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En ocasión del natalicio de Abraham Lincoln: El milagro de Franklin Roosevelt

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Resumen electrónico de EIR, Vol. III, núm. 9
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La alternativa mundial a esta emergencia ahora:
Más allá de Westfalia

por Lyndon H. LaRouche

6 de febrero de 2005.

Las discusiones que tendrán lugar el 18 de febrero de 2005 en el norte de Virginia, abordarán ciertos desafíos implícitos que son de importancia vital para la existencia continua de la república estadounidense. Nuestra intervención para superar estos desafíos representa ahora una capacidad única y, por consiguiente, una responsabilidad exclusiva, de revivir hoy la clase de conducción estadounidense manifiesta con el presidente Franklin Roosevelt antes de su muerte tan prematura. Esto implica una capacidad que es inherente tanto a las características únicas de nuestra república, como a la influencia especial que tienen las instituciones monetario–financieras mundiales actuales dominadas por el dólar estadounidense, aunque en decadencia, en determinar el bienestar de la humanidad entera en el período inmediato.

Como he indicado en ocasiones anteriores, el mundo entero ha alcanzado el grado de desarrollo en el que garantizar la existencia continua de la vida civilizada en este planeta requiere que rechacemos las necedades de los experimentos de la llamada “globalización”, en favor de un sistema de Estados nacionales respectivamente soberanos que establecería cierta forma de sistema planetario de cooperación. Esto representaría el establecimiento de una forma que puede describirse de forma más adecuada como una materialización de los mismos objetivos y principios implícitos de aquel Tratado de Westfalia de 1648, que puso fin tanto a las maldades inherentes al feudalismo ultramontano como a ese impulso de ese entonces hacia la guerra religiosa, que hoy ha regresado a gran parte del mundo; un impulso que presentaron bajo las guisas gemelas desquiciadas del llamado “fundamentalismo religioso” y el racismo, una degeneración moral que ahora forma parte integral de esas necedades de la mentada “globalización”, y que hoy amenaza la existencia continua de la vida civilizada en este planeta.

Como he recalcado en ocasiones anteriores, el eje del reto a reconocer hoy, es el hecho de que hemos llegado al grado que la vida civilizada requiere suprimir con firmeza los esfuerzos por imponerle un modo de control imperial ultramontano o de otra clase a todo el planeta, un control que ahora pretende imponerse ampliando la función que tienen los monopolios especulativos en el control de las llamadas “materias primas” esenciales. No hay escasez intrínseca de materias primas necesarias, si las naciones soberanas cooperan para desarrollar las materias primas de este planeta de formas que garanticen un aumento en el abasto organizado adecuado para las necesidades inevitablemente crecientes de todas las naciones.

Éste es un momento del desarrollo monetario–financiero mundial de las naciones, y del físico–económico, en el que asegurar tanto precios justos como una oferta adecuada de lo que ahora consideramos como las necesidades de materias primas de las naciones, significa que las relaciones económicas ordenadas entre Estados nacionales soberanos requieren el establecimiento de acuerdos de largo plazo bajo un nuevo sistema de tipos de cambio fijos, un sistema en el que la estabilidad de la oferta de materias primas necesarias a precios justos es el factor primordial de un sistema mundial de formación de capital a largo plazo mediante la cooperación administrativa, a este efecto, en períodos de unas dos generaciones a futuro.

Al presente, al mundo lo tienen paralizado los efectos de las decisiones estúpidas que minaron y destruyeron el sistema monetario de tipos de cambio fijos establecido al final de la guerra de 1939–1945. La demencia pura de un sistema monetario–financiero en el que abunda la especulación imprudente con derivados financieros, cobija a un tráfico financiero cada vez más irracional. Nunca podrá satisfacerse la mayoría de los reclamos financieros nominales asociados con las orgías especulativas del intervalo de 1971–2004. No obstante, para hacer una transición segura de la demencia homicida actual del sistema monetario–financiero mundial, tenemos que mantener la seguridad de un sistema para esos activos monetario–financieros de largo plazo que cobran expresión en tanto formas esenciales de las mejoras públicas y privadas actuales y futuras en las condiciones del capital físico de la vida civilizada de las naciones y sus pueblos.

