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PLHINO o caos

por Alberto Vizcarra Osuna

El devenir en la historia de las naciones no es una suma de hechos que caminan de atrás hacia adelante. La historia de las naciones, como la de la humanidad entera, en tanto sujeta a la voluntad del hombre, es como un drama en el que la suerte futura, al concentrarse en puntos de tensión muy específicos, plantea dilemas existenciales también muy concretos. En esta condición debemos de situar a México frente al derrumbe financiero internacional y al desplome concomitante de la economía estadounidense, que golpea ya al mundo entero y cuyas consecuencias desastrosas cobrarán características muy singulares en aquellas economías que, como México, le apostaron toda su expectativa de crecimiento al mercado de consumo de los Estados Unidos, que hoy se desploma vertiginosamente.

Así lo advirtió el prestigiado y reconocido economista estadounidense Lyndon LaRouche en enero de 2001, cuando afirmó que la exuberante actividad especulativa estaba creando una gigantesca burbuja financiera que terminaría por reventar al sistema bancario estadounidense y, así, con el papel que tenían los Estados Unidos como el importador de último recurso.

Estamos, como nación, en un punto de tensión, en una singularidad límite que bien puede resumirse en la siguiente disyuntiva histórica: o se retoma una política vigorosa de inversión pública, junto con el establecimiento de un sistema nacional de crédito orientado a la realización de importantes obras de infraestructura económica que permitan una mayor capacidad física para gestionar agua y energía, como el Plan Hidráulico del Noreste o PLHINO, o el país acelerará el proceso de descomposición social que nos llevará a una desintegración institucional.

Cuando se rompen las condiciones límite de un sistema, como ahora ocurre en el ámbito financiero mundial, se registra un cambio de fase en el que los puntos medios de equilibrio sólo existen en la imaginación de una burocracia acobardada que, al ver el derrumbe presente, también experimenta la agonía de percibir que su estructura de creencias se desintegra junto con el sistema al que ha servido cual siervo incondicional. Tal es el caso del voluminoso secretario de Hacienda Agustín Carstens —desde hace unas semanas en un estado psicológico de negación— y del presidente Felipe Calderón, quienes sistemáticamente subestiman el efecto que está teniendo el desplome financiero de los Estados Unidos sobre México.

México enfrenta la tormenta perfecta. Una economía que desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte amarró su destino en más de 85% al mercado de consumo de los Estados Unidos, y que fijó la ilusión de su crecimiento en la creencia de que ser proveedor de mano de obra barata y productos de exportación funcionaría como la palanca de su modernización.

Hoy todo ese supuesto se ha hecho añicos, y la nación enfrenta ahora, por efectos de la explosión financiera estadounidense, la amenaza real de un crecimiento exponencial en el desempleo, principalmente en el sector maquilador. Al mismo tiempo, los Estados Unidos deportan a cientos de miles de trabajadores mexicanos, con el consiguiente desplome en el envío de remesas, las cuales han registrado una caída de más del 12% en los últimos meses. Este hecho castigará severamente las capacidades de consumo de la población mexicana, que destina la mayor parte de esos recursos a su alimentación. La balanza comercial del país empezará a registrar déficits históricos, la deuda se incrementará significativamente como producto de la devaluación del peso, que ya está en marcha, y la dependencia alimentaria se exhibirá de forma alarmante como la principal vulnerabilidad.

Es previsible que el fenómeno migratorio acarree un agolpamiento poblacional en los estados fronterizos del norte de México, simulando una ola de mexicanos que desesperadamente buscan entrar a los Estados Unidos, y otra de mexicanos que retornan de esa nación expulsados por la crisis económica. Esto propiciará condiciones de inseguridad impredecibles en la frontera, la cual se convertirá en campo fértil para las operaciones terroristas del crimen organizado.

 

Ni para donde hacerse

No hay punto medio. El proceso de descomposición social que el país está registrando como producto de la desintegración económica, advierte la fragmentación territorial, en donde las pandillas del narcoterrorismo pretenden establecer sus feudos de terror y muerte. Eso es lo que nos permite resumir la disyuntiva existencial de la nación en la lacónica, pero certera expresión: PLHINO o Caos.

En tales condiciones, el Congreso de la Unión tiene una responsabilidad histórica específica y extraordinaria.  El debate presupuestal para el ejercicio fiscal del 2009 debe asumirse como la oportunidad para cimentar los principios que le permitirán a la nación efectuar un cambio sustantivo en la política económica, para establecer las medidas básicas de protección a la economía nacional y de reconstrucción física que generen los cientos de miles de empleos que se necesitarán en el marco del desplome de la economía estadounidense.

Nunca es apropiado hablar de austeridad presupuestal, pero sostener esos criterios en medio de la presente crisis es incuestionablemente un crimen. En este informe, pretendemos proporcionar los parámetros de discusión sobre una política presupuestal y de crédito basada en los principios de la economía en tanto ciencia física, y contraria a los dogmas monetaristas que en los últimos 25 años han venido destruyendo las capacidades productivas de la economía nacional. Para tales fines, presentaremos la idea y la forma de instrumentación de un presupuesto de capital que exigiría la realización del PLHINO. Junto con ello, presentaremos también una carta de materiales, para documentar los requisitos físicos del proyecto hidráulico y demostrar que el componente civil de dicha obra, componente que comprende el 85% de la misma, puede cubrirse con la capacidad instalada de la economía nacional.

Tomamos el PLHINO como un caso ejemplar en el sentido estricto del término, no sólo porque es un proyecto cuya realización potenciaría las capacidades productivas del noroeste del país, sino, en lo fundamental, porque nos permite tipificar las medidas y la orientación que la nación tiene que tomar en este momento de crisis sistémica global.