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Los próximos cincuenta años de la Tierra

Resumen electrónico de EIR, Vol. III, núm. 8
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Ha sido posible descubrir principios científicos, con cuya ayuda pudieron haberse evitado a voluntad las repetidas consecuencias estúpidas de los planes utópicos. Tengo que recalcar de nuevo que el problema a superar es el usual capricho a veces fatal, de que los principios de una utopía deseada son los que supuestamente ya están a mano, principios expresados como por una efusión de profundo ardor, tal como el de una tradición. Estas formas de autocorrupción moral de los pueblos representan lo que ha de reconocerse como opiniones más o menos de suyo evidentes, adoptadas con precipitación, las cuales incluso gente de otro modo razonable es de suponer adoptará a primera vista.

El gran error, con frecuencia fatal, radica en desatender la realidad de que las soluciones deseadas sólo existen, como en el caso de la ciencia física, en el descubrimiento de nuevos principios que de forma correcta, pero también a menudo abrasiva, trastornan la mayor parte de todo lo que la opinión generalmente aceptada al presente pueda tender a acordar en creer. Por desgracia, por lo general se ha hecho el supuesto equivocado de que la crisis previa resultó de contravenir algún conjunto tradicional de valores, cuando de hecho fue causada por no emprender una necesaria violación de dicho conjunto de valores, como el caso de la Revolución Americana leibniziana de Benjamín Franklin, al igual que la forma en que Federico Schiller trata el caso de la vida real de Wallenstein, ilustra ese principio. La creencia falsa es, por consiguiente, que la solución existe en los confines de ese conjunto de supuestos que generaron la crisis. Así, los legendarios lemmings expresan su tradición atroz marchando periódicamente desde el filo del acantilado hacia las rocas a la orilla del mar que hay abajo.

El talento del salvavidas calificado no consiste en seducir a la dama, sino en salvar su vida, sea que a ella le guste su personalidad o no. Tal es la naturaleza del liderato, del que dependen las soluciones a una crisis cultural, tal como la de la actual crisis mundial. Es la falta de desarrollo de dirigentes calificados para emprender semejantes cambios en la serie aceptada de principios adoptados que esas culturas representan, lo que representaría la fuente principal de cualquier fracaso trágico de tales diálogos ahora, como en el pasado.

Este aspecto fundamental ha de reformularse, por cuestión de claridad, como sigue. No debo permitir que nuestra discusión eluda el énfasis repetido en este asunto que sigue.

A fin de cuentas, el gran enemigo de las civilizaciones, la fuente de sus vulnerabilidades más mortales en tanto civilización en general, es el culto a la mediocridad popular en nombre de una cualidad de “respeto a las tradiciones existentes”, una conducta que remeda a esa bestia depredadora o a su presa, ninguna de las cuales puede escapar de las garras de sus “instintos” bestiales innatos. El hombre debe confiar en su facultad de comportarse de forma diferente a eso. La tendencia a suprimir, e incluso de aplastar las voces que amenazan la engañosa paz falsa y mortífera de la mediocridad popular, es la expresión más típica de ese desapego hostil por un principio de veracidad que, de forma patente, lleva a culturas otrora grandiosas a su perdición autoinfligida.

De modo que fue la cultura “antivoluntarista” imperante en la sociedad soviética el factor económico más pertinente de los que contribuyeron a lo que debe distinguirse como los aspectos autoinfligidos de la caída de la Unión Soviética. Así, fue el hecho de que el impulso intensamente “voluntarista” de la ciencia militar soviética perdió su batalla contra la tradición de Georgi Valentinovich Plejanov en el sistema soviético, lo que aun hoy es la lección estratégica más decisiva en el diseño del programa ruso para recuperarse del desplome soviético.[21]

En el caso usual de los fracasos de los intentos previos de emprender algo como un diálogo de culturas, el asunto decisivo a considerar lo representan sucesos tales como el acto de asesinar, encarcelar o someter a otra forma de rechazo a tales líderes necesarios cuando de hecho aparecen. La disensión es el fermento del genio y de la necedad por igual, pero, no obstante, sigue siendo el criadero del que puede surgir algo con cuya ayuda un pueblo se libere del dominio mortal de costumbres descaminadas. Esta purga sistémica de esa clase de voces disidentes, es la característica usual de ese fracaso en superar una crisis sistémica, que lleva a una nación otrora poderosa a su destrucción autoinfligida.

