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Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIII, núm. 13

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Internacional

La inminente crisis estratégica

El significado estratégico del ataque a India

por Lyndon H. LaRouche

Viernes 14 de julio de 2006.

No traigo ninguna “buena nueva”. Sólo los necios marchan hacia la batalla porque las noticias son buenas; los hombres sabios marchan con determinación inflexible y resuelta, porque saben que las nuevas son muy malas.

Últimamente, mientras la mayor parte del Congreso de Estados Unidos lleva meses prácticamente en el letargo de un sueño iluso, como el que Neville Chamberlain llevó a Londres desde Múnich, el mundo viene tambaleándose hacia el precipicio de una crisis que ha de compararse, por lo menos, al momento del estallido de cada una de las llamadas “guerras mundiales” del siglo pasado. En realidad, lo que actualmente amenaza el futuro inmediato, a menos que actuemos ahora para evitarlo, pronto sería algo mucho peor que cualquiera de esas dos guerras. No esperes ver la imagen de las tropas marchando hacia la batalla; lo que se avecina ahora es algo cuya comparación más cercana en la historia conocida es una versión de la era nuclear de las escenas de pesadilla infernal de la llamada “Nueva Era de Tinieblas” que hicieron erupción en el siglo 14, cuando el Rey de Inglaterra repudió sus deudas con la Casa de Bardi de la Liga Lombarda.

En tanto que la reunión cumbre del G8 lleva al mundo a una gran crisis planetaria que ha estado más que lista para erupcionar, ciertos sucesos de la semana pasada a la fecha, en el Sudoeste de Asia y en el Subcontinente asiático, respectivamente, considerados junto con la intensificación de ciertas cuestiones de la reunión inmediata del G8, han encendido la mecha para la explosión estratégica de una fuerza latente, como nada que haya sucedido antes en la historia.


Los últimos acontecimientos en el Sudoeste de Asia y el Subcontinente asiático, en combinación con las cuestiones planteadas en la reunión cumbre del G8, “han encendido la mecha para la explosión estratégica de una fuerza latente, como nada que haya sucedido antes en la historia”. Los presidentes Bush y Putin ofrecen una conferencia de prensa el 15 de julio en San Petersburgo, en el marco de la reunión del G8. (Foto: www.g8russia.ru)

Así que, ya entrada la tarde del martes, de regreso a Alemania desde Zúrich, Suiza, la radio del auto dio la noticia de bombazos terroristas contra trenes de pasajeros que partían de Bombay, India. Para el jueves, los informes que recibí de círculos de alto nivel en India sobre las implicaciones estratégicas de este suceso, ofrecían un cuadro más completo. Este ataque fue comparable en sus implicaciones estratégicas, si no en el número de muertos, al que golpeó a la ciudad de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Los blancos principales de los ataques coordinados fueron los vagones de primera clase de los trenes que partían de Bombay. La cifra dada de los fallecidos hasta el momento es significativamente menor que la de los que murieron en los ataques contra las Torres Gemelas de Nueva York, pero es claro que se pretendía que el efecto fuera comparable, y, dados otros sucesos en marcha alrededor del mundo ahora, los efectos estratégicos serían mucho peores que los del “11–S”, de no tomarse medidas para evitar semejante desenlace ahora.

Ésta no fue una suerte de “incidente terrorista” ordinario; las características mismas del ataque descubren la mano de una potencia estratégica de primer orden.

Los admiradores de los impulsos estratégicos del vicepresidente estadounidense Dick Cheney han de sentirse satisfechos por la intención que expresan estos acontecimientos en India, puesto que lo que promueven es la misma política bélica que expresó la perversa asociación de Cheney con Benjamín Netanyahu de Israel. Peor aun, aunque la conspiración de Cheney con Netanyahu ha sido el motivo obvio del estado de guerra que Israel emprendió en varias direcciones, y que ahora intensifica, Cheney mismo es un mero peón desechable en un juego imperial que llevan a cabo fuerzas que operan desde un nivel mucho más alto que la actual Presidencia de EU, niveles superiores que el del amo inmediato de Cheney, George P. Shultz.

Con la combinación de este ataque estratégico contra India, y las actividades permanentes de Dick Cheney y su cómplice Netanyahu en el Sudoeste de Asia, se le comunicó, en efecto, una amenaza de proporciones mundiales a quienes en este momento se reúnen para la cumbre del “G8” en Rusia. Al igual que el asesinato del archiduque Francisco Fernando y su esposa el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, los círculos pertinentes en India y otras partes han reconocido el incidente de Bombay del pasado martes, como el detonador pretendido de una crisis estratégica planetaria. De hecho, ésta es una crisis que ha de comprarse con la situación al borde de las dos llamadas “guerras mundiales” del siglo 20; a menos que se le dé pronto marcha atrás a la presente amenaza, el desenlace será vástamente peor que cualquier cosa experimentada en las dos “guerras mundiales” del siglo anterior, pero de una suerte fundamentalmente diferente que cualquiera de esas dos grandes guerras.

Éstos son, una vez más, tiempos “que ponen a prueba el alma de los hombres”. El mundo entero es presa de lo que amenaza con ser su crisis más grande desde la fundación de EU en 1776, una crisis de la totalidad de la civilización europea peor que cualquier cosa desde el tratado de Westfalia de 1648. Para Estados Unidos de América mismo, lo que está bajo ataque y en grave peligro, por parte de fuerzas tanto internas como ajenas a nuestra república, es todo lo que ha logrado desde los sucesos de 1776–1789.

A cuarenta y ocho horas de ese viaje desde Suiza, entendí con precisión el significado de la naturaleza de la concatenación actual de crisis estratégicas latentes en marcha. Mi problema a este respecto es facultar a otros, en especial a algunos en cargos muy importantes, para que capten al menos los rudimentos de una crisis cuyas implicaciones características más cabales probablemente estarían, en otro caso, más allá de sus esfuerzos presentes por comprenderlos. No basta que enuncie los hechos, como lo haré en la sección sumaria que concluye este informe; primero tengo que capacitar a esos oyentes para que entiendan los hechos verdaderos de la situación. Para prepararse para las amenazas que vienen, el público tiene que sopesar la situación, por así decirlo, en el equivalente actual del campamento de Wallenstein.

Esta cuestión se aclarará conforme avanzo en este informe.

La debilidad en nuestro Gobierno

Este segundo trimestre sabíamos que el vicepresidente Dick Cheney fue un personaje principal que fomentó una serie de ataques aéreos preventivos propuestos contra la nación de Irán. Las presiones de las circunstancias indujeron al Gobierno del presidente George W. Bush hijo a dejar de lado, tal vez de forma temporal, la amenaza de Cheney de emprender semejante ataque tan pronto como en junio de 2006. Sin embargo, Cheney tenía una alternativa; las presiones ejercidas contra fuerzas de Israel dieron pie a una nueva iniciativa con la misma sed de guerra contra Irán que la que Cheney había representado antes, y también contra otros blancos a la vista.

Esa desviación alternativa al infierno en la tierra ha llevado ahora las cosas al punto que pende la amenaza de una pesadilla global para el futuro próximo más allá de lo que la mayoría pudiera creer. La adición de la cualidad estratégica de la modalidad terrorista de los ataques en India, combinada con la intensificación lunática de los hechos desencadenados, en lo principal, por los cómplices de Cheney y Netanyahu en Israel, indica ahora la convergencia extraordinaria de una crisis estratégica con las negociaciones programadas del G8. El potencial de esta amenaza sistémica es monstruoso, con consecuencias que obviamente rebasan la imaginación de los miembros actuales del Congreso estadounidense.

