Economía






Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIII, núm. 8-9

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El fantasma de Sykes-Picot ronda por el Sudoeste de Asia

por Muriel Mirak–Weissbach

¿Por qué querría el presidente francés Jacques Chirac emprender una cruzada para cambiar de régimen en Siria, luego de haber conducido una campaña internacional exitosa para expulsar al ejército sirio de Líbano, y de reorganizar el paisaje político de Beirut? ¿Es por su pesar por el asesinato en febrero de 2005 del ex primer ministro libanés Rafic Hariri, que fue su colaborador cercano durante años? ¿Es porque cree que Damasco estuvo involucrado en el crimen y por lo tanto debe castigársele?

¿Por qué, entonces, el jefe de Estado francés amenaza también a Irán? El 19 de enero Chirac anunció que Francia desplegaría armas nucleares contra Estados “terroristas” y contra cualquiera que tenga la intención de atacar a Francia. La escandalosa declaración de Chirac fue interpretada, correctamente, como un apoyo a la doctrina de guerra nuclear preventiva de Cheney, y como una amenaza directa a la república islámica de Irán.

Anteriormente había sido el primer ministro británico Tony Blair quién había llevado la voz cantante en la escalada de tensión, tanto contra Siria como, y especialmente, contra el programa nuclear de Irán. Los británicos han estado a la vanguardia de los esfuerzos de llevar el caso de Irán al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas como preparativo para un ataque militar. Ahora se ha unido Francia.

¿Por qué?

Lyndon LaRouche, al referirse el 6 de enero de este año a “nuevas circunstancias en torno a los ataques acelerados contra Siria”, declaró lo siguiente: “Las calamidades que golpean y despedazan al Gobierno estadounidense de Bush y Cheney, han puesto más de relieve el papel del Gobierno británico de Blair. Semblanzas de Sykes–Picot; la cancillería británica, flanqueada por Francia, ha asumido un papel rector en los acontecimientos regionales de la región del Sudoeste de Asia”.

LaRouche elaboró:“Junto con estos cambios en la situación estratégica global, tenemos que tomar en cuenta la controversia medular que hizo erupción en toda Europa, cuando la Tatcher de Inglaterra y Mitterrand de Francia se movieron en 1990 para tratar de aplastar a Alemania, lo que condujo a los llamados acuerdos de Maastricht y a la hoy aplastada economía de Alemania merced al sistema de moneda única del euro. Ante la reciente tendencia de creciente cooperación de Rusia con Alemania en torno al mercadeo de gas natural, y el debilitamiento de la influencia mundial de Estados Unidos por la cada vez mayor caída en desgracia del Gobierno de Bush y Cheney, vean cómo Londres trabaja ahora para usurpar el control del Sudeste de Asia y cosas relacionadas, se distancia más que un poquito del Gobierno estadounidense de Cheney, y pone de nuevo en primer plano resabios de antiguas modalidades de conflictos de principios del siglo 20”.

En verdad no hay forma de entender las implicaciones de la “nueva dirección” de la política exterior de Francia desde 2002–2003, sin proyectarla contra el telón de fondo histórico de los infames acuerdos que hizo la Francia colonialista a principios del siglo 20 con la Gran Bretaña colonialista, para conquistar y dividir grandes partes del Oriente Medio. El acuerdo Sykes–Picot de 1916 fue un pacto secreto firmado por los británicos y los franceses, que redibujó el mapa del Oriente Medio, y le asignó zonas de control directo, así como esferas de influencia, a cada una de las dos potencias coloniales.

El acuerdo Sykes–Picot de los tiempos modernos se delineó en la infame doctrina de “Rompimiento limpio” de 1996,[1] que bosquejó una fuerza de tarea dirigida por Dick Cheney, y que fue adoptada por el entonces primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, y puesta en marcha al empezar la guerra del 2003 contra Iraq. Ese plan plantea cambios de regímenes (mediante guerras o golpes de Estado) en Iraq, Siria, Líbano e Irán.

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Estrategia británica para destruir al Imperio Otomano, organizando incluso a fuerzas árabes para que emprendieran una revuelta “autónoma” contra los turcos, y luego redibujar el mapa para garantizarle a Gran Bretaña el control imperial. Los franceses entraron al plan, pero ellos tenían sus propios intereses en conflicto. (Mapa: John Sigerson/EIRNS).

Francia se unió a la operación Tormenta del Desierto en 1991, pero no obtuvo nada a cambio. En 2002–2003 Francia montó un teatro de oposición a los planes de guerra angloamericanos, y permaneció fuera de la guerra. Ahora Estados Unidos y Gran Bretaña controlan vastas reservas de petróleo en el Iraq ocupado, y Francia está marginada con las manos vacías. Así ha surgido el viejo impulso imperial que dice: “París quiere un pedazo del pastel”.

La guerra geopolítica de Gran Bretaña

La Primera Guerra Mundial fue la guerra geopolítica de Gran Bretaña que armó el príncipe de Gales (más tarde rey Eduardo VII), para romper la cooperación entre la potencia económica de Alemania y Rusia. Fue la amenaza al control imperial británico representada por la Alemania de Bismarck, la Rusia de Alejandro II y otras naciones que empezaban a adoptar el Sistema Americano de desarrollo económico, lo que condujo a los británicos a la guerra, en un intento por preservar la hegemonía de su sistema financiero oligárquico y del imperio que sustentaba. Emblemático de la amenaza que percibía Gran Bretaña, fue el proyecto de un ferrocarril entre Berlín y Bagdad.

