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La alternativa mundial a esta emergencia ahora: Más allá de Westfalia:


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Resumen electrónico de EIR, Vol. III, núm. 9
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En ocasión del natalicio de Abraham Lincoln

El milagro de Franklin Roosevelt

por Lyndon H. LaRouche

12 de febrero de 2005.

Ahora que estamos al borde de la mayor crisis monetario–financiera mundial, el desafío principal que enfrentan los gobiernos principales del mundo en estos momentos es el de dominar y aplicar las lecciones que debemos aprender de los éxitos extraordinarios del Gobierno del presidente estadounidense Franklin Roosevelt.

El actual sistema monetario–financiero mundial ya no es propiedad de unos Estados Unidos de América decadentes que tienen montañas de déficit fiscales y de cuenta corriente cada vez mayores; y, no obstante, las cuentas denominadas en dólares estadounidenses constituyen el grueso crucial de los activos monetarios de todo el sistema mundial. Una caída libre del dólar implica, por tanto, una curva hiperbólica de desplome en cadena del comercio mundial y de los principales activos monetarios denominados en dólares. De ahí que, a la fecha, no haya a mano medidas oportunas que puedan resistir los efectos de reacción en cadena de un desplome del dólar.

A su vez, no puede haber una recuperación del dólar sostenible sin que haya una oleada de formación de capital a largo plazo denominado en dólares, una expansión que encabece la inversión en la infraestructura económica básica del sector público. Dichas medidas serían duraderas y benéficas para la economía mundial, sólo si un regreso a un sistema de tipos de cambio fijos basado en el dólar estabiliza esa formación de capital de largo plazo y otra relacionada. Sin semejante reacomodo, el inminente desplome monetario–financiero actual devendría en una desintegración de reacción en cadena del mundo entero.

La ironía es que el mundo depende tanto del regreso a la intercambiabilidad de la ahora decadente deuda mundial denominada en dólares, como cuando los EUA adoptaron la función inmediata de nación acreedora tras la Segunda Guerra Mundial.

Por consiguiente, en este momento la factibilidad y adopción de un regreso a un sistema de tipos de cambio fijos parecido al original de Bretton Woods es indispensable para todas las naciones. Esto requiere de unos EU que hayan regresado a la suerte de políticas nacional y exterior asociadas con la intención del presidente Franklin Roosevelt cuando instauró el sistema original de Bretton Woods.

Esto significa que, para la familia de naciones, las tendencias en las políticas económica y comercial de los EU asociadas con su economía nacional bajo esa idea de Bretton Woods, son ahora fundamentales.

De ahí que, por estas razones, la primera lección a reaprender es que hubo tres puntos de inflexión al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, que fueron los más decisivos en evitar que el mundo entero cayera bajo una dictadura de Adolfo Hitler. El primero fue que Winston Churchill recurrió al presidente Franklin Roosevelt para evitar que el Imperio Británico deviniera en el imperio mundial nazi al que muchos de sus rivales principales pretendían sumarse. El segundo y el tercero fueron la derrota de la máquina bélica nazi en Estalingrado, y la derrota de la flota japonesa en Midway. Estos tres acontecimientos produjeron una alianza encabezada por los EU que pudo bregar con esa guerra mundial en dos frentes, contra la que la causa nazi estaba perdida entonces. Éstos, combinados, fueron los elementos de 1940–1942 más cruciales de un parteaguas decisivo en esa guerra mundial.

La segunda lección es que tanto la creación como el éxito de esa alianza con Roosevelt no hubiera sido posible sin la elección de éste en 1932, la cual trastocó todas las políticas radicalmente librecambistas de conservadurismo fiscal de los Gobiernos de Calvin Coolidge y Herbert Hoover.

La tercera es que empezamos a alejarnos de la orientación estratégica y económica de Roosevelt casi tan pronto como fue sepultado, y que en un período que empezó con la llegada del primer Gobierno de Harold Wilson y los pasos que dio el de Nixon en 1971–72 para destruir el sistema de Bretton Woods creado por Roosevelt, le dieron marcha atrás a la larga ola de recuperación de la posguerra en las Américas y Europa Occidental continental, de modos que llevaron ahora a la embestida inmediata del desplome del actual sistema monetario–financiero mundial posterior a 1971.

Para tratar el desenlace histórico que de este modo acabo de resumir, tenemos que considerar tres lecciones. Primero, las de esas reformas exitosas del Gobierno de Roosevelt que hicieron posible la recuperación de los EU y la reconstrucción de una Europa desgarrada por la guerra, tal como la gran reforma del Seguro Social. Segundo, la de los principios del mismo Sistema Americano de economía política, como lo definió el secretario del Tesoro Alexander Hamilton, que el presidente Abraham Lincoln revivió al establecer lo que devino en la poderosa economía nacional estadounidense que exhibió la celebración del Centenario de 1876 en Filadelfia. Tercero, y lo último y más crucial en ocasión de este informe hoy, la de mi propia contribución específica al entendimiento actual de esas lecciones de la historia económica de los EU, que es en lo que me concentraré aquí.