No debiera sorprendernos la tendencia de los últimos meses hacia fallas en el desempeño del Senado de EU. En la actualidad, muy pocos en todo el Congreso estadounidense se han mostrado dispuestos a pensar con claridad sobre estas cuestiones. Centran su atención en objetivos mucho menos nobles que la paz mundial o el destino de la economía de EU. Por tanto, es indispensable que intervenga, como lo hice en socorro del Partido Demócrata en su campaña electoral presidencial de 2004, e incluso después, en noviembre de 2004, para resucitar al partido de su momento de desesperanza poselectoral. Sólo unas cuantas personalidades del Partido Demócrata y otros están capacitados, merced a su intención, para captar los rasgos esenciales de los grandes asuntos estratégicos que subyacen en la crisis mundial que ahora acelera.

Como lo demuestra la práctica manifiesta, al presente la mayoría de nuestros representantes federales elegidos han “congelado” la existencia de la propia humanidad hasta algún momento aún por decidirse después de las próximas elecciones de noviembre. Con todo, los sucesos más grandes y las decisiones estratégicas más cruciales de la historia actual los decidirá lo que ocurra en estos meses de verano, en tanto que miembros del Congreso hacen campaña, como el “guiñar, hacerse de la vista gorda y asentir” de la rima infantil, para una elección en noviembre de 2006, una elección que, cabe la posibilidad, quizás no suceda después de todo.

La gente que no entiende la naturaleza de la humanidad ni la de su historia, preguntará: “¿Va a pasar o no; sí o no?” Semejantes personas todavía tienen que reconocer esa naturaleza especial de la especie humana que aparta al hombre de las bestias; semejantes personas nunca han captado la clase de geometría física de causa y efecto dentro de la cual siempre se han definido los grandes acontecimientos de la historia. La gente que dice, “Mi experiencia me enseña”, si quiere ser creíble a los ojos de Dios, debió escoger una escuela diferente. La mera experiencia personal nunca le enseñará a nadie la naturaleza de lo que aún está por vivirse por primera vez en la historia. Sea lo que sea que resulte de las semanas y meses de la crisis estratégica mundial que embiste, las personas que viven estos tiempos habrán experimentado sobre todo cosas que nunca imaginaron que pudieran suceder.

Una cosa es segura por encima de todo lo demás: el mundo que se le depara a la humanidad en más o menos un año, habrá devenido ya en un mundo diferente, para bien o para mucho peor, de lo que la mayoría de los miembros del Congreso, por ejemplo, tendrían el coraje al presente de creer posible. De modo que la mayoría de esas personas de influencia entre las edades de cincuenta y sesenta y tantos años, entre ellas algunos miembros del Congreso, al presente parece nadar como peces que la marea en retirada ha dejado en la playa; esos pobres peces, ciertos miembros del Congreso y otros, siguen tratando de nadar a lugar seguro como sólo imaginan que la experiencia pudiera haberles enseñado.

“Aunque la conspiración de Cheney con Netanyahu ha sido el motivo obvio del estado de guerra que Israel emprendió en varias direcciones, y que ahora intensifica, Cheney mismo es un mero peón desechable en un juego imperial que llevan a cabo fuerzas que operan desde un nivel mucho más alto”. El vicepresidente Cheney pasa por el besamanos en la base naval estadounidense de Norfolk, Virginia. (Foto: Brian J. May/Marina de EU).

Existe un precedente oportuno para superar el peligro infernal que todos enfrentamos. No hay más que mirar atrás, con sapiencia, tanto a la elección del presidente estadounidense Franklin Roosevelt como a la derrota de esos poderosos conspiradores en EU, que no sólo admiraban a Hitler y Mussolini, sino que también urdieron un golpe militar contra el Gobierno de Roosevelt. Éstos son los precursores, a veces de las mismas familias, que luego sentaron los precedentes principales de las organizaciones financieras y otras, tales como el llamado Congreso a Favor de la Libertad Cultural, que son típicos, una vez más, del origen de la principal amenaza interna hoy en día, no sólo para nuestro prácticamente quebrado EUA, sino para la civilización entera.

Esta vez, los que están dispuestos a entender la situación real en esos términos históricos de referencia, tienen que dirigir, o pronto no nos quedará ninguna república qué defender.

1. Los requisitos de la comprensión

“La culpa, querido Bruto, no reside en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos. . .”

El origen de la reciente incapacidad aparente de la mayoría de los miembros de nuestro Congreso, por ejemplo, de captar la naturaleza real de la situación de ruina que, de manera inconsciente, está haciendo tanto por crear, es una noción popular, de forma más notable entre la generación con educación universitaria, el proverbial “veinte por ciento de arriba”, que ahora se concentra en el grupo de entre los 50 y 65 años de edad. Dicha noción la delineó la forma de sofistería a la que fue sometida esa generación, prácticamente desde su nacimiento, mediante las influencias degradantes de las que es típico el Congreso a Favor de la Libertad Cultural.

El aspecto específico del problema, que tiene que ponerse de relieve en cualquier esfuerzo por sacar a salvo a nuestra república de la destrucción inminente que se cierne sobre nuestra nación y su pueblo ahora, es que nos dirige una generación de los llamados “sesentiocheros” a la que han empapado en una sofistería que es una imitación de la fatal enfermedad moral de la Atenas de Pericles; como los sofistas en general, como muchos de entre los sesentiocheros más desaforados a los que recuerdo, no reconocen la distinción específica determinante entre el hombre y el mono. En otras palabras, en este momento nos gobierna en gran medida una generación que no reconoce que la definición de la historia depende de ciertos principios de la naturaleza humana que son, en sí mismos, absolutamente contrarios a la noción corriente de la realidad del sesentiochero de clase media.

Entre estas nociones disparatadas de semejante gente autodestructiva, está la idea del “libre albedrío” individual en el sentido kantiano y relacionado de la doctrina de Kant de la “razón práctica”; me refiero así a la llamada doctrina de “la negación de la negación”, que fue copiada por la escuela romántica de derecho e historia del siglo 19 de ese seguidor del conde Joseph de Maistre de la francmasonería martinista conocido como G.W.F. Hegel, así como también del compinche de éste, F.C. von Savigny.

Para abordar los asuntos estratégicos implícitos en la intersección de las situaciones en Israel e India con los temas de la reunión del G8, han de ponerse de relieve dos cuestiones de principio. Éstas con cuestiones de principio que la mayoría de los representantes en el gobierno aún ignoran, pero que ahora tienen que llegar a conocer, si es que han de encontrarle salida al presente desastre amenazador que ellos, los inconscientes, han ayudado a crear.

Primero, el asunto de la ironía

Primero, considera la cuestión de la distinción entre el habla irónica y el habla literal en definir las capacidades intelectuales y morales relativas características de las culturas.

Dejando de lado a adversarios románticos de la tradición cultural europea clásica tales como Kant y Hegel, la cultura contraria, de la que brotaron la Declaración de Independencia y la Constitución federal de EU, era en esencia la cultura clásica que expresó la sucesión tanto del Renacimiento europeo del siglo 15 como del tratado de Westfalia de 1648. Sin embargo, existe una importante distinción irónica persistente de un vástago americano de la cultura europea que ha estado relativamente libre de la ironías oligárquicas que, aún hoy, infectan las tierras de las que llegaron nuestros fundadores y mis antepasados europeos. De otro modo, la mejor raíz histórica de nuestra cultura nacional estadounidense es, hasta ahora, esencialmente europea. Sin embargo, también tenemos que reconocer el peligro que está latente en el hecho de que se han fomentado dentro de nuestra república los orígenes y la naturaleza de la corrupción pro oligárquica, el peligro expresado por esa facción oligárquica radicada en Europa que se ha empeñado, desde los comienzos de nuestra nación, en erradicar de este planeta lo que representamos.