En el proceso, Gran Bretaña planeó quebrar al Imperio Otomano, que había pasado a la órbita alemana, e instalar regímenes títeres bajo monarcas árabes, en el marco de una reorganización total del Sudoeste de Asia en esferas de influencia colonial. Francia iba a ser un socio de este esquema, aunque, como ocurre con frecuencia en acuerdos entre fuerzas imperiales rivales, cada una trata de estafar a la otra.

Francia tenía cierta experiencia en rivalidades interimperialistas con Gran Bretaña, y en especial en África. Ahí tenía su propia esfera de influencia que proteger y, si fuera posible, extender. Desde el siglo 17 Francia había usado intereses comerciales para ganar terreno en Noráfrica. En el curso del siglo 19 Francia estableció una presencia en Argelia, y en 1881 ocupó Túnez. En 1882 Inglaterra tomó Egipto (el dominio de Napoleón un siglo antes); en 1897 lord Kitchener derrotó al movimiento nacional sudanés dirigido por el sucesor del Mahdí. Inglaterra gobernaba a Egipto y, a través de él, a Sudán. Gran Bretaña puso un alto al expansionismo francés en Fashoda, en 1898. Un acuerdo posterior entre los dos rivales en 1904, le dio a Inglaterra mano libre en Egipto, a cambio de una zona de influencia francesa en Marruecos.

En vísperas de la Primera Guerra Mundial, Eurasia era dominada por las potencias imperiales, mientras que Rusia había adquirido lo que hoy día es Asia Central (Kazajstán, Turquestán, los kanatos de Jiva, Bujará, Tashkent, Merv, Samarcanda), y contaba a la mitad de Persia en su zona de influencia. Gran Bretaña tenía otra tajada de Persia, como resultado del acuerdo anglorruso de 1907; también controlaba los regímenes de los jeques árabes del golfo Pérsico; administraba Egipto, Chipre, y Adén en el Mar Rojo, y tenía a Afganistán en su esfera de influencia.

El resto (excepto el desierto de Arabia) era parte del Imperio Otomano, cuyo sultán gobernaba diversas poblaciones étnicas, incluyendo eslavos, árabes, griegos, armenios y judíos. Entre las potencias imperiales, la Rusia ortodoxa reclamaba el derecho a proteger a los pueblos ortodoxos que estaban en los Balcanes y el Oriente Medio, mientras que los franceses eran los protectores de los católicos, incluyendo los cristianos maronitas de las provincias sirias.

Después de las guerras de los Balcanes de 1912–1913, estalló la Guerra general, en la que se enfrentaron la entente de Francia, Rusia y Gran Bretaña contra Alemania, el Imperio Otomano (entonces regido por la Joven Turquía) y el Imperio Austrohúngaro.

 

Planes para la Arabia de posguerra

El plan de guerra básico de los británicos, a pesar de desavenencias en cuanto a detalles entre la élite a cargo del conflicto, era directo: organizar a fuerzas árabes para montar lo que se presentaría como una revuelta autónoma contra los opresores otomanos, despedazar violentamente al Imperio Otomano, y redibujar el mapa con “Estados” árabes de nuevo cuño, gobernados por títeres británicos (mapa 1). Los franceses, que respaldaron el plan, tendrían sus propias marionetas en sus esferas de influencia asignadas.

La eminencia gris de la operación fue el mariscal de campo Herbert Kitchener, el carnicero de Sudán (honrado como el conde Kitchener de Jartum), que sirvió como procónsul en Egipto. En agosto de 1914 asumió el cargo de ministro de Guerra. Egipto en ese tiempo era un protectorado británico, que dejó de serlo bajo el califato otomano en 1914.

El escogido de Kitchener como el líder árabe era el vástago de la dinastía hachemita, Hussein ibn Alí, gobernante de La Meca. Conocido como el “Emir de La Meca” y “Jerife de La Meca”, Hussein gobernaba Hejaz (en lo que hoy día es el noroeste de Arabia Saudita, sobre el golfo de Áqaba y el mar Rojo) bajo el sultán otomano. Sin embargo, después de que la Joven Turquía tomó el poder en 1908, Hussein temió que este nuevo poder invadiría sus dominios. Dos de sus hijos, Abdalá y Feisal, miembros ambos del Parlamento otomano, también temían que el Gobierno de la Joven Turquía depondría a su padre. De ahí la apertura a los requerimientos británicos.

Fue Gilbert Clayton quien primero le propuso a Kitchener abordar a la familia del Jerife de La Meca. Clayton era el agente en El Cairo de sir Henry McMahon, quien había remplazado a Kitchener como procónsul en Egipto. Clayton estaba en contacto con varios grupos de exiliados y sociedades secretas árabes en El Cairo, quienes intimaron que otros dirigentes árabes estarían listos a rebelarse contra el sultán si hubiera un líder viable.

En un memorando del 6 de septiembre de 1914, Clayton sugirió que Abdalá, uno de los hijos de Hussein, fuera considerado el candidato británico. Abdalá se había reunido con Kitchener en 1912 o 1913, y de nuevo en 1914, así como con Ronald Storrs, quien era el secretario de asuntos orientales de Kitchener en El Cairo. Clayton dijo que creía que otros líderes árabes apoyarían esta opción. Kitchener quiso saber cuál sería la posición del líder árabe si hubiese guerra, así que, en un telegrama a Storrs, le planteó lo que debería decirle a Abdalá:

Lord Kitchener fue la eminencia gris del plan británico para escindir el Imperio Otomano. Escogió a los árabes que encabezarían la “rebelión” contra los otomanos bajo la tutela británica. (Retrato: Clipart.com).

