Estudios estratégicos

 

4. El concepto de conducción

La economía no es algo que le acontece a la humanidad. Es lo que hace la humanidad para crear la economía. Un ecosistema, del modo que se le definió en tanto término útil, no es una economía. Sólo la especie humana crea y desarrolla una economía. Sólo el pobre supersticioso todavía cree lo contrario hoy.

Esta intervención de la humanidad nace a consecuencia de las facultades cognoscitivas perfectamente soberanas de la mente individual, que comparte su conocimiento de descubrimientos de principio y su uso adecuado con las facultades cognoscitivas de otras personas. Esta forma de generar y compartir experiencias cognoscitivas aplicables es la verdadera conducción de la que depende en lo absoluto la existencia continua de una economía saludable.

La ciencia y el ejercicio de la composición artística clásica son, o debieran ser, los prototipos de la cualidad de la conducción. Así, las sociedades que tienden hacia las feas inclinaciones del perverso Zeus olímpico, tolerarán a los científicos y a los artistas clásicos sólo en la medida en que los vuelvan absurdos, como el caso del malévolo Bertolt Brecht ilustra esta devoción fanática a las cualidades de corte satánico de lo absurdo, o los arreen a refugios compartimentalizados, tales como las torres de marfil académicas, fuera de lo que se considera como la corriente principal de la vida política eficaz.

La pregunta que plantea la comparación entre el éxito relativo de la conducción de Franklin Roosevelt y la tendencia desastrosa en la administración de los asuntos económicos de EU y el mundo desde más o menos 1964–1968, es: ¿cuál es la naturaleza y la función de la conducción en la determinación del destino de las economías de las naciones? ¿De qué adoleció la conducción estadounidense en las últimas cuatro décadas, y qué debió hacerse al respecto? Tenemos que culpar en parte al lavado cerebral de los grupos correspondientes de la “generación del 68”, a quienes los indoctrinó, en masa, la influencia de instituciones depredadoras tales como el Congreso a Favor de la Libertad Cultural, que enseñaba el dogma de Adorno y Arendt de “la personalidad autoritaria”.

La vitalidad de cualquier nación, y la de su economía física en particular, depende en gran medida de la función que ejerce cierta cualidad de conducción, una conducción que cobra expresión de un modo y a un grado indispensables en el papel destacado que tienen los dirigentes individuales en muchos aspectos de la vida cultural y económica. A esta cualidad de conducción, sea cual sea el disfraz que adopte, lo define el mismo principio de creatividad que expresa el ejemplo de la solución de Arquitas a la paradoja deliana. Ésta es la esencia de la conducción en la ejecución artística clásica, en todas las facetas de la práctica del progreso exitoso en la ciencia física, y en las innovaciones creativas tales como las del sector de las máquinas–herramienta en la producción, en la administración creativa de la dedicación de las empresas a los productos de la creatividad científica que llevan a cabo los granjeros progresistas modernos a los que hemos hecho tanto por eliminar desde fines de los 1970, y a menudo simplemente en lo que contiene la caja de sugerencias de la fábrica industrial.

La conducción implica llevar a otros a realizar logros mediante las ideas que tienen la cualidad distintiva humana de la creatividad, que ya he abordado en los dos primeros capítulos de este informe.

Es ese elemento de creatividad que han eliminado en gran medida las tendencias sociales en la conducta, en la educación y en las parodias recientes del antiguo sofismo griego que hoy llaman “democracia”, desde su primer tanda de víctimas, los llamados “sesentiocheros”, en adelante.

Por ejemplo.

Allá a principios de los 1960, en cumplimiento de mis tareas como consultor de una empresa pública, un gerente de ventas eficaz tuvo un arranque mientras compartía confidencialidades conmigo: “¿Dónde están los grandes hombres de negocios?” La elección del término no fue la apropiada, porque EUA aún contaba con dirigentes competentes en la administración empresarial y en otros negocios, pero su sentir al respecto, que fue lo que le provocó el arranque, estaba del todo justificado, y la clase de problema al que estaba reaccionando, en lo que sabía era su situación inmediata, ya se había difundido —y de modo creciente— entonces.