El viejo enemigo de LaRouche, Sidney Hook, habla en una conferencia del Congreso a Favor de la Libertad Cultural en Berlín, Alemania, en junio de 1950. (Foto: CIA).

Es este legado de la cultura oligárquica europea el que representa hoy la fuente de los principales males de la cultura europea extendida al orbe. Es esta ironía la que distingue hoy al sistema presidencial de la Constitución federal estadounidense de las culturas parlamentarias implícitamente pro oligárquicas de Europa Central y Occidental. Es el alcance de este defecto oligárquico en las tradiciones de Europa dentro de EUA mismo lo que ha representado la fuente principal de la corrupción de nuestra propia nación, y el origen de la amenaza actual de que nuestra civilización caiga en una edad oscura prolongada. Es esa corriente pro oligárquica la que representa la fuente principal del gran mal que amenaza a toda la civilización justo en estos momentos.

Por ejemplo, nuestra Constitución federal subordina la emisión de nuestra moneda y el control de nuestro sistema bancario a la autoridad de nuestro gobierno; en tanto que el sistema europeo corriente subordina el gobierno de la nación a la autoridad de formas liberales angloholandesas implícitamente imperiales de sistemas de banca central de propiedad y control privados. La globalización no es sino la intención de destruir la Constitución federal estadounidense en favor del poder concertado de usureros privados, conforme a la misma clase de tradición que la de los banqueros venecianos que crearon la Nueva Era de Tinieblas de la Europa del siglo 14.

Existen principios que pueden descubrirse, que nos ayudarían a abrirnos paso a las soluciones a la crisis actual, que ese sistema liberal angloholandés inherentemente pro imperial de tiranía financiera globalizada le ha acarreado al planeta entero.

El desarrollo humano en el individuo tiene su centro en la dinámica de la interacción individual con la cultura transmitida. A excepción del enfermo mental, las ideas nunca se comunican como el llamado significado “literal” de las palabras que se usan según alguna noción mecánica de significado de “diccionario”. Todo uso culto del lenguaje depende de la misma raíz natural que la cualidad musical de la poesía clásica; es el principio músico–poético, a considerar como el medio a través del cual cobran forma las ideas: no en tanto significados literales mecánicos, sino como ironías. No es sólo mediante la transmisión de enunciados explícitos que una generación se comunica con la otra; es por medio de las ironías comunicadas dentro de las usanzas de lenguajes específicos, en especial en las formas cantadas de la polifonía clásica, que los poderes creativos del pensamiento humano, esos poderes que distinguen al hombre de la bestia, se transmiten a través de generaciones sucesivas. Lo que se asocia de manera relativamente más inmediata con esas funciones cognoscitivas de la mente del individuo que representan el medio del descubrimiento creativo y su transmisión, es la acumulación de ironía resultante del uso de un lenguaje específico.

Albert Einstein. “Las mentes matemáticas secas como el polvo sueñan en blanco y negro; el músico clásico capaz prefiere soñar a colores, como lo hacen los grandes científicos que prefieren la música clásica”.

Compartir las peculiaridades de ese desarrollo cultural en la nación, es lo que le permite a un pueblo pensar en conjunto, en vez de sólo proferirse palabras los unos a los otros.

Así, no puede haber una forma de gobierno representativa de los pueblos que no se base en la consideración por este aspecto del lenguaje y del pensamiento, y, sin la adherencia a un principio de soberanía nacional, nada es posible sino el impulso hacia la barbarie.

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La plaza de San Marcos en Venecia. El reinado imperial de la forma ultramontana de la oligarquía financiera veneciana y sus aliados de la caballería normanda sobre el Mediterráneo, llevó a la Nueva Era de Tinieblas del siglo 14. La misma perversidad oligárquica continúa hoy, bajo ropajes diferentes. (Foto: Biblioteca del Congreso de EU).

Por ejemplo, como lo ilustra la sustancia del intercambio publicado entre Albert Einstein y Max Born: en la ciencia física, la mente dañada identifica un principio físico con una formulación matemática escrita específica; mientras que la mente saludable concibe la forma experimental crucial del descubrimiento como real, y la formulación matemática como un trazo intrínsecamente defectuoso del efecto del principio mismo. La noción de Einstein es la de un universo físico finito, pero ilimitado, o, como yo preferiría decir, “autolimitado”. Esto apunta directo a la diferencia entre las dos perspectivas. Las mentes matemáticas secas como el polvo sueñan en blanco y negro; el músico clásico capaz prefiere soñar a colores, como lo hacen los grandes científicos que prefieren la música clásica. El color expresa vida; blanco y negro son los colores de los muertos.

Por esta razón la música que se ajusta a los principios clásicos del canto coral de la polifonía, como el bel canto florentino, desempeña una función decisiva en los servicios religiosos. La gente que canta de ese modo es mejor de lo que sería o podría ser de otro modo.

Es notable que, con el remplazo malintencionado de las formas clásicas de polifonía en la práctica popular, hoy encontramos una población que no puede hablar con propiedad; tiene poco sentido de la función de la expresión polifónicamente irónica en la comunicación de cualidades importantes de ideas. Esto es en especial notable cuando comparamos los informes noticiosos de la generación de Walter Cronkite con las tendencias intrínsecamente analfabetas de balbuceo mecánico entre lo que pasa por el parloteo oral de noticias que transmiten los órganos de difusión hoy día.

Por tales razones, rechazaríamos la idea de un vocabulario universal tal como el esperanto, puesto que ésta sería una forma de reducir a las sociedades a la virtual, si bien homogénea, idiotez cultural. Son las ironías del ejercicio de un lenguaje conocido, incluyendo su prosodia y musicalidad clásica natural, las que le permiten a una sociedad unificarse en torno a un conjunto común de formas de deliberación sobre ideas de principio.

Segundo, considera los ciclos históricos

Ahora bien, para nuestra segunda cuestión preparatoria: considera la forma en que tienen lugar los cambios más decisivos en las culturas, por lo general en el transcurso de intervalos relativamente largos, de varias o incluso muchas generaciones.

La historia conocida está dispuesta como el ascenso y caída de culturas y formas de gobierno específicas en el transcurso de largos períodos, períodos con frecuencia separados unos de otros por “edades de tinieblas” intermedias o cosas parecidas. Considera el caso de la historia de la civilización europea, desde el surgimiento de las culturas jónica y etrusca como aliadas de Egipto en contra de las fuerzas marítimas de Tiro y sus colonias púnicas. Parte de la caída de Atenas después de la ruina de la guerra del Peloponeso; el ascenso del Imperio Romano; la sucesión del Imperio Bizantino; el intento de renacimiento de la civilización bajo la conducción de Carlomagno; el reinado imperial de la forma ultramontana de la oligarquía financiera veneciana y sus aliados de la caballería normanda sobre el Mediterráneo; y el surgimiento de la Europa moderna del siglo 15 en la forma del Renacimiento Dorado. Éstos son ejemplos a través de muchas generaciones que, por lo general, definen el ascenso y caída de especies enteras de culturas imperantes.