“Si la nación árabe asiste a Inglaterra en esta guerra que nos ha impuesto Turquía, Inglaterra garantizará que no habrá ninguna intervención interna en Arabia, y le dará a los árabes apoyo total contra la agresión extranjera”.

A esto le siguió otro despacho emitido por la oficina de El Cairo, a efecto de que a los árabes de “Palestina, Siria, y Mesopotamia” se les daría la independencia garantizada por Gran Bretaña, si se levantaban contra el Imperio Otomano.

La idea general de Kitchener y su grupo era que los árabes serían alentados a rebelarse contra los otomanos, y a cambio obtendrían su “independencia”, la cual significaba cosas diferentes para personas diferentes. Para los árabes en cuestión, significaba independencia real; para los británicos que la prometían, significaba más una autonomía regional como protectorado británico o incluso bajo mando británico directo. Para Storrs, por ejemplo, la idea era construir lo que llamó el Imperio Egipcio, con el Jerife de La Meca como califa, flanqueado por un rey egipcio, quien, sin embargo, gobernaría bajo el control de Kitchener.

Hussein dejó claro que lo que él demandaba era soberanía sobre un vasto reino árabe, que sería verdaderamente independiente. Después de sondear a las sociedades secretas árabes en Damasco y otras partes por medio de su hijo Feisal, Hussein entendió que lo seguirían en una revuelta contra Turquía, si él tenía la garantía de que los británicos respaldarían la independencia árabe.

Hussein escribió una carta al alto comisionado británico, fechada el 4 de julio de 1915, en la que delineaba sus demandas. En ella incorporó demandas formuladas en el llamado Protocolo de Damasco, un documento elaborado por las fuerzas árabes en Siria:

A cambio de esta cooperación, que deberá conducir al control de toda la península arábiga, Mesopotamia, Siria, Palestina y parte de Cilicia, el jerife Hussein formula las siguientes demandas:

1. La independencia de los árabes, limitada en un territorio que incluye en el norte a Mersina Adana, y limitado por el paralelo 37 hasta la frontera persa; el borde oriental debería ser la frontera persa hasta el golfo de Basora; en el sur, el territorio debería limitar con el océano Índico, dejando aparte Adén; en occidente, debería tener de límite al mar Rojo y el Mediterráneo hasta Mersina.

2. Gran Bretaña deberá reconocer el establecimiento de un califato árabe y la abolición de las capitulaciones. A cambio, el Jerife declara que está listo a garantizar preferencia en todas las empresas económicas de los países árabes a la Gran Bretaña, de no presentarse otros inconvenientes.

3. Debe establecerse una alianza militar defensiva. En la eventualidad de que una de las partes inicie una guerra ofensiva, la otra parte debe mantener estricta neutralidad.

El rey Abdul Aziz ibn Saud (izq.), un wahbita, era enemigo faccional de Hussein ibn Alí, el gobernante suni de Hejaz (en la que hoy es Arabia Saudita). Ibn Alí era el favorito de la oficina británica de asuntos indios, mientras que lord Kitchener favorecía a Hussein.

 

El alto comisionado en Egipto, sir Henry McMahon, respondió a las demandas de Hussein, en correspondencia conocida después como “Las cartas McMahon”. McMahon, en una nota adjunta a una carta del 24 de octubre de 1915 decía:

 

Los distritos de Mersina y Alexandreta y las porciones de Siria al oeste de los distritos de Damasco, Homs, Hama y Alepo, no puede decirse que sean puramente árabes, y por ese motivo deben exceptuarse de la delimitación propuesta.

Con la anterior modificación, y sin prejuicio de los tratados pactados entre nosotros y ciertos jefes árabes, aceptamos esos límites.
En cuanto a las regiones que yacen dentro de las fronteras propuestas, en las que Gran Bretaña es libre de actuar sin detrimento de los intereses de su aliada Francia, estoy autorizado a hacer ante usted los siguientes compromisos a nombre del Gobierno de Gran Bretaña, y a responder como sigue a vuestra nota:

Que, sujeto a las modificaciones arriba establecidas, Gran Bretaña está preparada para reconocer y apoyar la independencia de los árabes en todas las regiones comprendidas entre las fronteras propuestas por el Jerife de La Meca.

Gran Bretaña garantiza los Sitios Sagrados Santos contra cualquier agresión externa y reconoce su inviolabilidad. Si lo permite la situación, Gran bretaña pondrá a disposición de los árabes su asesoría y los ayudará a establecer la forma de gobierno que parezca más adecuada para los diferentes territorios. Por otra parte, entendemos que los árabes ya decidieron buscar los consejos y asesoría exclusivamente de Gran Bretaña, y que los asesores y funcionarios europeos que puedan necesitarse para establecer un sistema de administración sólido, serán británicos. En lo que concierne a las dos vilayas de Basora y Bagdad, los árabes reconocen que el hecho de que la posición establecida e intereses de Gran Bretaña requieren el establecimiento de acuerdos administrativos especiales para proteger esos territorios de la agresión extranjera, promover el bienestar de sus habitantes y salvaguardar nuestros mutuos intereses.

Hussein obtuvo promesas vagas, pero no un compromiso explícito a la independencia del reino árabe que deseaba.

Disensión en la dirigencia imperial

La oficina de asuntos indios se oponía a la idea de un califato árabe (o a un rey) que encabezaría un imperio árabe controlado por el Imperio Británico. Este departamento, que era responsable de Persia, Tibet, Afganistán y Arabia oriental, además de la India, consideraba que estas regiones eran su prerrogativa. India argumentó que los musulmanes en su esfera de influencia no aceptarían un califato árabe, sino que preferirían uno turco. De favorecer a algún árabe, éste sería Abdul Aziz ibn Saud, enemigo faccional de Hussein.

