Estudios estratégicos

 

 

1. Una diferencia crucial de cubos


En el álgebra y la geometría que por lo común aprendemos de adolescentes en nuestra educación secundaria, encontramos dos formas de definir las diferencias de significado físico entre tres temas elementales de las matemáticas: la distinción entre las series de números llamados racionales, irracionales y trascendentales, respectivamente. La forma menos frecuente, pero correcta de definir estas distinciones, es partiendo de la perspectiva de la geometría física constructiva que representaban los antiguos pitagóricos, para descubrir el significado físico de dichas distinciones categóricas. En este caso, que es el preferible, usamos una geometría sin concordancia sistémica con la perspectiva axiomática rectilínea de reduccionistas tales como Euclides y sus seguidores.

Para el estudiante concienzudo que analiza este conflicto, lo que implica esa diferencia debe quedar claro de inmediato. Contrasta ese método de enseñanza, que se asocia con la perspectiva de la práctica más popular y convencional de los métodos algebraicos de la educación secundaria y universitaria, en la que las definiciones son torpes y la definición de la tercera categoría —la de los trascendentales— no se consideró resuelta sino hasta los estudios de Hermite y Lindemann ya rela‑
tivamente tarde en el siglo 19; aun esa afirmación formal era de un carácter dudoso en lo epistemológico, en especial al reexaminarlo en el marco más amplio pertinente de las geometrías físicas superiores, tales como las de Riemann (ver recuadro 1).

Las respuestas correctas son deseables, al igual que los bebés saludables. Pero hacer un bebé, del modo que los pitagóricos realizaron sus descubrimientos, y adoptar uno, como suelen hacerlo los métodos de recetario de cocina de los reduccionistas, no es lo mismo. El acto de generar el descubrimiento de un principio universal antes desconocido o de recrear en otro la experiencia del descubrimiento, es la única forma en que puedes “ahijar” como propio el conocimiento científico o artístico clásico de un principio.

El ejemplo medular que destacaré en este primer capítulo del informe, es la implicación más general para toda la práctica científica, de la construcción de Arquitas para doblar el cubo mediante los métodos de la esférica. Piensa ahora en el agua que puede contener un cubo dado, en comparación con la esfera o el toro pertinentes de la misma capacidad. Luego, en un cilindro y un cono, cada uno con la capacidad de contener esa misma cantidad o de duplicarla en el caso del cilindro, para observar la geometría del efecto de transferir la misma cantidad de agua a un recipiente cónico. Al enfrentar este desafío es importante armarse, así como a otros, con un sentido del contenido físico de la operación, en vez de con el mero procedimiento usado en esa comparación descriptiva. Lo que tiene que evitarse en la práctica físico–matemática de una ciencia de la economía en particular, es la falacia de sustituir la acción pertinente que realiza un principio físico, que nunca está contenido —y nunca podrá estarlo— en una fórmula matemática, con el álgebra aritmética afísica meramente formal de un sujeto de la física.

La función de los usos competentes de las matemáticas en la ciencia física y en la toma de decisiones políticas de las naciones, es definir la forma de las paredes de ese acuario virtual en el que nada el pez no matemático de la realidad. Las matemáticas competentes, que se fundan en la geometría constructiva y no en la aritmética, nunca defenderían el disparate de tratar de definir de forma explícita esos peces, sino sólo el recipiente matemático que su actividad expresa. Es el mismo experimento físico crucial o su equivalente en la composición artística clásica, lo que aborda la propia realidad física. Esto se demuestra con más peso en cualquier estudio competente de los procesos sociales en general, en especial con respecto a las economías que representan. Nada apunta a ese conjunto de relaciones con más llaneza y claridad que el descubrimiento que ocupa este capítulo: la solución de Arquitas para la construcción geométrica que dobla el cubo.

Tal fue la genialidad que expresaron los pitagóricos y Platón, Eratóstenes, Nicolás de Cusa, Kepler, Fermat, Leibniz, Kästner, Gauss y Riemann, entre otros con una disposición afín.

Este método de la geometría constructiva, que Europa ha derivado del método que practicaban los pitagóricos, conocido como la esférica, es decisivo para el descubrimiento moderno de un principio físico universal, como lo ilustra el singular descubrimiento original de Kepler de la gravitación universal. La noción de cómo un principio físico universal descubierto ejerce una clase específica de efecto como de objeto, no puede hacerse del todo clara en tanto el estudiante no haya dominado el conocimiento de Bernhard Riemann sobre lo que él identifica como el “principio de Dirichlet”, en su aplicación al dominio de las hipergeometrías riemannianas. En lo que uno experimenta el descubrimiento de dicho principio, es útil cultivar el feliz deseo apasionado de alcanzar el grado de autodesarrollo intelectual en el que puedes vivir ese descubrimiento en tu propia mente.

Advertido lo anterior, construye una solución que correlacione estos descubrimientos de principios en la forma en la que aparecen en los diferentes recipientes. En cada caso, educe el principio de acción individual, un principio de acción que subyace en la demostración construida (ver recuadro 2).

Debate esto en una clase de entre 15 y 25 adultos jóvenes de entre 18 y 25 años. Dales los “ingredientes” antes especificados. En vez de que lo haga un maestro, hazlos que generen la construcción propuesta y sus implicaciones (ver recuadro 3).

Como recalcó el gran representante de la escuela de la Academia de Platón en Atenas, Eratóstenes, la importancia de la solución de Arquitas para esto, la llamada paradoja deliana, fue decisiva para el desarrollo tanto de las matemáticas como de la física, desde la época de pitagóricos tales como el amigo y colaborador de Platón, Arquitas, hasta la modernidad. Esto también representa el método que el cardenal Nicolás de Cusa revivió con su De docta ignorantia en el siglo 15, para la fundación de la ciencia física experimental moderna. Este capítulo de nuestro informe está dedicado a esclarecer esas implicaciones históricas del debate sobre las funciones cúbicas.

Por motivos relacionados, las implicaciones de doblar el cubo con el método de Arquitas vinieron a ser de los temas políticos formales más debatidos en las matemáticas europeas modernas y cuestiones físicas relacionadas, desde el siglo 16 hasta la fecha.