Para establecer esa reforma necesaria al sistema monetario–financiero mundial, será necesario fundar la seguridad de formas esenciales de capitalización de tales activos de largo plazo, garantizando la seguridad del capital financiero sobre la base de un programa de desarrollo vigoroso de las materias primas básicas esenciales de que dispone una comunidad de naciones, todas y cada una de ellas comprometidas con los objetivos comunes del mejoramiento de las facultades productivas de la fuerza laboral y de las condiciones de vida de las generaciones por venir.

Esta consideración de las implicaciones del desarrollo y gestión de las materias primas nos da la base de principio para crear un sistema de tipos de cambio fijos de largo plazo.

En general, esto implica establecer un nuevo sistema monetario bajo el principio renovado del Tratado de Westfalia, aplicándolo a las circunstancias actuales y sus desafíos. No hay más que hacer una evaluación justa de la situación, para sugerir que, al dar semejantes pasos al progreso en las condiciones de la crisis de desintegración general en marcha del sistema monetario–financiero mundial actual de suyo condenado, tenemos que reconocer que nos embarcamos en las medidas implícitas de una reorganización general del orbe, una reorganización cuya fase inicial tomará no menos de dos generaciones, es decir, en términos de los requisitos de la sociedad moderna y su tecnología, dos generaciones que equivalen a unos 50 años. A este fin, los acuerdos tienen que ser la premisa de la reconciliación de las relaciones entre los activos de capital válidos existentes y los términos del refinanciamiento de las obligaciones de capital; eso, en un período base inicial de unos 50 años.

La única alternativa actual a tales medidas de reforma sería el caos y, lo más probable, una prolongada nueva Era de Tinieblas para toda la humanidad. En este preciso instante, el mundo entero está al borde de semejante debacle mundial de reacción en cadena.

Así, la situación política que los participantes de dicha reunión enfrentan, ha de resumirse como sigue.

La crisis política

En especial desde el primer año del Gobierno de George W. Bush hijo, cada vez más partes del mundo tienden más y más a desear que, en el futuro previsible del planeta, las propias crisis autoinfligidas de los EU pudieran acabarlos en tanto factor dominante. Semejantes perspectivas ilusas engañan a aquellos que creen que la ruina de la influencia de los EU liberaría así al resto del mundo para que siga su propio camino. Ese deseo cada vez más generalizado debe denunciarse como un engaño. Es una creencia cuyos efectos serían la ruina de toda la civilización por un buen tiempo.

La influencia de los EUA después de 1989–1991 como lo que algunos consideran un monopolio autoponderado del destino mundial, la exageran de muchas maneras. La función de los EU hoy es sólo la de instrumento del mismo imperialismo liberal angloholandés que ellos combatieron, por su independencia y Constitución, en el período de 1776–1789, contra el sistema liberal imperialista angloholandés del que por un tiempo nos liberó el liderato del presidente Franklin Roosevelt, hasta las reformas monetarias prácticamente traidoras que encabezaron las potencias financieras angloamericanas pertinentes de 1971–1972. No obstante, aunque la opinión popular actual de todo el orbe por lo general malinterpreta el control que los EU ejercen sobre el sistema monetario–financiero vigente, el alcance de la forma de sistema mundial liberal angloholandés posterior a 1991 dominado por el dólar tiene una parte tan dominante en la continuación presente de ese sistema monetario–financiero del mundo, que, en las circunstancias actuales de crisis, la suerte de la humanidad entera depende de ciertas iniciativas correctivas importantes —con base en el dólar— del propio Gobierno estadounidense.

Así, aunque el sistema liberal angloholandés de 1763–1914, ahora en proceso de degeneración, es el que hoy rige de nuevo al mundo posterior a 1971, la forma actual de todo ese sistema mundial requiere ahora iniciativas para crear un nuevo sistema monetario–financiero, bajo el cual el mundo entero dependa de ciertas iniciativas mundiales de reforma monetario–financiera que no podrían introducirse sin la función que desempeñan ciertas clases específicas de iniciativas que tienen que venir de los propios EUA.

