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Los próximos cincuenta años de la Tierra

Resumen electrónico de EIR, Vol. III, núm. 8
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Introducción

La situación actual
La paradoja crucial
Una solución del pasado para el futuro
La situación estratégica hoy

Una solución del pasado para el futuro

En esta parte introductoria del informe, limito el enfoque del debate a una visión amplia de la clase de solución a la que esa paradoja, así expuesta, debe llevarnos. Para tal fin, una vez más ubico el esbozo de Vernadsky de la noosfera, como lo he hecho por escrito en las últimas décadas, en contraste con el Orión y el Hogar ártico en los vedas de Bal Gangadhar Tilak. Del modo en que la adopción griega clásica de esa ciencia de las esféricas se reflejó en las grandes pirámides de Egipto, y que ese método científico clásico encontró eco en los descubrimientos principales de Johannes Kepler, unámonos a Tilak para ver la vida en nuestro planeta hoy, y también mañana, desde la perspectiva de hace miles de años y más. Así, el leer los rasgos característicos de lo que eso implica desde la renovada posición clásica de la definición de la noosfera de Vernadsky, definamos esos valores comunes para el futuro que podríamos usar como métrica para medir el desempeño de la humanidad en este planeta por unas modestas dos generaciones futuras.

Dadas esas consideraciones, entonces ¿cómo es que cierta elección de un conjunto de parámetros culturales define la forma en la cual el planeta, que hoy está en un peligro grave e inmediato, tiene que emerger de forma exitosa en un futuro determinado, digamos, dentro de dos generaciones? Obviamente, el permitir la continuación de la simple interacción entre los principales paradigmas culturales convencionales que hoy existen sería —en los extremos que ya representan los actuales paradigmas en funcionamiento—, no sólo un fracaso colosal, sino una catástrofe inmediata.

El problema actual no radica en que algunas naciones clave hayan cometido errores; el problema es que hoy el complejo mundial de interacciones culturales ha generado la interacción entre naciones y culturas adversa a Franklin Roosevelt, de los sesenta años que le siguieron, y en especial en los últimos cuarenta años de historia. Ello, en efecto, nos ha dejado en el estado actual de grave peligro inminente para el planeta entero. En estos momentos, mientras que algunos gobiernos y otras asociaciones están considerando los elementos de algunas ideas útiles, en lo individual y en concierto, ninguno hasta ahora ha tomado en cuenta con eficacia la verdadera forma de la causa principal, de décadas, la amenaza de una embestida que hunda al planeta entero en una prolongada nueva Era de Tinieblas para toda la humanidad.

Por ejemplo: la clave de todo entendimiento de la historia mundial moderna de más de tres siglos a la fecha, es el reconocimiento del hecho verídico y fundamental de que a la historia del mundo en su conjunto, a no más tardar desde el triunfo de la Compañía de las Indias Orientales británica de lord Shelburne en febrero de 1763, la ha moldeado el poder continuo y, de hecho, imperial mundial de un sistema liberal angloholandés. No obstante, la mayor parte del mundo hoy neciamente pretende, como por cortesía, no darse cuenta de este hecho de llana notoriedad —este verdadero elefante que está parado y barritando, inadvertido, en medio de la cama de los recién casados—, ni de sus profundas implicaciones prácticas para cada rincón de nuestro mundo entero, aun en la actualidad.

Este poder mundial, este sistema liberal, es el poder que ha operado mediante el control de la forma oligárquica mundial dominante del sistema monetario–financiero, desde antes de su establecimiento en tanto poder imperial con ese Tratado de París del 10 de febrero de 1763, con el que concluyó la orquestación exitosa de Gran Bretaña de la llamada guerra de los Siete Años, la cual acarreó la ruina común de las manipuladas potencias de Europa continental. Ese tratado estableció así un imperio de la Compañía de las Indias Orientales británica, en lo principal mediante el engullimiento y saqueo imperiales de, entre muchos otros lugares, la India de los siglos 18 y 19. La crisis mundial actual es, más que nada, consecuencia de las manipulaciones de las relaciones sistémicas entre las naciones del mundo como un todo, más que nada mediante el control que ejercen los mecanismos del liberalismo axiomáticamente hegemónico entre los componentes de ese imperio oligárquico–financiero depredador que sigue reinando en la actualidad.

