creo presidentes

Las condiciones deplorables en las que se encuentra nuestra pobre Iberoamérica, y ahora incluso el propio Estados Unidos, tras las últimas décadas de saqueo e imposición de políticas librecambistas usureras a manos del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y los banqueros y financieros internacionales, entre otras aves de rapiña, tienen a la población del continente sumida en la más honda desesperación.

Esto, por desgracia, es lo que nos vuelve siempre presa fácil de toda clase de espejismos políticos.

Basta con que un candidato presidencial en cualquiera de nuestras naciones diga las palabras mágicas, “trabajo”, “crecimiento”, “construcción de infraestructura”, “reducción de la pobreza”, etc., para que nosotros depositemos nuestras ilusiones románticas en él.

¡Claro! Eso siempre es más fácil y cómodo que poner los pies sobre la tierra y tomar la decisión de pelear por salvar y reconstruir nuestro país de la terrible destrucción hiperinflacionaria que está arrasando con el mundo, y que de ninguna manera permitirá que la más mínima de las promesas de “nuestro gallo” se cumpla, de no encarar primero esta realidad mundial.

Eso sí, después nada más andamos llorando por los rincones y culpamos de nuestra desgracia al gobernante inepto que ¡nosotros mismos elegimos! Y, ¿qué hacemos? ¡Nada!

Pero esto de ninguna manera debe ser motivo de desesperanza. Al contrario, aprendamos de esta lección y usémosla como fuente de renovado ánimo y optimismo para enfrentar el problema y sacar al mundo de la debacle.

La solución está en comprometernos y actuar de conformidad con el “enfoque” electoral, por así llamarlo, que nos propone adoptar el economista y estadista Lyndon LaRouche. En respuesta a un correo electrónico que recibió a mediados de febrero, en el que un hermano mexicano le preguntaba a LaRouche que si a “qué candidato” debía apoyar para la próxima elección en su país, LaRouche sencillamente le contestó:

“Yo tengo un enfoque diferente. En primer lugar, tiendo a ser más un creador de presidentes potenciales que un seguidor de ningún candidato presidencial”.

Ubicando la misión especial que él mismo se ha trazado en materia de conducción, también explicó cuál es su función a este respecto: “Mi deber en tanto estadista con cierta experiencia de una pertinencia inusitada, es informarles en qué tienen que convertirse, y dejarlos decidir por sí mismos para que se muestren comprometidos con una misión de principio de la calidad que su nación necesita, su lugar en el orden de las cosas en ese momento, y con esa alternativa de un futuro mejor”.

Para aquellos que les encanta andar propiciando a los candidatos en la esperanza de que por fin habrán de cumplirse todos sus sueños frustrados, LaRouche dejó escapar en tono jocoso: “Para parafrasear a un estadounidense del pasado, Eugene Debs: preferiría apoyar a un candidato presidencial que ha elegido una misión que lo vuelve apto para su época y lugar en la historia, que uno que no es apto, sino sólo más propenso a salir elegido”.

Por último, refiriéndose ya al caso de México en particular, la recomendación específica —aunque de carácter universal— que LaRouche le dio a los mexicanos, fue: “En México necesitamos un candidato que tenga la visión correcta del futuro, y el compromiso intelectual y moral con esa misión de principio. Ayuda a las buenas personalidades políticas a desarrollar y demostrar que tienen esas cualidades. Dale ese beneficio a tantos como sean aptos para recibir semejante aliciente y, así, procura asegurar el beneficio de la república, gane quien gane”.

¿Entonces qué? ¿Te animas a aceptar el desafío de LaRouche de cambiar tú mismo y a tu país, defendiéndolo de los parásitos financieros del FMI, el Banco Mundial y demás? Recuerda que tu futuro, el de tus hijos, el de tu nación, y el del mundo mismo pueden depender de tu decisión.