Economía






Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIII, núm. 4-5

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El principio del ‘poder’

por Lyndon H. LaRouche

25 de noviembre de 2005

Las circunstancias especiales que nos presenta la embestida de la actual crisis de desintegración global de este sistema monetario–financiero mundial, exigen que cambiemos rápido lo que ahora es claro son las prácticas fracasadas sin remedio que a últimas fechas vienen enseñándose como “economía” en nuestras universidades, gobiernos y otros sitios comparables. En vez de esas ideas ahora fracasadas, tenemos que adoptar un concepto de economía cuya norma de funcionamiento sea congruente con la diferencia fundamental (y que, de hecho, es la única acción cualitativa) que separa al hombre del mono de Wolfgang Köhler: el principio de la razón creativa.

Contrario a las variedades liberales angloholandesas de dogma político–económico o sus derivados hoy en boga, tales como el dogma marxista, en gran medida producto del modelo Haileybury de Londres, es de esa diferencia fundamental decisiva entre el hombre y la bestia, el principio singularmente humano de la razón creativa, de la que ha dependido todo intento competente de definir un concepto tanto de Estado nacional como de su economía, desde la obra de los pitagóricos, Sócrates y Platón.

Un diálogo socrático

Los recuadros pedagógicos que acompañan a este artículo los escribieron miembros del Movimiento de Juventudes Larouchistas (y el joven larouchista honorario Bruce Director). Cuando encargó este trabajo, el consejo de LaRouche fue: “La presentación pedagógica que representa esta combinación de esfuerzos tendrá el efecto neto de mostrar el contenido a modo de un diálogo socrático.

“La regla general es: ‘Sé extático, con tal que no salgas a navegar sin sextante, brújula y, sobre todo, un timón bien dirigido’. Este viaje no incluye aves de mal agüero”.

El razonamiento más pleno de la necesidad de emplear este requisito exclusivo irá esclareciéndose a lo largo de este informe.

Salta a la vista que el derrumbe físico ahora en marcha del presente sistema monetario–financiero mundial expresa un deterioro de cerca de cuatro décadas, de lo que ha sido la economía más exitosa del planeta, en términos relativos, en la historia moderna; un sistema fundado en el restableci­miento, con el presidente estadounidense Franklin Roosevelt, de lo que ha representado el mejor sistema político–económico del mundo: el modelo conocido como el Sistema Americano de economía política.

Miembros del Movimiento de Juventudes Larouchistas en Detroit, Michigan, EU estudian la construcción de Arquitas para doblar el cubo. El programa educativo del MJL gira en torno a recrear los grandes avances en el descubrimiento científico y el arte clásico. (Foto: Sharon Stevens/EIRNS).

 

 

La fuente principal de las calamidades económicas y relacionadas que hoy afligen a la civilización europea extendida al orbe, son el sabotaje y la disolución deliberada, en los últimos cuarenta años, del sistema mundial de tipos de cambio fijos, cuyo sustento era ese Sistema Americano de economía política que la conducción del presidente Roosevelt restableció. Ése era el llamado sistema de Bretton Woods, de generación de crédito en base a paridades fijas, cuya destrucción, en aras de regresar al imperialista sistema liberal angloholandés de tiranía monetarista global, empezó con el presidente estadounidense Richard Nixon.

Ese cambio iniciado con Nixon, continuó con la ruina sistémica de la economía nacional de Estados Unidos a manos del asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski. En general, ésa ha sido la causa principal inmediata de la crisis de desintegración ahora en marcha del presente sistema mundial. Como consecuencia lógica de estas medidas autodestructivas que adoptó en los 1970, la economía estadounidense dejó de nuevo el sistema monetario–financiero mundial en manos de una forma peor de “librecambismo” liberal angloholandés que la que ya antes le había fallado a la civilización de modo tan miserable en los 1920, durante las crisis sufridas por el modelo del sistema posterior a Versalles que llevó al desplome del patrón oro británico en 1931.

Sin embargo, aunque ese Sistema Americano ha sido el diseño más exitoso tanto de una economía nacional como de un sistema de cooperación entre economías nacionales soberanas, la mayoría, aun entre sus adeptos, no ha entendido muy bien los principios avanzados que fundamentan sus logros. Hasta lo

que antes se entendía de la historia pertinente de EU empezó a arrancarse del programa académico poco después de la muerte del presidente Franklin Roosevelt. En las últimas cuatro décadas se han extinguido hasta los rudimentos del diseño de una economía nacional y mundial apenas exitosa, como si los hubiesen extirpado de la memoria racial de la generación que hoy está a cargo del planeta.