Por ejemplo:

De ser el Gobierno de los EUA tan imprudentemente necio como para tolerar que el modelo Pinochet de George “Hjalmar Schacht” Shultz le robe billones de dólares al sistema estadounidense del Seguro Social, la situación tanto para el dólar norteamericano como para el sistema monetario–financiero mundial en general de inmediato se tornaría irremediable. Considera la espiral de déficit de cuenta corriente y fiscal del dólar, y la función de éste en definir al presente los sistemas fiscal y monetario —carcomidos por los derivados financieros— del mundo en general. Los efectos de reacción en cadena de los consiguientes y ya inminentes déficit fiscal y de cuenta corriente combinados de los EU, no sólo hundirían al dólar, sino que dicho hundimiento tendría efectos devastadores inmediatos en toda Eurasia y más allá. Ninguna parte del mundo está ahora en condiciones de evitar verse arrastrada al caos global que semejante acontecimiento aseguraría.

Si bien es imposible que alguien calcule por adelantado, de manera exacta, qué tan malos serían para todo el planeta los efectos de la actual embestida del desplome monetario–financiero general, lo cierto es que las consecuencias de no tomar las alternativas que he propuesto serían más o menos igual de terribles y estarían garantizadas a escala mundial.

Así, un derrumbe temprano del sistema del dólar como tal, que ahora es de lo más probable, tiene efectos con los que ninguna parte del mundo podría bregar de manera efectiva, si no es con la ayuda de ciertas iniciativas políticas de los propios EUA. Las medidas a tomar son de una naturaleza que serían imposibles en el marco del modelo posterior a 1971 de esa forma liberal angloholandesa de sistema monetario que siguió a Roosevelt, modelo que cobró existencia mediante la función fundamental que tuvieron el George Shultz del Gobierno de Nixon y sus confederados. Sólo con un regreso inmediato a los principios del Sistema Americano, del modo que lo definió el liderato del presidente Franklin Roosevelt en la conferencia fundadora de Bretton Woods, podría ofrecerse el cimiento necesario para la forma con urgencia necesaria de estabilización programada de la deuda ligada al dólar, una forma de estabilización del capital de deuda intercambiable de largo plazo necesario para la situación que enfrentan las próximas dos generaciones de este planeta.

Por tanto, el aspecto central a poner de relieve en toda discusión de esta cuestión tiene que ser el siguiente:

En esta circunstancia, sólo las medidas que estabilicen la actual función ineludible del dólar estadounidense como la hoy denominada moneda de reserva mundial, podrían evitar el hundimiento amenazante del planeta en una catástrofe mundial comparable a la “Nueva Era de Tinieblas” del siglo 14 en Europa. Lo que se requiere es reorganizar de emergencia al actual sistema monetario mundial, a modo de una reorganización por bancarrota realizada en cooperación entre los gobiernos soberanos de ciertos Estados nacionales, en especial los principales de Norteamérica y Eurasia.

El éxito de cualquier intento semejante de rescate depende de la capacidad de congelar ciertas clases de valores físicos denominados en dólares, tanto los ahora existentes como los de largo plazo recién añadidos, a precios financieros defendibles y relativamente fijos, que puedan mantenerse por no menos que el intervalo de largo plazo de un cuarto de siglo. Esta última condición tiene que garantizarse para brindar la base creíble de un regreso a un sistema monetario mundial de paridades fijas, comparable a la intención que expresó la función de conducción del presidente estadounidense Franklin Roosevelt al crear el Sistema de Bretton Woods original.

La intención del nuevo sistema monetario así cimentado, tiene que ser, por diseño, la de dar apoyo al sistema recién ampliado de acuerdos y tratados de largo plazo, en especial a los centrados en la cooperación de los EUA con las crecientes tendencias de desarrollo en cooperación entre los principales Estados nacionales del continente eurasiático. Sin dicha forma programada de cooperación de largo plazo de los EUA con la clase de cooperación de desarrollo en Eurasia, lo cual he especificado en la forma de una cooperación de Europa Occidental y Central con un Triángulo Productivo Rusia–China–India, no hay solución práctica para el planeta en su conjunto por las próximas dos o más generaciones.

El sistema de Bretton Woods

El mayor obstáculo intelectual para comprender los modos necesarios de reforma de emergencia que han de emprenderse en lo inmediato, es que la mayoría, entre ellos los llamados economistas profesionales dentro y fuera de los EU, no reconoce las profundas raíces de la incompetencia intelectual que permitió cambiar el sistema de Bretton Woods del presidente Franklin Roosevelt por el actual sistema monetario de tipos de cambio flotantes, mismo que surgió con ideólogos tales como el más destacado de la “Escuela de Chicago” en el Gobierno estadounidense de Nixon, George Shultz.