Por ejemplo, el que en las décadas inmediatamente previas un cuerpo de opinión tan tonto como difundido haya acusado a los EUA, y prácticamente a ellos solos, de ser el agente voluntario de dominación mundial, es sólo típico de los engaños de muchos de los que abordan el tema de un diálogo de culturas. Para los que de veras conocen los hechos pertinentes de los procesos de la toma de decisiones, ese mito es fruto de una necedad mortal e implícitamente suicida de aquellos que buscan explicar las cosas de un modo tan simple como ese.

Contrario a ese engaño popular que encontramos hasta en los mismos EUA, que ha sido la hegemonía de ese sistema liberal angloholandés posterior a febrero de 1763, que ahora controla a los EUA a un grado significativo, como lo ha hecho desde la muerte del presidente Franklin Roosevelt y, en especial desde la secuela del asesinato del presidente John F. Kennedy, la que aterrorizó a la población estadounidense hasta llevarla a un estado de aturdimiento relativo, del mismo modo que luego lo hicieron los sucesos del 11 de septiembre de 2001.

Esta influencia externa principalmente es la del sistema liberal, el cual ahora representa en el exterior el equipo liberal–imperialista fabiano del primer ministro Tony Blair y, de forma notable antes, la pandilla de igual calaña de Margaret Thatcher. Éste es el sistema liberal angloholandés contra el cual se libró la guerra de Independencia estadounidense, pero que hoy está prendido como un parásito al cuello de los EUA, al igual que antes durante los regímenes de Harry Truman y Richard Nixon. Mucho antes de Truman, representantes de la tradición de la Confederación tales como Teodoro Roosevelt, Woodrow Wilson y, después de ellos, criaturas de Wall Street como Coolidge y Hoover, quienes fueron responsables de la típica epidemia de robos liberal, estuvieron al servicio de esa madre imperial del sistema de la opresión global: el sistema liberal.

No reconocer ese conjunto de conexiones, sería como los recién casados que niegan la presencia del elefante que barrita en su lecho marital. Esa clase de negación puede ser en y de por sí la causa más probable del trágico fracaso asegurado de cualquier tentativa de diálogo de culturas.

En el sistema monetario–financiero mundial actual, lo que controla las políticas de una nación o las de un concierto de naciones, no es la dirección precisa de las decisiones individuales de una nación o naciones,típica lo que controla la forma de generar el efecto agregado que expresan decisiones precisas, es el equivalente de un conjunto de supuestos axiomáticos gobernantes, tales como la muy difundida cualidad lunática actual de fe axiomática en el misticismo dogmático del “libre cambio” del sistema liberal angloholandés.[27]

Esto representa un problema metodológico en extremo importante, pero rara vez apreciado de forma adecuada, al abordar el tema de la conducta en y entre los sistemas sociales. Considera las implicaciones históricas de cuatro clases de casos de efectos de decisiones precisas relativamente comunes.

Primero, hay casos en los que una acción expresa, en efecto, un teorema de un supuesto axiomático de la conducta tal, que ese suceso no cuestiona ningún cambio significativo de ese principio que ahora opera. De contribuir esta pieza de la práctica del estancamiento intelectual a empeorar una situación, entonces ese empeoramiento no fue más que una prueba de lo que ya estaba implícito en los hábitos de pensamiento antes en funciones de la actual conducta “axiomática” en la toma de decisiones.

Segundo, hay casos que, sin cambiar los supuestos de corte axiomático (es decir, sistémico) antes imperantes, llegan a un punto extremo en la trayectoria que ese supuesto de corte axiomático definió de forma implícita. Como eso interseca con la proximidad de una condición límite del sistema, esto genera la importancia singular de la novedad del efecto asociado con una crisis de facto, pero aún sin cambiar los supuestos de corte axiomático pertinentes sobre los que la sociedad, por ejemplo, ha venido operando a últimas fechas hasta dicho punto.

Tercero, hay avances que entran en conflicto axiomático con lo que los supuestos axiomáticos imperantes habrían permitido, pero cuyo efecto probablemente será absorbido, como una mera nimiedad, una mera perturbación del soñador dormido, con un mínimo de alteración temporal relativa del sistema que esos supuestos representan.