Este mismo reto de doblar el cubo por ningún otro medio que la construcción, surgió durante el siglo 16 en el intento de Cardano y otros por definir una solución algebraica para doblar el cubo y derivar las raíces cúbicas, lo cual generó gran consternación entre empiristas tales como D’Alembert, De Moivre, Euler, Lagrange y otros seguidores declarados de Descartes o Isaac Newton en el siglo 18. Cardano y sus colaboradores le habían hecho frente a lo que el consejero de D’Alembert, De Moivre, identificó falsamente como números “imaginarios”, que aparecieron como soluciones matemáticas formales a los errores surgidos en el intento de definir las raíces cúbicas sólo por medios algebraicos.

Los empiristas, los seguidores de los siglos 17 y 18 del medieval Guillermo de Occam, llamados cartesianos o newtonianos, reaccionaron a esta experiencia insistiendo en ubicar la realidad física dentro de los confines de su sistema axiomático de matemáticas, y, por tanto, calumniaron como “imaginaria” la acción física que en realidad producía efectos observados tales como las raíces cúbicas calculadas.

Éste es el reto que llevó a Carl F. Gauss a publicar en 1799 su tesis doctoral, en la que formulaba un concepto físico de geometría al que luego rebautizó como el teorema fundamental del álgebra. En su trabajo en este campo de estudio, los empiristas como Euler y Lagrange, y sus seguidores Laplace y el plagiario neocartesiano de Abel, Cauchy, no pasaron la prueba (ver recuadro 4).

Entre tanto, los seguidores de la obra de Cusa habían avanzado varias actividades importantes. La más trascendental fue el descubrimiento de un fiel seguidor suyo, Johannes Kepler, de la astronomía moderna, y cierta labor valiosa de un amigo de este último, el John Napier que desarrolló su sistema de logaritmos fundado en los antiguos principios pitagóricos de la esférica.2 Entre los varios seguidores notables de Kepler que también precedieron a los descubrimientos de Leibniz, destacaban Fermat, Pascal y Huyghens. El descubrimiento de Fermat del tiempo mínimo fue la contribución más importante para definir los principios de una ciencia física competente (ver recuadro 5).

El trabajo de Huyghens sobre el tema del tiempo mínimo no era la definición correcta el principio, pero le abrió paso al descubrimiento de la solución con el esfuerzo conjunto de Leibniz y su colaborador Jean Bernoulli: el principio fundamental de Leibniz del cálculo físico, el principio universal, derivado de la catenaria, de la acción mínima física
universal
. En lo principal, un científico que vino a ser un gestor crucial de la causa de la libertad americana, el alguna vez anfitrión de Franklin, Abraham Kästner, perpetuó el significado de los descubrimientos de Leibniz entre quienes profesaban activamente la ciencia en el siglo 18. Kästner también fue uno de los dos maestros más influyentes del joven Carl F. Gauss, y fue el primero en probar, en tiempos modernos, que una geometría física válida no tiene que ser apenas no euclidiana, sino que ha de reconocerse como antieuclidiana, puesto que la médula rectilínea de los supuestos del sistema euclidiano, la axiomática rectilínea, era demostrablemente absurda. 3
(ver recuadro 6)

El resultado de la influencia de Kästner sobre la propia adopción del joven Gauss de una geometría física antieuclidiana, fue un descubrimiento que este último le ocultó al público a todo lo largo de su carrera posterior como físico de
renombre en Europa, por un temor justificado a la persecución política. Fue Bernhard Riemann, discípulo tanto de Gauss como de Lejeune Dirichlet, quien liberó a la ciencia de la esclavitud intelectual menticida de las geometrías euclidiana y no euclidiana por igual, con su disertación de habilitación de 1854 (ver recuadro 7).

De ese modo, la ciencia física moderna competente no sólo es anticartesiana, sino que descansa de forma implícita y penetrante en una geometría física antieuclidiana, la que refleja las contribuciones combinadas —reunidas por Riemann— de Leibniz, Gauss, Dirichlet y el propio Riemann, pero que puede remontarse de modo explícito a la obra e
influencia del cardenal Nicolás de Cusa, y a sus predecesores en las ciencia entre los círculos de los pitagóricos, Sócrates y Platón (ver recuadro 8).

Ahora, antes de regresar en el capítulo que sigue a la función histórica decisiva que tuvo la tesis doctoral de Gauss de 1799, considera el proceso histórico político que originó la situación que engendró el tema ahí abordado por Gauss.


La ‘Ilustración’: política y ciencia

El ascenso del rey Jorge I al flamante trono del Reino Unido en 1714, y la muerte de Leibniz en 1716, tres años antes del nacimiento de su paisano sajón Abraham Kästner (17 19–1800), marcan una línea divisoria fundamental en la historia de la Europa del siglo 18 en su conjunto.4 La división que generó el conflicto entre el Gauss de 1799 y los reduccionistas newtonianos, fue al principio esencialmente política, y sólo después matemática; una cuestión política que tuvo mucho que ver con las mismas causas que movieron a los patriotas de las colonias inglesas en Norteamérica a sublevarse contra la monarquía británica, la cual, a ojos de los colonos, los había traicionado abandonándolos a las acechanzas depredadoras de la siempre lasciva Compañía de las Indias Orientales británica de lord Shelburne.

El triunfo del liberalismo angloholandés de la Compañía de las Indias Orientales británica fue una catástrofe tanto cultural y política como moral para los intereses nacionales de Inglaterra, Escocia e Irlanda. No fue Gran Bretaña en tanto nación la que triunfó con Jorge I y sus sucesores inmediatos; fue una camarilla internacional angloholandesa que entonces se llamaba abiertamente el “Partido Veneciano del siglo 18”, una suerte de moho lamoso internacional que agrupaba a entidades financieras arraigadas en Venecia, el cual continuaba la tradición veneciana como la potencia imperial marítimo–financiera del Atlántico, el mar del Norte y la región del Báltico juntos, a lo que pronto se añadiría el océano Índico.