En cuanto a la tercera lección, la médula de mi razonamiento en este informe es llevarnos más allá del mero reconocimiento de lo que con justicia fueron los logros mundialmente excepcionales del Sistema Americano de economía política de Hamilton, Lincoln y Franklin Roosevelt (entre otros). No basta con reconocer la superioridad histórica demostrada de esas tradiciones. Es necesario conocer la verdad científica de esos principios. Esta tercera lección es el eje del razonamiento en el que centro mi atención aquí.

La confusión sobre las ideas económicas

A pesar de la crisis de desintegración que ahora embiste al sistema monetario–financiero mundial vigente, no todo influyente en los EU es tan incompetente en economía como pudieran sugerir los treinta y tantos años que llevan los EU resbalándose hacia la actual espiral del desplome del dólar posterior al 2000. Aun más de 30 años después, todavía hay muchas personas de influencia en la sociedad actual, como lo hemos visto de nuevo en el Congreso y otras partes en los últimos meses, que han demostrado su competencia en temas particulares. Entre éstos están, de manera destacada, un gran número de demócratas y algunos tradicionalistas republicanos que representan un legado de ciertas ideas de una propiedad notable sobre los objetivos físicos de la formulación de la política económica nacional, en especial los de largo plazo en la formación de capital físico y otro relacionado. Sin embargo, aun entre dicha gente de una competencia relativa, al pasar a discutir los sistemas monetario–financieros nacionales, las más de las veces pierden esa misma competencia que incluso un momento antes habían mostrado en temas prácticos, y vuelven a debatir en esos mismos términos “librecambistas” que han provocado las mayores catástrofes económicas de las más de tres décadas recientes.

Seguido esos rasgos contradictorios del comportamiento económico de la misma persona se expresan como un conflicto entre los objetivos prácticos de la toma de decisiones económicas, sobre los cuales puede estar clara y en gran medida tener razón, por un lado, pero, por el otro, sus intentos del todo incompetentes por explicar el nexo entre los medios y los fines en los términos matemático–formales del academicismo popular siguen dominando su situación. En otras palabras, los objetivos sociales de la economía, expresados en términos físicos y relacionados, han entrado cada vez más en conflicto con los expresados en términos de los activos monetarios y nominales relacionados.

La consecuencia típica de este dilema es que la persona en conflicto decide, de un modo trágico, apoyar o simplemente tolerar la incompetencia que hoy empapa las medidas monetario–financieras nacionales, en especial cuando la discusión vira al lenguaje contable. A menudo los vemos tratando de explicar los resultados físico–económicos como si fueran producto de la actividad financiera y monetaria, en vez de dar cuenta de cómo los desarrollos físico–económicos determinan la forma en que tienen que juzgarse la conducta y las políticas financieras y monetarias. Así, como lo vemos en el caso del empresario industrial o el granjero capaces, que por necedad apoyan las políticas “librecambistas”, lo que impulsa al ciudadano a apoyar la derrota de los propósitos y principios de los objetivos de la propia ciudadanía que, por otra parte, son prácticos y válidos para la vida nacional, es la inclinación a aceptar las teorías “librecambistas” de suyo usureras del monetarista sobre la contabilidad de la renta nacional. De esta forma, su fe en lo que él cree es una “teoría académica sólida de aceptación general”, resulta ser la mayor fuente de su propio sufrimiento autoinfligido.

Por ejemplo, no fue Herbert Hoover el que causó el gran sufrimiento de 1929–1933; fue la popularidad de los dogmas que llevaron a los estadounidenses descaminados a votar, como necios, por Coolidge y Hoover.

Fue así como una mayoría de nuestros ciudadanos fueron seducidos, a lo largo de las décadas de la posguerra, a aceptar nociones de la práctica económica nacional que estuvieron basados en una fe de hecho supersticiosa en la “codicia individual” como el motor que mueve la economía.

Para ilustrar esa cuestión aquí, el ejemplo más conveniente de esta mezcla de competencia e incompetencia en la forma de pensar de círculos gerenciales privados y de gobierno importantes, es la forma gradual como quitaron a los adolescentes de la época de la presidencia de Franklin Roosevelt, en el transcurso de su edad adulta durante la posguerra, de vivir cada vez más su compromiso con las políticas monetario–financieras que en el período de 1933–1964 crearon la larga ola de recuperación y crecimiento físico per cápita de la economía nacional. Con el nuevo régimen de la presidencia de Nixon, y la degeneración radical en la formulación de la política económica nacional de largo alcance bajo el reinado de Brzezinski como asesor de seguridad nacional, la mayoría de los ciudadanos decidieron apoyar o simplemente no oponerse a las políticas físico–monetarias que produjeron el desplome en las de continuo menguantes condiciones de vida físico–económicas del 80% de nuestras familias de menores ingresos, durante todo el período de 1977–2005 hasta la fecha.