A este respecto, como en la ciencia física competente, las culturas y su historia revelan sus características de principio en la forma en que caen. El colapso de una sociedad, como ilustra el asunto la anterior lista de casos, define de modo implícito un principio rector que, en última instancia, lleva a una cultura que incorpora algún principio de organización social decisivamente deficiente a su fin. Cada cultura es como un experimento que se basa en algún principio; el desplome de esa cultura nos encara con las pruebas de la eficiencia de ese principio en hacer que esa cultura se venga abajo ella misma, tarde o temprano.

Para ser claros en cuanto a este aspecto decisivo, reconoce, como lo hizo Albert Einstein, por ejemplo, que la existencia de cualquier principio físico que pueda demostrarse de manera rigurosa como universal, limita la existencia del sistema dentro del cual opera. Así, Einstein describió el universo como “finito, pero ilimitado”. Yo prefiero “finito y autolimitado”. De modo que los supuestos de principio en funcionamiento, a menudo de manera inconsciente, en las relaciones dentro de una sociedad, limitan la existencia de esa forma de organización de una sociedad.

La labor del analista político que quisiera ser competente en su oficio, es descubrir la existencia de tales parámetros rectores, como yo lo he hecho, por ejemplo, en mi historial excepcionalmente exitoso como pronosticador económico de largo plazo. En vez de tratar de inferir el acaecimiento de sucesos decisivos por extrapolación, educe el principio que funciona como un rasgo autolimitado de la forma actual en la que está funcionando el sistema. Evita el error con frecuencia letal de usar modalidades de proyección estadística de tendencias, sin primero definir el carácter de principio de la geometría física específica del sistema para el cual está proyectándose el pronóstico.

Como el caso del desplome de la burbuja especulativa del LTCM en agosto–septiembre de 1998 ilustra esto, sólo un tonto procura hacerse rico lavando su propia ropa sucia a una tasa de ganancia substancial. Todos los sistemas vivientes, incluso las economías, son intrínsecamente dinámicos, nunca las tretas ontológicamente lineales de las que dependen los charlatanes de los fondos especulativos estilo Enron.

Ejemplo: la Nueva Era de Tinieblas del siglo 14.

El autodebilitamiento del sistema bizantino transfirió a manos del poder en ascenso de la oligarquía financiera de Venecia la ofensiva bizantina por aplastar el legado de estadismo de Carlomagno. Venecia continuó este legado mediante el fortalecimiento del poder de esa caballería normanda a la que la propia Bizancio había dirigido en un principio. Esto vino a conocerse como el sistema de las cruzadas, que buscaban aplastar los vestigios del sistema de Carlomagno e iban en contra de la cooperación de los herederos de éste con el califato de Bagdad y los judíos. Tras arrasar y saquear lo que quedaba de Bizancio y la oposición escogida como blanco, del modo que el emperador Federico II de Hohenstaufen era típico de la oposición, el sistema cruzado–veneciano empezó a comerse sus propias piernas, como si no tuviera nada más qué consumir. El resultado fue la Nueva Era de Tinieblas del siglo 14 que, según los cálculos, destruyó la mitad de las parroquias de Europa y redujo la población en un tercio.

El dios Prometeo le entrega a la humanidad el fuego: la ciencia y la tecnología.

Esa Nueva Era de Tinieblas es la aproximación más cercana de lo que el intento por imponer la globalización le haría al mundo entero hoy.

Ejemplo: los sistemas oligárquicos en general.

En toda la historia conocida, en tanto historia, el conflicto más grande en la sociedad ha sido entre la Atenas representada por la dirigencia de Solón, y el modelo oligárquico que Federico Schiller asociaba con la constitución licúrgica de la Esparta délfica. La esencia de principio de este conflicto la resume la sección intermedia que sobrevive de la trilogía del Prometeo de Esquilo, Prometeo encadenado. El virtual satanás y fanático “ambientista” del drama de Esquilo, el Zeus olímpico, condenó a Prometeo al tormento eterno por el crimen adjudicado de haberle permitido a la humanidad mortal descubrir el uso del fuego: la ciencia y la tecnología.

Tal es el conflicto entre la verdadera naturaleza del ser humano individual, y lo que se conocía y defendía con amplitud como el modelo oligárquico, del que eran típicos los sistemas de la antigua Mesopotamia conocida. Éste es el quid del conflicto mortal actual de los coideólogos de los fanáticos oligárquico–financieros de las redes de Félix Rohatyn, contra todos los seres humanos que asocian sus lealtades con el sistema jurídico congruente con nuestra Constitución federal. A este respecto, la lealtad de ciudadano nominal que Rohatyn le profesa a EUA es una mentira brutal.

Las cuestiones así planteadas corresponden al hecho de que la especie humana difiere por completo de todas las demás formas de vida, en virtud de esas facultades creativas de la mente individual que están ausentes en cualquier otra especie viva conocida.

Dentro del espacio–fase que representa el potencial demográfico de cualquier especie viviente en cualquier ambiente específico, la existencia de la población está limitada por lo que se identifica libremente como características biológicas. Así, el potencial animal de la especie humana a escala planetaria sería comparable al de un miembro de los simios superiores. De hecho, la población humana actual es de más de seis mil millones de individuos. Esta diferencia la determina, en términos intelectuales, el efecto físico de la acumulación de descubrimientos y el uso del conocimiento de principios físicos universales. Esta acumulación sólo ocurre mediante las prácticas proscritas de forma categórica del conocimiento de las masas, por las implicaciones del castigo a Prometeo que decretó el Zeus olímpico.

En efecto, el sistema oligárquico que tipifica la imagen del Zeus olímpico divide a la especie humana en clases funcionales: aquellos que hacen presa de otros, y los que son las víctimas pretendidas de los depredadores. Esto define una posibilidad limitada para la existencia continua de cualquier forma oligárquica de cultura, y también define una necesidad de la humanidad de liberarse de los límites a la existencia humana que le imponen sistemas oligárquicos depredadores patentemente “ambientistas”. La diferencia esencial entre las dos culturas, la oligárquica versus la humanista, es que la primera ha de revivir su caída, en tanto que el potencial de la mente humana liberada para realizar descubrimientos y dominar nuevos principios físicos es implícitamente ilimitado.

El ser humano individual relativamente libre de la sumisión a la coacción de una cultura oligárquica actúa, en efecto, como si él o ella fuera miembro de una especie diferente que las personas que se someten a la típica represión oligárquica de la capacidad específica del ser humano individual para aumentar el poder de la sociedad para existir, eso mediante el uso de la facultad creativa asociada con el descubrimiento de principios físicos universales.

Ejemplo: Euclides como un estafador sofista.

Por tanto, por razones implícitas en esos ejemplos, el supuesto conocimiento del ser humano individual de su experiencia por lo general adopta la forma defectuosa, aun hoy día, de una noción de toda experiencia directa de los individuos vivos, como limitada en lo principal al intervalo de la vida personal individual de una partícula prácticamente infinitesimal en el ascenso y caída de culturas enteras.

Al individuo de educación pobre que acepta esa perspectiva ingenua de la experiencia lo inducen con facilidad a tragarse la doctrina sofista de la geometría euclidiana, en el supuesto de que haya definiciones, axiomas y postulados de suyo evidentes, a partir de los cuales puede deducirse todo, en todo tiempo y lugar. Fueron esos engaños elementales los que se usaron como premisa de todo el sistema de argumentación deductiva que usó el sofista Euclides. Así, Euclides falsificó el método de descubrimiento con el que trabajaron los fundadores verdaderos de la ciencia de la Grecia clásica para efectuar los descubrimientos que Euclides pervirtió al momento de comunicarlos. De modo que la adoración que el estudiante crédulo le profesa a Euclides o a formas de reduccionismo parecidas, crea una fantasía que considera al espacio como un mundo plano atemporal extendido en tres dimensiones espaciales y el tiempo.