Con esto no pretendo alegar que la mayoría de los principales economistas del mundo de las últimas generaciones fueran simplemente estúpidos. Algunos economistas y especialistas financieros están calificados, a su modo; su falla, tanto entre los economistas soviéticos como entre los así llamados occidentales, al permitir que el sistema monetario–financiero haya degenerado tanto como lo ha hecho, radica en que han ubicado su calificación en su trabajo dentro del sistema existente, sin prestarle la debida consideración a esos axiomas defectuosos subyacentes que una y otra vez han llevado a las grandes crisis de la civilización europea moderna (en particular). De ahí que, en razón de esa clase de deficiencia intelectual, limitan sus propuestas de reforma a cambios dentro de los límites de esos supuestos axiomáticos de una filosofía reduccionista, empirista u otra relacionada que, de hecho, han sido la raíz de toda crisis económica y estratégica de importancia que haya experimentado la civilización europea extendida al orbe, desde la caída de Constantinopla.

A diferencia de esas tendencias en la llamada opinión de los expertos, mis propios puntos de vista en esencia platónicos sobre el tema de los sistemas de la economía física son los que adopté, en gran medida como ecos de mi lectura de la obra de Godofredo Leibniz. Para mí, a la civilización Europea, en el sentido más noble del término, la distingue esa lucha por definir la sociedad en términos de esas facultades creativas de la mente individual que de forma absoluta distinguen al ser humano individual de las bestias. Son esos descubrimientos de principio físico universal y artístico clásico, que la historia vincula con el legado de Tales, Solón de Atenas, Pitágoras, Sócrates, Platón, etc., los que, entonces como ahora, definen el significado de los términos “ser humano individual” y “sociedad” para los propósitos del estadismo competente. Esto es para recalcar que esa facultad creativa soberana de la generación de hipótesis mediante la cual se descubren y aplican los principios universales validados por experimento, es lo que distingue al hombre de las bestias.

Desde esta perspectiva, los males de la historia europea, como el reduccionismo de los sofistas griegos y sus iguales, los romanos, y el ultramontanismo imperial de la oligarquía financiera veneciana y sus aliados los cruzados normandos, son un crimen contra esa característica de la naturaleza del hombre que lo aparta de las bestias. Así, nosotros los humanistas clásicos por definición tenemos que optar por el desarrollo de esa cualidad del ser humano individual como el propósito de la sociedad, y como la norma práctica con la que han de juzgarse, para bien o para mal, la sociedad, sus leyes y sus costumbres.

De modo que, para nosotros los humanistas clásicos modernos, el Renacimiento europeo del siglo 15, como lo marcó ese gran Concilio ecuménico de Florencia que liberó a Europa del legado de la ultramontana tiranía veneciano–normanda, también es el Renacimiento que sentó la base de todo lo bueno de la civilización europea moderna extendida al orbe. Ése es el bien por el que nos hemos vistos obligados a luchar contra la Inquisición española, las oleadas de guerras religiosas que la misma desencadenó, y la perversa sucesora de Venecia, la tradición de ese imperialismo liberal angloholandés de la oligarquía financiera que ha representado la influencia dominante del mundo la mayor parte del período que empezó con el Tratado de París de febrero de 1763. La creación de la república estadounidense tiene que reconocerse como la principal revuelta en Europa contra esa tiranía liberal angloholandesa en la época de la Revolución Americana de 1776–1789, revuelta que también expresaron, de forma más notable, grandes patriotas estadounidenses de esa tradición como los presidentes Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt.

Por desgracia, los antirrooseveltianos aliados faccionales de Winston Churchill dentro de la alianza angloamericana de la guerra aprovecharon la ocasión de la muerte de Franklin Roosevelt para subvertir y pronto darle marcha atrás a sus grandes logros. Así, desde la muerte de ese Presidente, Franklin Roosevelt, hasta la intervención típica de George Shultz para destruir el sistema de Bretton Woods bajo el presidente Nixon, fueron los beneficios persistentes de la afirmación de Roosevelt del Sistema Americano de economía política, del sistema de Bretton Woods antibritánico, los que tuvieron la función progresiva principal de fomentar el desarrollo económico mundial en el período de 1945–1971.