La idea imperante en la oficina de asuntos indios era que ella debería organizar una invasión y ocupación de Mesopotamia. Éste es el mensaje que el virrey de la India, Charles Hardinge, le envió a Sykes cuando éste llevaba a cabo su gira indagatoria en 1915. Hardinge también expresó el punto de vista de la oficina de asuntos indios, de que cualquier plan de “independencia” para los árabes era absurdo, dado que, en su opinión, los árabes eran incapaces de autogobernarse.

Sir Mark Sykes, un parlamentario tory, diseñó el plan para que la oficina de asuntos árabes, que operaba desde El Cairo, pusiera en práctica la operación de lord Kitchener.

La entidad dispuesta para coordinar esta política, y para contrarrestar la oposición que venía de India, por ejemplo, era la oficina de asuntos árabes, establecida en 1916 por sir Mark Sykes, un joven tory que había sido elegido a la Cámara de los Comunes cuatro años antes, y quien tenía fama de ser un experto en cosas tocantes al Imperio Otomano. Sykes había servido directamente a Kitchener, y fue su principal instrumento. La oficina de asuntos árabes operaba desde El Cairo, como parte del departamento de inteligencia, pero en última instancia bajo la dirección de Kitchener. Su jefe titular era el arqueólogo David G. Hogarth, un agente de inteligencia que trabajaba bajo Clayton. Entre los miembros de la oficina de asuntos árabes estaba T.E. Lawrence, mejor conocido como “Lawrence de Arabia”, quien dirigió algunas de las campañas militares de los “líderes árabes”. El empuje de la oficina de asuntos árabes era extender el control británico sobre Arabia, desde el Egipto británico.

Entra la Francia imperial

Los franceses no estaban muy entusiasmados con los planes británicos. La facción colonialista francesa tenía los ojos puestos en Líbano y Siria, como si pertenecieran “intrínsicamente” a Francia. Este reclamo se basaba en los hechos históricos de las conquistas francesas en las cruzadas, así como en el entonces estado común de la “protección” que los franceses le daban a las poblaciones católicas de la región, especialmente en monte Líbano, cerca de la costa siria.

Los británicos se oponían a darle a Francia concesiones tan amplias. Clayton argumentó, y Sykes estuvo de acuerdo, que si entraban grandes ejércitos árabes a la guerra del lado británico, esto sería un factor decisivo para la victoria. Su idea era que esto podría contribuir a acelerar la victoria en el frente occidental. Gran Bretaña enfrentaba dos imperativos: primero, desplegar fuerzas británicas en el teatro del Oriente Medio reduciría su presencia en el teatro occidental, aumentando así la carga de Francia. A Francia, por lo tanto, había que prometérsele ciertas concesiones. Segundo, a fin de reclutar a los deseados ejércitos árabes de las fuerzas de Hussein, había que hacerle concesiones a los hachemitas, lo cual podría entrar en conflicto con las ambiciones francesas. De ahí las especificaciones de McMahon en su correspondencia, de que Hussein tendría que abandonar sus demandas sobre “las porciones de Siria al oeste de los distritos de Damasco, Homs, Hama y Alepo. Esto es, las zonas litorales de Palestina, Líbano y Siria, que reclamaban los franceses. Hussein aún demandó Beirut y Alepo, y reiteró su rechazo por cuestión de principios, de cualquier presencia francesa en Arabia.

A Francia obviamente había que torcerle el brazo para que entrara al cambalache, debido a las demandas en conflicto. Así que la cancillería británica invitó a Francia a enviar a un delegado a Londres, para ponerse de acuerdo en lo que podría o no ofrecérsele a Hussein. Esto condujo al nacimiento del acuerdo Sykes–Picot.

El acuerdo Sykes-Picot de 1916

François Georges Picot fue el delegado enviado a negociar con los británicos el 23 de noviembre de 1915. Provenía de una familia colonial y representaba la visión política del “Partido Sirio” en Francia, que aseveraba que Siria y Palestina, a los que consideraban un solo país, eran propiedad de Francia por razones históricas, económicas y culturales. La posición negociadora de Picot era que Francia debería tener control directo de las regiones del litoral, control indirecto sobre el resto de Siria (mediante un títere), y también sobre el territorio que se extendía hacia el este, hasta Mosul.

Los términos del acuerdo firmado el 16 de mayo de 1916 (ver mapa 2), parecían satisfacer estas demandas:

 

Los Gobiernos de Francia y Gran Bretaña entienden, por consiguiente:
Que Francia y Gran Bretaña están dispuestas a reconocer y proteger un Estado árabe independiente o una confederación de Estados árabes (a) y (b) marcados en el mapa anexo, bajo la soberanía feudal de un jefe árabe. Que Francia en el área (a) y Gran Bretaña en el área (b), tendrán prioridad de derechos de empresa y préstamos locales. Que en el área (a) solamente Francia, y en el área (b) solamente Gran Bretaña proporcionarán asesores o funcionarios extranjeros a petición del Estado árabe o de la confederación de Estados árabes.

Que a Francia en el área azul, y a Gran Bretaña en el área roja, se les permitirá establecer la administración o control directo o indirecto que deseen y crean conveniente concertar con el Estado árabe o la confederación de Estados árabes.

Que en el área marrón debe establecerse una administración internacional, cuya forma se decidirá después de consultarse con Rusia y, posteriormente, con otros aliados y los representantes del Jerife de La Meca.