Antes, durante el reinado de Ana en Inglaterra, Leibniz, además de ser el principal científico de su época, vino a ser un factor muy importante e influyente en la política inglesa de los opositores a la depredadora facción liberal angloholandesa que representaba el partido del monstruoso Guillermo de Orange, partido que usó a los seguidores de René Descartes, el adversario del alguna vez patrocinador de Leibniz educado en los Países Bajos, Jean–Baptiste Colbert de Francia, para sintetizar a un seudogenio tomando como héroe melodramático sintético al aficionado a la magia negra conocido como Isaac Newton. Puede concederse que Newton existió como masa de carne viviente, pero el Newton del mito escolar sólo fue, por así decirlo, una personalidad sintética creada por un comité.5

La operación para crear la personalidad científica sintética de Newton la impulsó, desde París, el taimado abad veneciano Antonio Conti, quien coordinó la urdimbre artificiosa de la reputación pública del sintético Newton. Hasta su muerte en 1749, y en cooperación con el notorio Voltaire, Conti tejió sobre el mapa de Europa una red de virtuales clubes de Newton que odiaban a Leibniz, clubes entre los que se contó por un tiempo pertinente al grupo en torno a Maupertuis, Euler y Lagrange en Berlín. Conti, un devoto declarado de las enseñanzas de Descartes, aprovechó el modelo cartesiano para erigir una secta de partidarios expresos de la figura sintética de Newton, tanto en Gran Bretaña como en el continente, como el “Descartes” sintético inglés.

La división resultante de la opinión científica y seudocientífica entre las facciones de la secta de Newton y la obra de Leibniz en la Europa posterior a 1714, ha sido el origen de la principal controversia continua en los círculos nominalmente científicos de entonces a la fecha. Nada demuestra mejor la verdadera naturaleza de esta disputa científica, que virar el debate de las cuestiones de método, del dominio de las riñas abstractas casi laputenses en las esferas de torre de marfil del álgebra académica, al sujeto del mundo real de la historia económica estudiada desde la perspectiva de lo que Leibniz estableció como la ciencia de la economía física.

El sujeto de cualquier estudio cuerdo de la economía es la conducta humana, no el mundo mecanicista de fantasía del cartesiano, fundado en arrojar canicas en un espacio vacío euclidiano. El comportamiento humano es un reflejo de la función de las facultades creativas de la mente individual en recrear la relación del hombre con el hombre y con la naturaleza a un nivel superior. La conducta cartesiana, de la que depende el método argumentativo de los empiristas, marxistas, positivistas y existencialistas, es mecánico. Cuando se altera la definición implícita de la idea de ciencia, de las formas cartesianas del espacio físico–matemático, a las dinámicas, los problemas de la secta de Newton quedan claros en lo axiomático; desde esa óptica, el intento de explicar un sistema dinámico, tal como el comportamiento humano, desde el punto de vista de las canicas mentales perdidas en el espacio vacío, el fraude esencial del dogma cartesiano (por ejemplo, el “newtoniano”) se despeja de inmediato. Como la práctica y el efecto práctico de la ciencia física también son un comportamiento social humano, la ciencia no pierde nada si se deja, con prudencia, que el ánima de Newton desempeñe su papel natural más apropiado en la compañía de teatro de Marat y De Sade, y de ese aspirante a Mefistófeles del siglo 18, Voltaire.

El efecto pretendido de las triquiñuelas infantiles con que manipulaban las credulidades de los engañados adeptos de las sectas de Descartes y Newton, era en realidad esencialmente político, más que la expresión de cualquier preocupación genuina por los aspectos específicos de un debate científico formal.

Ese problema político del siglo 18 no era precisamente nuevo; encontramos sus orígenes en la civilización europea en la antigua Grecia, como ecos de la célebre división entre la Atenas del famoso Solón y el código de Licurgo de Esparta, un código espartano que había diseñado la notoria secta del Apolo délfico. El quid político de dicha división lo resumió con objetividad la sección central del Prometeo encadenado, de la trilogía Prometeo de Esquilo, en la que el perverso mandamás de la secta politeísta del Olimpo, Zeus, condena a Prometeo al tormento eterno —con un espíritu más bien parecido al de los procedimientos de los que se disfruta en espíritu en las mazmorras de Cheney y Rumsfeld en Guantánamo y Abu Ghraib— porque cometió el crimen de enseñarle a los seres humanos ordinarios a usar el fuego.

El propósito de tales juegos políticos reaccionarios como el del mítico Zeus o el de la ultramontana y medieval cruzada imperial neoromana de la coalición de banqueros venecianos y la caballería normanda, era reducir a la masa de seres humanos a la condición política e intelectual del ganado, en la que podía arrearse a la mayoría de la sociedad como a ganado doméstico, al placer del accionista lockeano o del dogma fisiócrata de Quesnay y Turgot pertinentes. Para mantener a la mayor parte de la población de cierta sección del mundo sojuzgada como ganado, es necesario suprimir esa chispa de creatividad que caracteriza de modo peculiar al potencial del ser humano individual, pero no a las bestias. Bajo esa condición, puede pastorearse a grandes masas de gente como ganado, en especial con la ayuda de órganos de difusión corruptos como los que pesan sobre las sociedades hoy día. Semejantes métodos de virtual pastoreo de las masas de seres humanos como ganado se han acostumbrado a lo largo de prolongados períodos de la historia conocida, hasta la fecha.

Para los seres humanos, la libertad no es un estado en el que todos los cerdos procurarían hacerse iguales, sino más bien uno en el que los hombres y mujeres en general usan de manera conciente, natural y legítima aquellas facultades que los distinguen como hechos a imagen del Creador, en tanto seres creativos en el sentido de los principales pitagóricos, Sócrates y Platón, y de Nicolás de Cusa, Kepler, Fermat, Leibniz, J.S. Bach, etc. En la práctica, estas facultades expresan las cualidades esenciales de los verdaderos seres humanos como su potencial conferido por naturaleza. Permiten que el individuo sepa de ese potencial dentro de sí, y ya no podrá mantenérsele en la servidumbre por mucho tiempo. De forma implícita, el Zeus olímpico del drama de Esquilo entendía esto, al igual que los sacerdotes de las sectas usureras del Apolo de Delfos, la sofistería y el ilotismo, y los herederos de esta última secta hoy día. Este potencial del miembro individual típico de la sociedad es lo que provoca los temores más terribles del oligarca.