De ahí que, en cada caso de la historia conocida, el yerro común de los dirigentes fue, o que no se eligió a esos otros dirigentes adecuados, o que tales alternativas felices de líderes en realidad idóneos no estaban disponibles, puesto que esas culturas no los criaron ni desarrollaron o los botaron de la bandada como una de esas precauciones de “matar al legítimo heredero indeseable, de preferencia en su cuna”; precauciones por lo general tomadas por órdenes o con el consentimiento tácito de los que están en el poder. Semejante estado colectivo de las cosas por lo general le ha acarreado, así, el sufrimiento extremo al propio pueblo. El efecto del Congreso a Favor de la Libertad Cultural del simpatizante nazi Allen Dulles, es un ejemplo excelente de la forma en que le niegan el acceso a los pueblos de las naciones al desarrollo y a la elección de esos líderes calificados, que pudieran haberlos sacado de los rigores trágicos de la destrucción autoinfligida.[22]

En contraste, todos los grandes líderes que han llevado a una cultura a puerto seguro, lejos de las consecuencias de la propia locura de la cultura, inevitablemente han sido excepciones a lo que esa cultura con toda probabilidad hubiera recomendado, “por regla general”, por así decirlo, como alternativas aceptables.

Tales excepciones incluyen la elección de los presidentes estadounidenses Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt o la de Charles de Gaulle como Presidente de la Quinta República francesa. El principio de eliminar semejantes excepciones en momentos decisivos de la historia, lo muestra el asesinato de la primera ministra Indira Gandhi o los de Jürgen Ponto y Alfred Herrhausen, quienes tuvieron una importancia crucial, en momentos respectivamente críticos de la historia de Alemania. Los casos más felices de aparentes accidentes históricos, tales como los de Lincoln y Franklin Roosevelt, en realidad no fueron accidentes; fueron la elección premeditada de una función que adoptaron personas que, como las habían desarrollado, y también se habían autodesarrollado para ir en contra de la corriente de los hábitos aceptados de la cultura dominante, pudieron, en las condiciones especiales de oportunidad que a menudo presenta una crisis, conducir hacia un resultado que probó ser una excepción a las predilecciones de otro modo fatídicamente infelices de su cultura, en momentos de decisiones críticas.

Así que, los presuntos dirigentes quienes se sospecha albergan dentro de sí semejantes facultades latentes indeseables, por lo general son eliminados de la escena, de una u otra forma, como lo hicieron conmigo mediante los esfuerzos de colaboración de, entre otros, mis adversarios tanto estadounidenses como soviéticos, en cuanto al asunto de mi intervención para inspirar la propuesta de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) en el transcurso del período de 1983–1989.[23]

Por ejemplo, fue la elección del excepcional Franklin Roosevelt la que salvo a los EUA entonces, y contribuyó con un elemento crítico para salvar al mundo por ese momento. Fue la muerte de ese Roosevelt la que, al eliminar los obstáculos del subsiguiente reino de la mediocridad intelectual y moral representada por el moralmente mínimo común denominador, Harry S. Truman, llevó a las grandes catástrofes de nuestro planeta en el último medio siglo. Fue la pandemia de monstruosa mediocridad intelectual y moral, desencadenada por la creación del simpatizante nazi Allen Dulles y otros autores del Congreso a Favor de la Libertad Cultural (CFLC) internacional con sede en los EU, lo que sentó la base para sumergir a la civilización mundial en la decadencia cultural de los últimos cuarenta años y, de ahí, en el actual “ocaso de los dioses” inminente en lo inmediato, en la nueva gran Era de Tinieblas planetaria que ahora nos amenaza.

La mayor locura de las culturas conocidas ha sido la de tratar de erigir las políticas y las dirigencias de las naciones sobre la base de un supuesto consenso político–cultural, de una denominada venerable tradición, como en el caso de las potencias continentales que eran líderes al comienzo de la Primera Guerra Mundial, cuando una crisis inminente hubiera requerido depender de esas clases de verdades sólidas, contrarias a las tendencias actuales, las clases de verdad que sacan a relucir la locura mortal que representan las normas culturales al presente imperantes en una cultura existente.

Así como a una especie animal la predestina su herencia genética, así, como una especie extinta, las civilizaciones están condenadas a la ruina por su obstinado apego a los defectos implícitos en las clases de hábitos culturales heredados pertinentes. Así que, irónicamente, a menudo sólo una revolución en las tradiciones culturales, tal como la Revolución Americana de 1776–1789 que encabezó Benjamín Franklin, pudo haber conservado, y lo hizo, las más preciadas de las instituciones políticas y de otra índole por el mundo anglófono acumuladas hasta entonces.