El intento de definir una historia universal postsoviética como un monopolio estratégico estadounidense, ha difundido el engaño generalizado —entre los que quieren que los engañen, en Europa y otras partes— de que el actual sistema mundial es un sistema imperial estadounidense. Al contrario, es una reafirmación del imperialismo liberal fabiano de los seguidores del lord Shelburne del liberalismo angloholandés, sólo que en circunstancias en las que las facciones en extremo especulativas del sistema mundial angloholandés asentadas en los EU han pasado a desempeñar una función política dominante de control en la presente forma mundial del papel imperial que tiene la tradición liberal angloholandesa en su conjunto. Así, el remedio para el mundo entero viene ahora de zafarse de la garra que esa facción oligárquico–financiera internacional le tiene echada al control del sistema monetario–financiero mundial actual, cosa que, por la naturaleza de las realidades del momento, tiene que hacerse primero desde dentro de los propios EU.

La cruda realidad es que este rescate de la actual crisis monetario–financiera que el mundo tanto necesita, sólo puede ocurrir en la forma de un regreso a los principios específicos del sistema de Bretton Woods original. La iniciativa tiene que venir de los EU, o de plano no llegará.

Es hora de desechar la afirmación absurda de que el sistema de paridades fijas del sistema monetario internacional de Franklin Roosevelt representó la adopción del sistema “keynesiano”. Como John Maynard Keynes escribió en la introducción especial en alemán a la publicación de su Teoría General en Berlín, su sistema, como bien alega, era más afín a la Alemania del nazismo. Keynes se consideraba un banquero central encuadrado en los límites de una forma de oligarquía financiera internacional, de la misma ralea que sus contemporáneos de la sinarquía internacional de los 1920 y los 1930. Roosevelt era un defensor de la banca nacional hamiltoniana implícita en la Constitución federal de los EU, y el principal adversario del bloque financiero de la sinarquía internacional en ese entonces.

La bancarrota de todos los rivales de los EUA en Europa Occidental y Central bajo los procesos de 1922–1945, crearon la oportunidad de afirmar la primacía del sistema estadounidense de paridades fijas y de imponerle los principios de ese sistema a lo que probó ser una subyugación temporal de lo que fue la supremacía imperial global del sistema oligárquico–financiero liberal angloholandés de 1763–1933. Aunque el presidente norteamericano Truman no esperó al entierro del presidente Franklin Roosevelt para pasarse del lado antiestadounidense del imperialismo oligárquico–financiero de Winston Churchill, no fue sino hasta el Gobierno de Nixon, bajo la guía de técnicos tales como George Shultz, Henry A. Kissinger y demás, que la facción liberal angloholandesa pudo deshacerse del Sistema Americano de Roosevelt creando ese sistema de paridades fijas cuya lógica interna ha llevado al mundo ahora a una situación mucho peor que la de mera bancarrota general, a la de una crisis de desintegración general que ahora embiste al sistema mundial actual.

El resultado de estos acontecimientos salientes del siglo 20 que acaba de pasar, produjo el fatídico estado anómalo de los asuntos mundiales hoy.

Lo que hicieron los asesores de Nixon, como Shultz y también figuras de un nivel inferior relativo como Henry A. Kissinger, fue someter lo que había devenido en el sistema denominado en dólares al control de una camarilla oligárquico–financiera internacional, donde los elementos estadounidenses pertinentes sólo eran un interés financiero importante. Como resultado de los cambios hechos al sistema, que empezaran con el primer Gobierno de Harold Wilson en el Reino Unido y continuaron con los cambios generalizados que sufrió la arquitectura del sistema monetario en el período de 1971–1982, se ha usado al sistema monetario internacional denominado en dólares estadounidenses para erigir una montaña de deuda dentro de lo que en lo principal ha representado ese sistema: una caricatura grotesca del imperio mundial liberal angloholandés previo a 1933.