Esa caída en las condiciones de vida físicas y culturales del 80% inferior en el período de 1977–2004, coincidió con una degeneración de la inversión productiva privada y en la infraestructura económica básica, y con las pérdidas de la productividad real neta de la economía física de conjunto, pérdidas acarreadas al cancelar la productividad interna de los EU en busca de fomentar, no sólo la locura del “libre cambio”, sino ese suicidio en masa de naciones otrora grandiosas conocido como la “globalización”.

Observa la historia de la economía estadounidense en términos físicos. Mide el bienestar y el desempeño económicos en términos físicos y per cápita por familia, en vez de financieros. Mide la riqueza, así definida en términos físicos, por kilómetro cuadrado del territorio de los EUA. Compara el aumento del ingreso físico que hubo con el presidente Roosevelt, con el desplome de 50% de la economía estadounidense que acababa de ocurrir poco más de tres años antes con el presidente Hoover. Mira el desplome de las granjas, las industrias y demás a partir de agosto de 1971; observa este desplome en términos del desmoronamiento de la agricultura y la industria, condado por condado, en el período de 1977–2004; compara la caída en el nivel de ingreso y la calidad del empleo del 80% de la fuerza laboral de menores ingresos desde 1977.

A saber, el crac del mercado de valores de octubre de 1929 fue más que nada resultado de las políticas de Coolidge y Hoover del período de la posguerra, hasta entonces. Pero el desplome de 50% de la economía física de los EU en los años que siguieron a ese crac fue producto de la política del presidente Hoover, tal como la recuperación lo fue del remplazo de sus políticas fracasadas bajo Franklin Roosevelt.

Hoy, como entonces, en 1933, el sorprendente desplome de la economía interna estadounidense, combinado con factores importantes como sus déficit fiscal y de la balanza de pagos ahora fuera de control, han puesto al Gobierno en funciones de Bush en una situación comparable a la del Gobierno de Hoover posterior a 1929, sólo que ahora mucho peor que con éste. El hecho cada vez más perturbador de que el actual Gobierno de Bush, también conocido como el Gobierno del “cuarto acolchado para locos”, está en una situación histórica que no tiene remedio, crea el potencial de cambio en la población como el que podríamos recordar de los primeros días del Gobierno de Franklin Roosevelt; aunque nominalmente hayan reelegido a Bush como presidente.

Puedo hablar de estos asuntos con una gran y excepcional autoridad intelectual de décadas, probada en abundancia. Es necesario que invoque aquí y en escritos parecidos está autoridad merecida, para que haya los cambios necesarios en la forma de pensar de nuestro Partido Demócrata y otros sobre cómo darle forma a la economía nacional y mundial.

Tal como lo pronostiqué sin cejar en repetidas ocasiones, no sólo a partir del 15 de agosto de 1971, sino desde antes, estos cambios para alejarse del sistema de Bretton Woods establecido por el presidente Franklin Roosevelt han desencadenado un proceso gradual de largo plazo, de autodestrucción inminente de la economía de los EU y del mundo. Advertí entonces, y después, que sin los cambios radicales de política económica para anular la locura que el Gobierno estadounidense de Nixon desató al derrocar el sistema de Bretton Woods, la amenaza esencial sería la inevitabilidad inminente, no de una mera depresión mundial, sino de una crisis de desintegración físico–económica de toda la economía mundial actual y de una ofensiva para someter al mundo al control de sistemas fascistas, como lo hemos visto en Chile, por ejemplo, con el dictador Augusto Pinochet.

Tras una serie de pasos cualitativos de degeneración intelectual de las dirigencias, en especial de los círculos financieros, de la economía mundial en general, y a pesar de algunos impulsos en contra en partes de Asia, como China e India, el sistema monetario–financiero mundial actual ha entrado a la fase terminal de una crisis de desintegración general autoinfligida de la economía física del mundo entero.

La decadencia no empezó con el reinado del titubeante “W”. Desde fines de agosto de 1971 no he dejado de advertir que, de continuar las tendencias de los cambios de orientación que el Gobierno de Nixon introdujo como políticas en la misma dirección de cambios sistémicos sucesivos en el sistema del FMI, el mundo encaraba la amenaza de acabar hundiéndose en un orden mundial fascista. Sería, de permitirse, un eco de cómo las medidas monetario–financieras hegemónicas de Europa Occidental generaron la propagación del fascismo en el período de 1922–1945. Ahora enfrentamos nada menos que una nueva amenaza mucho peor, y relativamente inmediata, de un orden mundial fascista mucho peor, mucho más mortífero, que el de 1922–1945.