Que a Gran Bretaña se le concederán (1) los puertos de Jaifa y Acre, (2) garantía de un abasto específico de agua del Tigris y el Éufrates en el área (a) para el área (b). El Gobierno De Su Majestad, por su parte, se compromete a que en ningún momento entrará en negociaciones para la cesión de Chipre a ninguna tercera potencia sin el consentimiento previo del Gobierno francés.

Que Alejandría será un puerto libre en lo que concierne al comercio del Imperio Británico (. . .); que habrá libertad de tránsito para mercancías británicas a través de Alejandría y por ferrocarril a través del área azul o el área (b), o el área (a); y que no habrá discriminación, directa o indirecta, contra mercancías británicas en ningún ferrocarril o contra mercancías o barcos británicos en ningún puerto que sirva a las áreas mencionadas.

Que Jaifa será un puerto libre en lo que concierne al comercio de Francia, sus dominios y protectorados (. . .) Habrá libertad de tránsito para las mercancías francesas a través de Jaifa y por el ferrocarril británico a través del área marrón (. . .).

Que en el área (a) el ferrocarril de Bagdad no se extenderá hacia el sur más allá de Mosul, y en el área (b) hacia el norte más allá de Samara, hasta que se complete un ferrocarril que conecte Bagdad con Alepo vía el valle del Éufrates, y entonces sólo por acuerdo de los dos gobiernos.
Gran Bretaña tiene el derecho a construir, administrar y ser la única dueña de un ferrocarril que conecte Jaifa con el área (b), y tendrá derecho perpetuo a transportar tropas a lo largo de esa línea en todo momento. Debe entenderse por ambos gobiernos que este ferrocarril es para facilitar la conexión de Bagdad con Jaifa por tren, y se entiende además que si las dificultades de ingeniería y el costo de mantener esta línea que conecta el área marrón sólo hacen el proyecto irrealizable, el Gobierno francés debe estar dispuesto a considerar que la línea en cuestión también puede atravesar el polígono Banias Keis Marib Saljad hasta Otsda Mesmie antes de llegar al área (b). (. . .) Será acordado que el Gobierno francés no entrará en ningún momento en negociación alguna para la cesión de sus derechos, y que no cederá dichos derechos en el área azul a ninguna tercera potencia, excepto el Estado árabe o la confederación de Estados árabes, sin el consentimiento previo del Gobierno De Su Majestad, el cual, por su parte, se comprometerá de igual forma con el Gobierno francés en relación al área roja.

Los Gobiernos británico y francés, como protectores del Estado árabe, acordarán que ellos mismos no adquirirán ni consentirán que una tercera potencia adquiera posesiones territoriales en la península arábiga, ni consentirán que una tercera potencia instale una base naval, ni en la costa este ni en las islas del mar Rojo. Esto, sin embargo, no impedirá un ajuste de la frontera de Adén en la medida en que sea necesario como consecuencia de la reciente agresión turca.

Las negociaciones con los árabes en cuanto a los límites de los Estados árabes serán continuadas a través de los mismos canales usados hasta ahora para las dos potencias.

Se acuerda que las medidas para controlar la importación de armas a los territorios árabes serán consideradas por los dos gobiernos.

El documento finaliza con la notificación de que serán informados los Gobiernos ruso y japonés, y que tendrán que tomarse en cuenta las demandas de Italia.

El acuerdo permaneció en total secreto al principio. Sykes viajó a Petrogrado a informar del trato a los rusos, y lograr su aprobación. Él no sabía que los franceses, en total secreto, habían hecho un trato por separado con los rusos sobre Palestina. Aristide Briand, el negociador, tuvo éxito en lograr el apoyo ruso para el control francés sobre Palestina, la cual, según el acuerdo Sykes–Picot, debería estar bajo un régimen internacional. El acuerdo Sykes–Picot se mantuvo en secreto hasta que, después de la Revolución Bolchevique de 1917, se encontraron los documentos en Rusia en enero de 1918, y se le dieron a conocer al Gobierno otomano.

La revuelta árabe

El tratado Sykes–Picot era una cosa: un acuerdo secreto entre potencias imperiales para dividirse los restos del Imperio Otomano una vez desmantelado. Otra cosa muy distinta era derrotar a los otomanos. Para lograr lo último, Gran Bretaña había optado por una revuelta árabe.

Los británicos estaban convencidos, por sus informes de inteligencia, que masas de árabes se unirían a una revuelta dirigida por Hussein. Cuando se lanzó la revuelta en Hejaz a principios de junio de 1916, los cientos de miles de árabes que esperaban que desertaran del ejército otomano y se unieran a la revuelta, no aparecieron. En su lugar, aviones y barcos de guerra británicos fueron desplegados, junto con tropas musulmanas del Egipto británico y otras partes del imperio. Como la revuelta militar continuó mostrando sus debilidades, y algunos comenzaron a desesperarse, T.E. Lawrence propuso que los hombres de las tribus de Hussein fueran reclutados para pelear en una guerra de guerrillas encabezada por los británicos. Esto fue en oposición a una propuesta francesa de enviar musulmanes del Imperio Francés a Hejaz, a servir como asesores militares. La línea británica era que los árabes no aceptarían fuerzas cristianas que lucharan por o con ellos. Ésta fue la cubierta; la principal preocupación de los británicos era que no querían injerencia de los franceses.

El 6 de julio de 1917 T.E. Lawrence movilizó (con paga considerable en oro) a una confederación de jefes tribales beduinos, a tomarse la ciudad puerto de Áqaba. Lawrence, que compró a las tribus árabes como irregulares, era conocido como “el hombre del oro”. Después de la captura de Áqaba, que demostró lo que alegaba Lawrence, el general sir Edmund Allenby, nuevo comandante en jefe, convino en que los hombres de esas tribus podrían desplegarse junto con las fuerzas británicas en las campañas de Palestina y Siria.