Esas y otras implicaciones políticas asociadas de la ciencia física competente están relacionadas de modo inextricable con la idea y pertinencia del concepto físico–matemático de poder, un concepto asociado con el legado de la ciencia física de la esférica que practicaban los pitagóricos, Sócrates y Platón. Las cuestiones políticas que subyacían en el ataque devastador de Carl F. Gauss de 1799 a los fraudes de seguidores del reduccionista cartesiano De Moivre, tales como los sectarios newtonianos D’Alembert, Euler y Lagrange, son un reflejo moderno directo de la vieja rencilla entre la ciencia de los pitagóricos, Sócrates y Platón, y el legado de nuestros antiguos reduccionistas tales como Aristóteles y los euclidianos. Ahora como entonces —y Eratóstenes estaría de acuerdo—, el eje de la controversia lo ha encarnado la paradoja deliana que abordó Arquitas con la dobladura geométrico–constructiva del cubo conforme al principio esencial de la esférica.

El intento de arruinar el progreso renaciente que siguió al tratado de Westfalia de 1648, vino a conocerse como la “Ilustración”, que iluminó a la sociedad europea con la quema de sus ciudades, pueblos y granjas en guerras. A estas alturas de nuestro informe, para entender cómo esto afectó la historia de la ciencia y la economía modernas, ha de considerarse brevemente un aspecto decisivo pertinente de la historia moderna.

Un parteaguas en la cultura

El significado del período de 1714–1716 como una singularidad en el desarrollo europeo del siglo 18, quedó bien claro en la forma de una suerte de confesión desvergonzada, con el surgimiento de la célebre Historia de la decadencia y la caída del Imperio Romano, escrita por Gibbon, un lacayo de lord Shelburne. La intención que Gibbon expresaba era ya la del interés financiero que representaba su patrón, lord Shelburne. La misión de Gibbon consistía en formular una racionalización para lo que estaba por hacer la asociación de su patrón, la Compañía de las Indias Orientales británica.

El asunto subyacente era el mismo que expresó Luis XIV de Francia al aliarse con el enemigo tradicional del país, la Fronda, contra el heredero del cardenal Mazarino, Jean–Baptiste Colbert. El “Rey Sol” Luis XIV, el modelo para el posterior imperialismo fundado en la Iglesia y el Estado del emperador Napoleón Bonaparte, no era el mero enemigo de las fuerzas liberales angloholandesas de Europa. El hecho es precisamente que, en tanto que Mazarino y Colbert se dedicaron, al igual que Nicolás de Cusa, Juana de Arco y Luis XI de Francia, a establecer un sistema de Estados nacionales republicanos soberanos llamados repúblicas, fundados en el principio de la ley natural del bienestar general, tanto Luis XIV como su enemigo liberal angloholandés discutían cuál de los dos se convertiría en el sucesor imperial estilo veneciano del antiguo Imperio Romano.

Esta guerra sentó una pauta que ha representado el rasgo imperante de los conflictos militares y relacionados de Europa, desde entonces hasta el momento de escribir esto: la lucha de las huestes liberales angloholandesas y su tradición marítima imperial para evitar cualquier desafío a la autoridad imperial financiera de la City de Londres, organizando guerras más que nada entre los potenciales rivales continentales de ese poder imperial británico asentado en el dominio imperial de Londres sobre el sistema monetario–financiero mundial.

Éste fue el significado de que la Compañía de las Indias Orientales británica urdiera la mentada “guerra de los Siete Años”, la cual no sólo debilitó a la adversaria de Gran Bretaña, Francia, sino a toda Europa continental, al grado que Londres pudo apoderarse y hacer suyas las pretensiones previas de poder imperial de la monarquía francesa.

La experiencia de la guerra de los Países Bajos con Luis XIV, y el poder que Londres cobró como su parte del botín en la guerra de los Siete Años, sirvió como el precedente para tramar de forma premeditada la carrera del enemigo nominal de Londres, el emperador Napoleón Bonaparte, a fin de destruir a la Europa continental mediante las guerras napoleónicas, a tal grado que Londres, como era su intención, surgió como el socio dominante del mundo en 1815, compartiendo temporalmente los aires de potencia imperial mundial con el ya decadente régimen habsburgo de Metternich.

Ésta fue la misma clase de pensamiento que animó el patrocinio y control continuo de lord Palmerston sobre la organización revolucionaria de la Joven Europa de agentes tales como Mazzini, y de protegidos de éste como Karl Marx y su rival Bakunin.

Ésta fue la política que guió la participación de Londres, bajo lord Palmerston, en poner al elegido de éste, Napoleón III, en el trono imperial francés; pero luego vinieron las guerras de Prusia, que Gran Bretaña urdió a favor de Bismarck, para entonces preparar su destrucción y la de Alemania con los preparativos para una nueva guerra generalizada, como la de los Siete Años, por toda Europa continental: la Primera y Segunda Guerras Mundiales.

De modo que, cuando murió el presidente Franklin Roosevelt, Londres cobró cada vez más control de la formulación de la política exterior pro colonialista estadounidense con Truman, con tal efecto que, lo que otrora fuera la más grande potencia de un Estado nacional que el mundo jamás haya conocido, ha venido autodestruyéndose de manera sistemática desde mediados de los 1960 por influencia de Londres y sus aliados de Wall Street, con consecuencias como las que Cotton Mather describió cuando vio su Massachussets arruinada por Londres a comienzos del siglo 18: “Nos hemos encogido” casi hasta la nada.

Concéntrate en los métodos clave que los liberales angloholandeses y sus cómplices estadounidenses emplearon para tratar de destruir a EUA, en la forma en que casi lo han logrado en los últimos cuarenta y tantos años desde el asesinato del presidente John F. Kennedy. Los instrumentos más típicos en el proceso de destruir desde dentro a EUA en el largo plazo, fueron los métodos del Congreso a Favor de la Libertad Cultural, no sólo en la destrucción de la cultura de EUA, sino en centrar ese ataque sobre lo que era el sector de la población más vulnerable en lo intelectual, la generación que representaban los niños nacidos (en lo principal) durante la posguerra, en el intervalo de 1945–1950.