Para el incauto víctima de esa persuasión reduccionista, el conocimiento es la simple agregación aditiva de experiencias locales, hilvanadas una al lado de la otra, todo en alguna fantasía descabellada propia de la obra de E.T.A. Hoffmann.

En realidad, como ilustra el estudio del ascenso y caída de los imperios y sistemas sociales comparables, a las sociedades las rigen, por lo general a lo largo de muchas generaciones sucesivas, en cada caso, ciertos conjuntos de supuestos subyacentes de corte axiomático. Por un largo período de tiempo, como vemos en el caso del ascenso y caída de las culturas de la antigua Mesopotamia, la naturaleza en ocasiones tolera semejantes conjuntos de supuestos imperantes por un lapso que abarca muchas generaciones sucesivas. En estos casos, aunque muchos cambios sí ocurren dentro de cada cultura a lo largo de generaciones sucesivas, la cultura tomada de conjunto posee cierto tipo fijo de características esenciales. El derrumbe de la cultura ocurre cuando podrían sobrevivir sólo sin rechazar los cambios culturales necesarios en su relación con la humanidad en general, y se desplomaría tan sólo por la continuación del impacto acumulativo que sus hábitos tienen sobre su propio ambiente.

El sistema liberal angloholandés de “libre cambio” del monetarismo es uno de tales sistemas de imperialismo intrínseco inherentemente condenados de suyo a la destrucción, a imitación de Babilonia.

Considera el caso del llamado “ambientismo”. Ésta fue la reedición de los “sesentiocheros”, en ropaje moderno (y a menudo, como lo vimos entonces, “sin ropaje alguno”), de la tradición de la antigua secta dionisíaca que se celebraba en el antiguo templo del Apolo pitio en Delfos. Esta vieja secta devino en la característica de la principal vanguardia política de la población estudiantil universitaria sesentiochera de fines de los 1960 y los 1970, tanto en Europa como en EUA. La influencia de esta secta ha sido el factor social decisivo en la destrucción de las economías —y de los niveles de vida— de Europa y las Américas, en el intervalo de 1968–2006 a la fecha. Si no se le da marcha atrás a dicha restauración de la tradición dionisíaca, no hay al presente posibilidad de que la civilización sobreviva en el orbe. Sin la muy rápida proliferación del poder de la fisión nuclear y la pronta llegada de la tecnología de fusión termonuclear, será imposible mantener el nivel actual de la población mundial. Asimismo, si no se extirpa de raíz y se proscribe la “globalización”, no será posible mantener la población mundial actual.

La negativa a abandonar semejantes alternativas necias de ideas axiomáticas de la cultura actual, debiera recordarnos la forma en que la cultura oligárquica de la antigua Mesopotamia causó el desplome de esa civilización mediante la salinización que ocasionó la explotación oligárquica de lo que había sido la población agrícola sometida.

Así fue que la Roma imperial se destruyó a sí misma. Así fue como la antigua Bizancio acarreó su propia destrucción. Así fue que la alianza de la oligarquía financiera veneciana con la caballería normanda destruyó la obra de Carlomagno y sus sucesores, tales como Federico II, pero acarreó la destrucción de la civilización europea de la época con la Nueva Era de Tinieblas del siglo 14.

Ejemplo: la economía real.

La mejor manera de entender el principio que subyace en este aspecto de la historia tomado de conjunto, es adoptando la noción de “densidad relativa potencial de población” (es decir, la medición de la esperanza de vida y el poder de la población per cápita, por kilómetro cuadrado).

En estos procesos asociados con el ascenso, decadencia y caída sucesivos de las culturas, la consideración fundamental es la distinción entre el hombre y las bestias. Por eso, habremos de entender la noción de una cualidad de aumento del conocimiento y uso de principios físicos universales descubiertos. Ejemplares de esto son aquellos principios físicos que se reconocen con más facilidad como medios por los cuales el poder del hombre sobre la naturaleza aumenta mediante el descubrimiento y empleo de principios físicos universales. Sin embargo, hasta ahí no llega la cuestión que tiene que entenderse al evaluar la crisis existencial planetaria que arremete contra la sociedad en este momento.

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“Para nosotros —escribe LaRouche—, es recurrir a Roosevelt o a una larga estadía de nuestra posteridad en un virtual infierno”. (Foto: Biblioteca del Congreso de EU).

En la ciencia física como tal, la mente del individuo se enfoca en principios manifiestos de los procesos inertes o de los vivos y sus residuos, o lo que Vladimir I. Vernadsky de Rusia identificó como la biosfera. En el comportamiento social humano, que significa la cooperación entre personas en la sociedad, la mente individual se enfoca en los procesos sociales que de forma categórica no existen entre las especies animales, pero que son determinantes en considerar las características de principio de la cooperación premeditada en la sociedad. Esto último se identifica correctamente como materia de la ley natural. Por tanto, es útil tratar la ley natural, así definida, como la expresión característica de ese dominio que Vernadsky identificó como la noosfera.

De modo que, así como podemos seguirle la pista a la función de nociones verdaderas y falsas de principios físicos universales de los espacios–fase asociados con los procesos inorgánicos y vivientes, del mismo modo tenemos que reconocer la función de las nociones verdaderas y falsas de la ley natural que se aplica a la noosfera.

Hoy debiera ser evidente que el Sistema Americano de economía política ha demostrado ser, al aplicarse, una cierta culminación de un largo recorrido del ascenso de la civilización, hasta lo que debiera ser el punto de partida para lo que resulte ser la siguiente mejora. Desde el comienzo de nuestra experiencia nacional, todos los males principales que han surgido dentro de nuestra república nos los han impuesto las prácticas oligárquico–financieras estilo veneciano conocidas como la imperial Compañía de las Indias Orientales británica y sus excrecencias.

Con los logros del presidente Franklin Roosevelt, entre ellos su intervención indispensable para rescatar al planeta de la amenaza nazi, el Sistema Americano estadounidense de economía política ha alcanzado un grado de desempeño que, de haber vivido ese presidente, lo que se hubiera logrado durante el término del mandato al que se le había reelegido, hubiera representado el establecimiento prácticamente irrevocable de un sistema planetario de Estados nacionales perfectamente soberanos, cuyos beneficios para toda la humanidad hubieran sido un paso imperfecto, pero inalterable, hacia un orden superior de relaciones entre las naciones.

Hemos caído muy por debajo de la norma de moralidad que la conducción de Franklin Roosevelt había concretado en la práctica. Tenemos que darle marcha atrás a esas pérdidas, y usar esa recuperación de la economía y las relaciones de nuestro planeta como el trampolín adoptado para cualquier cambio nuevo que requerirá el futuro. De otro modo, si no se retoma el Sistema Americano de economía política en vez de la abominación de la decadencia que se ha enseñoreado sobre nosotros, en tanto tendencia, durante estas últimas casi cuatro décadas, las perspectivas de la humanidad a escala planetaria son muy pobres, por generaciones por venir.

Para nosotros, es recurrir a Roosevelt o a una larga estadía de nuestra posteridad en un virtual infierno.