Sin embargo, en el 2001 de pronto las cosas decayeron, quizás hacia lo peor. Las pruebas de que el presidente George W. Bush está metiendo ahora las doctrinas neonazis del dictador chileno Augusto Pinochet en las políticas del Seguro Social, son típicas de las pruebas actuales de que en los EU y en otras partes estamos a punto de caer en un orden mundial fascista tan mortal para la humanidad, como el que hubiéramos enfrentado si no fuera por la combinación de las victorias soviética contra las fuerzas nazis en Estalingrado y la naval de los EU en Midway.

Desde agosto de 1971

Repasa por un momento algunos de los momentos salientes de la historia del largo intervalo de degeneración de nuestra economía, que empezó aproximadamente el 15 de agosto de 1971.

Por ello, entre mediados y fines de 1971 yo y mis colaboradores de entonces acusamos a la mayoría de los principales profesores universitarios de economía de los EU de ser “charlatanes académicos”. Mi acusación la fundé en tres hechos principales.

1.Primero, que estos profesores y sus copensadores habían razonado, confiados, que una desintegración como la que George Shultz, Henry Kissinger y demás emprendieron mediante su control del Gobierno de Nixon, nunca podría ocurrir con el llamado “sistema de estabilizadores estructurales”. Ésa era entonces la enseñanza dominante, y la doctrina académica y relacionada de plano lunática entre los economistas y sus estudiantes embaucados, tal como hoy un disparate parecido cuenta con una aceptación ciega y amplia.

Cientos de miles de incautos influyentes con capacitación académica han aceptado la práctica de difundir ese dogma lunático como su virtual creencia religiosa, mediante el lavado cerebral en las universidades y la propaganda —de Arthur Burns y compañía— en sus nichos de influencia en la práctica de la política económica de la nación. El único término técnico justo para describir la terquedad de semejantes profesores universitarios era, y sigue siendo, el de “charlatanes académicos”.

2.Segundo, que han rehusado considerar las claras pruebas pertinentes de entonces, pruebas que debieron llevar a cualquier economista académico honesto a reconocer su error, y a proceder a corregirlo, para botar los dogmas fracasados que se empecinaron en enseñarles a los incautos modernos de las Laputas académicas. Agosto de 1971 mostró, más allá de toda duda razonable, que no había “estabilizadores estructurales” automáticos eficientes en el sistema del FMI posterior a 1968.

3. Tercero, que en diciembre de 1971, cuando por fin aceptaron enfrentarme en un debate público a este respecto con el campeón que adoptaron, el profesor Abba Lerner, les di una rotunda paliza pública. Sin embargo, en vez de aceptar la lección que les enseñé en esa ocasión, los círculos asociados con el Congreso a Favor de la Libertad Cultural emprendieron una campaña de difamación en mi contra, una campaña de difamación y repudio que ha perdurado en muchas agrupaciones académicas y afines importantes hasta la fecha.

Treinta y cuatro años después, es improbable que esta clase de tipos admita ninguna de sus mayores equivocaciones. Más bien han actuado en abierto desafío a lo que hoy son mis evaluaciones vindicadas hasta el colmo. Y más importante, lo que han hecho es peor que sólo desafiar lo que he probado de forma concluyente; al presente han obrado para imponer sus políticas fallidas del pasado como el criterio de la toma de decisiones futura. Así que, por su culpa, ahora no sólo nos las vemos con una depresión global, sino con la forma de desintegración general planetaria de un desplome de reacción en cadena que en lo inmediato nos lleva a una nueva Era de Tinieblas planetaria.

Ahora están —el presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan y todos— al borde de una quiebra económica general, causada por su obcecada ruina intelectual y moral al tomar decisiones.

Lo que el presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan representa hoy, es el efecto físico de una fase terminal de degeneración intelectual causada por una larga exposición a medidas de degeneración de la economía estadounidense y del sistema monetario internacional. Ésa fue la tendencia que activó, ya en 1971–1972, la influencia típica del George Shultz del Gobierno de Nixon. El meollo de mi razonamiento contra el notable profesor keynesiano Abba Lerner en un célebre debate público que tuvo conmigo en diciembre de 1971 —en especial sobre la política de Brasil, por la que lo ataqué en esa ocasión—, es típico de la tendencia de largo aliento que guió a los EU por el Gobierno de Nixon cuyo “Chicago Boy”, Shultz, impuso en Chile al dictador neofascista Augusto Pinochet.

Mi advertencia de que las tendencias políticas asociadas con figuras del Gobierno de Nixon, tales como Shultz, habían llevado a los EU y al mundo a seguir una larga tendencia hacia un orden mundial fascista, ya la había demostrado en progreso la función que Shultz y Henry A. Kissinger desempeñaron en el “Cono” sudamericano.

1.  El nacimiento del Sistema Americano

El logro singular del presidente Frankin Roosevelt fue revivir lo que desde 1763–1789 se desarrolló como el “Sistema Americano de economía política”, del modo que el término está asociado con mayor prominencia en la historia económica con nombres como el de Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, Federico List, Henry C. Carey, y con la revolución que encabezó el presidente Abraham Lincoln durante el período de 1861–1876 para restaurar dicho sistema.