Esa operación contra la generación “sesentiochera” de EUA y, de forma parecida, también contra los estratos comparables de las poblaciones de Europa, se ha copiado, en ciertos aspectos esenciales, de los métodos que empleó el sacerdocio babilónico por medio de su agente, la secta del Apolo de Delfos, para transformar a la capa social superior pertinente de la generación “sesentiochera” de la antigua Atenas en una masa retorcida de sofistería que se sumergió a sí misma en el proceso autodestructivo de la guerra del Peloponeso. Así que hoy, la facción que ampara al vicepresidente Cheney ha echado mano de los sofistas estadounidenses más brutales de nuestra época, la “derecha religiosa” y los de su ralea entre los “neoconservadores” seculares, para poner a EU a propagar guerras infructuosas interminables que lleven a su propia destrucción y a la de su influencia en el mundo en general.6

La reciente necesidad urgente que tiene EU de liberarse de la obscenidad vergonzosa del tosco esposo de Lynne Cheney, con sus numerosas evasiones del servicio militar, una de ellas por embarazo, no implica que deba considerársele en ningún sentido como un gran guerrero o una fuerza independiente en nuestra vida nacional. Él es un mero lacayo de los intereses asociados con el ex secretario de Estado estadounidense y familiar de Pinochet y Henry A. Kissinger, George Shultz, y de las redes que sustentan al Tony Blair de Londres, quienes lo han desplegado. Sus dueños son esos intereses financieros de corte veneciano que representan el verdadero enemigo de nuestra república. Por tanto, no debemos considerarlo un guerrero, sino simplemente el mero instrumento brutal de una camarilla financiera, una figura que trueca la inteligencia por la maldad de un perro rabioso; pero, precisamente por eso, hace lo que sus amos esperan de él conforme se autodestruye.

Tales son esos métodos tradicionales que los necios más grandes del siglo 18 y sus admiradores posteriores llamaron, de modo tan perverso, la “Ilustración”.

En el caso de las guerras del Peloponeso, que destruyeron el poder de Atenas, su origen puede rastrearse como lo hace Platón de modo implícito en su diálogo Parménides. Desde el apogeo de la cultura jónica como la expresaban Tales y Heráclito, hasta el ascenso de los sofistas délficos y sus secuelas, como el aristotelismo y el programa de Euclides, hubo un impulso constante, siempre dirigido contra la influencia de los pitagóricos y sus copensadores, y siempre centrado, desde Delfos y los eleáticos, pasando por Aristóteles, contra el método científico de la esférica.

Tenemos un paralelo posterior de esto en las secuelas de la reforma que realizó el emperador Diocleciano en el Imperio Romano. Cuando Diocleciano y su protegido, Constantino, por fin reconocieron que el cristianismo no podía extirparse de la población de habla griega por los métodos de la fuerza que luego emularían el gran inquisidor de España, las guerras religiosas de 1492–1648, y la reinstauración de los métodos terroristas del gran inquisidor español Tomás de Torquemada, por el prototípico sinarquista martinista Joseph de Maistre, y Mussolini, Hitler y Franco; este legado moderno de las técnicas terroristas representaba el uso de los mismos métodos délficos incorporados en la creación de la antigua república romana; fueron los métodos del panteón imperial délfico, los de la corrupción de la “iniciativa religiosa” del presidente George W. Bush, los que se aplicaron, como lo hizo el emperador Constantino contra un cristianismo que el Imperio Romano no pudo aplastar por la fuerza fascista.7


El poder de la ley natural

Desde Solón de Atenas, el empuje positivo en la historia de la civilización europea ha tendido hacia un sistema de gobierno bajo un principio conocido en el griego clásico de La república de Platón y el Corintios I:13 del apóstol Pablo, como ágape. Su uso moderno en el derecho en inglés lo identifica como la cláusula del “bienestar general”, que es parte integral del derecho supremo constitucional que establece el preámbulo de la Constitución federal de EU. Este concepto de derecho constitucional, que está arraigado en la ley natural, se opone directamente a las difundidas nociones contrarias de la autoridad del derecho positivo, tales como la del “derecho consuetudinario” anglosajón.

Así, los primeros Estados nacionales europeos modernos, la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII, fueron de una calidad distinta, nueva, llamados sociedades republicanas, en los que la autoridad jurídica suprema tiene que someterse a la autoridad implícita del principio de la ley natural, del bienestar general de todos los miembros de esa sociedad, incluyendo su posteridad.

Desde Solón de Atenas hasta el presente, el conflicto esencial entre los principios jurídicos y de gobierno de la civilización europea ahora extendida al orbe, ha sido el que existe entre el derecho imperial, en tanto forma del simple derecho positivo, y el concepto de ley natural.

Como enfocó esto el historiador Graham Lowry, el conflicto que surgía en Inglaterra con la reina Ana era entre el concepto de la república, de los que eran representativos los grupos tories de Jonathan Swift y Godofredo Leibniz, y la facción liberal angloholandesa imperialista asociada con el brutal Guillermo de Orange. En vista de la sucesión que se negoció, de la casa de Estuardo a la de Hannover, el destino de Inglaterra bajo la reina Ana lo decidiría la política que enarbolaría su sucesor en el trono. Leibniz estuvo personalmente en el centro de este trance. Jorge I fue el sucesor, y nació el Imperio Británico o, debiéramos preferir, “brutánico”.

Este suceso, que se amarró en los últimos momentos de la vida de la reina Ana, marcó el retroceso del giro ascendente generalizado de que gozó la ciencia y el gobierno en Europa, señalado por el intervalo que va del tratado de Westfalia de 1648 hasta el ascenso de Jorge I de Inglaterra, y el hundimiento de Europa en el caldero infernal del liberalismo neoveneciano del siglo 18. Este acontecimiento político vino a ser el parteaguas de la civilización europea moderna, desde ese momento hasta la fecha.