Entre tanto, se han alterado las condiciones físico– económicas de la economía mundial, incluso el crecimiento poblacional y el auge de las economías asiáticas, a tal punto, que ni aun el tratar de regresar a las prácticas relativamente exitosas y conocidas del Sistema Americano —aunque ahora indispensable— bastaría por sí solo, para sentar la base de una recuperación física duradera de las economías del mundo en las condiciones actuales.

El otrora célebre Sistema Americano de economía política, derivado en lo principal de la ciencia moderna de la economía física que fundó Godofredo Leibniz con su obra pertinente en esta materia, tendrá que redefinirse ahora en cuanto a su función, para que sea la base de un sistema físico funcional de una economía mundial fundada en los modelos sistémicos de cooperación dinámica —más que mecanicista— entre lo que son, cada uno de ellos, Estados nacionales perfectamente soberanos. Los principios relacionados con la influencia de Leibniz tienen que llevarse ahora, en la práctica, a niveles más profundos de comprensión científica que los que hasta sus adalides habían contemplado en los últimos dos y medio siglos.

El cambio que hay que hacer es factible hoy, a pesar de la pérdida de categorías enteras de tecnologías, destrezas, recursos y capacidades en las últimas cuatro décadas, en especial desde la destrucción salvaje de nuestra economía de 1977 a 1981, bajo la dirección del asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski. Con todo, en principio, los métodos de los 1930 asociados con Harry Hopkins y Harold Ickes en el Gobierno de Franklin Roosevelt representan ahora, para nuestra república, modelos de referencia para la urgente reforma que necesitan nuestros insolventes sistemas monetarios actuales. El requisito más importante sería cambiar cómo piensan las naciones sobre la economía, un cambio que incitaría un salto cualitativo en las normas tecnológicas, como se apremió a hacerlo EU en su función económica de “arsenal de la democracia”, en preparación para lo que era ya una guerra inevitable contra Adolfo Hitler el día en que Franklin Roosevelt asumió la presidencia por primera vez, mientras buscaba papel y lápiz con qué empezar a gobernar de hecho ese día.

 

El presidente Franklin Delano Roosevelt (der.) departe con el administrador de su Nuevo Trato, Harry Hopkins. Sus métodos para sacar a EU de la Gran Depresión son los modelos de referencia para el mundo hoy. (Foto: clipart.com).

 

¡Regresemos al Sistema Americano!


Si hemos de lograr la movilización de las fuerzas políticas para realizar esos cambios urgentemente necesarios para la supervivencia de lo que no debería avergonzarnos llamar “civilización”, es esencial que dejemos en claro el principio fundamental de organización financiera de y entre las naciones, del Sistema Americano de economía política, que es la premisa de nuestra república y de todos sus logros económicos: un sistema de crédito público, un principio americano de organización, a diferencia del modelo neoveneciano que hoy representa el sistema monetarista liberal angloholandés.

En un sistema monetarista mundial, como el del período de agosto de 1971 a la fecha, el poder del crédito lo controlan los métodos que son la práctica usurera intrínseca de los carteles financieros depredadores. En un sistema monetarista, la facultad de generar y regular el precio del crédito, incluso de los llamados gobiernos nacionales soberanos, está en las manos dictatoriales de un interés monetario usurero que opera por fuera, y con frecuencia en gran medida de forma independiente del control de gobiernos, como en la forma de usura propia de un llamado sistema “librecambista”.

Por ejemplo, ahora nos encontramos de forma implícita en una espiral hiperinflacionaria del sistema monetario–financiero mundial actual, el sistema del FMI, en la que no hay una fuente adecuada de crédito, con los límites impuestos por las redes financieras privadas monetaristas imperantes, como para elevar a las naciones virtualmente quebradas de América, Europa y demás a los niveles de actividad física productiva que corresponden a un funcionamiento por encima del equilibrio financiero.