Para entender lo que significa en realidad el “Sistema Americano de economía política”, tenemos que considerar unos cuantos de los rasgos más fundamentales de cómo cobró existencia ese concepto de un “Sistema Americano”, a diferencia de los modelos parlamentarios liberales de hoy.

De Solón a Roosevelt

Desde la época de Solón de Atenas, el objetivo de las personas morales de la sociedad europea ha sido establecer Estados nacionales soberanos republicanos, cuya existencia elimina la diferencia entre las formas gobernantes y gobernadas de los estratos sociales. Este objetivo tiene como premisa las pruebas de que la especie humana es en esencia diferente y superior a todas las formas inferiores de vida. Esto implica, por ejemplo, proscribir formas de sociedad basadas en el supuesto de que la mayoría de la sociedad la compone ganado cuasianimal, como supuso el dogma fisiócrata de Quesnay y Turgot. También implicó, como lo especificó el Tratado de Westfalia de 1648, un sistema de naciones soberanas unidas por el compromiso de principio de cada una de fomentar la ventaja del prójimo.

Esta perspectiva del precedente de Solón de Atenas fue un rasgo central de la elaboración del diseño que sentó la premisa de la existencia de nuestra república.

A lo largo de la historia de esta corriente republicana en la historia europea, este impulso republicano se ha basado en cierta noción específica de una diferencia esencial entre el ser humano y las bestias, noción que no discrepa de la definición del hombre y la mujer, del primer capítulo del Génesis. Un concepto del hombre con poderes creativos congruente con su diseño, en tanto hecho a semejanza del Creador. Es este concepto de la naturaleza creativa del ser humano individual el que aporta la noción de su santitud intrínseca, y las nociones de derechos y obligaciones que definen las cualidades naturales de las obligaciones y derechos mutuos que unen a toda persona en la sociedad.

Fue esta tradición en el lapso de la civilización europea desde, por ejemplo, Solón de Atenas, en la que la declaración de Independencia de los EU de 1776 basó una lucha por la independencia nacional. Éste fue el principio constitucional que expresó la incorporación del principio antilockeano de Godofredo Leibniz de la “búsqueda de la felicidad” en dicha declaración constitucional. El preámbulo de la Constitución federal de los EU, que es el principio de ley suprema de esa Constitución, expresa el mismo principio asociado con la “búsqueda de la felicidad” de Leibniz.

El Sistema Americano de economía política, que es el rasgo crucial de distinción axiomática hasta hoy subyacente en la base constitucional de la diferencia axiomática de principio jurídico entre la república estadounidense y los sistemas liberales angloholandeses de economía política de Europa, tiene como premisa una interdependencia esencial entre una noción de creatividad individual, como la define el principio de la hipótesis de Platón, y una de inmortalidad personal del ser humano individual.

El desarrollo de lo que, por nombre, devino en el Sistema Americano de economía política, empezó en el Renacimiento europeo del siglo 15 con la fundación de la primera expresión de sociedad europea moderna en tanto Estado nacional moderno. Las referencias intelectuales más notables de esa revolución del siglo 15 en la forma de la sociedad, son dos obras del cardenal Nicolás de Cusa: Concordantia cathólica, que definió en principio al Estado nacional soberano moderno, y De docta ignorantia, que inauguró las formas experimentales modernas de la ciencia física.

El Sistema Americano de economía política surgió mediante los desarrollos que definieron las siguientes referencias más notables. El primer Estado nacional soberano moderno se desarrolló, en sucesión, en la Francia de Luis XI y en la revolución inglesa encabezada por Enrique “Richmond” VII, quien tomó como modelo la experiencia de Richmond en la Francia de Luis XI. Luego vino una larga lucha, encabezada por la oligarquía financiera veneciana de poderío internacional, por erradicar el Renacimiento y su Estado nacional soberano moderno, mediante un proceso de guerras religiosas que desde España desató la persecución de los judíos que emprendió el Gran Inquisidor en 1492, y que continuó, bajo la influencia de la oligarquía financiera veneciana, como el período de guerras religiosas previas al Tratado de Westfalia de 1648.

El Tratado de Westfalia, que se hizo eco de la Concordantia cathólica de Cusa, tuvo como efecto activar el rápido surgimiento de una economía moderna en la Francia del cardenal Julio Mazarino y su colaborador Jean–Baptiste Colbert. La ola revolucionaria de progreso científico y económico que caracteriza a la civilización europea moderna desde 1648, se basó, bajo el liderato de Colbert, en el principal legado específico de seguidores de los principios de la De docta ignorantia de Cusa, como Leonardo da Vinci y Johannes Kepler. Este renacimiento científico y económico patrocinado por Colbert produjo efectos en torno a los logros de Godofredo Leibniz, logros expresados de manera medular en la definición de Leibniz de su cálculo conforme a un cálculo infinitesimal expresado en el principio físico de acción mínima universal al que dio pie la catenaria.