En 1917 el ministro de Guerra Lloyd George le ordenó a las tropas del Egipto británico preparar la invasión de Palestina. Inmediatamente los franceses, obviamente recelosos de las intenciones británicas, despacharon a Picot a acompañar la misión y, a su vez, los igualmente desconfiados británicos le ordenaron a Sykes a unírseles como mediador (Sykes había sido ascendido a encabezar la misión política como general comandante en jefe de la Fuerza Expedicionaria Egipcia). Los franceses, que habían firmado un acuerdo secreto por separado con los rusos, tenían sus propias demandas sobre Palestina. La intención de la invasión del Egipto británico a Palestina era asegurar a Palestina para los británicos, y las órdenes eran de no hacerle ninguna promesa a los árabes participantes.

T.E. Lawrence, conocido como “Lawrence de Arabia”, fue el agente de la oficina de asuntos árabes británica que encabezó algunas de las campañas militares de los árabes a los que embaucó para extender el dominio británico por toda la región.

Seleccionaron al general Allenby como el nuevo comandante en jefe en junio de 1917, y él partió para Egipto para dirigir la invasión de Palestina. Lloyd George había expresado su deseo, como si fuera una carta a Santa Claus, de que se tomase Jerusalén para la Navidad. Complacientemente, el 11 de diciembre Allenby entró a Jerusalén por la puerta de Jaffa con sus oficiales, e impuso la ley marcial en la ciudad. Allenby le explicó a Picot que la ciudad permanecería bajo administración militar británica por algún tiempo. Nombraron gobernador militar a Ronald Storrs. Lloyd George había obtenido su regalo navideño.

Las fuerzas de la oficina británica de asuntos indios habían procurado, sin éxito, tomar Bagdad en 1915, después de lo cual fue nombrado un nuevo comandante en jefe, el mayor general Stanley Maude. Maude invadió Mesopotamia, y el 11 de marzo de 1917 tomó Bagdad. El 16 de marzo se estableció un comité para la administración de Mesopotamia bajo lord Curzon (ex virrey de la India), quien decidió la suerte de Basora y Bagdad, o Mesopotamia: la provincia sureña de Basora, de mayoría chiita, sería británica, mientras que la antigua capital de Bagdad sería “árabe”, bajo alguna forma de protectorado británico.

Los británicos marchan a través de la puerta de Jaffa en Jerusalén, ciudad que tomaron el 11 de diciembre de 1917: un regalo de Navidad para el ministro de Guerra Lloyd George. (Foto: arttoday.com).

En un texto aprobado por el gabinete de guerra, Sykes instó a los líderes árabes a unirse a los británicos, prometiéndoles libertad e independencia. Hablaba de una confederación árabe del Oriente Medio, que sería dirigida por el rey suni Hussein o por uno de sus hijos.

Después de Palestina y Mesopotamia, vino la conquista de Siria. Allenby, que había tomado Megido (“Harmagedón”) en septiembre de 1918, se fue sobre Damasco. Esta ciudad clave debía ser tomada y entregada, según el acuerdo Sykes–Picot, a una administración árabe, de facto bajo control francés, aunque los británicos mantuvieron el control militar. Una vez que fue tomada la ciudad, la bandera de Hussein (diseñada por Sykes) fue izada solícitamente. Las únicas áreas de control francés directo eran las regiones litorales, mientras que el interior sería independiente, bajo un gobierno hachemita con asesores franceses. Feisal y su ejército arribaron más tarde de lo planeado, pero al menos llegaron; esto era importante, porque le permitiría a Lloyd George alegar, en 1919, que las fuerzas de Feisal habían sido decisivas para la captura de Siria y que, por lo tanto, él debería administrar Siria, por supuesto, bajo control británico.

En una reunión con Feisal, Allenby delineó los términos del Gobierno de Feisal. Él, como representante de Hussein, administraría Siria (menos Palestina y Líbano) bajo protección francesa y, para tal propósito, se le asignaría un oficial francés de enlace. Feisal se opuso al papel francés, pero Allenby se impuso haciendo valer su rango militar.

Después de llevar sus ejércitos a Damasco, Feisal agarró camino y se movió contra Beirut el 5 de octubre. Esto de inmediato incitó a los alarmados franceses a desplegar barcos de guerra y tropas. Feisal fue obligado a dejar Beirut por órdenes de Allenby. Picot fue nombrado representante político y civil de Francia, bajo Allenby.

Fue en este momento que las principales figuras británicas empezaron a cuestionarse entre sí sobre lo acertado de cumplir con las promesas a Francia, consagradas en el acuerdo Sykes–Picot. Lloyd George dijo que el tratado era “inaplicable”, dado que Gran Bretaña cargó con la mayor parte de la conquista militar. Curzon pensaba que era “obsoleto”; e incluso Sykes empezó a expresar dudas. Lo clave era que los británicos querían consolidar su dominio en el Oriente Medio y, si fuese posible, privar a los franceses de cualquier posición, excepto una presencia limitada en Líbano

Armisticio y no paz

Debido a indicaciones de que tanto los turcos como los alemanes estaban listos a pedir la paz, se organizó una conferencia de armisticio a bordo del barco británico Agamenón el 27 de octubre de 1918 en Lemnos, ¡sin los franceses! Turquía aceptó los términos de un armisticio, después del cual los líderes de la Joven Turquía huyeron para salvar sus vidas. El armisticio en occidente fue acordado el 11 de noviembre de 1918.