Fue en condiciones análogas que el presidente Franklin Roosevelt liberó a EUA, que había quebrado con el Gobierno del presidente Herbert Hoover. La causa de la caída de la economía estadounidense como a la mitad de su valor en el

período posterior al crac de 1929 no fue ese derrumbe bursátil, sino la forma brutal y desquiciada en que reaccionaron Hoover y Andrew Mellon, igual a como lo hizo el canciller alemán Brüning al abrirle paso al ascenso de Hitler al poder. En ambos casos, tanto el de Hoover como el de Brüning, la ruina económica fue producto de la clase de medidas de austeridad que exigía la reacción usurera de conciertos de intereses financieros privados rapaces, que eran como mohos lamosos, al crac del mercado bursátil de 1929, con la misma suerte de medidas tomadas por el Gobierno de George W. Bush hijo.

Roosevelt usó el poder del Estado, como lo expresan las disposiciones pertinentes de la Constitución federal de EU, a fin de generar crédito a largo plazo y a bajo costo para poner los cimientos de la que vino a erguirse como la economía más grande que el mundo jamás haya conocido, una proeza que nunca habría ocurrido si Roosevelt no hubiera repelido a las camarillas financieras neovenecianas depredadoras de Wall Street y Londres, principalmente.

Hoy encaramos, en EUA al igual que en Europa, una versión análoga, pero más depravada de la clase de situación que Roosevelt enfrentó al tomar posesión pocas semanas después de que se le otorgaran poderes dictatoriales en Alemania al entonces favorito del Banco de Inglaterra: Adolfo Hitler. Ahora, como en 1933, sólo una expansión amplia del flujo de crédito nacional a largo plazo, a tasas nominales de interés, con el respaldo del Estado, podría expandir la producción de valores físicos duraderos a niveles de empleo general que correspondan con la realidad en la infraestructura económica básica, la agricultura y la industria, en los que la cuenta corriente de la economía del Estado nacional esté en equilibrio y prospere, y también acumule los activos físicos que garanticen la seguridad financiera del Estado y los sistemas bancarios a largo plazo.

Tenemos que echar por tierra el modelo del Fondo Monetario Internacional introducido con el presidente Nixon y compañía de 1971 a 1972, cuando el Gobierno de Nixon y sus cómplices entregaron hasta a EUA a los tiburones extranjeros de un sistema monetarista global en esencia inflacionario.

 

La economía y el Estado nacional

Para producir la tecnología necesaria que implica regresar de un sistema monetarista a uno de crédito constitucional y comercio justo, tenemos que empezar ahora por poner de nuevo el acento en los principios correspondientes de la ciencia y en los métodos para educar a los mandos de una nueva generación en esa ciencia. Eso tiene que ver con la esférica.

Las construcciones geométricas relativamente elementales de las que dependieron los primeros avances de la Grecia clásica en la esférica, son la clave para fundar lo que mostraremos aquí que es, al presente, el único método contemporáneo conocido posible en la ciencia de la economía física, el único que sería apropiado para bregar con la cualidad de principio de la crisis económica mundial, tanto en lo inmediato como en las décadas por venir.

Las características físicas del crecimiento físico–económico de una economía moderna a los niveles actuales de la población mundial, demandan que más de la mitad de la inversión total de la economía tenga que ser en la forma de capital y mejoras relacionadas con un ciclo de vida física de entre una y dos generaciones, un lapso de entre 25 y 50 años, más o menos. En relativa gran medida —como mostraré la razón de ello en el grueso de este informe—, estas inversiones tienen que ser en lo principal funciones económicas del gobierno, más que de la iniciativa privada. Estas funciones son las clasificadas, como una división más o menos natural del trabajo, para los niveles de gobierno nacional, regional y municipal; pero el crédito para emprender semej ante iniciativa, que con tanta urgencia necesitan los sectores público y privado, ha de provenir en lo principal, no del capital financiero privado, sino de la expresión de esas facultades soberanas naturales del gobierno del Estado nacional en su conjunto que cobran expresión en la forma de un sistema público de crédito nacional, como con el Sistema Americano de economía política.