De modo que, el que la Europa continental haya fallado en liberarse a sí de una manera revolucionaria del legado de los hábitos parlamentarios y de los así llamados sistemas de banca central “independiente”, es lo que ha sido en repetidas ocasiones desde julio de 1789 la fuente de las grandes tragedias, y de las oportunidades desperdiciadas, que Europa continental ha seguido imponiéndose, una y otra vez, hasta la fecha.

En la ciencia física, el gran arte clásico o el estadismo político, es la aplicación de la excepción de principio necesaria, también conocida como la excepción “revolucionaria”, tal como cuando el presidente Franklin Roosevelt recurrió a la Constitución de los EU, la excepción al error del hábito hoy aceptado,[24] la que marca el logro de la grandeza de una nación; y es la elección de una dirigencia excepcional de entre los miembros más excepcionales de esas profesiones, lo que hace posible los cambios de los que dependen, no sólo la grandeza, sino hasta la supervivencia de una cultura. Las bestias son vulnerables a la condena oportuna de la naturaleza a su existencia continua, porque esas especies tienen una naturaleza fija; el hombre no es una bestia, excepto cuando pretende imitarlas adoptando las creencias propias de una de esas especies inferiores con un conjunto fijo de características de corte genético, tales como los dogmas actuales de la “ecología radical”.

Así es también con la religión. Esas creencias religiosas que fijan la existencia del Creador esencialmente fuera del universo, de un universo que definen como un conjunto fijo de reglas propuestas para un campo de juego, cometen de esa forma la falacia blasfema de negarle al propio Creador el poder de crear cambios desde dentro de Su universo. Su universo real es en el que Él mismo vive. El esfuerzo hubrístico del tonto, de negarle al Creador del universo este poder, también degrada al tonto que acepta esa negativa a adoptar la imagen de una bestia; él niega la existencia del individuo humano, la existencia de esa alma que debe sobrevivir al cuerpo mortal que ocupa por un breve momento. Al negarle al individuo el poder y el deber de contribuir a voluntad a mejorar el universo que sobrevivirá su encarnación mortal momentánea, degradaríamos, en nuestra propia estimación, al individuo a ser una bestia, y él entonces se comportaría como una variedad de bestia como el gran inquisidor Torquemada, lo que con frecuencia es el resultado manifiesto, como podríamos ver de nuevo hoy.[25]

La discusión en la forma de un “diálogo de culturas” no sólo es importante; es urgente. Sin embargo, como la historia debe de habernos enseñado, el peligro es que los participantes vayan demasiado lejos, demasiado rápido, demasiado superficialmente, en su adopción de presuntos supuestos triviales de pacotilla. El peligro es que la búsqueda de un nuevo acomodo, podría tener un desenlace, como en el caso previo de la Liga de Naciones, que pronto quedaría expuesto al descrédito.

Por tanto, hago énfasis en una perspectiva que he expresado en varias publicaciones previas. ¿Cómo deberíamos tratar de calcular de antemano, y por qué y cómo deben juzgar aquellos de no menos dos generaciones en el futuro el resultado de nuestro acuerdo de actuar en concierto ahora? La base implícita para una presciencia competente de la competencia de nuestras opciones no descansa en la experiencia del pasado, sino que descansa en la competencia de nuestra experiencia del futuro.[26] Esa es la paradoja crucial con la que este informe reta a los patrocinadores de cualquier diálogo de culturas; he aquí la paradoja crucial que amenaza cualquier intento de configurar una cualidad funcional de acuerdo en común desde el interior de un diálogo de culturas. En general, el mejor planteamiento de solución para esa última paradoja decisiva, es la definición sistemática de la noosfera de V.I. Vernadsky.