Los británicos querían consolidar su posición y, sobre todo, mantener a los franceses fuera de Siria. En 1919 Lloyd George argumentó que, dado que Feisal había sido clave en la conquista o, más bien, la “liberación” de Siria, con sus 100.000 soldados (una burda exageración), Inglaterra tenía que honrar sus compromisos con su aliado árabe, Feisal, quien estaba decididamente opuesto a cualquier papel francés. Éste fue el nuevo plan de acción que adoptó en la conferencia de paz de París que empezó en 1919, donde trató de ganarse al presidente Woodrow Wilson hacia su punto de vista. Feisal, constantemente acompañado por su controlador T.E. Lawrence, y financiado por los británicos, se prestó voluntariosamente al juego. Gran Bretaña ejercía el control de facto sobre Siria, la cual estaba administrada por importantes familias árabes.

Sin embargo, mantener la ocupación militar fue haciéndose costoso, tanto económica como políticamente, para Gran Bretaña. Así, Londres finalmente abandonó su reclamo sobre Siria y la dejó para los franceses y Feisal. En enero de 1920 Feisal concluyó un acuerdo secreto con el ex primer ministro Francés George Clemenceau para la “independencia” formal de Siria bajo la tutela de Francia, es decir, de asesores franceses.

El arreglo final (al menos por el momento) se definió a principios de 1920 en los términos establecidos por el tratado de Sèvres. En lo que concernía al Oriente Medio, el acuerdo estipulaba lo siguiente: Siria, incluyendo Líbano y Cilicia, serían para Francia, pero se suponía que a la larga sería independiente. Gran Bretaña tomó Mesopotamia (Iraq) y Palestina, y ejerció protección sobre Arabia (Hejaz), lo que significaba que sería oficialmente “independiente”, pero gobernada por monarcas títeres de los británicos. A Gran Bretaña se le concedió formalmente influencia sobre Egipto, Chipre y la costa del golfo Pérsico. Italia obtuvo Rodas y el Dodecaneso, mientras que Adaliya (en Turquía) cayó bajó su esfera de influencia.

Feisal fue proclamado rey por el Congreso Nacional de Siria, que había deliberado en 1919 sobre una monarquía constitucional. Feisal iba a ser rey de la Gran Siria (que comprendía Líbano, Transjordania y Palestina) en 1920. No mucho después, sin embargo, en julio, los franceses finalmente hicieron lo que les picaba, y procedieron militarmente bajo el mando del general Henri Eugène Gouraud a ocupar Damasco. En un sangriento intercambio, le hicieron las maletas a Feisal y lo mandaron al exilio, y establecieron Siria como completamente francés, como un mandato francés. Las ambiciones monárquicas de Feisal, sin embargo, no se frustraron; bajo control británico, procedió a convertirse en Rey de Iraq.

En cuanto a Irán (entonces Persia), los británicos amarraron su control mediante el infame acuerdo Anglo–Persa de 1919, con Ahmad Cha. (Ver “A Persian Tragedy: Mossadeq’s Fight for National Sovereignty” (en inglés) [Una tragedia persa: La lucha de Mossadeq por la soberanía nacional], por Muriel Mirak–Weissbach, en la revista EIR del 4 noviembre de 2005).

En la conferencia de El Cairo de 1922, después de motines antibritánicos que empezaron en 1919, Gran Bretaña le concedió la independencia formal a Egipto, y formalmente renunció al protectorado. Al declarar a Egipto una monarquía constitucional, sin embargo, Gran Bretaña retuvo ciertos “derechos”: Era responsable de la defensa de Egipto (lo que significaba el derecho a acantonar tropas en territorio egipcio), la seguridad de la Zona del Canal de Suez, administrar el problema de Sudán mediante un gobierno militar y civil, controlar las comunicaciones imperiales, y formular la política exterior. Fuad I se convirtió en rey el 15 de marzo de 1922, y en 1928 estableció un régimen dictatorial.

Fue en esta conferencia de El Cairo que Feisal fue designado monarca de Iraq, y su hermano Abdalá nombrado Emir de Transjordania. El ascenso de Feisal al poder fue armado para hacer aparecer que fue elegido por el pueblo, ratificado por un plebiscito, etc. Abdalá tomó su puesto en Amán, apuntalado por el experto de la inteligencia británica H. St. John Philby como asesor, y con el respaldo de la Legión Árabe, bajo el mando británico del coronel F.G. Peaje, y luego de Glubb Pasha. En 1923 Transjordania se separó de Palestina, y funcionó como una zona tapón contra Arabia central.

Un tema que no había sido debatido ni considerado en los tratados fue el petróleo. La competencia entre Francia y Gran Bretaña por las ricas reservas de petróleo de Mosul se hicieron críticas. Se le dio fin formalmente a esto en la conferencia de San Remo de 1920, donde firmaron un acuerdo secreto para repartirse el petróleo. Estados Unidos se enteró, se opuso al monopolio, y demandó un pedazo del pastel. En el tratado de Mosul de 1926 Iraq obtuvo control nominal sobre la región petrolera, y los intereses se dividieron entre compañías petroleras británicas ( 52,5%), estadounidenses (21,25%) y francesas (21,25%).

El ministro de Guerra Lloyd George decidió en 1918 que el acuerdo Sykes–Picot le había concedido demasiado a Francia, ya que Gran Bretaña había hecho la mayor parte del trabajo de conquista.