Por ésta y otras razones relacionadas, sería una locura —como ha de verse su consecuencia en la práctica— seguir actuando bajo el supuesto erróneo y destructivo de que el crecimiento económico real puede fundarse en lo principal en las doctrinas administrativas del negocio local individual. Dicho supuesto falso equivaldría, en efecto, a buscar resguardo en el camarote individual bien cerrado de un crucero que se hunde. Hace mucho que lle gó el momento de reconocer ahora, por fin, que vivimos en una economía mundial en y entre las naciones, una situación en la que los pueblos nacionales y sus relaciones físico–económicas internacionales tienen que concebirse como procesos dinámicos integrados no mecánicos, procesos definidos por su función continua en lapsos inmediatos de alrededor de dos generaciones en la vida venidera del planeta entero.

Sin embargo, aunque nuestra meta tiene que ser el mejoramiento de la economía mundial, la idea de la “globalización” no deja de ser intolerable. La “globalización” calificaría hasta como un acto de psicosis criminal, como puede verse en los efectos inevitables que tiene sobre el común de la humanidad. Por razones que pondré de relieve donde corresponde en este informe, ninguna economía global podría tolerarse en la práctica para la población humana en su magnitud actual, a no ser que fuera como una comunidad planetaria de cooperación informada entre una combinación importante de Estados nacionales republicanos individuales perfectamente soberanos. A algunos peligrosamente descarriados les han metido en la cabeza la opinión de que “la globalización es la vía al futuro”; están muy, pero muy equivocados, aun al grado de la demencia funcional, dado que hoy encaramos la amenaza inmediata de que sobrevenga una crisis de desintegración general de la totalidad de los sistemas monetario–financieros del mundo. Para quienes reconocen lo que ven en términos de sus efectos físico–económicos generales, la “globalización” ya es un proceso de sumir a toda la humanidad en una era de tinieblas.

El hecho más esencial de una ciencia de la economía física, un hecho cuyas premisas físico–científicas siguen entendiéndose sólo en raras ocasiones, es que, aunque la generación de las ideas de las que depende el progreso físico se difunden mediante la cooperación, el origen de la creación de ideas válidas sólo se encuentra en la soberanía del desarrollo fecundo del potencial científico y los poderes creativos relacionados de la mente humana soberana individual.

Rara vez se entiende, tampoco, aun hoy, que la necesidad de la soberanía perfecta del Estado nacional en un sistema planetario regido por financieros, descansa en la inmutable soberanía intrínseca e inquebrantable de los procesos creativos, cuya existencia es específica a la evolución del potencial de la mente soberana individual. Esto es absolutamente contrario a todos los planes imperiales, sean romanos, ultramontanos o los de la llamada “globalización”. El progreso de la condición humana siempre ha dependido de procesos ausentes en los simios, procesos mentales cuya expresión no existe de modo manifiesto en las ambiciosas camarillas globalizadoras, sinarquistas y afines de la oligarquía financiera privada de hoy día.

La generación mundial que hoy rige las economías nacionales ha llegado ahora a la última década o dos de su dominio del gobierno y la economía. La clase de ideas que han venido a ser hasta aquí los hábitos de esa generación en el manejo de la economía, ahora tienen que desecharse, si es que las naciones han de sobrevivir aun en el relativo corto plazo que tenemos por delante. Las inversiones de capital físico de las que ahora depende una recuperación del huracán de una depresión mundial que ahora embiste, representarían un tremendo aumento de una deuda de capital estrictamente regulada, por hasta dos generaciones por venir, cada una de aproximadamente 25 años. La suerte de las economías nacionales del mundo dependerá tanto de crear como de mantener los nuevos saldos de endeudamiento relativamente vastos que habrán de incurrirse en cuenta de capital, a fin de lograr la recuperación físico–económica en el transcurso de esas próximas dos generaciones de una población mundial que ya supera los seis mil millones de almas.

Así, las decisiones que han de tomarse con más urgencia hoy, de entre la gama de posibilidades que se nos ofrece, tienen que concebirse con las previsiones pertinentes sobre las consecuencias que determinarán para al menos las dos generaciones siguientes. A fin de manejar la masa de deuda financiera de largo plazo que los gobiernos tienen que generar a modo de crédito, tenemos que prever y regular la administración de dicha deuda y su futuro pago oportuno como convenga. En ese respecto, ahora tenemos que tomar en consideración la clase de cambios revolucionarios inmediatos que enfrentan las naciones y el mundo entero en las presentes condiciones de crisis existencial planetaria, en el lapso de unas dos generaciones por venir.