Es desde esa perspectiva que ha de entenderse el descenso cultural de Europa, desde la muerte de Ana hasta que vino el renacimiento clásico en torno al protegido de Kästner, Gotthold Lessing, y al amigo de éste, Moisés Mendelssohn. Con este renacimiento clásico que se propagó desde Alemania, y la ola de optimismo relacionada con la causa de la liberación americana de la tiranía brutánica, se asestó una gran victoria parcial para la causa de la civilización mundial sobre la base del principio republicano. Desde esos sucesos del siglo 18 ha venido librándose un conflicto central mundial continuo hasta el presente, entre las causas contrarias de la soberanía nacional y el imperio, como es típica de éste hoy la obscenidad liberal neoveneciana imperialista llamada “globalización”.


Ciencia e identidad: la historia de dos judíos

Ahora, considera la historia de dos judíos, el apóstol cristiano Pedro y su amigo Filón de Alejandría, que he contado varias veces por su pertinencia científica, así como teológica, cuando la ocasión justifica esta referencia.

Entre otros logros, Filón es famoso, y con razón, por su saludable ridiculización de quienes en su época pretendían poner en juego el dogma del reduccionista ya entonces hacía mucho fallecido, y mejor olvidado, Aristóteles, en el campo de la teología. Los necios aristotélicos de tiempos de Filón habían adoptado la sofistería de su juego de palabras en el uso del término “perfección”, para plantear el mismo argumento desatinado que las más rabiosas de nuestras diversas variedades contemporáneas de sectas religiosas “fundamentalistas” pregonan hoy, sin nada de la elegancia relativa de la sofistería académica refinada de Aristóteles. Para nosotros, el significado del ataque de Filón al corazón del método reduccionista de Aristóteles aquí, en este análisis, es que el error de Aristóteles es típico de los supuestos patológicos medulares imperantes de la opinión en la ciencia, la política, la religión y, en otro sentido, la influencia actual de la cultura europea extendida al orbe.

La perspectiva científica mundial de la tradición pitagórica sabe que la universalidad de los fenómenos sensoriales existe dentro de los confines de un universo de esos principios físicos universales eficientes que existen allende el dominio de los objetos de la percepción sensorial; en tanto que el lego imagina una suerte irracional de universo espiritual, uno que existe fuera de la realidad de los principios físicos universales, una realidad que no le es desconocida a una ciencia física europea moderna competente derivada de la esférica. Ésta es la cuestión teológica subyacente que planteó el ataque de Filón contra Aristóteles.

Para quienes integran la tradición clásica griega, tales como los apóstoles Juan y Pablo, o el amigo del apóstol Pedro, Filón de Alejandría, el mundo espiritual de la inmortalidad es el universo que existe de modo eficiente, en el que la mente humana quizá descubra los principios universales inmortales que se reflejan de forma imperfecta, del modo que Pablo insiste que “vemos por un espejo y oscuramente”, conforme observamos los fenómenos en el dominio inferior de la experiencia de la sensopercepción del ser humano mortal individual. Para la ciencia competente, es el principio invisible que nos mira, curioso, cuando se refleja entre las sombras de la realidad, lo que percibimos como fenómenos.

De modo que, para la mente miope, una mente aún inclinada a procurar el estado bestial de la experiencia, la realidad es la vivencia acabada del fenómeno percibido de la certeza sensorial, más que los principios en realidad reinantes del universo que generan los efectos percibidos de los principios. Estos principios son los efectos que tales intelectos endebles consideran meramente como las perturbadoras sombras imperfectas que proyecta la luz distante de un universo diferente del que el individuo mortal habita. Esa mente miope del intelecto débil es, por otra parte, el rasgo común característico de todo reduccionismo sistemático en la práctica de la ciencia física. Así que, para todos los bobalicones de convicción reduccionista, la palabra “perfecto” significa “acabado”. Ésta, por supuesto, era la perspectiva del universo físico que presentaban los devotos de las supersticiones paganas que enseñaba el chancero romano de la astronomía Claudio Ptolomeo.

Para esos aristotélicos entre sus contemporáneos cuyas necedades denunció Filón, el acto de la Creación universal era un acto acabado, en el sentido de ser inalterable. De ahí la fe ciega del gnóstico en las profecías entre esa gente ignorante. Para la noción explícitamente aristotélica de Claudio Ptolomeo de un universo de esa clase, si Dios fuese Perfecto, nunca podría cambiar la forma acostumbrada en la que el universo se le muestra al hombre. En contraste, la perspectiva de la Creación implícita en la mente del pitagórico es la universalidad del principio de un proceso continuo de Creación.

En el caso del comportamiento humano, el universo de las hipótesis validadas mediante experimento en tanto principios universales, la universalidad del proceso de semejante desarrollo la dominan órdenes superiores de la generación continua de hipótesis, del modo que ilustra esto V.I. Vernadsky al presentar el crecimiento de la biosfera y la noosfera en relación con el dominio abiótico. La hipótesis superior, la de hipotetizar la hipótesis superior, es, a su vez, el sujeto de un principio unificador de creación universal. Este universo, del modo que Albert Einstein se aproximó a un concepto riemanniano de un universo finito autolimitado con su noción de un “universo finito, pero ilimitado”, se define ontológicamente como un proceso existente de creación continua, del modo que se define en estos términos de referencia.8

Ve la objeción de Filón a Aristóteles en términos de la equivalencia de la forma en que Claudio Ptolomeo habría de seguir el mismo razonamiento de Aristóteles después. El de Aristóteles y Ptolomeo es un universo como el que el Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo habría diseñado para el hombre. Tanto para Ptolomeo como para Aristóteles, “perfeccionado” significa “acabado”, en el sentido de un orden fijo inalterable, incambiable de acontecimientos en la universalidad en la que se ubica la experiencia del hombre. Ciertamente Ptolomeo confiaba en la autoridad atribuida a Aristóteles en este respecto específico. No se permite innovación creativa alguna, comparable al conocimiento del “fuego”, en las manos voluntariosas del hombre ni —para Aristóteles— en las del Creador. De ahí que Satanás, siendo gnóstico, tenga la puerta abierta para jugar.

Éste es, en su versión descarnada, casi el supuesto axiomático exacto del sistema físico–matemático de los empiristas Hobbes, Descartes, Locke, Mandeville y Quesnay, y el argumento de los también empiristas D’Alembert, Euler y Lagrange contra Kepler, Leibniz y demás. El empirismo no tiene ninguna medida para efectuar una clase de cambio de principio en un sistema prefijado.