La influencia de principio de Leibniz en la historia subsiguiente de la ciencia física moderna y la sociedad lleva la marca de los descubrimientos y el trabajo relacionado de Carl Gauss y de su propio gran sucesor, Bernard Riemann.

A resultas de la derrota del poder de Venecia en tanto forma imperial de Estado nacional, una derrota expresada en el Tratado de Westfalia y en la secuela inmediata de las varias décadas siguientes, el poderío de la oligarquía financiera veneciana encontró nuevo abrigo y expresión política con el surgimiento del liberalismo angloholandés, en lo que vino a conocerse como el “partido veneciano” en el siglo 18, o también como el partido político de las compañías de las Indias angloholandesas. Las guerras desastrosas a las que esa facción de la Compañía de las Indias angloholandesa indujo al detestable y necio Luis XIV de Francia a guerras ruinosas, echó a andar un proceso en el siglo 18 a través del cual el partido veneciano angloholandés se hizo del poder imperial mundial con el Tratado de París de febrero de 1763.

El surgimiento a mediados del siglo 18 de fuerzas americanas asociadas con Benjamín Franklin, la tradición previa de los Winthrop y los Mather de la colonia de la bahía de Massachussets, y la tradición de Leibniz, devino en el “norte” de la resistencia europea al triunfo imperial de los liberales angloholandeses de febrero de 1763. Esta tradición, cuya expresión central fue la lucha de 1776–1789 por establecer una forma viable de república estadounidense independiente, es la base de ese Sistema Americano de economía política de Hamilton y sus seguidores hasta hoy.

La verdad sobre la Revolución Francesa

La acometida que dirigió el Londres de lord Shelburne, de lo que vino a conocerse como la Revolución Francesa de julio de 1789, ahogó en un caos de sangre el proyecto de establecer un modelo constitucional de monarquía en Francia. El ascenso de Bonaparte como emperador trajo consecuencias que llevaron a ese aislamiento de los EUA de Europa en el período de 1789–1815, mediante los esfuerzos combinados de las potencias europeas —en otros sentidos rivales— liberal angloholandesa y habsburga. No fue sino hasta el triunfo de los EUA encabezados por Lincoln sobre la Confederación títere de Londres, que quedó asegurada la existencia soberana de unos EUA de otro modo siempre en peligro.

El Londres imperial de Shelburne, que había usado a fuerzas corruptas como los fisiócratas franceses y al agente de Shelburne, Jacques Necker, para quebrar a la monarquía francesa en 1789, terminó por subordinar el poder de Metternich y sus Habsburgo en el período que llevó a 1848, un suceso que fortaleció bastante el poder del sistema liberal angloholandés del partido veneciano.

El surgimiento de los EU como una gran potencia agroindustrial con Lincoln en 1863–1876, como era la intención de su patrocinador original, John Quincy Adams, en tanto nación soberana dentro de las fronteras continentales norte y sur, y de océano a océano, trajo la propagación de la influencia de esas ideas del Sistema Americano. Tras la exposición del Centenario en Filadelfia en 1876, las ideas del Sistema Americano de economía política se propagaron a lugares como Japón, la Alemania de Bismarck, la Rusia de Alejandro II y otros. Fue la reacción del partido liberal angloholandés al ascenso de nuevas potencias económicas eurasiáticas basado en los éxitos del Sistema Americano, la que impulsó al rey Eduardo VII de Londres a organizar lo que su muerte le legó al mundo como la llamada Primera Guerra Mundial, y después la Segunda. La muerte prematura de Franklin Roosevelt desencadenó poderosas fuerzas liberales transatlánticas en su esfuerzo por minar y, en última instancia, destruir la labor del presidente Roosevelt.

Así, desde el Tratado de París de 1763, que estableció a la Compañía de las Indias Orientales británica como potencia imperial, hasta la fecha, el principal poder monetario–financiero del mundo por lo general ha estado concentrado en las manos de la facción liberal angloholandesa, cuya labor típica más reciente es la imposición en expansión del ruinoso y así llamado “pacto de estabilidad” sobre las naciones de Europa continental. Las excepciones fueron los períodos de poderío excepcional de los EUA con los presidentes Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt, y la continuación de su obra.

Desde la muerte de Roosevelt

Desde que Roosevelt murió, el esfuerzo por desarraigar el Sistema Americano de economía política condujo a las reformas de los asesores de seguridad nacional Kissinger y Zbigniew Brzezinski, y del socio de Kissinger, George Shultz. Estas reformas, en especial las de 1971–72, llevaron a los EU a autodestruirse en tanto potencia agroindustrial. Esta destrucción fue para favorecer lo que ahora es la ofensiva de eliminar todo poder del Estado nacional en el mundo entero, a favor de un imperialismo ultramontano de control financiero estilo veneciano, conocido hoy como “globalización”.