En suma, el dólar, por ejemplo, no sufrirá una depreciación inflacionaria con estas reformas. A no ser por la carga ruinosa de grandes guerras, como la de 1939–1945, el dólar, como yo visualizo la recuperación y crecimiento de EU en el largo plazo, será cada vez más sólido en el transcurso de las próximas dos generaciones, con tal que se tomen en cuenta a cabalidad los principios que trato en este informe.

 

El presente error político sistémico

La fuente acostumbrada de los conceptos económicos incompetentes que infectan las filas de los economistas profesionales adiestrados y otros afines hoy día, es la influencia corruptora de los métodos de lo que se define con precisión como el error sistémico del reduccionismo epistemológico. Esto implica cambiar políticas gubernamentales incompetentes, que administran economías en aras del dinero, y regresar a una orientación competente en la que las naciones regulan el valor del dinero creado como crédito de largo plazo, crédito generado para producir los beneficios físicos que sólo así pueden fomentarse.

Para ayudar en este esfuerzo por rescatar a la economía mundial del peligro actual, tiene que dejarse en claro que el principal yerro responsable del fracaso de la economía mundial hoy, yace en casi todas esas doctrinas económicas ahora en boga que enseñan los gobiernos y las instituciones supranacionales, como hoy se aplican en las dependencias de la civilización europea extendida al orbe, pero también en otras partes. Aunque hay economistas importantes y otros que conforman un cuerpo selecto competente en virtud de su experiencia e inteligencia, han carecido de la base teórico–científica necesaria en algunos fundamentos cruciales de la economía, en tanto rama de la ciencia física, para realizar su trabajo.

A este respecto, todas las prácticas económicas y tecnológicas relacionadas pertinentes que se estilan, y a las que en términos formales, “genéticos”, se clasifica como formas de sistemas reduccionistas, deben cambiarse. En lo principal, estos últimos son sistemas que Europa derivó de esos géneros precivilizadas de sistemas paganos de creencia religiosa, de los que son típicos las variedades babilónicas. Ésas fueron religiones o creencias que equivalían a credos religiosos que veían a la masa de sus sociedades, a sus súbditos humanos, como lo hacía John Locke. Esos dogmas definían a la gente del modo en que el fisiócrata doctor François Quesnay planteó ese mismo concepto inhumano de los siervos del Estado feudal como la piedra angular de su doctrina del laissez–faire, la doctrina fisiocrática de la que Adam Smith plagió su “mano invisible”. Locke, Mandeville, Quesnay, Turgot y Adam Smith definían a la mayoría de la gente, de forma implícita, como virtual ganado.

Es justo identificar históricamente la clase de generalización asociada con Locke como “babilónica”. Esa generalización se identifica con eficacia, para propósitos de exposición, con el caso del Zeus olímpico de Esquilo en su Prometeo encadenado, quien ordenó vedar el conocimiento del uso del “fuego” de la práctica del común de la humanidad.

Como ponía de relieve el célebre luchador por la libertad estadounidense Frederick Douglass, liberarse de la esclavitud empieza con la liberación del esclavo en su propia mente, una libertad que cobra expresión sólo como el desarrollo conciente de las facultades científicas y creativas relacionadas de la mente soberana individual. A un esclavo o campesino que se haya liberado de esta forma, en sí mismo, no puede mantenérsele en un estado de servidumbre de forma indefinida. Un esclavo liberado que no haya logrado liberarse mentalmente de este modo, no podrá defender con eficacia su libertad cuando se ponga a prueba de nuevo ese derecho, tal como hemos visto a la seducción del dinero encadenar la mente humana de nueva cuenta, aun en EU mismo, y de forma notable y creciente en épocas recientes, entre los descendientes de aquéllos a cuyos ancestros los habían esclavizado. Para reducir a los hombres y mujeres a aceptar alguna suerte de servidumbre, basta con degradar su vida mental a formas de práctica cultural que remeden a los brutos, como la secta satánica asociada con la bestialidad axiomática de los dogmas existencialistas y sofistas afines del Congreso a Favor de la Libertad Cultural (CFLC) lo hizo con muchos de la generación “sesentiochera” de la posguerra.