Resulta que el sistema de Aristóteles requiere que una vez que el Creador, si fuere perfecto, haya actuado con perfección en el acto de la Creación, nunca podría cambiar por Su propia voluntad una vez puesto en marcha. De eso deriva la astronomía fraudulenta del ideólogo imperial romano Claudio Ptolomeo.

A manera de ilustración, considera al típico zafado gnóstico religioso de EUA hoy día. Él admite que “Dios ha predeterminado ‘el fin de los tiempos’ ” para una fecha dada dizque definida por alguna “profecía bíblica”. A Dios no se le permite decidirse, ¡y quizás cambiar esa fecha! “Ni al hombre ni a Dios se les permitirá jamás cambiar nada de un orden fijo y predeterminado de las cosas”, en lo que los fanáticos religiosos preceptúan es el universo rectilíneo. “¡Por favor, Zeus! Ni Dios ni el libre albedrío del hombre pueden cambiar nada para alterar el orden predeterminado de las cosas”. Filón se opuso a eso, al igual que yo.

El asunto que acabó de esbozar aquí es casi el mismo que aquel argumento que los empiristas D’Alembert, Euler, Lagrange y demás esgrimieron contra Leibniz, casi.


Paolo Sarpi hace su entrada

Desde Diocleciano hasta el Renacimiento europeo del siglo 15, las órdenes imperiales dominantes en Europa le imponían un orden relativamente fijo a la vida de las personas comunes y corrientes, un orden en el que el estrato social gobernante, a imitación de los dioses del Olimpo, le hacía sus jugarretas caprichosas a las masas de un pueblo sometido, que estaba destinado a mantener una monotonía esencial en sus costumbres vitalicias.

Las grandes reformas del Renacimiento del siglo 15 en Europa cambiaron eso de modo radical. En el proceso de impulsar la ciencia física experimental moderna, Brunelleschi y Nicolás de Cusa, y algunos de entre sus reconocidos seguidores, tales como Luca Pacioli y Leonardo da Vinci, cambiaron radicalmente la historia. A pesar de los esfuerzos de una Venecia revitalizada por suprimir el desarrollo de la ciencia y el Estado nacional mediante las guerras religiosas de 1492–1648, el progreso que impulsaron Francia e Inglaterra desató un florecimiento científico y tecnológico imparable, así como el económico y social relacionado.

En este ambiente, en el que el potencial militar y relacionado de las culturas nacionales y sus facciones tenía que adaptarse al aumento del poderío militar y afín introducido por la combinación del progreso científico y el mejoramiento de la calidad intelectual y moral de la población en general, la vieja facción de Venecia se vio gradualmente obligada a darle paso al nuevo bando naciente que encabezaba Paolo Sarpi, el fundador del empirismo. El grupo de Sarpi era tan opuesto a la ciencia de los pitagóricos, Platón, Cusa, Leonardo da Vinci y Kepler como la vieja facción de la oligarquía veneciana, pero Sarpi no estaba listo para porfiar tanto contra los productos de la ciencia, como para perder las guerras por ello.

Los cambios estratégico–militares y relacionados en el orden militar moderno y cuestiones afines, persuadieron al nuevo partido veneciano de Sarpi a bajar las barreras y aceptar cierto grado de progreso científico–tecnológico. El plagio burdo del lacayo doméstico de Sarpi, Galileo, de la obra de Kepler en cuanto al movimiento de los planetas alrededor del Sol, fue típico del nuevo espíritu empirista que desencadenó Sarpi al revivir los precedentes del medieval Guillermo de Occam. En efecto, el Zeus olímpico se destapó en la habitación de Sarpi (ver recuadro 9).

Así, con el empirismo, el cambio fue tolerado dentro de ciertos límites, pero los principios de la ciencia no eran para compartirse con la masa inferior de la población. Se adoptó un aristotelismo de corte occamista modificado, en base al modelo de una forma euclidiana de la doctrina aristotélica. Esto vino a conocerse como empirismo, nombre que era intercambiable con lo que devino en el liberalismo angloholandés. En el consiguiente combate entre la renacida tradición platónico–pitagórica en la ciencia y los empiristas, el asunto de la paradoja deliana quedó en primer plano como el ángulo principal de la ofensiva de los empiristas contra la influencia de Leibniz.

En la historia de la civilización europea desde la época de la Grecia clásica, la división principal entre las diferentes categorías de facciones la ha representado, como Schiller formuló esta perspectiva, el conflicto entre el principio de ley natural de Solón de Atenas y el oligárquico que la secta de Delfos estableció como el código de la Esparta de Licurgo. En la época de la facción de Platón en Atenas, la facción oligárquica también era conocida como “el modelo persa” o el legado del sacerdocio babilónico que todavía controlaba al Imperio Persa desde dentro. La formulación de Schiller define así, aún hoy, todo el abanico de la historia europea extendida al orbe, desde la época de los pitagóricos y antes hasta la fecha. Entre los modelos oligárquicos estaban el Imperio Aqueménida; las ambiciones de enemigos de Alejandro Magno tales como su padre, el rey Filipo de Macedonia, y Aristóteles; el Imperio Romano; el Imperio Bizantino; el imperialismo ultramontano de la Venecia de las cruzadas y su socia, la caballería normanda; y el sistema liberal angloholandés, que es toda una excrecencia del enfoque programático de Paolo Sarpi de Venecia.

Ubica la intención de Sarpi en una versión más actualizada del Zeus olímpico del drama de Esquilo.

¿Cómo es que ese Zeus mejor informado podía controlar a la masa de la humanidad casi como mero ganado, al tiempo que se adaptaba a la inevitable realidad inmediata de una población en general que se liberaba para participar del progreso tecnológico? Con el modo en que la pandilla de Sarpi, que incluía de forma notable a su lacayo doméstico Galileo, reaccionó contra la gran derrama de creatividad científica que generó Kepler, quien era el seguidor leal y prolífico de Nicolás de Cusa y Leonardo da Vinci.

