Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Memorando sobre el ‘síndrome de Pericles’
El caso de la locura colectiva del Vicepresidente

1. El defecto sistémico de la psicología moderna
2. El caso de Pericles: la evolución dinámica de las culturas
3. Ciencia, amor, cultura y la mente individual
4. La amenaza contra la Constitución de los EU

3. Ciencia, amor, cultura y la mente individual

por Lyndon H. LaRouche
10 al 22 de julio de 2005.

La raíz de la civilización europea clásica está en el principio de que los meros fenómenos que la persona iletrada asocia con la “certeza sensorial”, pueden ser experiencias reales, pero, a lo sumo, no son en esencia más que las sombras que proyecta la acción de lo que para él más que nada son agentes invisibles, sobre la percepción sensorial. Ignorar los métodos competentes de la ciencia es tan mortal, a este respecto, como ignorar cualquiera de las realidades de seguido desatendidas de la historia política actual.

Al contrario, a diferencia del actual intelecto de pobre educación que producen nuestras escuelas, universidades y órganos de difusión, los pensadores griegos clásicos, como los pitagóricos y Platón, recibieron la influencia de la definición de ciencia del antiguo Egipto, a este respecto, como lo que esos griegos denominaron la esférica. Este concepto egipcio, arraigado en el desarrollo del concepto de los ciclos inferidos a partir de la exploración astronómica del universo alrededor de la Tierra, le brindó al nacimiento de la ciencia europea clásica el concepto decisivo del que depende que una ciencia física sea posible: el concepto llamado universalidad. Esta idea de universalidad se aborda pensando en el universo real invisible conocido mediante los efectos que proyecta en lo profundo de la envoltura esférica que es el sujeto de minucioso estudio astronómico de ese gran mundo de sombras, como un océano, que nuestros sentidos consideran el universo que envuelve nuestra existencia.

La idea de principios físicos universales surgió, hasta donde sabemos por las pruebas de la opinión explícita de la humanidad civilizada, con el descubrimiento de eso que la ciencia física matemática moderna por lo general refiere como “singularidades” geométricas, o lo que Godofredo Leibniz definía diversamente como “poder” o como procesos “dinámicos”. Hay unas cuantas ilustraciones del significado de las singularidades, así definidas, que son de importancia decisiva para el lector aquí, en tanto ejemplos de lo que deberíamos implicar al referirnos a la cualidad de la actividad socio–mental del individuo que distingue de forma absoluta a la mente humana de la conducta de las bestias.

No juegues con la humanidad

Siempre recuerda que en todas las pruebas de descubrimiento conocido de la idea de universalidad en tanto objeto, ésta siempre tiene un significado físico bien definido, siempre expreso en el lenguaje mental de la geometría, más que en el de la mera aritmética o el álgebra. Los científicos tienden a usar la aritmética y el álgebra para ciertos propósitos, a menudo útiles. Sin embargo, sólo el pensamiento físico–geométrico, más que cualquier forma de meras matemáticas, puede definir en realidad la existencia de un principio físico de modo experimental.[14]

Por ejemplo, considera el hecho de que una mente cuerda nunca podría derivar la existencia de una línea, en abstracto, de un punto, ni la de una superficie de una línea, ni la de un sólido de una superficie. La realidad física siempre se manifiesta en esencia —es decir, de forma ontológica, física— como movimiento, exactamente del modo que la representación de Leibniz de la vis viva desenmascaró la profunda incompetencia de Descartes a este respecto. Es el movimiento de un punto lo que genera una línea, es el movimiento de una línea lo que genera una superficie, y es el movimiento de una superficie lo que genera un sólido. Tal era la noción subyacente en el argumento de Heráclito y Platón, de que nada existe sino un principio de cambio continuo.[15]

Por lo general, aunque el legado de la Academia platónica conservó estas nociones de ciencia como una práctica permanente, en especial durante la época de las muertes de Eratóstenes y Arquímedes, el surgimiento del Imperio Romano a partir de un proceso asociado con los últimos triunfos de Roma en la Segunda Guerra Púnica, fue una catástrofe cultural para toda la humanidad afectada. El asesinato judicial de Jesucristo por órdenes del yerno nominal del emperador Tiberio, la ola de crucifixiones y actos de genocidio comparables, y los horrores relacionados que perpetraron Nerón y sus seguidores, fueron la expresión de una perversidad satánica y de relativa brutalidad intelectual. Tal fue el período en que dominó en Europa el régimen ultramontano compartido de la oligarquía financiera veneciana y la caballería normanda. Por tanto, sería difícil considerar como una exageración, en ninguna medida, el uso del “Renacimiento” para caracterizar el nacimiento en el siglo 15 de la Europa moderna, que llevó al planeta al desarrollo en general ascendente de la cultura europea moderna.