Hoy el asunto estratégico crucial es la necesidad de liberar al mundo de la ruina global inherente al sistema de la globalización, restableciendo, una vez más, el remplazo mundial de la forma liberal angloholandesa de imperialismo financiero siguiendo el modelo del Sistema Americano típico del sistema de Bretton Woods creado por Franklin Roosevelt. Este asunto lo ilustra hoy, para entender con mayor claridad el problema, el hecho de que el Gobierno actual de Tony Blair en el Reino Unido es un reflejo del imperialismo liberal de la Sociedad Fabiana.

Ese mismo imperialismo liberal, en tanto poder financiero hoy dominante en Europa, es el origen de la gran amenaza inmediata que la crisis de desintegración económica que ahora embiste representa, no sólo para los EU, sino para el mundo entero. La única alternativa al momento disponible a la forma imperial hoy putrefacta del sistema del FMI, es el viejo sistema del FMI, ese sistema anterior que tiene que reconocerse como un reflejo de la experiencia del Sistema Americano de economía política.

2.  Ciencia vs. misticismo en la economía

Con el sistema liberal moderno de banca central mundial, lo que determina el valor del dinero mismo son los accidentes del “libre mercado”. Con ese sistema liberal, los propios gobiernos están sujetos al control de los mentados “sistemas de banca central independiente”, sistemas bancarios que, como el FMI actual, reciben el trato de autoridades que dominan a los gobiernos, donde éstos son meros esclavos de los antojos misteriosos de los banqueros centrales.

Estos mismos banqueros centrales son una especie de “moho monetario–financiero lamoso”, un agregado inmoral de numerosas entidades financieras individuales que actúan en concierto para escoger o para someterse a la tiranía actual de algunas secciones importantes de ese agregado oligarca. Los banqueros centrales así definidos actúan a nombre del interés financiero colectivo pertinente, y usan a instituciones como la actual forma posterior a 1972 del FMI y a los sistemas de banca central como las autoridades superiores que le imponen su voluntad a los meros gobiernos.

Cuando consideramos la naturaleza de tales “sistemas de banca central independiente” con la cabeza despejada, reconocemos que no son sino una extensión moderna del modelo de ese viejo poder oligárquico–financiero de Venecia que parece un “moho lamoso”, y que gobernó y finalmente arruinó la llamada Edad Media de Europa, el mentado sistema ultramontano, desde la época de las Cruzadas y las ligas Santas hasta la “Nueva Era de Tinieblas” del siglo 14. Entonces, podemos ver con mayor claridad que la insurgencia dirigida por Venecia contra el Renacimiento del siglo 15 y el Estado nacional soberano moderno, consistió en revivir ese fenómeno estilo “moho lamoso” del usurero poder oligárquico–financiero veneciano, un “moho lamoso” como el asociado con el antisemita rabioso y gran inquisidor Tomás de Torquemada, quien estaba empecinado en desarraigar un sistema de Estados nacionales modernos perfectamente soberanos basado en la santidad de la persona individual, que pone el poder de ese Estado por encima de cualquier intento del “moho lamoso” de un poder oligárquico–financiero por usurparlo.

La noción liberal de un “regreso” a un sistema de santidad del dinero personal en tanto autoridad superior a la de la nación soberana, es la esencia de ese sistema liberal angloholandés moderno que hoy impera sobre las naciones y los pueblos de Europa. Esa noción es el engaño que ha arruinado y destruido a los EUA, entre otros, desde agosto de 1971. El entendimiento de este rasgo esencial del modelo veneciano de régimen oligárquico–financiero ultramontano, es la llave para entender la teoría monetaria que domina los textos y los hábitos académicos hoy día.

Entra el Sistema Americano

Desde la óptica de la ciencia física experimental, desde los antiguos pitagóricos, lo que distingue al hombre de la bestia es el poder de la especie humana para aumentar el nivel de vida de todos los miembros de la sociedad mediante el descubrimiento de principios físicos universales, de un modo que es imposible para las formas inferiores de vida. Estos son principios, llamados “poderes”, como lo hace Leibniz, que no pueden verse de forma directa mediante la percepción sensorial, pero sí conocerse y probarse en la práctica con una forma crucial de métodos experimentales.

La tradición del Zeus olímpico y de los empiristas modernos atacó de manera implícita el descubrimiento y uso de dichos poderes por ser un mal prometeico. No obstante, ha sido a través del descubrimiento y adopción de tales poderes de descubrimiento que la densidad relativa potencial de población de la especie humana ha aumentado, de los sólo millones de un simio superior cualquiera, a un nivel de población mundial de más de seis mil millones de habitantes hoy. Este concepto ha representado el rasgo central de todo mi propio trabajo en economía en las últimas seis décadas.

El primer objetivo del leibniziano Sistema Americano de economía política es fomentar el descubrimiento y el uso de los poderes descubiertos, como la tecnología científica, para elevar el nivel de vida y la densidad relativa potencial de población de la especie humana. El concepto correlacionado es que el nivel de vida de la persona individual en la sociedad tiene que aumentar a lo largo de generaciones sucesivas mediante, por ejemplo, la inversión en el descubrimiento y la aplicación del descubrimiento de nuevos principios físicos fundamentales.