El concepto de inmortalidad en la sociedad

La distinción fundamental entre el hombre y las bestias se expresa en lo principal en el principio de la inmortalidad humana. Que, en tanto que la muerte elimina el aspecto mortal asociado con las funciones de la vida animal, la distinción de la personalidad humana es el desarrollo de esos cambios de principio en la experiencia, que tiene el efecto cultural práctico de la evolución en una especie superior de la que éramos, en la práctica, hace más o menos una generación antes.

Vemos este proceso en el desarrollo de la ciencia física europea a partir de Nicolás de Cusa y Johannes Kepler. Vemos este proceso en el desarrollo de la música, como se dio de J.S. Bach a Johannes Brahms. Lo vemos también en las reformas sociales, tales como la ley Hill–Burton que el Gobierno de Nixon destruyó, y el sistema del Seguro Social que Roosevelt instauró y la presidencia de George W. Bush hijo ha procurado destruir.

Así, es de tales maneras que morimos como mortales, pero, en el bien humano que hacemos, vivimos como inmortales en la simultaneidad de la eternidad.

En el estadismo, como en el progreso científico, pasamos la batuta. Las instituciones del progreso al que contribuimos son una parte funcional integral del futuro de la sociedad. La expresión práctica de la inmortalidad de los muertos descansa en el principio del desarrollo cualitativo, en el progreso de los pueblos, que es el progreso de nuestra especie singular como un todo.

El ser humano individual de veras cuerdo, que está calificado para ser un gran presidente, posee el aguzado sentido de inmortalidad que caracterizó a Abraham Lincoln, así como a casos ejemplares como George Washington, John Quincy Adams y Franklin Roosevelt. (Foto: Stuart Lewis/EIRNS).

De manera que hay cambios cualitativos, para bien o para mal. A esta luz, el estadismo competente parte del progreso, no de un orden fijo de las cosas. La distinción entre el miembro de la especie humana y los simios es el poder del progreso, del cambio, alojado en los potenciales creativos de la mente del ser humano individual. Por creativo, no debemos pensar en la mera “innovación”. Tenemos que significar las reformas en el conocimiento de principios, en especial principios universales recién descubiertos. Tenemos que significar que la política de naciones buenas, conforme al buen autogobierno, se funda en organizar la actividad de la nación en torno a concretar el potencial que representa la aplicación de avances encontrados en el descubrimiento de principios universales.

Este argumento, del modo que se aplica al progreso en la ciencia física, tiene una expresión más general, como en esas formas de desarrollo de la cultura artística clásica. Por cultura artística clásica nos referimos a aquella que las bestias no podrían imitar, ni el hombre debiera hacerlo con las bestias.

El caso en cuestión: el presidente inmortal.

El carácter del ser humano individual de veras cuerdo, una categoría que lo califica para ser considerado candidato a Presidente de EUA en la tradición de casos ejemplares como el de George Washington, John Quincy Adams, Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt, es un sentido aguzado de inmortalidad, la inmortalidad a la que me he referido aquí. Mirando al exterior, hubo grandeza en el presidente Charles de Gaulle, que resistió el intento de imponerle la tiranía sinarquista a Francia, y una cierta bondad extraordinaria en los intentos inspiradores del canciller Konrad Adenauer en circunstancias terribles. Sin embargo, la institución de la Presidencia de EU hasta la fecha es única entre las naciones, porque nuestra historia y nuestra Constitución son únicas.

Desde el comienzo, como el principal iniciador del principio de nuestra Constitución, Benjamín Franklin, entendió muy bien que nuestra república naciente tenía un gran enemigo inmediato en la influencia corruptora de la facción de la Compañía de las Indias Orientales británica, el llamado “Essex Junto”, entre nosotros. Esta pelea contra el principal enemigo dentro de nuestras filas fue siempre, como lo es hoy, como una lucha con el propio diablo encarnado. A este enemigo lo representaba la expresión moderna de la misma perversidad a la que la experiencia europea se refiere en ocasiones como “la puta de Babilonia”, el interés oligárquico representado por la imagen del Apolo pitio de la secta de Delfos y el Zeus olímpico. Representaba la careta liberal angloholandesa de la tradición oligárquico–financiera veneciana.

Las raíces de esta forma específica de perversidad, la careta liberal angloholandesa, han de reconocerse hoy en la función de Paolo Sarpi, como quien organizó la nueva facción de Venecia que vino a encarnarse en la red liberal angloholandesa de sir Francis Bacon, Tomás Hobbes, John Locke, Bernard Mandeville, François Quesnay, Adam Smith y Jeremías Bentham. La facción contraria en el dominio específico de la economía política ha estado representada por el fundador de la ciencia moderna de la economía física, Godofredo Leibniz.

El tratado de París de 1763, con el que concluyó la llamada “guerra de los Siete Años”, estableció la alianza angloholandesa asociada con la Compañía de las Indias Orientales británica como, en efecto, un boyante imperio mundial. Con la absorción del Banque de France del derrotado emperador Napoleón Bonaparte en la órbita de la esfera superior del sistema liberal angloholandés, cobró existencia la actual constelación principal del poder oligárquico financiero de verdad imperial. La integración de las redes bancarias sinarquistas de Francia y otras naciones al sistema liberal angloholandés de —en efecto— poder imperial global, se ha consolidado a un nuevo grado a últimas fechas mediante el surgimiento de un banco central europeo cuya existencia y hábitos han degradado a las naciones de la Europa Central y Occidental continental a la condición de meras colonias del poder financiero liberal angloholandés global, colonias agonizantes atrapadas en la órbita del euro moribundo y sus satélites.

Este sistema está ahora implícitamente quebrado sin salvación. De uno u otro modo, es inevitable el pronto surgimiento de un nuevo sistema; ya sea para bien o para la destrucción final. Por el momento, el probable contendiente para asumir la conducción total de un mundo globalizado quebrado es un núcleo secreto de banqueros internacionales íntimamente relacionados con la misma camarilla sinarquista con sede en Francia que tuvo una participación clave en elevar al régimen de Adolfo Hitler al poder en Francia, y que de hecho nunca se suprimió, a pesar de sus crímenes como cómplice de los nazis. Este elemento, asociado con el banco Lazard y sus vínculos al Banque Worms, es el aspecto central de un sistema de control sobre la propiedad de productos básicos y de elementos fundamentales de la producción agrícola e industrial, un monstruo que se ha puesto en condiciones de tomar el poder y de devorar lo que sobreviva de la economía mundial, todo esto en las condiciones de un colapso financiero mundial ahora inminente comparable, a escala planetaria, con lo que pasó en Europa en la crisis de la Nueva Era de Tinieblas del siglo 14.

Éste es un aspecto clave de la principal amenaza estratégica actual para el planeta entero. De triunfar este elemento del eje sinarquista en ese albur, o si llegase a estar cerca de hacerlo pero fracasare, toda la civilización en este planeta peligraría. Aunque ésta es una expresión de la perversidad más grande que corre libre por el planeta hoy, no es sino un aspecto del problema más amplio. Esto nos lleva ahora al meollo de mi informe sobre la amenaza presente.

