Iberoamérica






Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIII, nums. 14-15

Versión para imprimir

Regrese al inicio

Iberoamérica

 

México tiene que reconciliarse con el legado de López Portillo

por Dennis Small y Gretchen Small

Ya hace más de un mes que se llevó a cabo la elección presidencial del 2 de julio en México, y el país aún no tiene un Presidente electo. El candidato que se anunció como ganador, por un minúsculo 0,68% del voto, es Felipe Calderón, del engendro sinarquista conocido como Partido Acción Nacional (PAN). Pero Andrés Manuel López Obrador —universalmente conocido en México como AMLO—, el candidato de la coalición Por el Bien de Todos, ha impugnado el resultado ante el Tribunal Federal Electoral y exige un recuento voto por voto, tras denunciar que ocurrió un fraude generalizado bien documentado. El tribunal aún no decidía al momento de escribir esto. Entre tanto, AMLO movilizó a medio millón de personas a favor del recuento el 8 de julio en la Ciudad de México, luego a un millón y medio el 16 de julio, ¡y a más de 3 millones el 30 de julio, en su tercera “Asamblea Informativa”!

Sin duda, México está a las puertas de un fermento revolucionario.

Quizás en lo único que están de acuerdo ambos candidatos, es en lo que está de por medio en esta elección. Como dijo Calderón en su cierre de campaña el 25 de junio, en esta elección se va a decidir el rumbo del país para las próximas décadas: Los mexicanos “tenemos que elegir entre dos programas de gobierno que contrastan entre sí y que tienen consecuencias radicalmente distintas para nuestra vida”.

En ese mismo discurso, Calderón abordó un tema sumamente polémico, que, en muchos sentidos, va a determinar cuál de los dos rumbos toma México: el legado del ex presidente José López Portillo (1976–82). Luego de prometer que su gobierno “atraerá las inversiones”, al reducir los salarios y el gasto público “responsablemente”, Calderón atacó a López Obrador por la “mentira” de que podía aumentar el ingreso de los mexicanos “por magia”. Según él, eso acarrearía deudas, devaluaciones y crisis económicas.

Esa película ya la vimos, pontificó Calderón, y es una película de terror que pagamos muy caro todos los mexicanos, porque “en 1982 ya hubo otro López, López Portillo, que también anunció aumentos [salariales] del 10, del 20, del 30% para los mexicanos, pero el resultado fue desastroso, porque por cada 20% que aumentaron el salario a los trabajadores, también les incrementaron el costo de la vida no en 20, sino en 120%”. México sufrió una de las peores crisis que registre su historia, la lección es clara, advirtió, esa “irresponsabilidad económica” no se puede permitir que vuelva a ocurrir.

Este discurso de Calderón fue sólo uno de los componentes de la campaña sinarquista a gran escala para pintar a AMLO como “un peligro para México”, “otro Hugo Chávez” y un “populista irresponsable” como López Portillo. Por ejemplo, uno de los anuncios televisivos de Calderón destaca una voz sombría que advierte del peligro del populismo dictatorial, acompañada de los lamentos de un violín de fondo, con imágenes de varios demagogos fascistas proyectándose en la pantalla, que termina con un cuadro de López Portillo que va creciendo hasta llenar la pantalla.

Fuera de la sublimidad teatral de pacotilla, el verdadero escándalo de esos anuncios y del discurso de Calderón es el hecho vergonzoso de que la mayoría de los mexicanos ha sido arrastrada por la campaña de difamación de los banqueros contra López Portillo, y que muchos políticos consideran una desventaja ser comparados con el ex Presidente. Pero si México va a sobrevivir a esta crisis electoral y prosperar más allá de ella, la nación tendrá que reconciliarse con López Portillo y su legado. Franklin Delano Roosevelt en los Estados Unidos y Getulio Vargas en Brasil son ejemplo de líderes nacionales que los sinarquistas internacionales están decididos a sacar del mapa político. “Nunca más”, es su nervioso grito de guerra.

¿Cuáles son las mentiras centrales que se repiten a menudo sobre López Portillo? Que destruyó la economía de México al provocar la fuga de capitales en 1982; que era un corrupto, un gastador, que le prometió a los mexicanos el cielo y la tierra; y que era un autoritario que no acataba las reglas del juego, ni a nivel nacional ni internacional.

El economista estadounidense Lyndon LaRouche, quien mantiene una amistad de larga data con México, visita las pirámides aztecas en ese país en 1979. (Foto: EIRNS).