El Sistema Americano, como lo describió Hamilton, centra su atención en definir las formas en que puede coordinarse la acción volitiva entre individuos, de manera que fomente la intervención de las actividades del libre albedrío del ser humano individual de modos que lleven a ese resultado general deseado para las generaciones actuales y futuras.

En este sistema, la creación de dinero legítimo, para este uso y propósito, es una función exclusiva del Estado nacional soberano. Por tanto, el Estado constitucional es responsable de regular la generación y circulación del dinero mediante esos medios que aseguren el resultado deseado de la intervención combinada de instituciones grandes, entre ellas el gobierno y el libre albedrío individual. Esto se hace con ayuda de la regulación de la circulación monetaria, una regulación alcanzada, entre otros medios, haciendo uso de la facultad de establecer aranceles e impuestos o subsidios.

En una economía moderna, como la que los EU solían ser antes de 1971, casi la mitad del producto del capital total de una economía nacional saludable está relacionado con la inversión y la regulación en la infraestructura económica básica, y el resto con empresas privadas. En una economía moderna saludable hay una preferencia por las empresas privadas con pocos accionistas sobre las controladas por los financieros, y, por consiguiente, el granjero independiente y el empresario tecnológicamente avanzado siempre se ven favorecidos por encima de la gran empresa financiera.

De ahí que los objetivos relacionados del gobierno tengan que ser preocuparse por asegurar que el aumento en el ritmo de generación y acumulación de capital de riqueza útil, sea para cumplir con ciertas normas y mejoras de los niveles de todas y cada una de las partes del territorio y la población de toda la nación. La locura de la desregulación impuesta durante el período del asesor de seguridad nacional Brzezinski, es típica de los efectos de someter a regiones de un territorio nacional al canibalismo económico de la competencia de precios, con el consecuente desplome de las capacidades nacionales del transporte aéreo y ferroviario de los EU hoy. Así, el gobierno federal y a otros niveles no sólo tiene que regular, sino gravar al sistema en su conjunto para asegurar que haya los niveles necesarios de desarrollo de la infraestructura económica básica, a precios adecuados.

3. El principio involucrado

Todas las ideas económicas ahora en boga, ya sea en la antigua Unión Soviética o en la convención transatlántica aun hoy, tienen como base el mismo supuesto popular de la llamada “teoría de la información”, de que no hay ninguna diferencia de principio significativa entre el hombre y un mono. En este sentido, algunos considerarán al actual Presidente de los EUA como la prueba encarnada de ese supuesto; una simulación electrónica de una cabra quizá produzca una generación de robots en la que ninguno, como los niños del infame atraparratas de Hamelin, quede rezagado (en alusión al programa educativo del presidente Bush, “no child left behind”, dizque para que ningún niño se quede rezagado—Ndr.).

De hecho, la humanidad es la única especie capaz de descubrir un principio universal de la naturaleza. Esta cualidad única del ser humano individual expresa su alma inmortal, aquello que la persona transmite, con su identidad, para beneficio de las generaciones futuras. Es el reconocimiento del ser humano individual de esa clase de inmortalidad, lo que lo faculta para enfrentar la muerte con el valor que sólo una suerte racional tal de sentido de inmoralidad puede dar, una cualidad que las últimas generaciones en gran medida han perdido, hasta el surgimiento ahora en proceso de una nueva generación de jóvenes adultos.

Estos poderes, que todas las variedades de dogmas económicos que por lo general se enseñan niegan que existen, son la única fuente verdadera de una forma duradera de ganancia neta de las empresas. Lo que distingue al hombre del hombre–bestia es el proceso de descubrimiento y desarrollo de nuevos principios físicos, con la ayuda de ese proceso de los modos artísticos clásicos que organizan la inspirada cooperación de interés común en la sociedad. Una vez que reconocemos que la posibilidad de una ganancia neta verdadera mensurable en términos físicos sólo ocurre mediante la clase de actos mentales soberanos de los individuos que producen descubrimientos fundamentales en la tecnología y en las formas clásicas de la cultura, entonces entendemos que sólo así puede generarse un flujo de ganancia duradero. La función del economista consiste en mostrarle al gobierno cómo tienen que organizarse el crédito y los precios para fomentar la clase de ganancia neta congruente con esas formas de progreso de la economía como un todo indivisible.

Por tanto, en la práctica el desafío principal inmediato que tiene el Gobierno de los EU hoy, es definir el campo de acción, las características y los componentes necesarios de lo que con utilidad definimos como la infraestructura económica básica, en especial la función del gobierno en financiar y sostener el ritmo de crecimiento físico neto per cápita y por kilómetro cuadrado, en todas y cada una de las partes de la economía en su conjunto.