Considera entonces un cuarto caso, en el que el efecto de la acción trastoca de forma implícita, o al menos aparenta trastocar, el conjunto de supuestos de corte axiomático antes imperante. En este caso, la amenaza radica en provocar alguna suerte de cambio en el sistema entero, en lo axiomático. Por ejemplo, la mayoría de las amenazas implícita o explícitamente violentas de la “élite gobernante” contra mi persona en los últimos treinta y tantos años, han sido el muy llano resultado de la percepción de la élite, de que mi proceder en curso o inminente en ese momento constituía lo que el sector pertinente de ese grupo consideraba como una amenaza potencialmente seria a la continuidad de la perpetuación de su sistema actual.

En todos los casos, no es la acción individual la que es históricamente determinante, sino el sistema o los sistemas en interacción, o los cambios en el propio sistema. Así, el pronóstico económico competente de largo plazo parte de considerar los sistemas económicos en términos axiomáticos, del modo que lo hace la práctica de la ciencia física, considerándolos en tanto sistemas y basando el pronóstico en el estudio del sistema como tal, en vez de ir vadeando el pantano y las arenas movedizas de las descuidadas extrapolaciones y, en última instancia, infaliblemente erróneas del contador, por sus métodos estadísticos convencionalmente brutales y de seguido irracionales.

Eso mismo puede expresarse de una manera un poco diferente, señalando un caso pertinente: el dogma perverso relacionado de que los sistemas de banca central, que en realidad son instrumentos de la voluntad colectiva tipo “moho lamoso” de grupos de intereses oligárquico–financieros privados, funcionan bajo la protección del supuesto sistémico de que estos sistemas deben estar libres del control de los gobiernos elegidos. Éste es el sistema peculiar, la ideología que hoy controla a la mayoría de las naciones, y son aquellos que controlan al propio sistema los que también controlan la toma de decisiones de las naciones pertinentes. Son tales supuestos falsos de carácter axiomático, como la creencia en la independencia de los sistemas de banca central, los que, al convertirse en la característica de las instituciones públicas y populares que atañen, devienen en la forma de funcionamiento de la nación; éstos, aunque sólo por lo general, predeterminan la clase de decisiones a tomar. No es la decisión individual la que produce este efecto; es la forma en que la evolución de una ideología predetermina la trayectoria del cambio en los efectos que produce la toma de decisiones correspondiente.[28]

En todos los casos, es el sistema el que determina la importancia del suceso, y no, como hoy cree la gente incauta, el mero agregado estadístico de los sucesos; el sistema. Entonces, del modo que lo demuestra el caso de la Primera Guerra Mundial, en la historia hasta ahora el aspecto axiomático de la ideología controla la voluntad y el destino de las naciones la mayor parte del tiempo, y lo hace de forma más eficaz y despiadada que cualquier abundancia de fuerza militar.

El supuesto del necio, de que son los EUA los que representan el origen principal de la actual crisis sistémica mundial, sería precisamente la clase de creencia equivocada que, en y por sí misma, le aseguraría una catástrofe inherentemente trágica a un mundo que aceptó semejante creencia. Sólo cuando los propios EUA sean reconocidos al presente y de forma sistémica como un sujeto (es decir, una víctima) del sistema del “libre cambio” y de la ideología del legado de la Compañía de las Indias Orientales británica, de dominio mundial a manos de los actuales intereses oligárquico–financieros, podrá presentarse cualquier cosa que no sean los supuestos necios acerca de los aspectos esenciales del mundo. A menos que ese asunto quede entendido, cualquier intento de diálogo de culturas estaría condenado a tener un desenlace catastrófico desde el comienzo.

El mero tamaño de un efecto, tal como el de la actividad de los EUA hoy, de por sí no constituye una prueba real de ser una causa. Lo determinante es esa influencia de control que ha manipulado ese efecto, y manipulará al siguiente. Huellas grandes no son sinónimo de pies grandes. Es el sistema que controla la conducta pertinente de los EU lo que representa la causa. Para controlar ese efecto, tenemos que controlar ese sistema que controla a la gente, siempre que las personas no controlen el sistema.