Tampoco pueden considerarse los acontecimientos que llevaron al gran concilio ecuménico de Florencia, aun considerando algunos logros heroicos de la cultura europea en la oscura era medieval, como no menos que el más grandioso conjunto de acontecimientos de todos los siglos modernos desde entonces. Concordantia cathólica de Nicolás de Cusa, que remplazó a De monarchía de Dante Alighieri, fue indispensable en la fundación de la forma de república moderna del Estado nacional soberano, así como De docta ignorantia de Cusa fue la obra fundadora de la ciencia física experimental moderna. La comparación de estos acontecimientos y sus resultados con los mayores logros de la Grecia de los pitagóricos, Solón y Platón, de ningún modo es una exageración. Más bien, es una comparación necesaria de la cual dependemos hoy para tener una apreciación confiada de la excelencia potencial de una humanidad que es la única criatura viva cuyo carácter esencial se desarrolla a imagen del Creador.

Por ejemplo: uno de los aspectos menos conocidos, pero más decisivos, de las contribuciones de Cusa a la ciencia física experimental moderna, está entre sus sermones, donde informa del importante descubrimiento de un principio universal de la ciencia física: su corrección al error del famoso intento de Arquímedes por concluir la tarea de cuadrar el círculo. Este descubrimiento de Cusa fue decisivo para desarrollar el método con el que sentó la base metodológica de todo trabajo competente en la ciencia física experimental moderna.

Aunque reconocidamente es importante librar al niño de la demencia de las mentadas nociones “euclidianas” de las “definiciones, axiomas y postulados de suyo videntes del espacio ‘tridimensional’ ”, dominar el tema de una geometría física esférica no representa más que la pizarra virtual en la que pueden demostrarse las construcciones reales de principio físico. El reconocimiento de Cusa del error del enfoque de Arquímedes para cuadrar el círculo, fue la base de la que dependió el descubrimiento de Kepler de la gravitación universal: el planteamiento explícito de Leibniz del principio universal de la acción mínima física pertinente ligada a la catenaria reconoció por inferencia, como poderes, en el sentido del concepto de dúnamis específico de los pitagóricos y Platón, las implicaciones de una órbita elíptica, el descubrimiento de Fermat del principio de la trayectoria de acción física más rápida, y de haber echado por tierra (Leibniz) el absurdo de las nociones patéticas de Descartes de impulso.

En una primera aproximación, este enfoque del concepto de universalidad implica pautas de la acción circular subtendidas por la noción de una universalidad esférica que corresponde a la astronomía. Sin embargo, según los griegos clásicos del caso, los egipcios les inculcaron una idea adicional, la de poderes universales (dúnamis), que es el concepto central de conocimiento científico en la obra de los pitagóricos y Platón. El descubrimiento de Kepler del principio de la gravitación universal está, como el descubrimiento de Fermat de un principio universal de acción mínima (por ejemplo, la de “menor tiempo”), entre las ilustraciones más convenientes de la noción de poderes universales de los pitagóricos y Platón, y entre los que son representativos, como Eratóstenes de la Academia de Atenas después. Es esta distinción de principio la que diferencia la ciencia de las mentalidades de “Tierra plana” a la Enron, tanto en la contabilidad como en los estilos de chismorreo común hoy de moda.

Además de tales razonamientos relativamente elementales como ésos, los pitagóricos (por ejemplo, Arquitas) y Platón demostraron el significado físico del principio del movimiento continuo con casos elementales de geometría constructiva, tales como las construcciones geométricas para doblar el cuadrado y el cubo, y la cualidad única de la derivación de la llamada “proporción dorada” a partir de la construcción del dodecaedro regular.