2. El autor del terror de Bombay

No es absolutamente necesario conocer las identidades personales de los grupos culpables tras los crímenes de asesinato colectivo perpetrados en Bombay, India, a principios de esta semana. Eso no significa que no debamos procurar atrapar a los responsables particulares y sus cómplices; simplemente significa que ya sabemos el nombre de la especie del enemigo, la especie culpable. Nuestra prioridad no debe ser la de castigar a chivos expiatorios, sino eliminar el poder específico de hacer el mal que esta facción representa. Castigar a los culpables no le devolverá la vida a las víctimas; eliminar el poder de las fuerzas perversas a cuyo nombre actuaron los perpetradores es honrar a las víctimas, al eliminar el poder que implica la clase que dichos perpetradores representan. A las víctimas les debemos la promesa de que sus vidas y sufrimiento no fueron en vano. Tenemos que decidirnos, una vez más —y lo digo en serio—, a que no se permita que ocurra de nuevo el mal que hoy enfrentamos.

La victoria contra Hitler fue posible por el hecho de que se eligió a Franklin Roosevelt como Presidente de Estados Unidos, y que él no sólo preparó y dirigió la recuperación de EU de esa caída de la economía a casi la mitad, de resultas de las políticas combinadas de los Gobiernos de Collidge y Hoover; él también preparó a EU para intervenir a fin de evitar que el Reino Unido se uniera a la Francia regida por los sinarquistas, la cual había arreglado de antemano la victoria militar de Hitler, con la capitulación ante él a mediados de 1940, como Francia lo había hecho. Así, aunque los regímenes fascistas de la Europa de 1922–1945 se habían establecido con el apoyo entusiasta inicial de grupos financieros importantes de la ciudad de Nueva York, París, Londres, Suiza y otras partes a su instauración tanto en Europa como en el propio EUA, la alianza entre, principalmente, EU, el Reino Unido y la Unión Soviética salvó al mundo de la amenaza de los 1930 de un probable gobierno nazi mundial.

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El Movimiento de Juventudes Larouchistas esta desenmascarando la verdadera naturaleza de Félix Rohatyn: “Rohatyn como Satanás”. (Foto: Brian McAndrews/EIRNS)

La lógica de ese recuento histórico es en gran medida el mismo peligro que enfrentamos, en principio, en las condiciones cualitativamente nuevas de hoy día. La persona o institución que no sabe reflexionar sobre esa verdad del período de 1922 a 1945, es inútil o peor que inútil para abordar la gran crisis mundial que ahora se cierne sobre todos nosotros.

La forma más significativa de incompetencia de la dirigencia política mundial hoy es esa perspectiva que a veces expresan tipos mentalmente trastornados o simples embaucadores que proclaman: “Yo no creo en teorías conspiratorias”. Una incompetencia un poco menos radical es la que muestran aquellos que alegan aceptar el hecho de que existen conspiraciones en la historia, pero que pretenden explicar éstas de maneras mecanístico–estadísticas.

Como he hecho hincapié arriba en este informe, el curso de la historia lo define en lo principal lo que pudieran parecer ondas largas, ciclos largos. El comportamiento colectivo y el de los individuos lo determinan principalmente los supuestos que definen la voluntad de las personas y las instituciones, pero de los cuales con frecuencia no se percata el individuo. Esto lo ilustra de forma conveniente el caso del fraude de la geometría euclidiana.

La presteza con la que el estudiante demasiado típico acepta el fraude sofista de que ciertas definiciones, axiomas y postulados son “de suyo evidentes”, es el prototipo de todas las formas más exitosas de fraude académico. Hasta que la víctima de esa educación desviada no fuere rescatada por el descubrimiento de una modalidad riemanniana u otra correspondiente en la geometría física, en cambio del rollo acostumbrado del libro de texto, no ve cómo están tomándole el pelo y cómo su conducta la controla su fe en supuestos que no reconoce como tales. Una vez que cualquier supuesto fraudulento parecido se convierte en hábito, el mismo cobra la forma, en lo funcional, de un axioma del sistema de creencias de la víctima, y, así, gobierna la conducta de la población afectada.

Cómo sucedió

En términos estratégicos, el enemigo que amenaza a la civilización hoy es, más que nada, un eco de lo que el sistema nazi y sus predecesores inmediatos en la “revolución conservadora” representaron en la secuela de la Primera Guerra Mundial. A menos que reconozcamos la reencarnación de esa misma perversidad en las fuerzas que amenazan a la civilización en este momento, habremos perdido la guerra que se avecina, antes de empezar las batallas grandes.

Muchos en el núcleo de esas familias reales y otras familias poderosas e instituciones relacionadas de Europa que, en un principio, compartieron su simpatía por el papel fascista que desempeñaron el conde Richard Coudenhove–Kalergi y los de su ralea, se voltearon contra Adolfo Hitler, por una u otra razón, pero, en general, no habían abandonado los prejuicios implícitamente axiomáticos que definieron sus inclinaciones previas hacia el fascismo. Como hubiera señalado el psicoanalista Sigmund Freud, perdieron su catexis por la imagen de Hitler, el nazismo y demás, pero no habían perdido contacto con esos impulsos de corte axiomático que los arrastraron a varios grados de inclinaciones o de apego a compromisos fascistas específicos antes. (A los seguidores de esos otrora nazis y los de su estirpe rara vez les complace que les recuerden esto de manera pública hoy). Esta clase de pauta fue más significativa como típica de las instituciones, que de las personas aisladas. Las familias o instituciones, por ejemplo, tendían a reforzar el apego pro ideológico en un grado mucho menos probable para el caso de la persona individual.

En otras palabras, las predisposiciones o inclinaciones pertinentes fueron mucho más una expresión de vínculos sociales, que de la persuasión individual como tal.

Algunos ya tenían clara esta amenaza para cuando el presidente Roosevelt murió.

Un amigo, un veterano de la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos) cercano al general Donovan, recordó un momento en el que había estado esperando afuera de la oficina del presidente Roosevelt mientras Donovan se reunía con él, adentro. Mi amigo recordó la expresión del rostro de Donovan cuando salió. El general musitó algo que mi amigo recordó como: “¡Se acabó!” Era claro que el presidente agonizaba, lo que significó para Donovan y mi amigo que la vieja derecha iba camino a asumir y cancelar las políticas de posguerra pertinentes que Roosevelt quería. De ahí el papel desastroso que tuvo el vicepresidente en espera, Harry S. Truman.

A la muerte del Presidente, los cambios en la dirección política vinieron de forma repentina y cortante. Sin embargo, hubo algunos aspectos del legado de Roosevelt que no podían desarraigarse con tanta facilidad como otros. La economía mundial fuera de EUA estaba en ruinas; sin retener la medula de los acuerdos de Bretton Woods que Roosevelt forjó, era imposible cualquier orden mundial estable. No sería sino hasta dos décadas después, de mediados a fines de los 1960, que los británicos, primero, y el Gobierno estadounidense, después, procederían a la destrucción inmediata del sistema de Bretton Woods.

Entre tanto, con la muerte del presidente Roosevelt, el núcleo de sus furtivos adversarios, algunos con lazos importantes con las redes financieras europeas que habían apoyado a Mussolini y a Hitler, respectivamente, allá en los 1920 y 1930, retomó las riendas. Todo eso es esencial en esa ofensiva hacia el fascismo mundial que expresan círculos tales como los del Félix Rohatyn de Lazard, incluso colaboradores nazis notables que fueron temporalmente enjuiciados y encarcelados ya estaban de nuevo en movimiento para 1948.