De los diferentes sistemas conocidos congruentes con la prescripción contra la ciencia del Zeus olímpico del drama de Esquilo, las formas más notables, en términos clínicos, son los sistemas cuasibabilónicos complementarios de esos enemigos de la tradición de Platón que representa, en la historia europea, la obra de los reduccionistas que eran modelos de las sectas sofistas de la tradición de la secta del Apolo de Delfos: Aristóteles y Euclides. Representativos de estos últimos son el legado aristotélico del Claudio Ptolomeo de la cultura imperial romana, y la expresión más radical de ese mismo legado, Guillermo de Occam y sus seguidores modernos, tales como los empiristas, positivistas y existencialistas. Éstas son expresiones del método, tal como la corrupción de la llamada “iniciativa religiosa”, con el que se induce a gente ya liberada a ponerse los grillos mentales del esclavo en sus propios tobillos y muñecas mentales.

El punto de partida elemental para la empresa que presenta este informe, es el acento que pongo aquí en esas construcciones de los pitagóricos y sus estudiantes leales, que generan una prueba de principio universal, tal como la distinción sistémica en la forma de poderes, las distinciones relativamente rudimentarias entre lo que en matemáticas se distinguen de modo categórico como series racionales, irracionales y trascendentales. Estos casos también apuntan directo a lo que es, de hecho, la incompetencia científica intrínseca de todas las prácticas contables contemporáneas de moda adoptadas en nombre de la llamada economía matemática, entre las que hay que contar esos sistemas reduccionistas británicos y relacionados de los que son apenas típicos los modelos empirista y positivista de Locke, Mandeville, Quesnay, Adam Smith, Jeremías Bentham y sus derivados marxistas y demás, sistemas que acólitos fanáticos del finado Bertrand Russell, tales como Norbert Wiener y John von Neumann, han llevado a los extremos lunáticos de la “teoría de la información” y la “inteligencia artificial”.

Al referirnos a sistemas “reduccionistas” o “babilónicos” en las matemáticas, nuestra intención es señalar esas doctrinas de “la Tierra es plana” en la ciencia física, cuya premisa implícita es un sistema parecido a las corrupciones “babilónicas” o afines de descubrimientos antes conocidos que habían realizados esos primeros griegos que siguieron la práctica egipcia de la esférica. La esférica encarnaba una práctica asociada con griegos de la antigüedad tales como los pitagóricos, Sócrates, Platón y su escuela de geometría física, en vez de las variedades escolares de geometría de “torre de marfil” que hoy por lo común se enseñan como “geometría euclidiana” y sus derivados.

Caracterizar sistemas tales como el de la geometría euclidiana y sus derivados como dogmas de “la Tierra es plana”, es literal, riguroso y preciso.

El sistema rectilíneo carac­terístico de la definiciones, axiomas y postulados del dogma euclidiano, y el método meca­nicista de Descartes y los principales “newtonianos” del siglo 18, tuvieron su origen en las fantasía del sacerdocio babilónico. Las que habían sido formulaciones de otro modo válidas, que luego se incorporaron al cuerpo cuasiecléctico del sistema de Euclides, fueron tergiversadas para que corres­pondieran con las premisas axiomáticas superimpuestas de una secta religiosa de corte babilónico. Dicho sistema de definiciones, axiomas y postu­lados supone que un universal está limitado, acotado, como por la extensión de un punto a una línea, a una extensión de un corte transversal rectilíneo apriorístico supuestamente original, el cual, por ello, en lo fundamental, es plano. En otras palabras, esto significa que el conjunto euclidiano común de definiciones, axiomas y postulados que ha aportado la base “hereditaria” lógica de las matemáticas que suelen enseñarse hoy, abarca los conjuntos “tradicionales” de supuestos apriorísticos que, de modo implícito, funcionalmente suponen que la cualidad del estado natural del universo físico es “plana”, y que los sistemas curvos han de explicarse a partir de lo plano, como hace todo el principio de los Elementos de Euclides.1

El intento que con frecuencia se encuentra, de remontar las raíces de la civilización europea a Mesopotamia, en vez de a lo que fueron de hecho sus orígenes aproximados más que nada egipcios, es la marca que deja una secta lunática peligrosamente infecciosa.

Mientras que el sistema científico que griegos tales como los pitagóricos adoptaron como la esférica a partir de la ciencia egipcia orientada a la astrofísica, ubica todas las observaciones pertinentes de lo que podría asumirse son fenómenos universales, como observaciones de un espacio esférico de profundidad incierta, tal como la forma aparente del firmamento nocturno: esférica.