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[21]Este fue el fundamento de la advertencia profética que le hice en febrero de 1983 al representante soviético en las pláticas extraoficiales de 1982–1983, que realicé en aras del presidente Reagan de los EU. El asunto era mi esbozo para el Gobierno soviético de la propuesta que le había recomendado adoptar al presidente Reagan, exactamente la propuesta que el propio Presidente anunciaría públicamente unas semanas más tarde, el 23 de marzo de 1983. Yo planteé, al resumir el contraste entre ese programa y la doctrina alternativa del Gobierno soviético, que “si el Gobierno soviético rechazara la oferta, de hacerla mi Presidente, la economía soviética caería en unos cinco años”. El 23 de marzo de 1983 el presidente Reagan anunció esa oferta en público, pero el secretario general soviético Andrópov, que estaba fuera de sí, la rechazó, y el sistema soviético comenzó a desintegrarse de manera visible unos seis años después. Fue mi entendimiento de las consecuencias económicamente suicidas del antivoluntarismo soviético en los aspectos no militares de su economía, lo que me permitió desarrollar dicho entendimiento profético de la historia de Rusia actual, que fue reivindicado de un modo único.

[22]Aquí, “pro nazi” no es una exageración. Los hermanos Dulles fueron parte integral del aparato oligárquico–financiero internacional que creó los desarrollos fascistas del período posterior a Versalles, y fueron parte explícita de la facción internacional que llevó a Hitler al poder en 1933. Por motivos diversos, la decisión de Hitler de mediados de los 1930, de arremeter primero contra Occidente, fue la causa principal que llevó a la decisión de Gran Bretaña y Francia de meter a los EUA en la partida. En esas circunstancias, muchos en los EUA y Gran Bretaña, que antes habían sido partidarios de Hitler, se pasaron al lado opuesto de forma temporal. Sin embargo, en medio del proceso de derrotar a Hitler, algunos elementos como Allen Dulles echaron toda la carne al asador para meter a elementos clave del aparato nazi en lo que se devino en el sistema de la OTAN, y en el potencial de golpes de Estado y asesinatos, como los que están asociados con la historia del régimen de Pinochet en Chile y la “Operación Cóndor” relacionada de asesinatos en masa, que fue desplegada a América Central y del Sur. El Congreso a Favor de la Libertad Cultural fue parte integral de esa “renazificación” encubierta.

[23]Esto contó con un enorme despliegue armado con la intención de asesinarme la noche del 6 y 7 de octubre de 1986, un atentado concebido para evitar que el presidente estadounidese Ronald Reagan y el secretario general soviético Mijaíl Gorbachov discutieran la IDE en la inminente reunión de Reikiavik.

[24]Por ejemplo, el hábito de 1901–1932 que de forma más llana expresaron las presidencias de Teodoro Roosevelt, Woodrow Wilson, Calvin Coolidge y Herbert Hoover.

[25]Este asunto lo expresa aquí, incluso esa doctrina gnóstica del mal que está implícita en sectas protestantes tales como la del abuelo del traidor Aaron Burr, el Jonathan Edwards de Norteamérica. El hombre no es malo por naturaleza, sino, más bien, se vuelve malo sólo cuando rechaza su propia naturaleza, que consiste en desarrollarse en tanto criatura que merece el amor del Creador, una criatura de ágape según la definen el Sócrates de Platón en La República, y el apóstol Pablo en Corintios I:13. En términos teológicos, quienes niegan la noción de Filón de un Dios creativo y otras similares, se adjudican el derecho de hacerle al propio Creador lo que el Zeus de la trilogía de Prometeo de Esquilo le hizo a Prometeo. Esa doctrina gnóstica de un Dios “amansado” después de la Creación en un universo donde reina Satanás, es implícitamente un deísmo del satanismo, como el de la secta de Bernard Mandeville en la Sociedad Mont Pelerin de Friedrich von Hayek y Milton Friedman, o como la del Gran Inquisidor de la novela de Fedor Mijáilovich Dostoyevski.

[26]En la historia de la ciencia moderna, la noción de la experiencia del futuro es característica de los principales logros singularmente originales de Kepler y Gauss en la astrofísica, y de los principios generales de la relatividad fundamentados en la obra de Bernhard Riemann. Esta noción del principio físico universal en tanto expresión de una facultad que se extiende con eficacia al futuro, ya estaba implícito en el concepto de poderes según lo presentaron los pitagóricos y Platón. El descubrimiento original de Gauss de las órbitas de los asteroides, de conformidad con las premisas de Kepler sobre la existencia anterior de un planeta que explotó entre las órbitas de Marte y Júpiter, es una demostración extraordinaria de la experiencia real del futuro en el presente, una experiencia que es real en términos físicos, además de intelectuales. Esta noción le parece paradójica al lector moderno, porque en esencia es contraria a los preceptos patológicos de formas de reduccionismo filosófico tales como el empirismo.