La cruz de mi experiencia, y de la existencia de las empresas por otra parte sanas que conocí en aquellos días como consultor, eran los contadores y los departamentos de finanzas, en especial los que se consideraban sobrecargos asignados por Wall Street. La función que debió dárseles era necesaria; pero, fueron demasiado lejos cuando su arrogancia refinada, a veces de una pomposidad repugnante, llegó al grado de suponer, sin justificación alguna, que someterse a la contabilidad y las funciones financieras relacionadas era la única forma de generar o asegurar el progreso económico. La competencia necesaria, que tendía a centrarse en la administración de la producción y funciones ejecutivas relacionadas, se expresó en los esfuerzos de tales dirigentes por evitar que los representantes de Wall Street en la sala de juntas arruinaran todo. Lo que la señora Joan Ronbinson denunció alguna vez como el absurdo de ese refugiado de la escuela de contabilidad, el Milton Friedman de la dizque perspectiva futura del post hoc ergo propter hoc, es típico de mis encuentros con los de esa ralea de Wall Street y sus aspirantes a lacayos. La oposición de la pandilla contable y financiero–administrativa influenciada por Wall Street, representó la mayor causa de frustración, y la amenaza siempre inminente de un desastre financiero empresarial.

 

Es precisamente coducción lo que el mundo requiere hoy para deshacerse de un Gobierno tan monstruoso como el de Bush y Cheney. (Foto: Casa Blanca.)

En la falta de competencia que estas tendencias manifiestan impera una pérdida de capacidad para el pensamiento de verdad humano, el pensamiento creativo del tipo que ilustra el caso de Arquitas, en más de esas posiciones que operan como dirigencia institucional. La sustitución del pensamiento real por los métodos de contabilidad mañosos es típica de la pérdida devastadora de creatividad en nuestras empresas hoy día. Después de eso, alguna gente considera que “robar” u otras suertes de trampa son estilos populares que sustituyen una falta de cualidades de veras humanas de creatividad personal. Enron, por ejemplo.

El presente desenfreno de los fondos especulativos es en esencia una mera amplificación de la tendencia que ya se gestaba en los 1950 y principios de los 1960. Los fondos especulativos, disfrazados como los caballeros andantes de los “valores del accionista”, entran a una empresa más o menos viable, recortan programas a fin de acumular efectivo a corto plazo, luego arrojan ese efectivo producto del desfalco de los activos de la firma por el desag¸e del olvido de las distribuciones acrecentadas a directivos y accionistas, y entonces abandonan a la firma dilapidada a la ruina, mientras los piratas de esos fondos especulativos se escabullen con el botín en el bolsillo para jugarle el mismo acto de piratería absoluta a la siguiente víctima elegida del día. ¡En algunos círculos esta piratería absoluta se considera legal! ¡La ven como el feliz ejercicio del “valor del accionista”!

En estos momentos, el reto de salvar a la economía de EU de la casi desintegración por el saqueo y cierre de elementos clave de la industria automotriz, nos obliga a revisar ciertos “programas de emergencia” del pasado, tales como la movilización que hubo desde el estallido de la guerra civil de EU hasta la celebración del centenario en 1876; la movilización para la Primera Guerra Mundial en ciernes; las movilizaciones que encabezaron Harry Hopkins y Harold Ickes en los 1930; y el brillante éxito económico del proyecto de Kennedy del alunizaje tripulado. Para entender cómo estas movilizaciones lograron lo que parecían milagros, como lo hicieron, tenemos que regresar a las raíces de nuestro carácter económico nacional en la colonia de la bahía de Massachussets de antes de 1688, al papel de Benjamín Franklin como conductor económico del desarrollo industrial en Inglaterra y EUA, y a los informes del secretario del Tesoro Alexander Hamilton al Congreso estadounidense.

Por lo general, aunque la sociedad anónima controlada por Wall Street resultó ser un desastre absoluto o relativo para nuestra nación, tarde o temprano algunas empresas públicas sí lograron desempeñarse en aras del interés nacional por un tiempo; pero, a menudo, éstas eran compañías que habían comenzado como empresas con muy pocos accionistas, o que las habían obligado a actuar así las leyes de gobiernos que tendían a no tolerar tontería alguna de la clase que ha hecho notorio de forma tan monstruosa al Gobierno de Bush y Cheney últimamente. “Emprendedor”, en ese sentido del término, es a lo que apuntaba la intención de mi interlocutor cuando habló de “grandes hombres de negocios”.

El uso del término “conducción” ha de limitarse a una de diversas variedades de cierta clase común de personalidad, la clase de personalidad que el Theodor Adorno y la Hannah Arendt de la Escuela de Fráncfort y el Congreso a Favor de la Libertad Cultural odiaron y atacaron como la “personalidad autoritaria”.