El singular descubrimiento original de la gravitación universal de Johannes Kepler, es el modelo clásico de cómo el agotamiento consumado de las pruebas pertinentes define la existencia eficiente de un principio físico universal fuera del alcance del supuesto —como el de los reduccionistas Aristóteles, Euclides, Claudio Ptolomeo, Copérnico y Brahe— de la simple acción rectora repetitiva en el universo. Así, la esférica, que el cardenal Nicolás de Cusa y seguidores suyos tales como Kepler, Fermat y Leibniz usaron como premisa para el surgimiento del método físico científico moderno competente, marca la distinción entre la práctica de la mera observación por imitación y la ciencia física.

 

Riemann y la ciencia económica

La obra de los más grandes seguidores inmediatos de Carl F. Gauss y Bernhard Riemann, que empezó como la revolucionaria disertación de habilitación de Riemann de 1854, ha sintetizado la cura esencial para los fracasos que ocasionó la influencia de Euclides y expresiones relacionadas del reduccionismo. La obra de V.I. Vernadsky de Rusia, al definir la biosfera y la noosfera, ahora ofrece el punto de partida apropiado para adoptar los modos exitosos de administración físico–económica en el transcurso de este joven siglo. Para transformar dicha contribución a la forma apropiada para la práctica político–económica, tenemos que regresar a las raíces de toda la civilización europea moderna, raíces asociadas con la función central que tienen las redes vinculadas a los pitagóricos y Platón en cuanto a las implicaciones de la esférica.

Como acabo de establecer aquí, el descubrimiento —como lo hizo con singular originalidad Johannes Kepler— de un principio de gravitación universal, un descubrimiento que no sólo refutó el método de Aristóteles, Euclides y Claudio Ptolomeo, sino también el de Copérnico y Tico Brahe, es típico de la aplicación de la esférica a la astronomía.

La distinción fundamental en la que concentro la atención en este informe, es que, dentro de los confines de los sistemas reduccionistas babilónico y relacionados, como los de Aristóteles y Euclides, los ardides reduccionistas de las variedades euclidiana o afines prohíben la creatividad verdadera, el descubrimiento verdadero de un principio físico universal. Lo que también prohíben, así, es cualquier forma racional de reconocimiento de la distinción absoluta entre el hombre y la bestia, como la establecen de forma excelsa los últimos versículos del Génesis 1.

Por ejemplo, en el pensamiento científico griego preeuclidiano, como el de los pitagóricos, Sócrates y Platón, el método de la esférica define todo ordenamiento físico– matemático, como lo ilustra la forma en que abordan temas elementales tales como las distinciones esféricas cualitativas entre las magnitudes racionales, irracionales y trascendentales. Entre estos temas están: cómo doblar el cuadrado, el sistema de los sólidos regulares del Teetetes de Platón y, de modo implícito, la ampliación de este estudio a la clase más exuberante del sistema arquimediano de los sólidos cuasirregulares. Estos últimos conciernen a la química física moderna, del modo que la obra pertinente del finado profesor Robert Moon abordó el significado de esta misión de descubrimiento de un principio fundamental. A este respecto, la labor de Moon, como he comentado esto en otras ocasiones, apunta a algunas de las implicaciones de mi defensa de la importancia de estos estudios a la luz de las repercusiones de la obra de V.I. Vernadsky.

Los académicos del caso con frecuencia descri­ben el trabajo que los antiguos pen­sadores griegos pertinentes realizaron con los métodos científicos de los pitagóricos, como “aguas turbias”. Para un pensador científico calificado, esto no debiera ser así. El hoy habitual pro­blema pertinente es que la gente que no quiere reproducir la calidad de actividad mental creativa empleada por esos griegos antiguos, se ha atenido a los métodos tomados de los modos de interpretación literaria de los románticos, en vez del método de repetir en realidad el experimento original. Como la mayoría de tales críticos literarios de los últimos siglos se ha educado en los métodos académicos reduccionistas, su desconocimiento de las implicaciones históricas y relacionadas del método científico de la esférica los obliga, o a reconocer que ignoran el significado de las pruebas antiguas pertinentes que sobreviven, o a meterse al deporte de los sofistas de, “lo que en realidad quiso decir fue”.