Uno de los ejemplos más accesibles de esta idea de poder es el descubrimiento único original de Johannes Kepler de un principio de gravitación universal. La corrección de Kepler de la medición de la órbita de Marte, demostró que ésta no sólo era elíptica, sino que cambiaba de manera constante en cada intervalo de acción infinitesimal según una regla de “áreas iguales en tiempos iguales” del sector subtendido. Las “violaciones” de Kepler al ardid aristotélico del romano Claudio Ptolomeo, demostraron la existencia de un principio universal de la cualidad de lo que el uso moderno desde Leibniz define como poder (en griego: dúnamis).

Esta demostración de lo que Leibniz definió como poder (en alemán, Kraft, para la ciencia de la economía física), y, para la ciencia física en general, como dinámica (en oposición a la mecánica), es idéntica a la idea de poder en la obra de los pitagóricos y en los diálogos de Platón.

Pero, aquí no estamos enfocados en lo primordial en cuestiones de ciencia física, excepto en tanto dicho material sea un aspecto indispensable en la tarea de definir la ley natural que debe guiar la mano de la sociedad al forjar su vida política. Tenemos que mantener un control firme de las nociones de poder y dinámica, pues dichas nociones pertenecen a cuestiones de ciencia física y, con mayor realce, de economía física; pero, nuestro acento aquí es la ley natural como tal, pues la Declaración de Independencia de los EU y la composición de nuestra Constitución federal original abordan el tema de la importancia ésta para un mundo en crisis hoy.

Poder y pasión

Estos poderes universales son asociados, en lo primordial, con la experiencia emocional de un acto de discernimiento que corresponde a un acto replicable y validable de descubrimiento de una mente humana individual de un principio universal. Estas clases específicas de experiencias emocionales también ocurren al reproducir esa experiencia, y en estados mentales asociados con la condición de estar a punto de experimentar semejante descubrimiento. Esta experiencia está relacionada con el acto de amor, como lo definen los escritos de Platón, en contraposición a la noción de eros y en asociación con el principio del ágape, también como lo definía Platón, e identificado además con el famoso significado cristiano de ágape en Corintios I:13 del apóstol Pablo. Esta expresión de ágape constituye también la oposición de la composición artística clásica al placer erótico del romanticismo en el arte. Esta emoción, que corresponde al ágape, es también el correlativo del sentido de inmortalidad.

Esto ha de reconocerse, en la práctica hoy, como el principio fundamental de la ley natural y, por ende, del derecho constitucional competente. Ésa debe ser siempre la pasión motriz que guíe las decisiones sobre la idea del derecho constitucional requerido, para cualquier situación histórica específica en la vida de las naciones y entre ellas.

Estos poderes, la causa descubierta de las siluetas como de sombras observadas a modo de fenómenos sensoriales, ubican el universo real en el reino invisible, pero eficiente, de esos poderes que la mente conoce al modo del descubrimiento de Kepler de la gravitación universal. Por tanto, el ordenamiento legítimo de ese universo que genera los fenómenos de la percepción sensorial yace en el dominio de esos poderes descubribles. Es la emoción del descubrimiento de la existencia de dichos poderes lo que nos da una idea de certeza —y una emoción de certidumbre— con respecto al ordenamiento legítimo del universo que subyace en el fenómeno que aplica. Esta emoción, que también es característica de la composición artística clásica, es el correlativo de una legitimidad natural, a diferencia de las nociones de un mero derecho positivo.

En la religión, esta distinción entre el ágape y el eros ha sido la división característica de las expresiones nominales de “cristianismo” en la experiencia estadounidense, desde la obscenidad del juicio de Salem por brujería, y las obscenidades de los despotriques y desvaríos de Jonathan Edwards a lo largo y ancho de grandes tramos del río Connecticut. De estos mentados “renovadores” tipo “Elmer Gantry”, se dice que el predicador creó más almas detrás de su tienda de las que salvó durante su servicio religioso dentro de ella. El cristianismo, que se distingue por emular el amor del Creador por la humanidad (ágape), como lo manifestó Jesucristo, ha de diferenciarse de la bestialidad absoluta de la turba de gritones delirantes en una ceremonia del Ku Klux Klan, un auto de fe, o del “elmergantrismo” del mercadeo político que hace Karl Rove de la fe religiosa como simple cuestión de tradición, en vez del verdadero conocimiento de la relación de la persona individual, en su capacidad de miembro de una especie creativa, con el Creador.