En cuanto a lo que concernía a Arabia central, Hussein reclamó el título de califa en 1924, lo que fue rechazado por su rival Abdul Aziz ibn Saud (Hussein se había proclamado “rey de los árabes” a fines de 1916, pero Inglaterra, Francia e Italia lo reconocieron sólo como rey de Hejaz). El wahabita Ibn Saud le declaró la guerra a Hussein y, con la captura de las ciudades santas de La Meca y Medina, derrotó a los hachemistas. Hussein abdicó y su hijo Alí renunció al trono, de forma que Ibn Saud, el favorito de la oficina de asuntos indios, fue proclamado rey de Hejaz y Najd en 1926.

La suerte de Palestina

En el curso de este toma y daca, Palestina, reclamada por Gran Bretaña, supuestamente se haría independiente a la larga. Este capítulo es el más complicado de toda la historia de la región, y merece un tratamiento que va más allá de los alcances de este artículo. Así que aquí sólo hacemos observaciones de paso.

Mientras que los británicos prometían gobierno árabe e independencia al hachemita Hussein y a sus hijos, le prometieron simultáneamente un hogar en Palestina a los judíos. En la declaración de Balfour del 2 de noviembre de 1917 (cuyo nombre viene de Arthur James Balfour, entonces ministro de Relaciones Exteriores), se declaró lo siguiente:

El Gobierno de Su Majestad ve con simpatía el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará uso de sus mejores oficios para facilitar el logro de este objetivo, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estado político de que disfrutan los judíos en cualquier otro país.

Según el acuerdo Sykes–Picot, los lugares santos en Palestina estarían bajo un régimen internacional. La administración de los lugares santos nunca fue asunto administrativo, sin embargo. Desde tiempos remotos, las grandes potencias procuraron influencia política en Jerusalén mediante sus instituciones religiosas. Ahí estuvieron los alemanes, que habían ganado terreno con las cruzadas, así como los franceses; los rusos, con los sitios de la Iglesia ortodoxa rusa; los armenios; y, por supuesto, los pueblos de la región, que eran cristianos, musulmanes y judíos.

Los franceses, que tenían sus propias ambiciones respecto a Palestina, temían que el apoyo británico al sionismo conduciría al total control británico allí. Los británicos le mintieron a los árabes de que no tenían intenciones de fomentar un Estado judío, y le mintieron a los representantes sionistas, de que pretendían precisamente eso. La violencia árabe–judía que estalló en 1919 fue programada de antemano por los británicos para asegurarse de que árabes y judíos no unirían fuerzas. Gran Bretaña recibió el mandato sobre Palestina de la Liga de las Naciones el 24 de julio de 1922 (ver mapa 3).

También debe señalarse que, incluso los más “pro sionistas” entre los dirigentes británicos, eran constitucionalmente antisemitas. Se sabe que Sykes era extremadamente antijudío, pero odiaba más a los armenios. “Incluso los judíos tienen puntos a su favor, pero los armenios no tienen ninguno”, escribió.

Esto no implica que Sykes era pro árabe. Se sabe que escribió que los árabes urbanos eran “cobardes”, “insolentes aunque hasta despreciables”, “viciosos hasta donde sus endebles cuerpos lo permiten”, mientras que los beduinos eran “rapaces, codiciosos. . . animales”.

Posdata

Hoy los británicos están de nuevo en Basora, protegiendo sus ricos campos petroleros; y sus socios, Bush y Cheney, luchan para mantener control sobre Bagdad. Los angloamericanos le han prometido a sus contrapartes iraquíes “independencia”, “soberanía”, “libertad” y “democracia”. Unidades militares árabes, organizadas en milicias o grupos tribales, combaten junto a sus ejércitos, como lo hicieron con Lawrence de Arabia, no contra otro imperio, sino contra el pueblo iraquí, que se ha levantado contra el nuevo yugo imperialista.

Palestina sigue en la agonía del conflicto árabe–israelí, que las grandes potencias no han podido solucionar. Se pronuncian solemnemente garantías de un Estado palestino junto con compromisos para la defensa del derecho de Israel a existir. Pero no han puesto sobre el tapete ninguna opción viable para la realización de un programa de paz para la región.

Irán está en la línea de fuego de nuevo, en disputa entre los intereses rusos y los angloamericanos. Y los franceses han puesto su mira en Siria, incluyendo a Líbano.

Fuentes:

The Sykes–Picot Agreement: 1916 (El acuerdo Sykes Picot), The Avalon Project at Yale Law School 1996–2005. The Lillian Goldman Law Library in Memory of Sol Goldman, 127 Wall Street, New Haven, Connecticut 06520.

Les textes et documents de med Intelligence: La lettre de Cherif Hussein au Haut–commissaire britannique; La résponse de McMahon aux propositions du Cherif Hussein. (Los textos y documentos med de inteligencia: La carta del jerife Hussein al alto comisionado británico; La respuesta de McMahon a las propuestas del jerife Hussein).

The Middle East: Its Governments and Politics(El Oriente Medio: su política y sus gobiernos), por Abid A. al–Marayati et al., (Duxbury Press, 1972).
A History of the Middle East (Una historia del Oriente Medio), por Peter Mansfield (Londres: Penguin, 1991).

A Peace To End All Peace: The Fall of the Ottoman Empire and the Creation of the Modern Middle East (La paz par acabar con todas las paces: La caída del Imperio Otomano y la creación del Oriente Medio moderno), por David Fromkin (Nueva York: Avon Books, 1990).

Die Arabische Revolution (La revolución árabe), por Paul Schmitz–Kairo (Leipzig: 1942).


[1]“A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm” (Un rompimiento limpio: Una nueva estrategia para asegurar el reino”), editado en 1996 por el Instituto de Estudios Estratégicos y Políticos Avanzados de Jerusalén.