En el ínterin, aquellos que portaban la semilla del fascismo hicieron otra inversión cultural de largo plazo, esta vez en un estrato selecto de entre los nacidos en el intervalo de 1945–1957, en especial esos llamados “sesentiocheros” que con probabilidad pasarían por y a través de universidades pertinentes en su ascenso a cargos de gran influencia colectiva relativa. El pro existencialista Congreso a Favor de la Libertad Cultural fue típico de una serie de programas que tuvieron ese efecto pretendido sobre los que habrían de convertirse en los llamados “sesentiocheros”. El fascismo de facto se propagó así entre los sesentiocheros en cuestión, no con camisas pardas o negras, sino en el activo verde políticamente ascendente de las brigadas del fanatismo contra la ciencia.

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“Muchos en el núcleo de esas familias reales y otras familias poderosas e instituciones relacionadas de Europa que, en un principio, compartieron su simpatía por el papel fascista que desempeñaron el conde Richard Coudenhove–Kalergi y los de su ralea, se voltearon contra Adolfo Hitler, por una u otra razón, pero, en general, no habían abandonado los prejuicios implícitamente axiomáticos que definieron sus inclinaciones previas hacia el fascismo”.

De modo que, en el transcurso de la presidencia de 1969–1981, el sistema de Bretton Woods y el sistema de regulación de los que había dependido que EU se recuperara de Hoover, fueron casi arrasados. De forma parecida, los efectos benéficos de los aspectos similares de las reformas de Roosevelt que sobrevivieron se difundieron en Europa, hasta el giro negativo que hubo entre mediados y fines de los 1960, posterior a John F. Kennedy.

Observa la proporción menguante de graduados de ciencias, antes y después de 1968. Ve la proporción menguante del total de la fuerza laboral que trabaja en la producción agrícola e industrial. Mira la caída de los más de treinta años recientes en la proporción entre el mantenimiento de la infraestructura básica y el empleo total. Observa el descenso cultural y económico hacia los depauperados e inaptos trabajadores llamados “de servicios”, que se aferran con desesperación a la supervivencia económica en las ruinas de las que fueron las regiones agrícolas e industriales más prósperas de nuestra nación. Ve la norma cada vez más depravada para la calidad de la educación que se ofrece, en especial a los miembros de los hogares con ingresos relativamente más bajos.

Hoy mi generación de veteranos de la Segunda Guerra Mundial está extinguiéndose. La generación acomodada en los principales nichos del poder, de entre aproximadamente cincuenta y sesenta y cinco años de edad, ocupa la mayoría de los principales cargos de influencia en la vida política, académica y otras profesiones. El ciclo del cambio de paradigma cultural de 1945–2006, desde Hiroshima hasta el terror de esta semana en Bombay, se ha efectuado, con la promesa implícita de algo peor que pronto ha de venir. Son esos decadentes elementos de creencia de corte axiomático que a menudo se asocian con el nombre de los “sesentiocheros”, los cuales surten su efecto sutil en los escasos instruidos, los que han cumplido su sucia labor con este propósito.

Puede que quieras decir que esto es cierto y es terrible. Empero, puede que el tipo que tienes al lado diga: “Probablemente tienes razón en eso; pero tienes que ser lo bastante realista como para decirte a ti mismo que es inevitable”. Así, el descenso hacia la espantosa pesadilla de la “globalización” se proclama como que “no puedes meter la pasta de dientes de vuelta en el tubo”.

Es así que a ti, por hablar en términos genéricos. te han condicionado, generación tras generación, década tras década, a aceptar como prácticamente inevitables, condiciones que hace relativamente poco hubieras jurado que nunca tolerarías. El lapso de una generación se convirtió, así, casi en un siglo en el pasado que uno alega que apenas puede todavía recordar.

Entre tanto, surge una nueva “élite de poder”, de la que son típicos aquellos lo bastante corruptos como para tolerar la compañía de alguien con las obvias características y la ralea sinarquista (o sea, fascista) añadida de un Félix Rohatyn. Tales criaturas políticas miserables son producto de un proceso de degeneración cultural, Son, en la ralea de muchos, el renacimiento, en nuevas generaciones sucesivas, de lo que quedó de los autores opulentos y relacionados del fascismo de 1922–1945. La aparición de las generaciones sucesivas también ha implicado un proceso de cambio en las cualidades de esas viejas instituciones que siguen existiendo, pero también nuevas clases de instituciones. Estas instituciones y sus nuevos métodos se inclinan, como por inercia social, hacia el terrorismo moderno a gran escala, que los gobiernos y otras entidades poderosas despliegan en el intento de establecer una nueva suerte de mundo llamado globalización, un mundo que sería una parodia de la tiranía medieval ultramontana de la oligarquía financiera veneciana y los ejércitos privatizados de la caballería normanda en Europa: un nuevo diseño de una Waffen–SS internacional.

Los diferentes actores en esta situación de crisis mundial que se desenvuelve, actúan, en gran medida, de manera consciente, como por su libre voluntad. No obstante, si sus decisiones son a veces voluntarias, el criterio que define dichas decisiones lo engendra más en ellos su condicionamiento social, que la forma de los actos de veras independientemente racionales del juicio cognoscitivo. La perversidad que encierran, como exhibe esto Félix Rohatyn, es, como algo instintivo, un mal que los rige, de modo que puede que sean conscientes de lo que deciden hacer, pero actúan así porque no pueden resistir el impulso que su condicionamiento ha enquistado, como algo prácticamente axiomático, en su voluntad.

Entonces, la creciente pesadilla mundial se desenvuelve como si la hubieran escrito a modo de guión.

Las sencillas cuestiones de la gran estrategia

El único remedio para esta clase de aflicción recurrente en la historia conocida es un acto creativo voluntario, que va dirigido contra los mentecatos, que va directo contra la clase de reacciones que el condicionamiento mueve a la virtual marioneta a ejecutar. Retomemos la misión sin terminar del presidente Franklin Roosevelt para el mundo de la posguerra de su época.

La única esperanza de evitar el hundimiento ahora al parecer inevitable en el abismo que presagia la combinación de la locura en el Sudoeste de Asia y el terror contra Bombay, es inducir un acto voluntario de los gobiernos que vaya directo en contra de la tendencia imperante de las últimas décadas. Como el hombre que nadaría, la supervivencia de la civilización en peligros como éste siempre ha sido el acto voluntario excepcional que derriba las tendencias hacia la ruina que ahora parecen ser inevitables, y que mueve a la sociedad en una dirección alternativa racional, directamente contra las tendencias vigentes que amenazan.

El poder de la razón creativa humana, que rara vez se entiende o emplea de forma consciente en la sociedad hoy día, es lo que distingue al hombre de las bestias, si él es consciente de esa diferencia y tiene el coraje del Prometeo mítico para gritar, “¡Maldito Zeus!”, podríamos salvar a la civilización, si de veras lo quisiéramos con el empeño suficiente.

No son las buenas nuevas lo que hace avanzar a la humanidad, sino más bien las muy malas noticias que le dan a la gente renuente una patada que la pone en acción, como es necesario, para derribar los hábitos que la llevaron a ponerse a sí misma en peligro. Es ese impulso el que provoca lo que es singularmente humano en ti, los poderes creativos de la mente de los que las bestias carecen.

El enemigo es aquél que se muestra a sí mismo, como en la historia y el papel personal ejemplar de Félix Rohatyn. Rohatyn, en lo personal, representa una trivialidad moral; su importancia es que no es meramente perverso, sino que se ha hecho notoriamente así. De manera que él es típico de la clase de entidad perversa contra la cual la humanidad tiene que movilizarse para derrotar. Si no te atreves a nombrarlo, a identificar el mal que representa, y actuar de manera directa y eficaz para frustrar y destruir la empresa que erige, entonces eres tú el que no tiene la fibra moral para sobrevivir.