Así, dado que hoy la mayoría de los activos financieros del mundo están denominados en dólares del FMI, y que la acumulación hiperinflacionaria de inversiones de corto plazo en deuda ha venido a sobrepasar por mucho la cartera de capital financiero de largo plazo en haberes de capital real, y eso a un ritmo que ha acelerado muchísimo con el presidente George W. Bush, el derrumbe del dólar que ahora embiste ha creado una situación en la que sólo una reforma de ese dólar hoy, conforme al precedente del diseño del Bretton Woods de Roosevelt, permitiría la clase de reorganización por bancarrota a la que debe someterse a todo el sistema mundial.

La única forma en que el comportamiento mundial del dólar puede ajustarse a la clase de reforma requerida con la que puede organizarse la estabilidad de largo plazo de las formas intercambiables de deuda y capital para el planeta entero, es que las fuerzas dedicadas al legado de Roosevelt del sistema original de Bretton Woods retomen el liderato político de los EU.

Esto no implica un imperialismo norteamericano, sino todo lo contrario. Implica que la iniciativa de los EU en tanto Estado nacional soberano republicano es crucial en cualquier intento de reorganización del sistema monetario–financiero mundial. En lo principal, lo que tiene que reorganizarse es la deuda financiera mundial denominada en dólares, aun esa deuda que otros Estados consideran un activo. El sistema requerido es un regreso al principio del diseño original de Bretton Woods; pero el sistema así establecido tiene que ser una asociación entre Estados nacionales respectivamente soberanos. La función de los EU en esta reforma será la de eje; sin ella, desempeñada como acabo de implicar, no hay esperanza razonable alguna de que el mundo pueda salvarse de un desplome relativamente inmediato en una prolongada nueva Era de Tinieblas planetaria comparable a la del siglo 14 en Europa, pero peor.

Las diferencias entre el FMI como fue diseñado al momento de la muerte inoportuna del presidente Franklin Roosevelt, y el regreso indicado a una semblanza de la forma original de los tipos de cambio fijos del sistema del FMI, requiere que la aplicación del modelo del Tratado de Westfalia de 1648 remplace el estado de conflicto armonioso que la institución original de Bretton Woods prescribió en su mejor momento.

Esta referencia al Tratado de Westfalia no es una configuración de sentimientos políticos. Apunta a la importancia de la creación necesaria de una gran masa de deuda internacional de largo plazo dentro de un sistema de tipos de cambios fijos, en lo principal para las enormes inversiones físicas en infraestructura económica básica de largo plazo. Esta formación de capital no ha de limitarse a la infraestructura del sector público, sino que la función de la inversión pública en la infraestructura tiene que ser un aspecto dominante de la formación de capital de largo plazo en todos los sectores productivos y relacionados. Al combinar la valiosa deuda de largo plazo actual en infraestructura, la ligada a bonos y la relacionada, y la deuda privada parecida, con una gran generación renovada de capital nuevo de largo plazo en la infraestructura económica básica a un tipo de cambio fijo, de pronto una reorganización exitosa del sistema hoy en bancarrota cobra viabilidad.

La gran parte crucial de la nueva formación de capital en la infraestructura económica básica, cobrará la forma de capital internacional relacionado con tratados de largo plazo entre Estados nacionales soberanos. El plazo del grueso de este capital nuevo abarcará entre 25 y 50 años, como es el caso de la participación de Europa en el desarrollo de China. Esto lleva el significado del principio del Tratado de Westfalia de 1648 de la “ventaja del prójimo” a un poderoso nuevo nivel.

Las naciones tienen que ser perfectamente soberanas, pero comparten el interés común de fomentar la ventaja del prójimo. De otro modo, ninguna nación tiene perspectivas de recuperación de la crisis que ahora las embiste.

El surgimiento de una situación en Eurasia hoy, en la que la prosperidad de cada economía dependerá de la formación de capital de largo plazo exitosa del otro, es típico. Ésa es ya la tendencia de largo plazo que está surgiendo en las relaciones político–económicas entre Europa Occidental y Europa Central. La función de eje de Rusia entre las economías emergentes de Asia y el bienestar de los Estados de Europa Occidental y Central, es típica de la situación.

Puede lograrse, pero sólo bajo las presiones de una crisis mundial tan amenazadora en lo inmediato como la situación actual. La necesidad será la madre obligada de la invención necesaria. Las naciones nadarán en las aguas de un nuevo sistema económico, no porque ansíen nadar, sino porque perciben que es necesario que lo hagan, si es que uno ha de sobrevivir.