Sarpi conservó la intención esencial del sistema de Aristóteles, pero abrió una pequeña brecha en el mismo a fin de permitir algunas adaptaciones inevitables al progreso científico y relacionado. A este respecto, Sarpi, al resucitar el dogma de Guillermo de Occam, corrigió a Aristóteles al regresar de forma directa a la sofistería original de la secta del Apolo de Delfos. A veces tiene que permitirse el progreso tecnológico, con la restricción estipulada de que los principios del descubrimiento de principios físicos universales y afines simplemente se suprimieran, como en la gran pugna por suprimir la mayor parte de la obra de Kepler, o se sepultaran en la superstición, como prescribieran los partidarios de Descartes, Voltaire, Conti, y el Newton sintético de este último.

Era inevitable que, como lo previó Eratóstenes de la Academia de Platón, la construcción de Arquitas de la solución a la paradoja deliana deviniera en el rasgo medular de las más grandes polémicas, tales como la división entre Descartes y Leibniz en la práctica moderna de la ciencia, la cultura y el estadismo. El conflicto continuo desde 1763 entre el naciente Sistema Americano de economía política y ese Imperio Británico, descrito con mayor precisión como la expresión imperial del sistema oligárquico–financiero veneciano conocido ahora como el sistema liberal angloholandés de la globalización, es el eje de la historia mundial en marcha, aun hoy. Sigue siendo el conflicto vigente entre los herederos de Paolo Sarpi y la intervención de Godofredo Leibniz. Lo nuevo en esta pugna es que hemos llegado al umbral en el que, por fin, uno de los dos contendientes ha de perder de forma definitiva, con la salvedad de que, de perder el legado de Leibniz, la humanidad entera se hundirá en una nueva Era de Tinieblas planetaria.

Dado ese marco, considera, por consiguiente, el significado de la tesis doctoral de Gauss de 1799.


[2]. En cuanto al significado de la obra de Napier, más adelante en este informe examinaremos la referencia de Gauss, en su tratamiento del tema de la hipergeometría, al Pentagrama miríficum de Napier, y la continuación de Riemann de esa línea de investigación como su propio desarrollo de los principios de la hipergeometría.

[3]. Como Gauss subrayó de forma implícita para el caso de János Bolyai, ningu­na de las famosas geometrías “no euclidianas” de Lobatchevsky o Bolyai equi­vale a la geometrías antieuclidiana de Kästner y Riemann. Tanto Lobatchevsky como Bolyai se quedan cortos en captar el razonamiento que desenmascara la falsedad de la geometría euclidiana, como lo demostró Kästner antes.

Fue Riemann, en consecución de la propias exploraciones de Gauss en la hiper­geometría física, quien echó por la ventana todo el bagaje euclidiano y afín en 1854, y pasó a desarrollar una hipergeometría física general. Es esa noción de una hipergeometría física la que asimilé de Riemann en la generalización de mis propios descubrimientos en la economía física.

[4] Aún tenemos una gran deuda con nuestro finado colaborador e historiador profesional H. Graham Lowry, quien rastreó el “eslabón perdido” en la con­tinuidad subyacente de la influencia de Leibniz en la formulación de los conceptos jurídicos que expresaron la Declaración de Independencia de EU de 1776 y su Constitución federal de 1789, por la identificación de estas conexiones.

[5] Quien desenmascaró a Newton como un aficionado a la magia negra, fue John Maynard Keynes, a quien se le había confiado la tarea de abrir lo que la clase supersticiosa de Gran Bretaña había anhelado tanto ver: el contenido ma­ravilloso del arcón de documentos de Newton. La conclusión a la que llegó Keynes fue que más valía cerrar, en efecto, el cofre, y mantenerlo así por el bien de la reputación de Newton.

[6]. Como se burlaría cierto británico sobre la guerra del vicepresidente Cheney en Iraq: “Arriaron la bandera estadounidense al son de El rojo Blair de la ramera”.

[7]. El gran concilio ecuménico de Florencia fue la ocasión en la que se desen­mascaró el fraude de la “Donación de Constantino”, que fue el pretexto que usaron las fuerzas imperiales de Roma, desde Constantino, para tratar de con­trolar a las iglesias cristianas. No es accidental que el escrutinio de los docu­mentos antiguos del caso en los archivos bizantinos lo realizara —del modo que Helga Zepp–LaRouche le planteó esto a un cuerpo pertinente de la Iglesia en Roma— el mismo Nicolás de Cusa cuya Concordantia cathólica le sirvió a las fuerzas pertinentes del concilio para crear los primeros Estados nacionales republicanos modernos, la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII, suplantando así una intención parecida que expresó Dante Alighieri en su De monarchía. La “Donación” refutada era, como Carlomagno afirmó, un timo, pero imperó en Europa hasta el concilio de Florencia, bajo la garra de la Venecia que cobró el poder de su alianza con la caballería normanda a partir del decadente sistema bizantino. En esencia, la idea era que el fraude de la “Donación” sometiera al cristianismo mediante la sujeción de los obispos al control imperial, a través de la administración del Panteón imperial romano pagano. Este fraude de la “Donación de Constantino” le sirvió a la asociación normando–veneciana como la doctrina jurídica imperial de su forma ultramontana de sistema imperial. El término “sistema imperial” implica una forma de gobierno sobre un agregado de pue­blos vasallos, bajo cuya ley todo poder de legislar a lo largo y ancho de ese reino descansa en la personalidad de un emperador, o de una persona u oli­garquía que funciona en la capacidad legislativa de un emperador. Bajo un sis­tema imperial, las autoridades subordinadas, como los reyes de las naciones, no pueden promulgar leyes, sino sólo reglas dentro de los confines que marca la personalidad legislativa imperial. La política del sistema veneciano ultramontano consistía en asignarle esta facultad legislativa al papa, a condición de que literal o prácticamente fuera propiedad de la oligarquía financiera veneciana. Los papas que caían de la gracia de la oligarquía veneciana tendían a ser remplazados con prontitud; esta clase de corrupción pagana de los cuer­pos religiosos fue el modelo para lo que llegó a conocerse en tiempos moder­nos como “el sistema integrista”.

[8]. La extensión del universo finito es el alcance de sus principios universales. Las implicaciones de esto se aclaran dentro de los confines de la comprensión de Riemann de lo que llamó “el principio de Dirichlet”.