Ésa fue la contribución saliente que le hizo ese par a la destrucción de nuestro EU, y también a la de la civilización, hasta donde pudo llegar su influencia. Lo que ese par atacaba era el principio de conducción del que depende por completo el éxito de cualquier sociedad y su economía. Esa noción perversa, de la que se hace eco el concepto de “democracia” del pervertido Samuel P. Huntington, es la esencia de la influencia que casi ha llevado a EU a autodestruirse, en lo económico y de otros modos, en el transcurso de las últimas cuatro décadas aproximadamente. Eso se aplica al arranque justificado del gerente de ventas que conocí, en cuanto al asunto de los “grandes hombres de negocios”.

Aparte de su relación con su íntimo nazi Martin Heidegger, la principal contribución de la Arendt a la generalidad de la depravación intelectual que comunicaba la “Escuela de Fráncfort” en su conjunto, fue su asociación con su colega existencialista Karl Jaspers en propalar un razonamiento confuso contra la existencia de la verdad, el cual ella fundó en las Críticas de Emanuel Kant. En esencia, lo que Arendt y Adorno atacaron como “la personalidad autoritaria”, no es más que una persona que es tanto conocedora de cosas que vienen al caso, así como veraz, como no lo eran, para ser bien sinceros, la Arendt ni Adorno.

Lo contrario a tal veracidad se llama sofistería, una emulación de la misma cualidad de sofistería con la que se llevó a la antigua Atenas a autodestruirse en la guerra del Peloponeso. Esa cualidad de sofistería intrínseca en el dogma de la “personalidad autoritaria” de los sinverg¸enzas Arendt, Adorno, Bertolt Brecht, etc., ha sido el principal rasgo inducido en el 20% con los mayores ingresos de nuestra llamada “generación del 68”, y ha venido a ser la característica general de nuestra principal prensa “amarillista” y otra, y también de los medios de entretenimiento.

 

“La educación científica y artística clásica para el fomento de la creatividad en esa generación, más que el mero aprendizaje, es la esperanza del mundo para el futuro”. Izq.: Lyndon LaRouche conversa con miembros del Movimiento de Juventudes Larouchistas en una conferencia en Washington, D.C. Arriba: jóvenes del MJL exploran los sólidos platónicos en una escuela de cuadros en Toledo, Ohio. (Fotos: Philip Ulanowsky y Neil Martin/EIRNS).

Cómo forjar dirigentes

Hay tres cosas que necesitan hacerse para movilizar a la población actual de EUA y también de Europa, por ejemplo, a salir del mórbido estado pasional e intelectual imperante al que han arrojado a la mayoría.

Primero, moviliza a la sociedad, y en especial a su economía, en torno a la clase de orientación a la misión en cada esfera útil de actividad, que mueva a la gente a definir el avance como las mejoras alcanzadas mediante la cooperación en la consecución de metas que con claridad son fruto de la creatividad, como he definido creatividad aquí. Estructura las instituciones que componen la sociedad para que prefieran actividades que impliquen demandas explícitas de creatividad, a diferencia de otras orientaciones hacia los objetivos.

Segundo, céntrate en las reformas educativas necesarias para los jóvenes, y muy especialmente para el segmento decisivo de la población adulta entre los 18 y 25 años de edad que se asocia con la idea de un profesionista con educación universitaria, como ya lo he prescrito para los pioneros del Movimiento de Juventudes Larouchistas en América y Europa. La educación científica y artística clásica para el fomento de la creatividad en esa generación, más que el mero aprendizaje, es la esperanza del mundo para el futuro.

Organiza la economía entera en torno a la orientación a un gran proyecto, tal como la integración de los programas científicos alrededor de la idea de la exploración espacial. Lo que une a todas las ramas de la economía y del aprendizaje es considerar a la humanidad como seres creativos que actualmente viven en un planeta de un sistema solar sobre el cual nuestra especie tiene que lograr, fase por fase, control administrativo para la supervivencia y el progreso de las generaciones venideras.

Tenemos que cambiar la imagen del hombre, del concepto relativamente pobre que impera hoy, a la noción del hombre como hecho a imagen del Creador, una humanidad con una misión en el universo, una misión en la que las personas deben disfrutar del derecho a sentirse partícipes de este gran cometido universal. Necesitamos Estados soberanos, porque ésa es la única forma en que puede darse el desarrollo cultural eficaz del individuo nuevo; pero, en otro sentido, somos una especie con una misión unificadora para todo el porvenir. Tenemos que reflejar ese sentido de identidad personal impartido a cada persona individual soberana. Tenemos que voltear al espacio, de modo que nos veamos obligados, aun durante nuestras misiones cotidianas, a vernos a nosotros mismos y unos a los otros, con mejores ojos de lo que la humanidad lo ha hecho en general en el pasado.