Fue la urgencia percibida de que los propios EUA invocaran su Constitución, como lo hizo el presidente Franklin Roosevelt en 1933 para liberar al país del yugo de ese sistema liberal angloholandés que controló las políticas de los Gobiernos de Teodoro Roosevelt, Wilson, Coolidge y Hoover, lo que cambió al sistema entonces. La consecuencia de ello fue la intervención histórica realizada por Franklin Roosevelt, que hizo posible que los propios EUA escaparan del fascismo que cundió por una Europa Occidental y Central continental que era prisionera del control del sistema liberal angloholandés.

Fue ese cambio de percepción que ocurrió con Franklin Roosevelt, como en el caso del presidente Abraham Lincoln antes, lo que definió y generó la capacidad de los EUA, no sólo de poder dar un gran salto en la economía, sino de contribuir con un margen decisivo a lograr la derrota del monstruo fascista, y fomentar la recuperación de una Europa destruida por la guerra.

El muy difundido supuesto contrario, y a menudo fatalmente equivocado, es que al evitar el conflicto con ciertas tradiciones existentes en lo más alto de la sociedad, podremos mejorar ésta instaurando reglas en el juego de la interacción cultural mejoradas dentro de los linderos de la capa inferior del sistema mundial actual. Estas mejoras sugeridas se proponen como aplicables a la sociedad de abajo para arriba, sin abordar las consideraciones de arriba a abajo de veras determinantes, tales como el tolerar los llamados “sistemas de banca central independiente” y los dogmas “librecambistas”. La defensa de esa práctica desatinada, y a veces fatalmente desatinada, puede expresarse como el trágico engaño popular: “La gente no está preparada para el gran cambio; tienes que planteárselo poco a poco”, sin avanzar en realidad de ninguna forma perceptible. Semejantes desplantes horrendos de una impotencia psicosexual autoinfligida los convierte a todos en virtuales eunucos políticos.

Por tanto, tenemos que centrar nuestra atención en el hecho de que el aspecto dominante de las relaciones internacionales desde febrero de 1763, ha sido el creciente dominio del mundo ejercido, no por nación alguna, sino más bien por una guisa moderna de un sistema europeo medieval ultramontano de asociación de la oligarquía financiera veneciana y la caballería normanda: el sistema liberal angloholandés de finanzas internacionales, en especial la forma posterior a 1971–1972 de ese sistema. Este sistema liberal fue el poder internacional conocido por los dos nombres que adoptó: “la facción veneciana” del siglo 18, y la “Ilustración francesa y británica” de Voltaire y demás. Es este sistema el que gobierna hoy al mundo, y el que, gracias a la actual ayuda del FMI y del Banco Mundial, mantiene a los gobiernos de las naciones como su ganado y presa legítima, a menos que las naciones se hayan liberado de ese control.

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[27]La doctrina del “libre cambio” del lacayo de lord Shelburne, Adam Smith, presentada por primera vez en su diatriba de 1776 contra la Revolución Americana, La riqueza de las naciones, en esencia la plagió de la muy dudosa autoridad de los principales fisiócratas franceses, Turgot y el doctor François Quesnay. Aunque la principal fuente que para este fin saqueó fue la mística doctrina de Quesnay del “laissez–faire”, la aceptación de que gozó el plagio de Smith en Inglaterra en general estuvo condicionada por el precedente de La fábula de las abejas de Bernard Mandeville, en la cual los beneficios públicos de que goza la sociedad en su conjunto, según las intuiciones curiosamente gnósticas de Mandeville, son producto del fomento de los vicios privados. El propio Smith defendía tales líneas de deducciones estériles específicamente gnósticas en su Teoría de los sentimientos morales de 1759, con el mismo entusiasmo de total irracionalismo que formó la base doctrinal de ese curioso comportamiento sexual de los cátaros que llevó al uso francés del término condón. El profesor Milton Friedman ni siquiera ofrece esos exóticos sustitutos de la razón en su versión del mismo disparate. Friedman alega como un bobalicón del aula de clases que copia la lección en su cuaderno, como señalaba la señora Joan Robinson de Cambridge, post hoc ergo propter hoc.

[28]Algunas decisiones son fundamentales porque tienen el carácter distintivo, aun por sí mismas, de un cambio tácito en la cultura dominante. De otro modo, la pauta de las decisiones, más que una o varias de ellas, es lo que determina la trayectoria pronosticable que seguirá la toma de decisiones de una nación.