¿Y cuál es la verdad de todo esto? Que López Portillo fue el último de los grandes presidentes de México, un verdadero líder nacionalista que luchó por defender a México y por crear un nuevo orden económico mundial más justo; que logró altos ritmos de crecimiento económico en México (el producto físico per cápita aumentó 15% durante su mandato) con base en una política de intercambio de petróleo por tecnología avanzada, como la energía nuclear; y que era amigo de Lyndon LaRouche, desde principios de los 1980, cuando se reunió con él en el Palacio Nacional, donde abordaron los temas estratégicos que LaRouche sintetizó luego en su famoso ensayo Operación Juárez, en agosto de 1982. Esa amistad se mantuvo durante los años sombríos de fines de los 1980 y principios de los 1990, cuando hizo un llamado a favor de la exoneración de LaRouche y su liberación de la prisión en donde lo había confinado George H.W. Bush como preso político. Y, en los últimos años de su vida, usó su enorme autoridad moral para decirle al mundo —cuando habló junto a Helga Zepp–LaRouche en una reunión en la Ciudad de México el 1 de diciembre de 1998—: “Es necesario que el mundo escuche la sabia palabra de Lyndon LaRouche. Ojalá, doña Helga, que su marido pueda influir en el Gobierno de los Estados Unidos, para que las proposiciones que usted tan brillantemente nos ha expuesto puedan de algún modo realizarse”.

Como Presidente, López Portillo viajó por el mundo para organizar a favor de un orden económico mundial justo. Hizo un llamado por un “Nuevo Bretton Woods para la energía”, para imponer orden y justicia a un tema dominado por los especuladores. Anunció que México construiría 20 ciudades industriales nuevas y 20 plantas de energía nuclear. Viajó a Japón, Francia y la Unión Soviética para firmar acuerdos de tecnología nuclear, y esperaba hacer lo mismo con el presidente estadounidense Ronald Reagan.

Se opuso firmemente a cualquier clase de acuerdo de libre comercio —como el TLC que años después firmaron México, los EU y Canadá—, con el razonamiento de que condenarían a México a “extraer y exportar a perpetuidad materias primas para el consumo de las sociedades más avanzadas”.

Y en 1982, cuando México se encontraba bajo el asedio de una guerra financiera que le costó 54 mil millones de dólares como fuga de capital, López Portillo se reunió con LaRouche en mayo de ese año y adoptó los aspectos principales de la Operación Juárez de LaRouche, con la nacionalización de la banca de septiembre de 1982, de la banca que había encabezado la sangría.

Luego, López Portillo buscó la alianza de Argentina y Brasil, y usar su deuda externa conjunta como palanca para forzar una reorganización del sistema financiero internacional. Esa medida hubiera funcionado, pero Argentina y Brasil se negaron, dejando solo a López Portillo en ese heroico esfuerzo.

El 1 de octubre de 1982 López Portillo dio un discurso histórico en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el cual advirtió al mundo que debía cambiarse el sistema económico mundial, o si no muy probablemente el planeta caería en “un nuevo oscurantismo medioeval. . . No podemos fracasar”, le dijo a los líderes del mundo. “Está en juego no sólo el legado de la civilización sino la sobrevivencia misma de nuestros hijos, de las futuras generaciones de la especie humana. . . El lugar es aquí y el tiempo es ahora”.

¿Se equivocó López Portillo al haber dado esa pelea? ¿Fracasó, como creen muchos en México ahora? Veinte años después, el 1 de septiembre de 2002, el diario mexicano Excélsior lo entrevistó sobre la nacionalización de la banca y otras medidas económicas. Le preguntaron al ex Presidente sobre el hecho de que la mayor parte de la banca mexicana se encuentra ahora en manos extrajeras:

“¿Sería difícil recuperar la banca?”, preguntó Excélsior.

“Claro”.

“¿Pero cómo recuperarla?”

“Con una nueva expropiación”.

“Pero no hay un presidente nacionalista, como usted, que expropió la banca en 1982. ¿Cómo expropiar ahora?”

“Con huevos, mi amigo. Desde ese punto de vista sí creo haberlo sido [nacionalista]”.

Hoy la interrogante es si los líderes mexicanos estarán a la altura.

‘¡Sácatelas!’, ahí va el golpe contra México

La siguiente respuesta de José López Portillo es un extracto de los comentarios que hizo, luego de un discurso que pronunció Helga Zepp–LaRouche en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, el 1 de diciembre de 1998. La pregunta era sobre lo que pasó después de 1982, después de que puso en efecto el proyecto Operación Juárez de Lyndon LaRouche.

No fue nada específico, sino simplemente circunstancial: la cerrazón de los organismos internacionales que no nos dieron salida, y en consecuencia quedamos entrampados igual. Nosotros nos portamos mal con los organismos Üntinternacionales y fuimos sancionados, nos acusaron de populistas, etc. Otros gobiernos se han portado bien, y el resultado ha sido el mismo. Eso es lo dramático.

Si por todo, subimos la piedra a la punta del cerro y se nos cae cuando llega hasta arriba. Siempre el sistema, el entorno que tiene cerrazón en comprensión a los valores revolucionarios, como aludí hace un momento, y que tal vez el rechazo nos ha acostumbrado a eso y acabamos por olvidarlo, por acostumbrarnos, y ser desdeñados por acostumbrados a ser postergados. Y empezamos a portarnos bien y “¡sácatelas!” Ahí va otro golpe. Es simplemente el resultado de que el sistema internacional no está calculado para países como el nuestro. Es un ejemplo concreto de que una economía nacional específica no encaja dentro de ese orden financiero, y de ahí la necesidad de que éste se reforme. Por eso oigo con mucha alegría que ya empieza a haber voces que hablan de reformar eso que se me cerró.