La razón por la que semej ante gente con frecuencia ve las aguas intelectuales de la esférica como turbias o “insondables”, es porque simplemente no quiere nadar. Así, el Clerk Maxwell que falsificó los comienzos de la historia de lo que llamamos la electrónica afirmó en defensa de dicho fraude reconocido, en un momento de franqueza, que él simplemente rehusaba reconocer la existencia de “cualquier geometría que no sea la nuestra”, refiriéndose a los prejuicios empiristas británicos de la época. Puesto que la esférica no sólo es un método de la ciencia física, sino uno que puede reexperimentarse al revivir los experimentos conocidos del caso, las pruebas que sobreviven no tienen nada que sea de suyo turbio, como la mayoría de los comentaristas académicos y otros han supuesto, con frecuencia ávidamente.

El origen de los típicos desaciertos que cometen esos tratadistas, es que comparten la incompetencia intrínseca de todo modelo reduccionista. Rehúsan tomar en cuenta la naturaleza esencial de principio de la diferencia funcional entre el simio y el hombre, y, por ello, comparten creencias que tenderían a inducir a quien las crea a comportarse virtualmente como un mono, por así decirlo. Por eso venden zapatos de la talla de la especie equivocada. Esa distinción que esos comentaristas no atinan a hacer, es la clase de distinción entre especies que expresa el método de los pitagóricos, y de tales seguidores y colaboradores suyos como Sócrates y Platón.

Johannes Kepler (1571 –1630). Su descubrimiento del principio de la gravitación universal fue una aplicación única de la esférica a la astronomía. (Foto: arttoday.com).

Godofredo Leibniz (1646–1716), el fundador
de la ciencia de la economía física, empleó
la palabra alemana Kraft para “poder”, en
el mismo sentido que LaRouche lo hace aquí.

Abraham Kästner (1719–1800) probó que los axiomas rectilíneas del sístema euclideano son absurdos.

Bernhard Riemann (1826–1866) liberó a la ciencia de la esclavitud menticida tanto de la geometría euclidiana como de la no euclidiana.

 

Si procuras reproducir los descubrimientos experimentales como lo exige el método conocido de la esférica, obtendrás resultados iguales o muy parecidos, congruentes con los que ellos obtuvieron. Entonces los entenderás con claridad, aunque no sepas casi ni pío de la existencia del griego que hablaban. El método de la esférica no tiene nada de turbio en lo absoluto; todo descubrimiento de principio competente en la ciencia desde entonces se ha fundado en reproducir sus experimentos y su método.

El significado funcional de “físico” en la geometría, para el pensamiento científico griego antiguo, lo definía el uso que hacían los pitagóricos de esa noción de dúnamis, como se le asocia con el uso europeo moderno que Leibniz le dio al término dinámica para corregir la incompetencia del trabajo de Descartes. El acento que le puso Leibniz a ese hecho fue decisivo para que durante su vida él (y los que siguieron su método en siglos posteriores) desenmascarara la incompetencia de Descartes, Newton y sus partidarios. El término clásico dúnamis está asociado con el uso del alemán Kraft, como en su fundación de la ciencia de la economía física, y como el mismo significado se le asigna correctamente a los usos relacionados del término poder en español. Como recalqué en “Vernadsky y el principio de Dirichlet” (ver Resumen ejecutivo de la 1a quincena de agosto de 2005, vol. XXII, núm. 15), Vernadsky recalca que la organización de las funciones de la biosfera son dinámicas y, en este sentido, riemannianas, a diferencia del menticidio que un sistema cartesiano le inflige al crédulo.

Por ejemplo, donde los científicos de la tradición de Platón y Leibniz despliegan el concepto de “poder”, la causa de un cambio de estado de corte axiomático dentro de un proceso, el reduccionista usa el término “energía”, que no es más que el nombre de un “efecto”, no de un principio físico.

Procedamos. Por el bien de la generación de adultos jóvenes que ha de prepararse para dirigir el futuro, tenemos que empezar el siguiente capítulo de este informe, como lo hago ahora, dando ciertos pasos fundamentales de una naturaleza elemental.

 

[1] Si bajo el cabello de tu profesor favorito su mollera era plana, es probable que fuera matemático, y, en el mundo actual, quizás de la variedad positivista moderna.