No hay forma de que esta cuestión de la relación amorosa de la sociedad con el Creador cobre una expresión más clara en el cuerpo del derecho universal, que en el compromiso de subordinar toda ley a ese aspecto central que contiene nuestra Constitución federal: el fomento del bienestar general, también llamado “el bien común”. En ningún momento de la historia del derecho europeo moderno se expresa esto con mayor claridad que en el principio central de acuerdo que fue la premisa del Tratado de Westfalia de 1648. Considera el siguiente marco histórico de ese tratado.

Tras milenios de subyugación olímpica, délfica y afín de la mayoría de las personas vivas a la condición de ganado humano, el Renacimiento del siglo 15 trajo una nueva forma de sociedad en la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII llamada “república”, para celebrar y afirmar el establecimiento de una forma de autogobierno de un pueblo en la cual el gobierno, su voluntad, se subordina al servicio del bienestar general de todo el pueblo y su descendencia. Entonces, las fuerzas oligárquico–financieras depredadoras con eje en el reducto medieval conocido como Venecia desataron la guerra religiosa por toda Europa, desde la expulsión de los judíos de España en 1492, hasta los horrores perdurables de la guerra religiosa de todo el intervalo que concluyó con el Tratado de Westfalia de 1648.

El propósito de esa orgía de guerras religiosas era que la sociedad regresara a ser una caricatura del orden medieval ultramontano, un orden como el que hubo con la asociación medieval de la oligarquía financiera marítima de Venecia y la caballería normanda. Aún hay una intención parecida, de suprimir y erradicar la institución del Estado nacional soberano, detrás del actual trastabilleo en este instante de la historia hacia la “globalización” desestatizada con sistemas oligárquico–financieros de gobierno. Ésta ha sido, por cierto, la intención del sistema liberal angloholandés de gobierno oligárquico–financiero, desde el triunfo imperial de la Compañía de las Indias Orientales británica de lord Shelburne en el Tratado de París de febrero de 1763, con el cual inició la ofensiva creciente de Londres contra las libertades de las colonias anglófonas norteamericanas.

El simple himno luterano que J.S. Bach transformó en la forma superior de su motete Jesu, meine Freude, captura una esencia del regocijo de la liberación de Europa de los horrores del hombre que casi dondequiera actúa como bestia con el hombre, en el transcurso de ese período de 1492–1648. El principio de ese tratado tan célebre, es la subordinación de las pasiones del individuo a los imperativos del amor del pueblo de, en especial, la otra fe, la otra nación.

Sobre ese fundamento, expresado en la Grecia clásica de los pitagóricos, Solón de Atenas y Platón, y en el lugar que tiene ese principio del ágape que presentaron de forma categórica los apóstoles Juan y Pablo en el cristianismo, el principio ecuménico del derecho constitucional, el fomento del bienestar general, sentó la base histórica específica de principio para el establecimiento de nuestra república federal constitucional en tanto concepto jurídico.

Esto no elimina la función del derecho positivo en la práctica decente de una sociedad, pero sí subordina la autoridad atribuible del derecho positivo a la verdadera autoridad superior de la ley natural. Una constitución bien redactada debe ser un reflejo de la autoridad superior de la ley natural sobre el dominio de diseño del derecho positivo. La aplicación de esa noción a cualquier situación de crisis, como la fase actual de una ola de degeneración de décadas de nuestra cultura nacional, debería considerarse obligatoria.

De forma implícita, estamos obligados a definir la evolución de la cultura del mismo modo.

4.

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[14]No estamos hablando aquí del supuesto injustificado de que la “sección áurea” es el principio que genera la vida. Como he recalcado al resumir la definición de Vernadsky de la biosfera, ésta, en tanto fenómeno arqueológico y relacionado de la química física es conocida como un efecto, y no como el principio de la vida, que es en esencia un fenómeno sistémico que expresa la biosfera de Vernadsky.
[15]El principio devastador que subyace en la refutación de la sofistería reduccionista, como la de los eleáticos, que hace Platón en el diálogo Parménides.

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